El complejo funerario del primer emperador de China es un yacimiento arqueológico excepcional en su tamaño y complejidad. Los trabajos de prospección y reconocimiento sobre el terreno han identificado ya unas 600 fosas en un espacio que abarca unos 100 kilómetros cuadrados. La escala de este lugar, equiparable a la de una ciudad, se hace más portentosa si recordamos que todas las estructuras enterradas en Xi’an fueron erigidas en menos de 40 años y para servir a una única persona.

Una montaña artificial
Esta fotografía aérea muestra en toda su magnitud las dimensiones del mausoleo del emperador Qin Shihuangdi en Xi’an, que a día de hoy sigue inexcavado.
©Fundación CV MARQ
Empezando por el propio ejército de terracota y siguiendo por hallazgos como los carros de bronce, los acróbatas y músicos, la caballeriza, los acueductos con aves de bronce o los cementerios de trabajadores y concubinas, los hallazgos no dejan de sorprendernos. La impresión se hace mayor si tenemos en cuenta que lo que conocemos hoy no es más que una pequeña proporción de lo que subyace, ya que todavía queda mucho por excavar. La investigación seguirá regalándonos maravillas durante muchas generaciones, contribuyendo a conservar para siempre la memoria de Qin Shihuangdi y su mundo.
La documentación, el estudio, la conservación y la presentación al público de un lugar patrimonial de estas características plantean numerosos retos, pero con ellos vienen también las oportunidades de ser creativo para tratar de dar respuesta a preguntas que antes eran inconcebibles. En este artículo presentamos algunos ejemplos de la aplicación de la ciencia arqueológica a la excavación del mausoleo de Qin Shihuangdi y las revelaciones que han arrojado estos estudios.

La tumba del emperador
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Un mausoleo colosal
La tumba del emperador es el elemento más visible e importante del complejo funerario, y también una de las mayores fuentes de enigmas. Mientras que el grueso de las estructuras documentadas por los arqueólogos se encuentra bajo tierra, la tumba imperial se erige como una imponente colina artificial de más de 50 metros de altura, con aristas que le dan forma de pirámide. Desde el momento de su descubrimiento, la ubicación y escala de esta construcción dejaban pocas dudas de que este es el punto central y la tumba de Qin Shihuangdi. No obstante, por cautela, los arqueólogos han decidido no excavar esta zona mientras no puedan tener la seguridad de que contarán con los medios adecuados para proteger y conservar lo que allí pueda encontrarse. Pero ¿cómo plantear un proyecto de excavación y conservación sin saber exactamente a qué nos enfrentamos?

Retrato del emperador Qin Shihuangdi
Retrato completamente idealizado del emperador Qin Shihuangdi. Museo del Palacio Nacional, Taipei.
Scala, Firenze
Ríos de mercurio
Para añadir misterio y expectación, tenemos una descripción de la cámara funeraria que nos dejó Sima Qian, un famoso historiador de la dinastía Han. Según este texto, la pirámide esconde una gran fosa revestida de bronce, llena de objetos maravillosos, iluminada por lámparas de aceite inexhaustibles y protegida por «trampas cazabobos»: ballestas listas para disparar automáticamente a cualquiera que ose entrar. En su interior se encontraría una reproducción del universo del primer emperador: por encima, los astros, y en el suelo, ríos de mercurio en permanente flujo, imitando los grandes ríos de China.
Los investigadores no pueden asumir como cierto un texto escrito casi un siglo después de la muerte del primer emperador sin hacer comprobaciones sobre el terreno. Por eso, muchos estudios han usado métodos no invasivos de teledetección y prospección geofísica para averiguar qué esconde la enigmática colina piramidal sin alterar su integridad. Entre otras técnicas, los científicos han empleado fotografías tomadas con cámaras hiperespectrales montadas en aviones, y también han cartografiado variaciones en la temperatura, la humedad, el magnetismo y la resistividad eléctrica del suelo en la colina y sus alrededores. Estas señales permiten identificar zonas en las que el suelo está más o menos compactado, estructuras edificadas con materiales distintos a los de su alrededor, diques, muros… y así obtener progresivamente una imagen virtual del subsuelo.

