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Feliz Navidad, soldado inglés! ¡Sal, soldado inglés, ven con nosotros!”. Esperamos un rato cautelosamente y ni siquiera contestamos. Los oficiales, que temían una trampa, ordenaron a los hombres que guardaran silencio, pero uno podía oírlos responder al saludo navideño del enemigo a lo largo de toda la línea. ¿Cómo nos hubiéramos podido resistir a desearles una feliz Navidad, aunque al cabo de un momento quizá nos estrangulásemos? De manera que empezamos a hablar con los alemanes mientras teníamos las manos preparadas sobre los fusiles. Sangre y paz, enemistad y fraternidad: la paradoja más asombrosa de la guerra. La noche dio paso al amanecer, una noche más llevadera por los cánticos de las trincheras alemanas, el son de los flautines y las risas y los villancicos de nuestras propias líneas. No se disparó un solo tiro». El soldado británico Frederick Heath describió así, en una carta enviada a su casa, los sentimientos contradictorios que, en diciembre de 1914, embargaron a los combatientes en las trincheras de Bélgica durante la tregua espontánea de Navidad, que recordamos en nuestra revista. Por unas horas, las armas callaron y los soldados de ambos bandos confraternizaron ante la mirada desaprobadora de sus mandos. Sobre la tierra helada, en el aire frío, se deslizó algo de calidez, algo de humanidad. Stille Nacht! Heilige Nacht! «Noche de paz, noche de amor»… La melodía que flotó en la tierra de nadie y anegó tantos corazones con la añoranza del hogar sigue reconfortándonos cien años después, invitándonos –¿por qué no decirlo, no afirmarlo?– a la bondad. Felices fiestas, de todo corazón.
Este artículo pertenece al número 217 de la revista Historia National Geographic.