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El impacto de la Ilustración en la sociedad europea del siglo XVIII no se limitó a la difusión del enciclopedismo, a las ideas de cambio social o a una renovada fe en la ciencia. Con la expansión geográfica, las élites del continente desarrollaron un gusto cada vez mayor por los objetos y animales provenientes de lugares remotos.
El infante don Luis Antonio Jaime de Borbón coleccionó una gran variedad de animales exóticos repartidos por sus diferentes residencias. La joya de su colección era una hermosa cebra.
En España, el infante don Luis Antonio Jaime de Borbón (1727-1785), hermano del rey Carlos III, siguió con fervor esta corriente y coleccionó una gran variedad de animales exóticos repartidos por sus diferentes residencias. Entre todas sus posesiones destacaba un pequeño zoológico conocido como El Gallinero y levantado en su palacio de Boadilla del Monte. El fenómeno de las llamadas casas de fieras no fue exclusivo de España. En Francia, las ménageries, como la que existía en el palacio de Versalles, brindaron a los naturalistas ilustrados la posibilidad de estudiar especies que, de otro modo, resultarían prácticamente inaccesibles.
La favorita del infante
El zoológico del infante don Luis alojaba caballos, asnos o perros, así como varios animales exóticos, entre ellos la auténtica joya de la colección: una hermosa cebra. Las cebras eran animales muy codiciados en las cortes europeas de la época. Al estar adaptadas para escapar de los depredadores de la sabana africana, eran muy veloces y difíciles de capturar, lo que encarecía su precio. La mayoría de los ejemplares llegaban a Europa en barcos holandeses y portugueses procedentes del África austral, en concreto de la zona del cabo de Buena Esperanza.

Luis de Borbon
El infante don Luis de Borbón. Retrato por Anton Raphael Mengs, hacia 1776.
Imagen: Album
Tal era el valor de su cebra, que en 1774 el infante encargó a su pintor de cámara Luis Paret y Alcázar que la inmortalizara en uno de sus cuadros. Paret plasmó con gran realismo al animal, queriendo dejar constancia de que el preciado ejemplar se encontraba vivo y en buen estado en manos de su señor. Para confirmarlo, el pintor escribió en la firma que acompaña a la pintura: «La zebra copiada por la natural que existe / Viva en posesión del Serenísimo Señor Don Luis Antonio Jaime de Borbón, infante de España».
La ilustración de Paret, de 48 centímetros de alto por 35 de ancho, está a medio camino entre el retrato y el dibujo científico, tan de moda en el siglo XVIII. Desde el punto de vista anatómico, la pintura es muy realista. Las rayas del lomo, que llegan hasta el vientre, están fielmente representadas, igual que las de los cuartos traseros, difuminadas al final. Gracias a estos detalles, bien plasmados por Paret, podemos identificar al animal como una cebra común de la subespecie de Burchell.
En 1778, Don Luis se trasladó a la que sería su última residencia: el palacio de la Mosquera de Arenas de San Pedro (Ávila). Allí, el infante bordeó los jardines con una faisanera, un gallinero y una pajarera, retomando su inicial interés por las aves. Al morir la cebra, Don Luis ordenó que la disecaran, pero, desgraciadamente, el ejemplar se perdió. En la actualidad, de aquel animal sólo queda la ilustración que realizó Paret y que se conserva, fuera de exposición, en el Museo del Prado.
Este artículo pertenece al número 197 de la revista Historia National Geographic.