Editorial del Número 215 de Historia National Geographic

Hace casi un siglo que el escritor británico Robert Graves publicó los dos libros que mayor influencia han tenido en generaciones de lectores (y de telespectadores, después de su mítica adaptación a la pequeña pantalla por la BBC en 1976) a la hora de imaginar la vida de la primera familia imperial de Roma, los Julio-Claudios. Crímenes, conspiraciones, ambiciones, locura y desórdenes sexuales desfilan por las páginas de Yo, Claudio y su continuación Claudio el dios y su esposa Mesalina, dos novelas magníficas que beben en las fuentes clásicas y en las que el emperador Claudio narra su propia vida. Son dos relatos de extraordinaria verosimilitud, que no es lo mismo que veracidad. No son un ensayo histórico. Graves construye sus personajes como el escritor que es, y su Claudio es un prorrepublicano de corazón (algo pero que muy incierto) que esconde su inteligencia (¿lo hizo?) para pasar desapercibido y sobrevivir en la corte del depravado Calígula. Su esposa Mesalina es calculadora (posiblemente), conspiradora (puede) y una mujer de sexualidad tan desbordante que actúa como la más avezada prostituta (lo que es mucho más que discutible). Mesalina pagó su cercanía al poder, y quizá su intento de ocuparlo, con su asesinato y convertida en una mujer depravada para la historia. No fue la única. Agripina la Menor, la segunda esposa de Claudio (a quien se dice que envenenó) y madre de Nerón, quiso desempeñar un papel político que se negaba a las mujeres en Roma. También fue asesinada (por su propio hijo), y el retrato que de ella tenemos incluye rumores de incesto por partida doble, con su hermano Calígula y con su hijo Nerón. La historia de los Julio-Claudios es tan fascinante como reveladora de la misoginia que caracterizó el mundo antiguo y que ha pasado a formar parte de nuestra mirada sobre él.

Este artículo pertenece al número 215 de la revista Historia National Geographic.