El interior de la sepultura real
Esta imagen reproduce un esquema del interior de la tumba del emperador basado en análisis geofísicos. El diseño muestra una cámara central rodeada por un gran muro, así como dos pasadizos de entrada.
©Fundación CV MARQ
Los resultados de estos estudios han dado a conocer que la colina alberga un gran muro de forma cuadrangular, que rodea la cámara funeraria propiamente dicha. Dos pasadizos, uno a cada lado, dan entrada al espacio subterráneo. En el lado sur, un gran dique de casi cien metros de anchura hace de presa para desviar el curso de las aguas e impedir que la cámara se inunde. Estos trabajos también revelan una gran avenida recta que sale de la pirámide y se orienta hacia el norte. El destino final de esta avenida está por descubrir.
Asimismo, los científicos han tratado de verificar la posible existencia de ríos de mercurio, conforme a la descripción de Sima Qian. Varios estudios han analizado los niveles de mercurio en el suelo, así como en los gases que emanan de la colina. De forma sorprendente, todos han registrado concentraciones excepcionalmente altas de este elemento químico en la zona central de la colina. Aunque estos datos no confirman irrefutablemente la presencia de ríos de mercurio, sin duda plantean incógnitas para investigaciones venideras.
Cronología
Un emperador obsesionado por la eternidad
247 a.C.
El príncipe Ying Zheng, de trece años, sube al trono del reino de Qin, En 238 a.C. toma el poder en solitario e inicia la construcción de su mausoleo.
221 a.C.
Tras anexionar los reinos vecinos de Han, Zhao, Yan, Wei, Chu y Qi, Ying Zheng se proclama primer emperador de China con el nombre de Qin Shihuangdi.
219 a.C.
Obsesionado con la eternidad, el emperador envía expediciones a recorrer todo el territorio chino para hallar el elixir de la eterna juventud.
210 a.C.
Muere Qin Shihuangdi, posiblemente debilitado por las pócimas de mercurio que toma. Es enterrado en su mausoleo del monte Li, que se alza en la ciudad de Xi’an.

Sima Qian
El historiador Sima Qian, de época Han, dejó una descripción de la tumba.
Album
Las tumbas de los constructores
A poca distancia de la tumba del emperador, los arqueólogos han descubierto unos enterramientos mucho más modestos, pero no por ello menos importantes: las tumbas de los artesanos y constructores del mausoleo. Aunque las excavaciones no han concluido, se han identificado más de 100 tumbas, la mayor parte de ellas estrechas y poco profundas, que albergaban varios cadáveres sin sarcófago.
Sabemos los nombres de unos pocos individuos porque fueron enterrados con un humilde epitafio: en un trozo de cerámica, alguien grabó su nombre, su lugar de origen y, en algunos casos, el crimen que les acarreó la condena a trabajos forzados. Estudiando los esqueletos, los especialistas en antropología física determinaron que la mayor parte de ellos eran hombres de entre 20 y 40 años de
edad, aunque también hay algunas mujeres y niños. Además, en varios de ellos se encontraron evidencias de violencia que sugieren que al menos algunos trabajadores fueron ejecutados cuando concluyó su trabajo.
El estudio de los huesos de los constructores evidencia que la mayoría eran hombres de entre 20 y 40 años, aunque también había mujeres y niños
Un grupo de investigadores ha conseguido extraer ADN mitocondrial (heredado por vía materna) de los huesos de algunos de los restos. Aunque la muestra es relativamente pequeña, los resultados han revelado una notable diversidad de haplotipos o líneas ancestrales. Comparándolos con poblaciones actuales, los genetistas han encontrado similitudes con numerosos grupos en diversas regiones de China. Estos resultados apoyan la idea de que el primer emperador empleó prisioneros de guerra traídos de todos los reinos conquistados para construir su complejo funerario. De esta forma, la construcción de su tumba habría servido también como empresa propagandística, recordando a todos sus vasallos quién ostentaba el poder.

