Grandes descubrimientos

Dandan Oilik, la ciudad perdida de la Ruta de la Seda

En 1896, el explorador sueco Sven Hedin localizó un santuario budista oculto durante mil años bajo la arena del desierto chino

Templo budista

Templo budista

Templo budista de Dandan Oilik, excavado por Aurel Stein a partir de 1900.

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El 14 de enero de 1896, una pequeña caravana dejaba a sus espaldas la ciudad-oasis de Jotán, en el oeste de China, célebre hito de la Ruta de la Seda que en el siglo XIII visitó Marco Polo. Cuatro hombres marchaban tirando de las riendas de las acémilas, cargados tan sólo con lo imprescindible y con provisiones para 50 días. Un quinto iba al frente de ellos encaramado en la joroba de su formidable camello: Sven Anders Hedin.

Este explorador sueco, apodado «el Stanley de los desiertos asiáticos centrales», ocupa un puesto de honor en el panteón de los aventureros ilustres. El principal propósito de sus viajes fue cartografiar lo más recóndito e ignoto de la Tierra, pero, como hombre culto e ilustrado que era –había estudiado geología, física, zoología, paleontología y geografía, amén de hablar varios idiomas–, si en mitad de un periplo tenía noticia de algún yacimiento o monumento de interés histórico, no dudaba en desviarse de su objetivo principal e investigar el lugar.

Sven Hedin

Sven Hedin

El explorador Sven Hedin localizó Dandan Oilik en 1896. Fotografía hecha hacia 1903.

AKG / Album

Ciudad en el desierto

Eso fue lo que sucedió durante el itinerario que, a través del desierto de Gobi, debía llevarlo hasta el sistema lacustre chino de Lop-Nor. Al llegar a Jotán oyó hablar a dos habitantes de la zona de una misteriosa ciudad sepultada por las arenas. De inmediato los contrató como guías para que le condujeran hasta aquellas ruinas, a las que se referían con el mismo nombre del desierto en el que se encontraban: Taklamakán.

Durante varios días, Hedin y sus compañeros remontaron la orilla izquierda del Yurun-kash hasta cruzarlo a través de un vado congelado que les condujo al villorrio de Tavek-kel, el último lugar habitado antes de penetrar en el Taklamakán, el segundo océano de dunas móviles más grande del planeta. 

 

Cronología

Centro budista

Siglo VI-VIII

Período de esplendor del santuario de Dandan Oilik, en la Ruta de la Seda.

1896

Sven Hedin descubre las ruinas de la ciudad caravanera, que él llamó Taklamakán.

1898

Hedin publica el libro en el que revela a Occidente este asentamiento ignoto del desierto.

1900

Aurel Stein emprende la primera excavación del yacimiento.

A partir de ahí, su avance se tornó tan lento como arduo. Únicamente podían dedicar seis horas al día al penoso sorteo de las montañas de arena, tirando de las bridas de las renuentes bestias de carga. A la conclusión de cada jornada, mientras sus hombres cavaban un pozo en el que aplacar la sed y encendían una hoguera para resistir las gélidas temperaturas, que descendían a 22º bajo cero, Hedin escribía en su diario de campo las notas que, a la postre, sirvieron para redactar los dos libros en los que relataría su aventura: A través de Asia (1898) y Mi vida como explorador (1926). 

Sven Hedin

Sven Hedin

Sven Hedin junto a un camello bactriano durante una de sus expediciones por Asia, hacia 1900.

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La tarde del 23 de enero alcanzaron una depresión en la que hallaron un köttek, el término local que designaba un bosque muerto de «troncos bajos, tocones grises y ramas retorcidas como sacacorchos, a las que la sequía había tornado quebradizas como el cristal». Buen conocedor de la geografía, Hedin constató que debían de hallarse en el antiguo cauce del Keriya-daria, que antaño constituyó un fértil vergel donde era posible la vida. Sus guías le informaron de que en las proximidades se hallaban las ruinas que estaban buscando. Y, en efecto, varios fragmentos dispersos de cerámica les indicaron que habían llegado a su destino.

Al día siguiente, los miembros de la expedición exploraron la zona provistos de palas y hachas. De todos los yacimientos que había visto en sus andanzas por Asia, ninguno se parecía a lo que allí contemplaron. Aquel asentamiento no se había levantado con piedras y ladrillos de adobe, sino con troncos de álamo; de ahí que también se lo conociese como Dandan-Oilik, «Casas de Marfil», en alusión al color blanco de la madera de los chopos que aquí y allá emergían de la tierra. 

