Editorial del Número 218 de Historia National Geographic

Esta ilustración recrea el aspecto de un joven 'antecessor'; se aprecia la cara plana, similar a la nuestra, aunque con el reborde óseo sobre los ojos y la frente inclinada hacia atrás.

Esta ilustración recrea el aspecto de un joven 'antecessor'; se aprecia la cara plana, similar a la nuestra, aunque con el reborde óseo sobre los ojos y la frente inclinada hacia atrás.

Foto: Science Photo Library / AGE Fotostock. Color: Santi Pérez

Lo que pasó volverá a pasar; lo que ocurrió volverá a ocurrir: nada hay nuevo bajo el sol. De algunas cosas se dice: “Mira, esto es nuevo”. Sin embargo, ya sucedió en otros tiempos, mucho antes de nosotros». Son palabras del Eclesiastés, un libro bíblico escrito hace 2.300 años. La sofisticación tecnológica de la sociedad en la que vivimos nos lleva a creer que somos especiales, pero la realidad es que estamos sujetos a las mismas necesidades básicas que nuestros antepasados más lejanos: nutrirnos, dormir, cobijarnos, reproducirnos. Necesidades que no hemos sido capaces de cubrir para el conjunto de seres humanos, a pesar de que acabamos de enviar al espacio un telescopio que mostrará cómo eran las primeras estrellas y galaxias del universo, hace más de 13.000 millones de años. La existencia de nuestro género, Homo, ocupa una fracción insignificante de este tiempo: su más antiguo representante conocido data de hace unos tres millones de años. En el caso de Europa, la especie humana más antigua identificada en el continente, Homo antecessor, vivió en Atapuerca hace casi un millón de años. Sus restos fósiles nos indican que competía por los recursos disponibles, y que el resultado de esa competencia podía tener un final violento (y bastante perturbador, como cuenta nuestro artículo). Pero ¿qué dirán los arqueólogos del futuro –si los hay, o vengan de donde vengan– cuando contemplen los restos de nuestra civilización dentro de otro millón de años? ¿Hablarán de la lucha por los recursos disponibles? Nada hay nuevo bajo el sol...

Este artículo pertenece al número 218 de la revista Historia National Geographic.