Morir, dormir. Dormir, tal vez soñar», escribió Shakespeare, y ¿cómo contradecirlo? Cuando uno está inmerso en el sueño se encuentra en un estado muy similar a la muerte. Un estado de momentánea inconsciencia, como si la vida estuviera suspendida. Los griegos, viendo el parecido entre el sueño y la muerte, crearon a los dioses Hypnos (sueño) y Thanatos (muerte), que eran hermanos gemelos.
Este parecido también era evidente para los egipcios, que llamaban al muerto «el durmiente», y usaban la metáfora «el que tiene el corazón cansado» para referirse a un difunto. Dada la similitud entre el sueño y la muerte, los egipcios creían que, igual que nos despertamos del sueño, también nos despertaríamos de la muerte para vivir otra vida en el más allá del dios Osiris. El despertar se convierte, así, en una metáfora del renacimiento, y el sueño, en una imagen de la muerte.
Lo que revelan los sueños
Los egipcios también prestaban atención a los sueños que se tienen al dormir. Los llamaban reset, es decir, «despertar», del verbo res, «estar despierto». En la mentalidad de los antiguos egipcios, a través de los sueños la persona «se despertaba» en otra realidad, en un mundo sobrenatural en el que se podrían vivir los acontecimientos como si fueran reales. Esto los llevaba a creer que las visiones oníricas debían ser interpretadas al despertar, porque permitían conocer los acontecimientos futuros. El Papiro Insinger dice: «Dios creó los sueños para mostrar el camino a los que sueñan cuando sus ojos están en la oscuridad».
Por boca de los dioses o de los familiares difuntos, durante los sueños podían llegar sabios consejos o revelarse verdades ocultas, como le sucedió al faraón Sesostris I. Conocemos su sueño gracias al texto literario que hizo escribir el propio Sesostris, llamado Las enseñanzas de Amenemhat I a su hijo Sesostris. Una noche, su difunto padre se le apareció en sueños, revelándole con amargura que había sido asesinado a raíz de una conspiración nacida en su harén. Los traidores, pues, vivían en palacio, y el rey se lamenta así: «Aquel que comió mis alimentos se sublevó, aquel a quien di mi mano se aprovechó de ello para causar el miedo». El faraón difunto narra la emboscada: «Era después de cenar y había llegado la noche; me tomé una hora de descanso, acostado en mi cama. Estaba cansado y mi mente se dejó llevar por el sueño». El rey dormía y estaba indefenso; unos hombres armados entraron en su habitación y lo mataron. El viejo rey se justifica así con su hijo: «No hay ningún valiente de noche, no hay nadie que luche solo».
Otro sueño que se hizo famoso fue el que tuvo Tutmosis IV en su juventud, cuando era un simple príncipe que no estaba destinado a reinar. Un día, después de divertirse cazando leones y gacelas, se sintió tan agotado que fue a descansar a la sombra de la Esfinge de Gizeh. Tras quedarse dormido se le apareció en sueños el dios Re-Horakhty, quien, hablándole como un padre, le reveló que muy pronto subiría al trono y a la vez le pidió que lo liberase de la arena: «¡Mira el estado en que me encuentro y lo dolorido que se halla mi cuerpo! Avanza sobre mí la arena del desierto…». El faraón mandó desenterrar el monumento de la arena, grabó su sueño en una estela –la llamada Estela del Sueño– y la colocó entre las patas de la Esfinge como eterno recuerdo de su encuentro con el dios. La profecía de Re se cumplió y Tutmosis IV subió al trono de Egipto.

Amuleto con representación de la diosa hipopótamo Taueret. MET, Nueva York.
Foto. MET / Album
Magia protectora del sueño
El momento del sueño era considerado muy peligroso porque el durmiente se hallaba inerte como un muerto y podía ser visitado por pesadillas, espíritus malignos o delincuentes de carne y hueso. Por eso, cuando alguien dormía era necesario que se protegiese mediante amuletos que velaran por él y por sus sueños. Para salvaguardar a los niños se escribían fórmulas mágicas en trozos de papiro que se enrollaban y se metían en estuches de piel o madera que llevaban colgados del cuello. Los egiptólogos los llaman «Decretos-amuletos oraculares para la protección de los niños», y se usaron sobre todo entre las dinastías XXII y XXIII (siglos X-VII a.C.). Estos amuletos debían proteger a los niños de enfermedades y de cualquier incidente, pero también de las pesadillas. En el Museo Egipcio de Turín hay uno que dice: «Volveremos buenos todos los sueños que ha tenido. Volveremos buenos todos los sueños que tenga».
Cuando alguien dormía debía protegerse con amuletos que velaran por él y por sus sueños
Otro aspecto curioso relacionado con el sueño son los reposacabezas que se colocaban en la cabecera de camas o ataúdes. Su forma varía poco, y se compone de tres partes: una base, un pedestal vertical encajado encima y una parte superior en forma de media luna para sostener la cabeza.
