Entre las playas arenosas de la costa norte de Perú se levanta la imponente ciudad de Chan Chan, testimonio en barro de la enorme riqueza que atesoró el Imperio chimú. A pesar de que su construcción se inició a mediados del siglo IX, su extensión fue en aumento a medida que el poder de sus gobernantes se expandía a lo largo de la costa del Pacífico, hasta convertirse en la capital de un gran imperio entre los siglos XIII y XV.
Cronología
Capital chimú
1781-1789
El obispo Baltasar Jaime Martínez Compañón manda hacer acuarelas de Chan Chan.
1863
Tras el estudio de Tschudi y Rivero, Squier llega a Perú y explora Chan Chan.
1894
Ernst Middendorf, tras visitar Chan Chan, plantea que su nombre significa Sol Sol.
1937
El arqueólogo Wendell Bennett realiza la primera excavación formal de Chan Chan.
La parte central del sitio arqueológico la forman los palacios de sus diez gobernantes, tradicionalmente conocidos como «ciudadelas». Cada uno de ellos albergaba áreas residenciales, salones de audiencias, extensas plazas, almacenes, albercas y talleres, como si de pequeñas ciudades se tratase. Cuando el gobernante fallecía era enterrado en su palacio, que se convertía así en su mausoleo.
Chan Chan llegó a ocupar una extensión de más de 20 kilómetros cuadrados, pero la ciudad fue saqueada y abandonada cuando los chimús fueron conquistados por los incas en 1470. Su apariencia actual es fruto no sólo de los efectos naturales del paso del tiempo, sino también de los de la codicia humana. Cuando llegó Francisco Pizarro, Chan Chan era tan sólo un pálido reflejo de su antiguo esplendor, pero su fama seguía intacta, y la leyenda de que entre sus muros se escondían grandes tesoros llevó a un saqueo sistemático del sitio arqueológico durante todo el período colonial. Con el impulso de la ciencia moderna en el siglo XIX, la capital chimú despertó de nuevo gran interés, pero en esta ocasión fue el afán de conocimiento y no de riqueza lo que impulsó su exploración.
Squier en Perú
En 1841, el sitio fue dado a conocer al mundo por los investigadores Jacob von Tschudi y Mariano Eduardo de Rivero, llamando la atención de muchos exploradores que no dudaron en visitar sus ruinas y dejar su propio testimonio. Entre ellos encontramos al estadounidense Ephraim George Squier.

La sala de los arabescos Squier la llamó así por su profusa decoración. Este grabado muestra los relieves con aves y peces que se entrelazan formando un diseño geométrico.
La sala de los arabescos Squier la llamó así por su profusa decoración. Este grabado muestra los relieves con aves y peces que se entrelazan formando un diseño geométrico.
Foto: V. Pirozzi / Getty Images
Tras haber trabajado como periodista, editor, diplomático y empresario, E. G. Squier llegó a Lima como comisionado del Gobierno de Estados Unidos en 1863, cuando tenía 42 años. Apasionado de la arqueología, había colaborado con algunos de los mejores especialistas en esta nueva disciplina y había publicado varios libros sobre sitios arqueológicos antiguos de su país natal y de América Central, donde había vivido los últimos años. Squier, pues, llegaba al país de los Andes con una prolífica carrera a sus espaldas, pero también con un problema de visión por el cual los oculistas le habían recomendado reposo.
Squier llegaba al sitio arqueológico al alba y permanecía en él hasta que la luz del sol era insuficiente para seguir trabajando
Obviando sus consejos, Squier viajó a Lima y se instaló en el antiguo palacio de la Inquisición, sede del Congreso peruano. Fue una buena decisión puesto que, según su propio testimonio, «aquí, cerca del sitio en que más de cien herejes fueron quemados vivos y más de trescientos azotados con varas, volvió la luz a mis ojos y mis nervios respondieron a su gloriosa vibración, llenando mi entristecido pecho de alegría y gratitud». Recuperada la vista, y con su misión diplomática finalizada, el inquieto norteamericano se lanzó a la exploración de las ruinas peruanas.

