Los samuráis, la célebre estirpe de guerreros de Japón, nacieron en el período Heian (794-1185), cuando los jefes de clanes locales alcanzaron suficiente poder como para mezclarse con la refinada nobleza residente en la capital. Desde entonces, los bushi, como también se llamaban, marcaron la historia nipona con sus excepcionales dotes para el combate, hasta convertirse en una figura emblemática de la cultura japonesa.
A menudo el momento culminante de la historia de los samuráis se sitúa durante el shogunato Tokugawa, también llamado era Edo (1603-1868). Se trata del período más estudiado de la historia de Japón y es también el preferido por novelistas, cineastas o autores de cómic para situar a sus personajes samuráis. Sin embargo, lejos de ser una culminación, esa época supuso el fin de los samuráis, al menos como la casta guerrera que fue durante los siglos anteriores.

Castillo de Osaka
Castillo de Osaka
Esta fortaleza, levantada en el siglo XVI, fue el principal bastión del clan Toyotomi, que mantuvo allí su resistencia contra los ejércitos de Ieyasu Tokugawa. Su captura, en 1615, supuso la unificación de Japón bajo el shogunato Tokugawa.
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Adaptarse a la paz
Una vez asentado el régimen Tokugawa tras la conquista del castillo de Osaka en 1615, Japón se sumergió en un período de «paz» tan solo alterado por contadas revueltas campesinas. La última insurrección importante fue la llamada rebelión de Shimabara (1637), originada en un villorrio de la isla de Kyushu, en el suroeste del archipiélago, que tuvo como causa la excesiva presión fiscal y la persecución de los japoneses que se habían convertido al cristianismo. El líder de los levantiscos, Amakusa Shiro, ejemplifica a la perfección las paradojas de esta nueva época: era un samurái cristiano capaz de fusionar en su persona el ardor bélico del bushi con los ideales de salvación transmitidos por los evangelizadores jesuitas que habían llegado a Japón en el siglo XVI. El levantamiento sería sofocado de manera brutal por las tropas gubernamentales, con la ayuda de cañones proporcionados por los comerciantes neerlandeses instalados en el archipiélago.
Cronología
El declive de una casta
1467
Conflicto de Ônin entre varios clanes para dominar Japón. Supone el inicio de la Edad de Oro de los samuráis.
1615
Ieyasu Tokugawa, el samurái más relevante de Japón, toma el castillo de Osaka y consolida su dinastía.
1637
Tras la rebelión de Shimabara se inicia un período de paz de más de dos siglos que implica la decadencia samurái.
1688-1704
El impulso de la cultura, el arte y la vida urbana del período Genroku acaba con el samurái tradicional.
1868
Las guerras Boshin suponen el fin del shogunato Tokugawa y el comienzo de la era Meiji.

Katana japonesa
Tsuba. Guardamano de la empuñadura de una katana japonesa de finales del siglo XVIII.
Album
Aplastada la revuelta, Iemitsu, el tercer shogun Tokugawa, decidió cerrar las puertas del país a toda influencia extranjera e imponer una política draconiana de control, el llamado Sakoku. Sus medidas garantizaron más de dos siglos sin guerras. La contrapartida fue que la ingente masa de tropas acostumbradas desde hacía siglos a hacer la guerra se volvió inservible, y cientos de miles de samuráis (cifra que no es una hipérbole) tuvieron que buscar formas de sobrevivir fuera del ejército.
En ese nuevo contexto, hubo samuráis que siguieron practicando su maestría con las armas en duelos y exhibiciones. El más famoso de ellos fue sin duda Miyamoto Musashi. Tras participar siendo adolescente como mercenario en la batalla de Sekigahara (1600), se quedó sin señor al que servir y se dedicó a desarrollar por su cuenta la técnica del combate con dos espadas, el wakizashi (espada corta) y la katana. Demostró su habilidad en casi setenta duelos singulares, todos terminados con su victoria y muchos con la muerte del adversario. Antes de morir escribió un tratado sobre artes marciales que se haría célebre: El libro de los cinco anillos.