Un modesto epitafio
Fragmento de cerámica con la inscripción «Luo, de Dongwu», que recoge el nombre y origen de uno de los trabajadores enterrados en las proximidades del mausoleo imperial.
©Fundación CV MARQ
El gran ejército de terracota
Hasta ahora se han recuperado unos 2.000 guerreros, y se estima que puede haber unos 6.000 más enterrados. Gracias a las detalladas anotaciones de los arqueólogos que excavaron el yacimiento, hoy podemos emplear sistemas de información geográfica para realizar mapas de distribución de los guerreros y sus armas tal y como se encontraron. Estos mapas nos permiten entender mejor la formación de batalla de los ejércitos comandados por Qin Shihuangdi. En todo caso, la imagen que perciben los visitantes que hoy se asoman a la fosa y pueden ver cientos de guerreros a la vez es muy diferente a la que se encontraron los arqueólogos, y también a la que habría percibido el primer emperador.
La mayor parte de los guerreros aparecen fragmentados, y comienza entonces el arduo trabajo de reconstruir los puzles y devolver a los guerreros y sus espacios su apariencia original. Parte de este trabajo tiene lugar directamente en la excavación, pero también hay laboratorios de conservación en el museo anexo al yacimiento. Además, los arqueólogos han podido determinar que los guerreros estaban colocados en pasillos a varios metros de profundidad, separados por gruesos muros y cubiertos por una techumbre sostenida por vigas de madera. Los análisis de la anatomía de la madera bajo el microscopio han permitido determinar que la mayor parte de las vigas son de madera de abeto (Abies, Tusga y Picea de la familia Pinaceae), aunque también hay laurel (Lauraceae, de la familia Phoebe).

La mirada de un guerrero
En la imagen podemos apreciar la cabeza de uno de los soldados de terracota de Qin Shihuangdi, con su rostro único, que conserva gran parte de su policromía original.
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Pero la diferencia fundamental entre el aspecto actual de los guerreros y el que habrían tenido hace 2.200 años es, sin duda, el color. En principio, todos los guerreros fueron cuidadosamente pintados con vivos colores, lo que incrementaba su individualismo y creaba una impresión visual muy diferente a la de hoy. Los análisis de laboratorio pudieron determinar el complejo proceso de acabado. Primero sus superficies fueron recubiertas de laca, obtenida a partir de la savia del árbol Toxicodendron vernicifluum (qi en chino), un material que acabaría teniendo una gran tradición en la artesanía china para recubrir muebles de madera y otros objetos. Esta sustancia sirve para impermeabilizar la superficie y le da un aspecto lustroso.
Por encima de la laca, los artesanos pintaron con diversos pigmentos que hoy estudiamos mediante espectroscopia Raman o de infrarrojos, entre otras técnicas. Así se han identificado minerales naturales y materiales sintéticos como la malaquita (verde), la azurita (azul), hematites y cinabrio (rojo), minio (naranja), caolín y estannato de plomo (amarillo), carbón (negro), cerusita o incluso cenizas de huesos (blanco).
Por encima de la laca, los artesanos pintaron con diversos pigmentos que hoy estudiamos mediante espectroscopia Raman o de infrarrojos, entre otras técnicas. Así se han identificado minerales naturales y materiales sintéticos como la malaquita (verde), la azurita (azul), hematites y cinabrio (rojo), minio (naranja), caolín y estannato de plomo (amarillo), carbón (negro), cerusita o incluso cenizas de huesos (blanco).

Preservar la frágil pintura
Uno de los tratamientos más complejos es la conservación de los pigmentos, lo que hacen estos expertos.
©Fundación CV MARQ
El más enigmático de los pigmentos que adornaban a los guerreros es el conocido como «púrpura chino». Se trata de un silicato de cobre y bario que no existe de forma natural y es un color no disponible en otros lugares del mundo. Para producirlo, los artesanos tenían que tratar un mineral de bario junto con cuarzo, minerales de cobre y sales de plomo a altas temperaturas, provocando una peculiar reacción química. Para aglutinar los pigmentos y darles una consistencia pastosa que permitiese su aplicación, los pintores empleaban materiales orgánicos como huevo y pegamentos derivados de productos animales, que aún podemos detectar a través de sus proteínas mediante análisis biomoleculares.
La conservación de estos pigmentos sigue planteando grandes retos. El principal problema es que, al excavar los fragmentos de guerreros y exponerlos a las condiciones atmosféricas actuales, el cambio de humedad relativa hace que las capas de laca se desprendan de la cerámica, y con ello se pierden también los pigmentos. Los investigadores siguen experimentando con numerosos consolidantes, tratando de encontrar un material óptimo que asegure la durabilidad de la laca y de los pigmentos sin alterar su apariencia, y que pueda aplicarse a gran escala.