Extrañas almohadas
Cuesta creer que este curioso objeto sirviera para dormir y se utilizara como nuestra almohada. Sin embargo, cabe señalar que los reposacabezas que vemos en los museos suelen ser funerarios y, por tanto, al no estar destinados a un uso doméstico, son muy altos y casi siempre están hechos de piedra. En cambio, los que los egipcios usaban a diario eran de madera y más bajos, y podían estar acolchados con suaves telas de lino. En los países donde el clima es muy caluroso este objeto resulta sumamente útil, sino indispensable, ya que permite una mayor ventilación de la cabeza durante el sueño, dando al durmiente una agradable sensación de frescor. Además, los egipcios dormían tumbados en el suelo sobre una estera y de ese modo evitaban apoyar la cabeza directamente en el suelo.
Por otra parte, el reposacabezas cumplía la misma función que un amuleto. Al colocarse bajo la cabeza del difunto debía protegerlo de los peligros de la muerte. El reposacabezas se llamaba wres, que significa «vigilia», lo que se corresponde con su uso mágico: debía vigilar y proteger el sueño de los muertos, así como el de los durmientes, de los malos espíritus y de las pesadillas. El conjuro 166 del Libro de los muertos decía que durante el viaje al más allá el difunto debía llevar un reposacabezas a modo de amuleto para impedir que sus enemigos lo decapitaran y lograr así que el cuerpo llegara íntegro a su destino.
Algunos reposacabezas están decorados con imágenes de divinidades que actuaban a modo de conjuro, como las diosas Isis y Neftis, las dos compañeras protectoras del dios Osiris, al que se asimilaba el muerto-durmiente. También se pueden encontrar imágenes del dios Bes, un dios enano deforme con plumas en la cabeza que enseña la lengua, cuya fealdad tenía el poder de ahuyentar todo lo negativo, incluso los malos sueños. Algunos reposacabezas del Reino Nuevo van acompañados de textos jeroglíficos de buena suerte. En uno leemos: «Un buen sueño y la nariz llena de alegría»; en otro: «Que pase una buena noche», o «un buen sueño bajo la protección de Amón». Era como si el reposacabezas deseara buenas noches a su propietario.
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José interpreta el sueño del faraón. Grabado. 1860.
Foto: AKG / Album
Sueño del faraón
En el libro bíblico del Génesis, el faraón cuenta que ha soñado con siete vacas flacas que devoran a siete vacas gordas, y después siete espigas de trigo «abrasadas por el viento del este» que devoran siete espigas de trigo maduras. El judío José se encargará de interpretarlo.
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Una pesadilla en la carta a un muerto
Las pesadillas o «malos» sueños asustaban a los antiguos egipcios, que temían que mientras dormían los visitaran espíritus malvados o demonios. La pesadilla más antigua de la que tenemos constancia se remonta a 4.000 años atrás. Se encuentra en la carta que, en tiempos de la dinastía X, un tal Heni colocó en la tumba de su padre para solicitar su ayuda. En la misiva, Heni le explica a su padre que lo perseguía un terrible sueño recurrente en el que lo atormentaba un sirviente suyo, ya fallecido, llamado Seni. Escribir cartas a los familiares difuntos era una práctica bastante común en Egipto. Podían escribirse en platos o en copas repletos de ofrendas que se colocaban en la capilla funeraria para que el alma del difunto pudiera leer la carta mientras se alimentaba.
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Camas de diseño egipcio
En el Museo Egipcio de Turín se exponen dos lechos funerarios procedentes de la tumba de Kha, arquitecto real en Deir el-Medina, y de su esposa Merit. La imagen junto a estas líneas muestra la cama de Kha. Está formada por una estructura de madera y un armazón de cuerdas vegetales, y se sostiene sobre patas con forma de zarpas de león. Lo que a primera vista parece el cabecero de la cama se encuentra en realidad en la parte donde se ponían los pies, mientras que la cabeza se apoyaba sobre el reposacabezas, en el extremo opuesto. La cama de Merit incluye sábanas, una colcha con flecos y un reposacabezas acolchado.
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En esta magnífica pieza de marfil, procedente del ajuar funerario de Tutankhamón, el dios Shu sostiene con sus brazos la bóveda celeste que sirve de reposacabezas. Al apoyarse en éste, la cabeza del faraón se convertía en el Sol. Los leones a ambos lados representan los dos horizontes, el del este y el del oeste. Museo Egipcio, El Cairo.
Foto: White Images / Scala, Firenze
El sol y el horizonte
El reposacabezas del antiguo Egipto tiene una forma que recuerda al jeroglífico akhet, que significa «horizonte». En él se representa el momento en que el Sol sale por el horizonte entre dos montañas, lo que se entendía como un símbolo del renacimiento y de la vida. Cuando la persona muerta o dormida apoyaba la cabeza en un reposacabezas era como si se convirtiera en el Sol que nacía a una nueva vida entre las montañas.
Este artículo pertenece al número 212 de la revista Historia National Geographic.