Ronin
Dos ronin
Ilustraciones del período Edo que muestran a dos ronin armados con lanzas de mano, o yari, y con espadas cortas y largas al cinto.
Mary Evans / Scala, Firenze
Espadachines
A mediados del siglo XVII se prohibieron los duelos y solo estuvo permitido blandir la espada en defensa propia. Frente a esto, los samuráis recurrieron a la treta de provocar e insultar al rival con el objetivo de que este atacase primero, y entonces responder sin reservas. Muchos samuráis se especializaron en
desenvainar como centellas mientras el rival se disponía a ejecutar el golpe.
Se potenció así el iaijutsu, o técnica de desenvaine de la katana, que llegó a superar en popularidad al arte marcial del que derivaba, el kenjutsu. Los samuráis crearon un gran número de dojos y escuelas de artes marciales en los que se desarrolló un estilo de combate más estético y espectacular, sin que se pudiera testar su utilidad real en batalla.
El dramático cambio en el estatuto de los samuráis se reflejó en el fenómeno de los ronin, como se llamaba a los samuráis que se quedaban sin señor al que servir. El término ronin significa en japonés «hombres de las olas», una imagen que evoca el deambular sin rumbo fijo ni ataduras, como las hojas flotantes en el agua. En torno a los ronin se ha creado una imagen romántica del guerrero japonés, como un héroe individualista y díscolo que realiza todo tipo de proezas, cuya mejor encarnación se encuentra en el famoso guerrero antes mencionado, Miyamoto Musashi. Sin embargo, la fama alcanzada por Miyamoto es una excepción frente a la realidad más común de estos personajes, que no eran sino vagabundos con espada, cuya necesidad de luchar por la supervivencia los obligaba a aceptar trabajos sin ningún glamur, ya fuese el de guardaespaldas o matones o incluso, sencillamente, el de labriegos.

Señor acompañado de sus guerreros
Ceremonial de otra época
Daimyo o señor acompañado de sus guerreros yendo a Edo en un norimono o palanquín. Fotografía tomada hacia 1867, justo antes de la reforma Meiji, que pondría fin al shogunato Tokugawa y forzaría una occidentalización de la sociedad japonesa.
Musée Guimet / RMN-Grand Palais
La prosperidad de Edo
Mientras tanto, en la ciudad de Edo (la actual Tokio) todo parecía florecer. Los comercios y servicios crecían año tras año, creando una urbe rica y populosa que impresionaba a los contados visitantes extranjeros que llegaban al país, como el médico alemán Engelbert Kaempfer, que a finales del siglo XVII afirmó que se hallaba en «el centro del mundo». Esa prosperidad se debía en gran medida a la ley que imponía a los señores feudales vivir en Edo seis meses al año, manteniendo allí a toda su corte de samuráis y otros servidores.

Edo, actual Tokio
El bullicio de Edo
Vista de una calle del antiguo Edo durante la noche. Pintura de escuela japonesa. Museo de Arte Oriental Edoardo Chiossone, Génova.
Giancarlo Costa / Bridgeman / ACI
También hubo ronin que acudieron a la gran urbe. Algunos de ellos fundaron allí bandas organizadas que practicaban la extorsión, la trata de blancas u otros negocios turbios. Con el paso de las décadas, estos grupos fueron adoptando códigos y jerarquías cada vez más complejos, basándose en una visión distorsionada y muy libre del bushido, el código samurái. Se gestó entonces lo que tiempo después se conocería como yakuza, la mafia japonesa, conformada en familias comparables a los clanes de samuráis. Las armas, tatuajes y ropa de sus miembros los hacían reconocibles y sembraban el respeto y el temor entre la gente común de la misma manera que lo hacían el daisho –la pareja de espadas tradicionales, katana y wakizashi– y los emblemas heráldicos o kamon de los bushi. Tras cometer un error, los miembros de la yakuza se amputaban falanges de los dedos de la mano, en una imitación del harakiri.

Yakuza
Yakuza. Ilustración del siglo XIX que representa a un miembro de una banda del crimen organizado, con el cuerpo lleno de tatuajes.
Situación económica precaria
Los samuráis que lograron mantenerse al servicio de algún daimyo o gran señor debían acompañarlo durante la temporada anual que estaba obligado a pasar en la capital. Allí recibían un mínimo estipendio a cambio de esporádicos trabajos administrativos, de guardia o vigilancia en la hacienda del señor. Como el código de su clase les prohibía hacer inversiones o participar en cualquier actividad comercial, su situación económica solía ser precaria. No era extraño que pasaran el día bebiendo en alguna taberna o disfrutando de los placeres del barrio rojo de Yoshiwara, el centro de la prostitución en Edo. Esto los llevaba a menudo a contraer deudas con la incipiente burguesía mercantil de la ciudad. Multitud de samuráis de antiguo linaje debían vender sus katanas para pagar el mizuage (desfloramiento) de la maiko (aprendiz de geisha) de moda en aquel momento.

