El área mesoamericana (la vasta región histórica formada por México y América Central) se caracteriza por un exuberante ecosistema en el que abundan todo tipo de hongos y plantas con propiedades psicotrópicas o alucinógenas, susceptibles de usarse como drogas. Cuando a finales del siglo XIX se demostraron científicamente las propiedades de la mescalina, la psilocibina o el ácido lisérgico, se observó que una gran parte de los vegetales que contenían estas sustancias se concentran en esa región. Por ejemplo, de las 230 variedades conocidas con los principios activos psilocibina y psilocina, 54 son originarias de México.
Desde tiempos remotos, los pueblos de la región tuvieron un gran conocimiento de esta clase de hierbas y raíces. Muchas les interesaban por su utilidad terapéutica; por ejemplo, la raíz de tlacopópotl se usaba para aliviar la tos, y el toloache, como un potente analgésico. Pero las culturas mesoamericanas no consideraban las plantas psicotrópicas como simples fármacos. Según su mitología, eran un regalo de los dioses para que los hombres pudieran ponerse en contacto con ellos. Su ingestión permitía comunicarse con la divinidad en rituales públicos o privados, dirigidos por curanderos, chamanes o sacerdotes que actuaban como intermediarios entre el mundo terrenal y espiritual. La finalidad de los ritos podía ser sanar a un enfermo, pero también conseguir una buena cosecha, propiciar la lluvia –moderada o abundante, según correspondiera– o adivinar la suerte en la batalla.
Volverse invencible
Entre las plantas más utilizadas por los pueblos mesoamericanos se encuentra el peyote, un cactus que crece en zonas desérticas de Mesoamérica. Carente de espinas, atesora más de sesenta alcaloides, entre ellos la mescalina, que tras su ingesta provocan coloridas alucinaciones y sensación de ingravidez. Este hongo normalmente se masticaba, aunque a veces se bebía en infusión. El franciscano Bernardino de Sahagún escribió que se utilizaba como estimulante para «dar ánimo para pelear y no tener miedo ni sed ni hambre, y dicen que los guarda de todo peligro». Los pueblos chichimecas del norte de México lo consumían en una ceremonia que se conoce como mitote. Un especialista recogía el peyote y lo colocaba en el centro de un patio o plaza. Los participantes bailaban alrededor y lo iban consumiendo hasta entrar en trance, al tiempo que hacían una petición colectiva para obtener una cosecha abundante y lluvias para la comunidad, además de peticiones personales.
El hongo sagrado de los aztecas era el teonanácatl, la «carne de los dioses». De textura compacta y sabor amargo, se comía con miel. Al ingerirlo, el chamán experimentaba alucinaciones visuales y auditivas que lo sumergían en un estado onírico. Otra planta muy apreciada por los indígenas era el ololiuhqui, una enredadera reconocible por sus flores blancas acampanadas. Sus semillas, que contienen un alcaloide muy semejante al LSD, se consumían con fines adivinatorios y curativos, como analgésico o para tratar la sífilis. Los enfermos las recogían y las daban a una mujer virgen para que las moliera. Después, el chamán diluía la sustancia en agua y se la daba al paciente, quien entraba en trance y respondía a sus preguntas.

Códice Magliabechiano
Esta página del Códice Magliabechiano, realizado en el siglo XVI, muestra, abajo a la derecha, al dios Mictlantecuhtli, el señor del Inframundo, posando su mano sobre un chamán que come hongos alucinógenos.
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Las plantas divinas se usaban igualmente en ceremonias públicas organizadas por los príncipes. En las coronaciones de los tlatoque, los soberanos aztecas, fiestas que duraban cuatro días, los invitados entraban en trance después de comer teonanácatl. Según un cronista indígena, durante la coronación de Tizoc, en 1481, «dieron a los convidados hongos montesinos [silvestres] a comer, con que se embriagan y luego comienzan el canto en muy alto punto, que retumbaba la gran plaza. Después de un rato les tornan a dar a comer de los hongos que, comiendo dos o tres de aquéllos, mojados en una poca miel, quedan tan borrachos que no saben de sí».
En la coronación de Moctezuma, en 1502, sucedió algo parecido, según relata el dominico Diego Durán. Tras realizar sacrificios humanos que dejaron las gradas del Templo Mayor bañadas de sangre, «todos comieron hongos crudos, con los que salían todos de juicio y quedaban tan embriagados que veían visiones y tenían revelaciones de lo porvenir, hablándoles el demonio en aquella embriaguez».