El sentido del detalle
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Figuras individualizadas
Bajo su superficie, la cerámica de los guerreros también ha sido objeto de numerosos análisis científicos. Por una parte, se han llevado a cabo análisis petrográficos y mineralógicos de fragmentos de guerreros y caballos para revelar aspectos de su manufactura. Por otra parte, se han realizado análisis geoquímicos con la intención de determinar las fuentes de suministro de las arcillas empleadas. Utilizando estos datos también podemos tratar de determinar si hay grupos de guerreros que son más similares entre sí, y que quizá podríamos interpretar como remesas salidas de un taller en particular.
Gracias a estos análisis sabemos que los guerreros se fabricaron con arcillas de loess local mezcladas con arena. La presencia de arena hace que se abran más poros en la arcilla, permitiendo la evaporación del agua y evitando accidentes en la cocción. Cada guerrero fue modelado individualmente de abajo arriba, utilizando rollos de arcilla para la estructura y después añadiendo detalles en la superficie, posiblemente con la ayuda de moldes de cerámica y útiles de bambú. La cabeza se fabricaba por separado y se remataba individualmente. Una vez secas, las figuras se cocían en enormes hornos a temperaturas que superaban los 700 °C. En el interior de los fragmentos de guerreros pueden observarse las impresiones de manos y dedos de los artesanos que les dieron forma. El peso final de cada estatua oscila entre unos 160 y 300 kilogramos.

La cabeza por dentro
Interior de la cabeza de un guerrero, en la que se aprecia la impresión de los dedos de un artesano.
©Fundación CV MARQ
En muchos guerreros se han encontrado pequeñas marcas impresas o grabadas, que incluyen topónimos, nombres de personas y números. Estas marcas son testimonio de aspectos logísticos, organizativos y de control de calidad. El análisis detallado de estas marcas, de su ubicación en los guerreros (por ejemplo, si aparecen en una pierna o en un brazo) y de la distribución de los guerreros en la fosa ha permitido entender mejor la organización de su producción. Parece claro que las figuras no son obra de un único taller, sino de varias células de producción que trabajaban en paralelo con cierta autonomía. Cada una de ellas tendría su propio maestro, que supervisaría a otros trabajadores no especializados. Los análisis químicos han revelado ciertas
diferencias en la composición de los guerreros atribuidos a cada taller, lo cual refuerza la idea de que cada uno tendría su propio suministro de arcilla. Estos resultados han echado por tierra las hipótesis iniciales, que planteaban que todos los guerreros se habían manufacturado en una única e inmensa cadena de producción y ensamblaje a partir de módulos.
Curiosamente, y a pesar de estar producidos en masa, los guerreros dan una clara impresión de diversidad, hasta el punto de que hasta ahora no se han encontrado dos figuras idénticas. Está claro que los artesanos se esforzaron en individualizar la apariencia de cada soldado. Una de las líneas de investigación en curso se ha centrado en obtener modelos digitales tridimensionales de los guerreros. A partir de estos, podemos superponer y comparar la forma de múltiples figuras, e incluso cuantificar su similitud. Este tipo de estudios de morfometría geométrica se encuentra todavía en fase piloto, pero los resultados iniciales demuestran su gran potencial para estudiar los guerreros sin siquiera tocarlos y entender hasta qué punto llegó la individualización de su fisionomía.

Espada de bronce
El detalle de la hoja muestra la imagen obtenida con un microscopio electrónico de barrido de una pieza similar, en la que las marcas evidencian el afilado con una herramienta rotatoria.
©Fundación CV MARQ
Armas de bronce bien afiladas
Los guerreros de terracota iban fuertemente armados con espadas, lanzas, lancetas, alabardas, arcos y ballestas. A diferencia de las propias figuras, que son imitaciones de guerreros de carne y hueso, las armas son auténticas, están listas para la batalla y son potencialmente letales. En general, las partes fabricadas en materiales orgánicos, como las astas de las lanzas o las ballestas, no se han conservado; no obstante, los elementos fabricados en metal se han mantenido muy bien y han sido objeto de numerosos estudios.
Los análisis técnicos de cientos de armas nos han permitido documentar cómo los armeros del período Qin optimizaban la composición del metal según su función. Por ejemplo, empleaban bronces con un alto contenido en estaño para filos o puntas de flecha, asegurándose así su dureza; por el contrario, algunas espadas de bronce tienen varas interiores de cobre que les confieren tenacidad, probablemente para evitar su fractura cuando impactasen con otra espada.

