Editorial del Número 234 de Historia National Geographic

Retrato ecuestre de Carlos V

Retrato ecuestre de Carlos V

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Entre las brumas del crepúsculo avanza un caballero de brillante armadura, lanza en mano. El paisaje puede parecer fantasmagórico, pero todo en esta soberbia pintura es real, desde el armamento que luce el jinete hasta las aguas que se adivinan al fondo. Recrean el ambiente de las riberas del Elba, cerca de Mühlberg, donde el emperador Carlos V –el caballero de la imagen– derrotó al ejército protestante de la Liga de Smalkalda en 1547; el cuadro evoca al soberano en el campo de batalla. En este óleo imponente (de ​​3,35 metros de alto por
2,83 de ancho), Tiziano convierte al monarca en un símbolo evitando alegorías tan obvias como representar a los vencidos a los pies de su montura. El pintor sabe que quienes vean la obra podrán apreciar la doble fuente de su inspiración. Por un lado, la figura ecuestre del emperador Marco Aurelio (la única estatua a caballo de la Antigüedad que ha llegado hasta nosotros), que Miguel Ángel había puesto en el centro de la plaza romana del Capitolio nueve años atrás. De este modo, Tiziano confiere al «César Carlos» –como se llamaba al monarca– toda la gloria y majestad del Imperio romano. La segunda fuente de inspiración del pintor es la figura del miles christianus, el caballero cristiano que combate por su fe. Y en este Carlos a caballo, armado de lanza y vencedor de la herejía protestante, se percibe sutilmente el eco de san Jorge matando al dragón, el monstruo abominable que desde la Edad Media personificaba al diablo y al mal. Como el que aparece en la sobrecogedora tela pintada por Carpaccio cuarenta años antes y que aún hoy podemos admirar con un escalofrío si visitamos la Scuola di San Giorgio degli Schiavoni en Venecia. O si vamos a las páginas 90-91 en el caso de que la luminosa Ciudad de los Canales nos pille demasiado lejos.

Este artículo pertenece al número 234 de la revista Historia National Geographic.