Mapa de ubicación

Mapa de ubicación

Conforme iba avanzando, Hedin vio la traza de edificios de forma cuadrada u oblonga, con el interior compartimentado en varios habitáculos. Permanecían en pie postes que alcanzaban los tres metros de altura y que antaño sostuvieron la techumbre de las casas o incluso un segundo piso. Había cientos de este tipo de viviendas, que cubrían un área estimada de unos cuatro kilómetros cuadrados, pero era imposible levantar un plano de la población –ni siquiera esquemático– porque miles de toneladas de arena ocultaban cualquier rastro de calles o plazas, arrojando tan sólo la imagen de una desordenada acumulación de vigas que descollaban en las vaguadas de las dunas.

Hedin comprendió que carecía de medios para investigar más aquel yacimiento: «Excavar en la arena seca es un trabajo desesperante –escribió–; tan pronto como se retira, vuelve a rellenar el agujero. Cada duna debe ser enteramente retirada antes de que revele los secretos que oculta, pero esta tarea supera el esfuerzo humano». 

Pinturas y relieves

A pesar de todo, lo que lograron sacar a la luz le sirvió para formarse una idea del carácter general de aquel antiguo enclave caravanero, al que Hedin se refirió como una «ciudad maldecida por Dios, una segunda Sodoma en el desierto» y cuya antigüedad estimó en dos milenios. Destacaban, por encima de todos los hallazgos, las refinadísimas pinturas de estética indopersa que aún decoraban el interior de algunos edificios, que Hedin identificó como templos budistas por su destacada ubicación y su mayor tamaño. Dado que las pinturas se descascarillaban al menor contacto, el explorador sueco sólo pudo medirlas y copiarlas en su cuaderno. En cambio, otros objetos, como esculturas y relieves de estuco «y otras muchas reliquias, fueron envueltas cuidadosamente y empaquetadas en mis cajas, tomando en mi diario la mayor cantidad de notas posibles acerca de su localización en la antigua ciudad». 

Dos jinetes

Dos jinetes

Dos jinetes en un panel de madera pintada de Dandan Oilik. Siglo VI d.C.

British Museum / Scala, Firenze

Dandan Oilik había sido iluminada para Occidente en tan sólo una jornada de exploración. Para Hedin «fue suficiente haber hecho un descubrimiento importante y haber así ganado al corazón del desierto un nuevo campo para la arqueología». A la mañana siguiente abandonó el lugar para sumergirse de nuevo en el mar de arena.

Refinadas pinturas de estética indo-persa decoraban aún algunas casas

En 1898, Hedin reveló su descubrimiento en la crónica de sus viajes A través de Asia, y tan sólo dos años después el explorador británico Aurel Stein excavó
el lugar por primera vez. Al frente de 30 operarios desenterró más casas y templos, en los que halló numerosas pinturas y esculturas, algunas de las cuales transportó al Museo Británico de Londres. También localizó numerosos manuscritos en escritura brahmi, de inestimable valor por la gran cantidad de información que aportaban sobre la vida cotidiana del antiguo enclave caravanero.

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Un próspero oasis 

Dandan Oilik fue un enclave de la Ruta de la Seda en el desierto de Taklamakán, en el extremo occidental de China, que floreció a partir del siglo VI d.C. En el yacimiento se han hallado restos de templos, jardines, avenidas de álamos o árboles frutales, vestigios de su prosperidad antes de que el lugar fuera abandonado en el siglo VIII tras un período de grandes inundaciones y de sequía.

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El dios hindú Ganesh

El dios hindú Ganesh

Representación del dios hindú Ganesh hallada en Dandan Oilik. Siglos VII-VIII d.C.

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Olas en el desierto

Las numerosas pinturas halladas en Dandan Oilik, fechadas entre el siglo VI y el VIII, son en su mayoría de temática sacra y budista. Hedin alabó la maestría de su ejecución y la elegancia de las figuras. Le llamó la atención la semejanza de los vestidos con los que él mismo había contemplado en las riberas del Indo o en Persia en el siglo XIX. Aunque también halló motivos más profanos, como animales de compañía o flores de loto, lo que más le sorprendió fue contemplar representaciones de embarcaciones navegando entre las olas, «una imagen extrañamente impresionante en el corazón del árido desierto».

 

 Este artículo pertenece al número 232 de la revista Historia National Geographic.