Preparados para la lucha
Esta magnífica fotografía muestra una perspectiva del gran número de guerreros de terracota que se descubrieron en la Fosa 1 de Xi’an. Todos miran al este, excepto los situados junto a los bordes de los dos lados paralelos.
©Fundación CV MARQ
Otro aspecto sorprendente en las armas es la presencia de marcas de afilado. Para estudiar estas marcas con más detalle se empleó vinilpolisiloxano, el polímero que usan los dentistas para hacer moldes dentales. Con esta especie de silicona se obtuvieron impresiones de la superficie de los filos de metal que se examinaron luego en un microscopio electrónico de barrido. Las imágenes muestran una serie de marcas muy finas y poco profundas, pero muy numerosas también, y perfectamente paralelas. Este tipo de marcas sugieren un afilado mediante una herramienta rotatoria, es decir, un precedente de nuestras ruedas de afilar. Nos encontramos así ante la evidencia más temprana del uso de un instrumento de este tipo para producción en masa.
El perfecto afilado de decenas de miles de puntas de flecha revela que estas se concibieron como armas reales y letales, y no como modelos para una tumba. Lo que es más, la ingente inversión de trabajo que podemos documentar en un detalle tan aparentemente menor nos recuerda que en la construcción del mausoleo no se escatimó en ningún recurso, y que, indudablemente, todavía hay muchas sorpresas por descubrir.
Al igual que los guerreros, algunas armas de bronce llevan inscripciones que nos proporcionan información acerca de su producción y el control de calidad. Algunas fueron grabadas a cincel, mientras que otras fueron escritas con pintura roja y materiales carbon��ceos, tal vez tintas, que podemos ver con imágenes multiespectrales. Combinando el estudio de estas marcas con análisis químicos y de morfometría geométrica ha sido posible determinar que también las armas son el producto de varios arsenales y no de un único taller. Por ejemplo, para encontrar diferentes remesas entre los más de 200 gatillos de ballesta fue necesario comparar sus formas minuciosamente y así identificar las piezas de gatillos con mayor probabilidad de haber sido producidas en un mismo molde. Así sabemos que el ejército de terracota fue armado con ballestas de al menos ocho arsenales. Mediante el uso de sistemas de información geográfica y estadística espacial podemos estudiar la distribución de las diferentes remesas de armas en la fosa del ejército de terracota y así tratar de reconstruir no solo el proceso de fabricación de las piezas, sino también cómo se fueron ubicando en el que sería su destino final.

Miles de estatuas
La imagen muestra a un grupo de arqueólogos que se dedica a la difícil tarea de documentar y restaurar las estatuas de guerreros que van saliendo a la luz en las fosas de Xi’an.
Alamy / ACI
En el caso de las puntas de flecha, hasta ahora se han recuperado más de 40.000, y su estandarización es tal que es imposible separarlas basándonos en su forma; de hecho, la variación en sus dimensiones es inferior a lo que puede percibir el ojo humano. No obstante, su composición química permitió identificar patrones con los que se pudo comprobar que cada carcaj o saco de flechas se había equipado con cien flechas que se manufacturaron a la vez y salieron juntas del taller.
Más allá de su calidad técnica, uno de los aspectos más sorprendentes de las armas de bronce es su excelente estado de conservación, con muchas espadas todavía brillantes y afiladas tras más de 2.000 años bajo tierra. Hasta hace poco, una de las teorías más aceptadas era que los bronces habían sido sometidos a un pionero tratamiento anticorrosión empleando óxido de cromo. La hipótesis parecía plausible porque se sustentaba en análisis científicos que mostraban la presencia de cromo en la superficie de algunas de estas armas. Según esta teoría, los armeros Qin habrían empleado una avanzada técnica para garantizar la vida eterna de las armas de este ejército inmortal.
Pero un estudio reciente ha demostrado que el origen del cromo no estaba en los propios bronces, sino en la laca que se usó como barniz para recubrir mangos, vainas y otras partes de las armas fabricadas en madera. Su presencia en los bronces es solo ocasional, resultado de una contaminación casual, y no de una tecnología vanguardista. En realidad, una clave fundamental de la extraordinaria conservación de las armas está en el suelo. Se da la circunstancia de que el suelo de Xi’an, el sedimento que cubrió estas armas durante siglos, tiene un pH o grado de acidez idóneo para facilitar la conservación de metales. Además, este suelo tiene un grano muy fino que impide la filtración de agua y aire. En suma, la clave para la conservación de las armas parece estar en una serie de afortunadas coincidencias y no en un tratamiento anticorrosivo.

