Marco Antonio y Cleopatra, dos nombres unidos de forma inseparable en el romance más célebre de la historia. Aunque se conocían previamente, su relación personal empezó realmente tras la derrota y muerte de Bruto y Casio, los asesinos de César, en Filipos (42 a.C.). Los vencedores, Octavio y Antonio, aliados forzosos y al mismo tiempo rivales por la herencia política de César, se repartieron el Mediterráneo en esferas de influencia. Mientras Octavio administraba Italia y otros territorios de la parte occidental, Antonio se encargó de reorganizar los dominios orientales de la República romana.

Militar de prestigio
Militar de prestigio
Busto de Marco Antonio, lugarteniente de César y triunviro de la República romana entre 43 y 32 a.C. Museos Vaticanos.
Oronoz / Album
En esa región había varios reinos vasallos que dependían de Roma. El más importante por prestigio, población y riquezas era Egipto. En él reinaba Cleopatra, que unos años antes se había hecho con el mando indiscutible del país tras deshacerse de su hermano gracias a la ayuda de Julio César. En lugar de visitar a Cleopatra en Egipto, Antonio la convocó a la ciudad de Tarso, en Anatolia. Tras ciertos roces, se entendieron bien y no tardaron en convertirse en amantes, sin que fuera obstáculo para ello que Marco Antonio se casara al año siguiente con Octavia, la hermana de Octavio. Con algunos períodos de separación, los destinos del general romano y la reina egipcia quedaron unidos hasta la trágica muerte de ambos en 30 a.C. en Alejandría, donde Octavio los había cercado tras la batalla de Actium.

La diosa y la reina
La diosa y la reina
Santuario de Isis en el templo de esta diosa en la isla de File, cerca de Asuán. Como reina de Egipto, Cleopatra se identificaba con la diosa Isis.
Neil Farrin / AWL Images
Una relación mal vista
Antonio era hombre de intensas pasiones, aficionado al ejercicio físico, pero también a las fiestas y a relacionarse con mujeres a las que sus contemporáneos despreciaban, a unas por su vida disoluta, como la actriz Citeris, y a otras por sus ambiciones políticas y sus deseos de participar en un mundo reservado a los hombres, como Fulvia, la primera esposa legítima de Antonio y madre de dos de sus hijos. Cuando la relación entre Antonio y Octavio se rompió del todo, la explicación de sus adversarios fue que había vuelto a caer en las redes de otra mujer ambiciosa. En este caso, la «pérfida Cleopatra».

Octavia la Menor
Octavia la Menor, hermana de Octavio y esposa de Antonio. Camafeo. Biblioteca Nacional, París.
BPK / Scala, Firenze
En una sociedad tan machista como la grecorromana, no se concebía que un noble que había desempeñado las más altas magistraturas se relacionara en un plano casi de igualdad con una mujer que, para colmo, era extranjera. Se decía que Cleopatra, experta en botánica y farmacología, lo había hechizado. Era como si Antonio, escribía Plutarco, «no estuviera bien de la cabeza, sino bajo la influencia de algún tipo de brebaje o embrujo, para que estuviera obligado a estar siempre con ella, la buscara ansiosamente y siempre estuviera más preocupado por acudir a su lado antes que ocuparse de derrotar a los enemigos».
Cronología
Dos destinos trágicos
41 a.C.
Marco Antonio se entrevista con Cleopatra en Tarso (Anatolia), preámbulo de su relación amorosa.
40 a.C.
Antonio vuelve a Roma y se casa con Octavia, hermana de Octavio, su colega de triunvirato junto con Lépido.
32 a.C.
Antonio se divorcia de Octavia. Las tensiones con Octavio van en aumento y ambos se preparan para la guerra.
31 a.C.
Tras su derrota frente a Octavio en la batalla de Actium, Cleopatra y Antonio huyen a Alejandría.
30 a.C.
Marco Antonio y Cleopatra se suicidan en Alejandría con días de diferencia. Octavio conquista Egipto.

Moneda
Moneda que conmemora la victoria de Octavio en Egipto. El cocodrilo era un emblema de Antonio.
Album
Los adversarios de la pareja presentaban a Cleopatra como una femme fatale; de hecho, en sus Odas, el poeta Horacio la llama fatale monstrum. Para mantener a Antonio enganchado a esta relación tóxica, ella habría recurrido a todo tipo de arteras maniobras de seducción. Así, Plutarco recoge que cuando Cleopatra sospechó que el triunviro podía volver a Roma con su esposa Octavia, empezó a fingir «estar muy enamorada de Antonio. Adelgazó su cuerpo con una dieta estricta […]. Se las arreglaba para que la vieran llorando muy a menudo, pero enseguida se secaba las lágrimas y se escondía como si no quisiera que él se diera cuenta».