Samurái con geisha
Amores venales
Un samurái pasea por el «barrio del placer» de Edo llevando del brazo a una maiko o aprendiz de geisha. Xilografía de Moronobu. Hishikawa. Siglo XIX.
Album
Pero no todos los samuráis sucumbieron a la mala vida y al declive. Los hubo también que se convirtieron en personalidades notables en el mundo de las artes. Un caso paradigmático es el de Matsuo Basho (1644-1694), uno de los grandes poetas de haiku de la historia japonesa. Fue hijo de Matsuo Yozaemon, que perteneció a una familia samurái venida a menos. De joven empezó a servir al primogénito del clan Todo, pero su talento literario lo llevó a distanciarse del ámbito militar. En el ámbito de la pintura destacó Watanabe Kazan (1793-1841), cuya familia era banderiza del daimyo de Tahara, y que fue capaz de combinar el tradicional estilo pictórico nipón (ukiyo-e) con el realismo y el sombreado típicamente europeo (namban). Casi igual de subversivo en la técnica sería el posterior Kawanabe Kyosai (1837-1889), al que se considera uno de los padres del manga.
Funcionarios y burócratas
Algunos samuráis alcanzaron gran poder en la corte de los shogunes Tokugawa, no como guerreros, sino como ministros y burócratas. Fue el caso de Kira Yoshinaka (1641-1703), convertido en koke, una especie de jefe de protocolo que resolvía hasta el último detalle de las ceremonias y eventos de alto nivel. Sus desavenencias con el daimyo Asano Naganori, que se vio obligado a suicidarse mediante seppuku por haber agredido a Kira, provocaron el famoso episodio de la venganza de los 47 ronin: tras la muerte de Asano, los samuráis a su servicio, convertidos en ronin, esperaron más de un año el mejor momento para asesinar a Kira y vengar a su amo. A continuación fueron condenados a hacerse el harakiri.
Por paradójico que parezca, el triunfo del samurái más importante de la historia de Japón, Ieyasu Tokugawa, supuso el inicio del declive de su propia casta. El código del bushi perdió en buena parte el sentido que tenía en épocas anteriores, al tiempo que se creaba una imagen idealizada del samurái, un concepto fantasma. En el siglo XIX, en un Japón que sentía amenazada su integridad por ingleses, rusos y estadounidenses, una filosofía nacionalista intentó desempolvar aquella prístina ideología del guerrero, mezclándola con un alto grado de nacionalismo al servicio del emperador. Una parte de la esencia samurái permanece aún en Japón, ya sea en la tradición militarista, en la actividad de la yakuza, o en virtudes profundamente arraigadas como el sentido de disciplina y la sensibilidad artística.
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Matsuo bashO, de samurái a poeta

Matsuo Basho
El poeta errante. Matsuo Basho conversa con dos bebedores de té en la carretera en este grabado ukiyo-e característico de la era Edo.
Album
El padre de Matsuo Basho, el más célebre poeta de la era Edo, pertenecía a una antigua familia samurái, pero él mismo perdió ese estatus y se convirtió en un simple labrador que vivía en los dominios del clan Todo, dueño del castillo de Iga. A temprana edad, Matsuo entró al servicio del señor del castillo, lo que le permitió iniciarse en la poesía.
A los 29 años, tras la muerte de su señor, se trasladó a Edo, donde pronto se ganó renombre como literato, particularmente en el género del haiku, un tipo de poema breve, de tres versos de 5, 7 y 5 sílabas cada uno, en el que se buscaba captar un instante de la naturaleza asociado a la emoción del poeta. Basho dio una nueva dimensión poética al haiku, que hasta entonces era una simple diversión popular, como se advierte en este ejemplo:
Un viejo estanque,
una rana que salta
el sonido del agua.
Pasado un tiempo, Matsuo acabó abandonando Edo para instalarse en una cabaña campestre. En esos años el poeta realizó asimismo viajes por Japón que le inspiraron numerosos haikus.
«Hubo momentos en que ambicioné cargos públicos y momentos en que me propuse también tomar los hábitos. Pero conforme castigaba mi cuerpo deambulando de aquí para allá como nube al viento y entregaba mi corazón a las más insignificantes delicias de la naturaleza, me di cuenta de que eso se había convertido en mi cotidiano quehacer. Y así, sin demostrar mayor utilidad ni talento para las cosas del mundo, me consagré a cultivar el haikai». (Matsuo Basho, Memorias).
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HAGAKURE, Los ideales de un samurái chapado a la antigua

