Editorial del Número 201 de Historia National Geographic

No parecía gran cosa para detener a ochenta mil enemigos, pero algo era, y lo primero que ordenó el rey espartano Leónidas fue reconstruir aquella pared, algo que posiblemente hicieron los ilotas o siervos que sus trescientos hombres habían traído consigo. Junto a ellos habían acudido a las Termópilas casi siete mil griegos más —focenses, tebanos, corintios…— pero el día de la verdad, el día en que los enemigos sobrepasaron el muro, sólo los tespieos murieron junto con los espartanos en un último episodio de resistencia a ultranza, que terminó en un sacrificio heroico.

Hoy, por el desfiladero a cuyos pies rugían las olas pasa la carretera que une Atenas y Tesalónica, y aquel camino angosto se ha convertido en una ancha meseta después de que los terremotos y los aluviones depositados por el río Esperqueo transformaran el paisaje y empujaran el mar unos cuatro kilómetros más al norte. Pero el viajero que ame la historia puede detenerse en un aparcamiento y andar ciento cincuenta metros hasta la elevación donde se levanta un memorial (más bien desolado) presidido por una gran estatua en bronce de Leónidas; no lejos, otro monumento recuerda a los tespieos.

Aquí estaba, según se cree, el montículo donde todos ellos perecieron a flechazos, ya que sus enemigos prefirieron no acercárseles, por si acaso. Y quizás, haciendo abstracción de los turistas que se detienen un minuto para hacerse una selfie y de los comentarios de visitantes desilusionados, puede uno cerrar los ojos, esperar que acuda a sus oídos el antiguo bramido de las olas, evocar los escudos que caen inexorablemente bajo los proyectiles enemigos y honrar así el valor de aquellos hombres que lucharon sin esperanza y sin miedo. No como signo de una concepción militarista de la vida, sino como reconocimiento al coraje cívico, al compromiso libremente asumido con su pueblo y que mantuvieron con impávida dignidad hasta el final.

Este artículo pertenece al número 200 de la revista Historia National Geographic.