Pérfida y calculadora
Pérfida y calculadora
En este óleo de 1887, John W. Waterhouse evoca la propaganda romana, que presentaba a la reina como una manipuladora.
Bridgeman / ACI
Política y pasión
Se acusó a Antonio de descuidar sus deberes como general debido a su obsesión por Cleopatra. Sus oponentes achacaron el fracaso de la campaña militar contra los partos (36 a.C.), dueños de un enorme imperio en lo que hoy son Irán e Irak, al modo en que Antonio había precipitado las operaciones bélicas únicamente para regresar con Cleopatra en el menor tiempo posible.
También ella habría sido la causa de su vergonzosa huida en la batalla de Actium (31 a.C.), donde abandonó al grueso de la flota que combatía contra Octavio solo para seguir a las naves egipcias en las que huía la reina. «En cuanto vio que el barco de Cleopatra se alejaba –escribe Plutarco–, se olvidó de todo. Traicionando y abandonando a los que seguían combatiendo y muriendo por él, se subió a un quinquerreme […] y partió en persecución de la mujer que ya le había causado la ruina y que ahora iba a acabar de destruirlo».

Busto de Cleopatra
Cleopatra. Busto en relieve de la reina de Egipto.
Getty Images
Pero ¿es veraz esa imagen de la reina manipuladora y hechicera que llevó a Antonio a abandonar los valores romanos para convertirse en un traidor dispuesto a hacer de Alejandría la nueva capital del Imperio? ¿O había motivos racionales tras la decisión de Antonio de optar por Cleopatra y su reino?
Aunque entre ambos existía un fuerte vínculo amoroso, no hay por qué pensar en embrujos ni filtros por parte de Cleopatra. Esta era una mujer atractiva, culta –hablaba varias lenguas– y gran conversadora. Cuando empezó su relación con Antonio tenía 28 años y según Plutarco estaba en «ese momento de las mujeres en que su belleza resplandece más y su inteligencia se encuentra en su apogeo». Su principal atractivo era, precisamente, esa inteligencia que la convertía en una mujer fascinante. «En ella, hasta el amor a la cultura tenía algo de sensual», escribió el filósofo griego Filóstrato.

Antonio y Cleopatra
El amor y la guerra
Antonio da cuenta a Cleopatra de su derrota por la caballería de Octavio, en un óleo de Johann Heinrich Tischbein. 1769.
Bridgeman / ACI
Era, además, una persona que sabía adaptarse, pues los dos hombres de su vida –parece que fueron los únicos, pese a que sus adversarios la tildaban de promiscua– eran completamente opuestos. Su primera pareja, César, era un hombre de gustos refinados y aficiones literarias. Antonio, en cambio, no era tan sofisticado, sino que tenía un carácter más impulsivo y, a veces, rudo: «Cleopatra, percibiendo en las bromas de Antonio el aire tosco propio de un soldado –escribía Plutarco–, utilizaba también en su trato con él el mismo tono atrevido y desenfadado». La reina bebía y jugaba a los dados con su amante, cazaba a su lado y contemplaba sus entrenamientos atléticos.

El frente oriental
El frente oriental
Marco Antonio lanzó una campaña contra el Imperio parto que acabó en fracaso. En la imagen, puerta sur de la ciudad parta de Hatra.
Alamy / ACI
Razones de Estado
Evidentemente, para Antonio era una buena compañera, una mujer con la que podía compartir aficiones. Pero, por más que se lo retrate como un hombre impulsivo, frívolo e incluso a veces infantil, Marco Antonio tenía razones políticas y estratégicas para aliarse con Cleopatra. Pese a esa pasión intensa entre ambos, que se convirtió con el tiempo en un vínculo más fuerte y duradero, no dejaban de ser dos estadistas acostumbrados a moverse entre intrigas, y en varias ocasiones llegaron incluso a actuar a espaldas el uno del otro.