Ídolo de madera descubierto en Chan Chan.
Ídolo de madera descubierto en Chan Chan.
Foto: Alamy / ACI
El relato de su viaje se publicó en 1877 bajo el título Exploraciones e incidentes de viaje en la tierra de los incas. Se trata de una amena narración que recoge todo tipo de vicisitudes y cuya lectura sigue siendo un placer para el lector ansioso de aventuras. Pero al mismo tiempo es un texto de gran valor documental para quienes hoy estudian las antiguas culturas andinas, puesto que fue escrito con una clara voluntad científica. Squier había aprendido de los mejores, y aunque no tenía una formación específica conocía bien las necesidades de la labor arqueológica.
La Pompeya peruana
Debido a la fama de Chan Chan, Squier decidió dedicarle toda una semana dentro de su plan de viaje. A su llegada a la ciudad de barro quedó absolutamente admirado por las antiguas ruinas y, tomando conciencia de su gran extensión, empezó a trabajar arduamente en el sitio. Llegaba al yacimiento cuando apenas rompía el alba y permanecía en él hasta que la luz del sol era insuficiente para continuar con sus labores. Su fascinación fue en aumento a medida que pasaban los días y, tras verse superado por su enorme magnitud, decidió reorganizar su plan de viaje y quedarse en la antigua capital chimú dos semanas más de lo previsto.
Squier recorrió el sitio arqueológico, analizó con detalle su arquitectura, revisó su sistema de canalizaciones y excavó una necrópolis. En su investigación halló numerosos objetos arqueológicos, como artefactos metálicos, textiles, huesos, cuerpos momificados e incluso un fardo relleno de algodón que interpretó como un antiguo colchón. En su libro, Squier dedicó a Chan Chan varios capítulos en los que compara el sitio con Pompeya, Egipto y el Vaticano.

Aves marinas en los muros
Aves marinas en los muros. Estos relieves, característicos de la decoración de Chan Chan y que pertenecen a una de las salas de audiencias del palacio Nik An, muestran aves marinas, animales de vital importancia para los chimús ya que generaban el guano, los excrementos con que abonaban sus cultivos.
Foto: Bernard Golden / Alamy / ACI
Además, Squier ilustró su obra con numerosos planos, secciones y dibujos. También se sirvió de la fotografía. En la década de 1860, el trabajo fotográfico todavía era minoritario, pero en su recorrido por la capital chimú el viajero estadounidense estuvo acompañado por el fotógrafo inglés Augustus Le Plongeon, quien tuvo serias dificultades a la hora de conseguir sus retratos. En una ocasión, el explorador lo encontró presa de la angustia porque no conseguía una tienda lo bastante oscura en la que trabajar y la luz dañaba sus placas fotográficas. Squier, consciente de la relevancia de aquel nuevo sistema de registro, no dudó en contratar a alguien de la zona para que cosiera una cubierta negra con la que tapar la tienda, como si de un poncho se tratara.
La huella de Squier
Tras su visita a Chan Chan, Squier continuó su recorrido por Perú, abandonando el país en 1865. Su viaje apenas duró un año y medio, pero sus pasos serían seguidos por numerosos exploradores a finales del siglo XIX. Ya en el siglo XX, los arqueólogos tomaron el relevo, y en 1937 Wendell Bennett llevó a cabo la primera excavación formal del sitio.
Desde la visita de Squier son muchos los investigadores que, como él, han intentado desentrañar los misterios que esconden los imponentes muros de barro de la gran capital chimú. Y, aunque en la actualidad la conocemos mucho mejor, sigue ocultando parte de sus secretos, esperando en silencio a que alguien los saque a la luz.
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Nuevos nombres

Retrato de E. G. Squier. Grabado. 1864.
Retrato de E. G. Squier. Grabado. 1864.
Foto: Granger / Album
Los palacios de Chan Chan recibieron el nombre de los arqueólogos que estudiaron el yacimiento. Hoy, sin embargo, esas denominaciones han sido sustituidas por expresiones en lengua muchik, de modo que el palacio Squier se llama Fochic Ann, la Casa del Norte.
Este artículo pertenece al número 224 de la revista Historia National Geographic.