Enemas y ungüentos
Como las drogas actuales, las plantas psicoactivas de los amerindios tenían efectos secundarios poco agradables, pues la mayoría de las veces el éxtasis llegaba precedido de náuseas y vómitos. Por ello se buscaron formas alternativas de consumirlas. Una de ellas fue administrarlas por el recto, en forma de enema. Aunque esta práctica tuvo gran difusión por toda América, arraigó especialmente entre los mayas, quienes nos han dejado numerosas representaciones gráficas al respecto. El enema consistía en una infusión de peyote, tabaco o cualquier otra planta alucinógena, que a menudo se potenciaba añadiendo pulque u otra bebida alcohólica. El líquido se depositaba en una bolsa hecha con una vejiga animal o hule, o bien en un recipiente de calabaza o de arcilla, y se aplicaba con una boquilla hueca, hecha con el fémur de diferentes animales o con cañas. En una ceremonia ante Chac, dios de la lluvia, el sacerdote se aplicaba el enema y alcanzaba la intoxicación ceremonial para comunicarse con la divinidad y rogarle su clemencia. A esto seguía el vómito del sacerdote, que se consideraba augurio de la lluvia, ya que ésta era vista como el vómito divino de Chac.

Figurilla maya
Un hombre se aplica un enema ritual. Figurilla maya. 600-900. Museo de Arte del Condado de Los Ángeles.
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Las sustancias psicotrópicas también se aplicaban a modo de ungüentos. Durán cuenta que los sacerdotes aztecas, «para perder todo temor y cobrar gran ánimo, se embijaban [se embadurnaban] con un betún que llamaban teotlacualli, que quiere decir comida divina, hecha de sabandijas ponzoñosas, picietl, ololiuhqui y unos gusanos peludos. Todo esto amasaban y, embijados con ella, era imposible dejar de volverse brujos o demonios, perdían todo temor, mataban los hombres en los sacrificios con grandísima osadía, iban de noche y solos, así embijados, a los montes, a las cuevas oscuras, a las quebradas sombrías y temerosas sin temor de que nada les hiciese mal, llevando como por amparo la comida divina con que iban untados». Según el mismo autor, además de drogas de origen vegetal, los sacerdotes utilizaban sustancias de origen animal, en particular la que segregan ciertos sapos americanos, con propiedades psicoactivas.
La actitud de la Iglesia
Tras la conquista española, la Iglesia católica prohibió el uso de plantas alucinógenas, considerándolo como una práctica idolátrica. La medida tuvo poco éxito y las poblaciones locales siguieron recurriendo a su saber ancestral en materia de hongos y plantas medicinales. Algunos clérigos trataron de usar esa costumbre en beneficio de la Iglesia. Así, los sacerdotes de la iglesia de Chignahuapan, en el actual estado de Puebla, cogieron un hongo de gran tamaño en el que dibujaron la figura de Cristo y lo dejaron en un camino transitado donde un indio lo recogió. El hongo pronto tuvo fama de milagroso y los sacerdotes convencieron a los indígenas para que el hongo se venerara en la iglesia. Esta iglesia recibe el nombre de Nuestro Señor del Honguito.
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Peyote
Peyote. Ilustración en color realizada por Walter Fitch. 1847.
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El sagrado peyote
Para los indígenas de las regiones desérticas mexicanas, el peyote sigue siendo un vehículo para sanar el alma y limpiar el espíritu. Cada año peregrinan al desierto de Wirikuta en busca de este hongo sagrado, que antaño les sirvió de alimento y medicina.
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Las plantas del paraíso de Teotihuacán
El mural reproducido en la imagen que abre este artículo, realizado hacia el año 500 d.C. para decorar un palacio de Teotihuacán, representa el Tlalocan, el paraíso de ultratumba que el dios de la lluvia y el agua Tlaloc destinaba a los bienaventurados. En él vemos el cerro del mantenimiento, de donde proceden el agua y las semillas primordiales que han alimentado al hombre. Los muertos resucitan a una vida plácida en la que cantan, bailan, nadan y se entregan a los placeres. En esa abundancia no faltan las «plantas sagradas», flores psicotrópicas como el floripondio, el toloache o el ololiuhqui, cuyas semillas fueron muy utilizadas en el ceremonial azteca. También se observan algunas plantas que parecen adormideras, pertenecientes a algún tipo de papaveráceas.
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El éxtasis del dios Xochipilli
Esta hermosa escultura, hecha en andesita en el siglo XVI, fue hallada en Tlalmanalco, cerca del volcán Popocatépetl, a mediados del siglo XIX. Representa al dios azteca Xochipilli, señor de las flores, la música, el amor y el canto. Como dios del placer y la fertilidad está adornado con plantas, mariposas y símbolos solares que aluden a su pertenencia al inframundo. Los investigadores han constatado que las flores y los hongos que adornan al dios corresponden a plantas psicoactivas usadas en los rituales aztecas para comunicarse con los dioses. Además, se cree que la expresión del dios refleja un estado de relajación y éxtasis.
Este artículo pertenece al número 232 de la revista Historia National Geographic.