Isis con Horus
Emblema de fertilidad. Isis alimentando a Horus. Escultura de época romana. Museos Vaticanos.
Scala, Firenze
Al convertirse en consorte de Cleopatra en la práctica (pese a que su unión no fuera legal en Roma), Antonio se aseguraba el dominio sobre Egipto. Este país ya ejercía en la Antigüedad una fascinación que anticipaba la egiptomanía que se extendió por Europa en el siglo XIX. Pero no se trataba solo del gusto por lo lejano, lo exótico y lo antiguo. Egipto era un territorio de grandes riquezas, que el imaginario romano exageraba aún más. Gracias a las inundaciones anuales con que el Nilo regaba y abonaba sus fértiles tierras, producía unos excedentes de trigo cruciales para Roma, que tenía que alimentar una población que no dejaba de crecer. Aunque el encargado de importarlo era Octavio, instalado en aquella ciudad, el trigo de Egipto podía servir a Antonio como un arma de presión a distancia.

Fuente de riqueza
Fuente de riqueza
Las aguas del Nilo hicieron de Egipto la región más fértil del Mediterráneo. A la derecha, el Nilo cerca de Amarna.
Kenneth Garrett
Posesión estratégica
Por otra parte, Egipto era la puerta principal al comercio con el océano Índico, cuyo volumen estaba creciendo en aquella época y adquiriría aún mayor importancia en las décadas siguientes. Pocos años después de que Octavio venciera a Cleopatra y Marco Antonio en Actium y de que se anexionara Egipto, más de 120 naves recorrían las rutas que unían este país con el Índico. Como señalaba el geógrafo Estrabón, «comerciantes de Alejandría navegan ya con flotas por el Nilo y el golfo de Arabia hasta la India».
De allí traían especias, incienso, finos tejidos de seda y piedras preciosas; un comercio de lujo que la sociedad romana, enriquecida y sofisticada, apreciaba cada vez más y con el que Antonio, si hubiera prevalecido en la guerra, se habría enriquecido inmensamente.
Egipto, además, era un elemento de estabilidad en Oriente, una base desde la que Antonio podía actuar para mantener el control de todo el Mediterráneo oriental.
No había que desdeñar su contribución militar. Cuando Antonio lanzó la campaña contra el Imperio parto en el año 36 a.C., que terminó en desastre, Cleopatra contribuyó a ella con víveres, equipo militar y dinero.

Templo de Hathor en Dendera
Templo de Hathor en Dendera
Cleopatra VII hizo representarse junto a su hijo y heredereo Cesarión en los muros de este importante templo ptolemaico. Tras la conquista romana de Egipto, el santuario continuó siendo embellecido por los sucesivos emperadores romanos. En la imagen, la gran sala hipóstila.
Stefan Cristian Cioata / Getty Images
La lucha contra Octavio
Las concesiones territoriales que Antonio hizo a Cleopatra, y que sus enemigos interpretaron como una traición, tenían su lógica. Cuando le entregó la parte de Cilicia (una provincia de Anatolia) conocida como Tráquea o Áspera, junto con algunas zonas de Fenicia y la isla de Chipre, no lo hizo gratuitamente. Todos estos territorios destacaban por su producción maderera y eran cruciales para construir las naves de guerra con las que el triunviro pretendía cimentar su poderío en el Mediterráneo oriental. A cambio de esta concesión, Antonio esperaba que Cleopatra administrara de manera eficaz esos dominios y utilizara sus recursos para apoyarlo en el enfrentamiento militar contra Octavio, que todo el mundo consideraba inevitable.

La capital de Oriente
La capital de Oriente
Vista de Alejandría con la vía Canópica, que cruzaba la ciudad de este a oeste. Recreación por Jean-Claude Golvin.
Acuarela de Jean-Claude Golvin. Musée départemental Arles Antique © Jean-Claude Golvin / Éditions Errance
Cuando por fin se abrieron las hostilidades con Octavio, en 33 a.C., la aportación de Cleopatra fue fundamental. La flota egipcia, que ella dirigía personalmente, constaba de doscientas naves entre barcos de guerra y transportes. La reina colaboró, asimismo, con una cantidad enorme de víveres y, lo que era aún más importante, con 20.000 talentos en metálico de la tesorería real. Con esa cantidad, ella sola habría podido pagar la soldada de las 16 legiones movilizadas por Antonio durante tres campañas enteras.