Retrato de un samurái
Retrato de un samurái realizado por el fotógrafo Felice Beato en su estudio de Yokohama hacia 1864. Museo Metropolitano, Nueva York.
RMN-Grand Palais
El Hagakure es una compilación de reflexiones realizadas entre 1709 y 1716 por Yamamoto Tsunetomo, un funcionario samurái de alto rango. El libro supone una especie de canon para el bushido, el código ético de los samuráis. Yamamoto recuerda con nostalgia la época en que los samuráis eran auténticos guerreros dispuestos a morir en cada una de sus acciones. El tema de la actitud ante la muerte aparece muy a menudo en sus páginas, al igual que el deber de obediencia al señor, la serenidad ante las adversidades y la crítica a los jóvenes samuráis que preferían el estilo de vida moderno.
Obediencia al amo
Si se debiera resumir en pocas palabras la condición del samurái, yo diría que en primer lugar es devoción en cuerpo y alma a un amo. En segundo lugar, yo diría que es necesario cultivar la inteligencia, la compasión y la valentía.
La educación
Hay una forma de educar a los hijos de los bushi en tanto que hijos de bushi. Se debe, en primer lugar, alentar su valentía desde una temprana edad y jamás se les debe asustar o ridiculizar, ni tan siquiera en broma, pues si desde una tierna edad aprenden los aires de la cobardía, esta se volverá una manía para toda la vida.
Cuidar la apariencia
Los bushi de hasta hace cincuenta o sesenta años se aseaban con agua todas las mañanas, se afeitaban el pelo de la frente, se perfumaban el pelo, se cortaban las uñas de pies y manos, se las limaban con piedra pómez y luego con hierbas doradas. Se consagraban a sus atavíos sin descuidarlos, y sobre todo procuraban que las armas no tuvieran herrumbre, limpiando el polvo acumulado en ellas y lustrándolas.
Ideal de sobriedad
Las armaduras y los equipos militares demasiado vistosos pueden ser considerados como señales de debilidad y de falta de fuerza. Revelan la verdadera naturaleza del que los lleva.
Perfeccionar el espíritu
Un verdadero samurái consagra todo su tiempo al perfeccionamiento de sí mismo. Es por ello que el entrenamiento es un proceso sin fin.
Aprovechar la vida
La vida humana solo dura un instante, es necesario tener la fuerza de vivirla haciendo lo que más nos gusta. En este mundo fugaz como un sueño, vivir en el sufrimiento no haciendo más que cosas que nos disgustan es una pura locura.
Vengar la ofensa
Aunque los adversarios se cuenten por miles, si uno se enfrenta a ellos con la determinación de derribarlos a todos a sablazos, sin dejar ni tan siquiera uno, en la mayoría de los casos podrá cumplir con el objetivo de la venganza.
Preparado frente a adversidades
No es suficiente evitar sentirse desanimado cuando llega una prueba. Al sobrevenir una desgracia, el samurái debe alegrarse y coger la suerte que le es ofrecida por poder emplear así su energía y su valentía. Tal actitud difiere radicalmente de la simple resignación. Cuando la marea sube, el barco flota…
Preparado para morir
Es seguro que un samurái que no está preparado para morir morirá de una muerte poco honorable. En cambio, si consagra su vida a preparar su muerte, ¿cómo podría tener un comportamiento despreciable? [...]. Hay que volverse fanático y desarrollar la pasión de la muerte.

Samurái
Samurái. Xilografía. Siglo XIX. Biblioteca de las Artes Decorativas, París.
DEA / Album
Amistad
Se ha dicho: «Si queréis sondear el corazón de un amigo, caed enfermo». Una persona a la que consideráis amiga cuando todo te va bien, y que os da la espalda como un extraño en caso de enfermedad o de infortunio, no es más que un cobarde.
Jóvenes egoístas
En nuestros días, cuando los jóvenes samuráis se reúnen, hablan de dinero, de provecho, de pérdidas, de la manera de administrar su casa, de los criterios para juzgar el valor de la vestimenta, e intercambian opiniones profanas. ¡Qué estado tan lamentable este al que hemos llegado!
(Traducción de Amaranta Oshima. La vía del samurái, edición de Hitoshi Oshima, La Esfera de los Libros, Madrid, 2007).
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Este artículo pertenece al número 235 de la revista Historia National Geographic.