Armas con inscripciones
Arriba, gatillo de ballesta que muestra varios caracteres en tinta negra. Abajo, composición en color falso creada a partir de imágenes multiespectrales que muestra con mayor claridad la presencia de grabados.
©Fundación CV MARQ
Los verdaderos artífices
Una de las dimensiones más fascinantes del complejo funerario del primer emperador es la organización logística que hubo tras su construcción. A cualquier escala, desde la observación de un minúsculo pigmento bajo el microscopio hasta la apreciación de la propia magnitud de lugar, es inevitable evocar la cantidad extraordinaria de materiales, esfuerzos e ideas que convergen en esta empresa única. Para llevar a cabo una obra como esta fue necesario obtener incontables toneladas de recursos naturales diversos y fabricar productos que no existían en la naturaleza para luego crear combinaciones únicas; se movilizaron miles de personas de diferentes culturas, que aportaron su energía y sus conocimientos; se materializaron planes que nunca nadie antes había sido capaz de concebir. Personas, materiales e ideas fueron los engranajes de un complicadísimo reloj que no toleraba errores ni retrasos.
Hoy sabemos que el secreto logístico fue la combinación de un sistema de producción descentralizado en múltiples células y un sistema de supervisión centralizado que aseguraba la estandarización y la calidad. Al desentrañar los misterios del complejo funerario, la arqueología también nos ayuda a visualizar a la multitud de personas anónimas que construyeron esta obra eterna. El complejo funerario es un homenaje al primer emperador, pero desde el presente apreciamos también a los verdaderos artífices: sus constructores.
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Marcos Martinón-Torres (Universidad de Cambridge) - Xiuzhen Li y Andrew Bevan (Universtity College London) - Thilo Rehren (The Cyprus Institute)
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China bajo dominio del imperio qin

Imperio Qin
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Cartografía: Eosgis.com
Qin Shihuangdi era el soberano de Qin, un reino al oeste de China, a cuyo frente completó la conquista de los otros seis reinos en que se dividía el país al final de la época de los Reinos Combatientes (450-221 a.C.). Según las fuentes, las guerras entre ellos habían costado 1.128.000 muertos. Finalmente, Qin se impuso a sus vecinos con formidables fuerzas de infantería y ballesteros a caballo. Reunir tal número de combatientes solo fue posible mediante el acceso de los campesinos a la propiedad de la tierra y la generalización de los impuestos basados en la producción. Así, los recursos fiscales y el control y la movilización de los campesinos resultaron decisivos para acometer obras de enorme envergadura, como la construcción de la Gran Muralla, el palacio de Afang o la misma tumba del emperador.
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Las fosas de guerreros
Los guerreros se dispusieron en fosas subterráneas separadas por muros de tierra apisonada (1) sujetos con vigas de madera(2) y con suelos revestidos de ladrillos(3) sobre los que se colocaban las estatuas. El foso funerario estaba completamente cerrado, con columnas(4) a ambos lados de cada túnel. Todo fue cubierto posteriormente con una capa de esteras(5),tierra rojiza apisonada (6) y una gruesa capa de tierra(7). Con el paso del tiempo, el deterioro de la madera causó el derrumbe de los muros, que cayeron sobre las figuras destruyéndolas casi por completo.

En plena excavación
En la imagen, un abigarrado conjunto de guerreros de terracota en pleno proceso de excavación.
©Fundación CV MARQ
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La fabricación de las estatuas
Muchas de las marcas que conservan las piezas rotas de los guerreros de terracota han permitido estudiar a fondo su proceso de fabricación. Así, los investigadores han llegado a la conclusión de que las estatuas se construían superponiendo un gran número de rollos de arcilla desde la base hasta la parte superior del torso, para modelar y esculpir después, sobre la superficie exterior, todos los detalles de la ropa, la armadura y el calzado. El interior quedaba hueco. Las cabezas se hicieron por separado, también en arcilla, y luego se esculpieron los detalles. Tras dejar secar, las estatuas se cocían en un horno antes de ser lacadas y pintadas. De este modo, cada figura se convertía en un individuo único. Un detalle curioso es que las cabezas se cocían por separado para que los gases internos pudieran salir del interior del cuerpo hueco y no estallasen durante el proceso.
Este artículo pertenece al número 237 de la revista Historia National Geographic.