La derrota decisiva
La derrota decisiva
La batalla de Actium (31 a.C.), en un relieve del siglo I d.C. Colección Duques de Cardona, Córdoba.
Pepe Lucas / Album
En suma, la apuesta de Antonio por Cleopatra no era resultado de hechizos ni de pasiones irracionales, sino que detrás había cálculos políticos y militares. El hecho de que, al final, ambos fueran derrotados por Octavio ha hecho que pasen a la posteridad como figuras de tintes entre trágicos, románticos e incluso grotescos. Pero si hubieran vencido y sus partidarios hubieran escrito la historia, esta habría contado cosas muy diferentes de la pareja más célebre de todos los tiempos.
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marco antonio, el burlador burlado

Navegando por el Nilo
Navegando por el Nilo
Embarcación de placer en el Nilo. Detalle del mosaico de Praeneste. Museo Arqueológico,
Palestrina.
DEA / Getty Images
En sus vidas paralelas, Plutarco contrapone a un Marco Antonio más bien ridículo con una Cleopatra mucho más inteligente que él. Por ejemplo, cuenta que una vez el triunviro estaba pescando junto a su amante y, desesperado porque ningún pez picaba, ordenó a unos pescadores que se sumergieran y le pusieran en el anzuelo los peces que habían capturado antes. Cleopatra fingió no darse cuenta de la añagaza, pero al día siguiente hizo que un criado colocara en el anzuelo de Antonio un arenque salado del Ponto, lo que provocó la risa de todos los presentes. Luego, la reina recordó al triunviro que debía dedicarse a cosas más serias que la pesca: «¡Mi general! ¡La caña para los de Faro y los del Cánopo [dos localidades costeras de Egipto], que tu caza debe ser de ciudades, reinos y continentes!».
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el asfalto, una riqueza envidiada

Momificación
Ritual sagrado
Fresco de las catacumbas de Kom el-Shoqafa, en Alejandría, que recrea el ritual de momificación.
Scala, Firenze
Antonio hizo a Cleopatra una donaciónque provocó gran polémica en Roma: la de los yacimientos de asfalto situados al sur del mar Muerto. Pertenecían a Malico, rey vasallo de Nabatea, que desde entonces tuvo que pagar a Cleopatra un tributo de 200 talentos anuales como beneficios de explotación. El mar Muerto era conocido por los romanos también como lago Asfaltites (del griego, ásphaltos, «asfalto, betún, bitumen»), ya que desde su fondo subían burbujas y bloques de este material, que los lugareños recolectaban con redes. El asfalto natural era muy apreciado por sus usos como conservante, argamasa, insecticida o medicamento. Se utilizaba también para calafatear barcos, impermeabilizándolos con estopa empapada en betún, y para embalsamar momias, por lo que era especialmente valorado en Egipto.
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Pareja divina: dioniso y afrodita-isis
Marco Antonio y Cleopatra gustaban de presentarse ante la población bajo el aspecto de divinidades: como Dioniso en el caso del triunviro romano y como Afrodita, Isis o Selene en el de la reina egipcia.

Mosaico
Procesión dionisíaca en un mosaico de El-Jem, la antigua Thysdrus, en Túnez. Siglo II.
Bridgeman / ACI
«Cuando Marco Antonio entró en Éfeso, mujeres vestidas de bacantes, hombres y niños vestidos de Sátiro y de Pan lo guiaron a través de la ciudad, donde no se veía otra cosa que no fueran hiedras, tirsos, arpas, zampoñas y flautas, mientras el pueblo lo aclamaba como Dioniso portador del bien» (Plutarco, Vida de Marco Antonio).

Tetradracma
Tetradracma con la efigie de Marco Antonio rodeado por una corona de hiedra típica de Dioniso.
Scala, Firenze
Antonio y Cleopatra formaron después su propio tíasos o cortejo dionisíaco, al que llamaron «amigos hasta la muerte». «En los cuadros y en las estatuas se hacía representar junto a Cleopatra como Osiris o como Dioniso, mientras la reina era Selene o Isis», recordaba sobre Antonio el historiador Dion Casio. Desde Roma, Octavio le dio la vuelta a esta afición de su rival y lanzó una campaña de difamación contra Antonio, mediante discursos públicos, panfletos y cartas, en la que se presentaba el culto dionisíaco como sinónimo de lujo desmesurado, despilfarro, libertinaje y depravación moral.

Reina Cleopatra
Posible representación de la reina Cleopatra. La soberana ciñe su frente con un triple ureo, porta una cornucopia y ata su vestido con el típico nudo de la diosa Isis. Museo Metropolitano, Nueva York.
Bridgeman / ACI
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Este artículo pertenece al número 236 de la revista Historia National Geographic.