Edad del Bronce

Castros de Asturias

Aunque durante un tiempo se creyó que los castros habían aparecido tras la conquista romana del norte peninsular, hoy se ha establecido que estos asentamientos surgieron casi mil años antes, a finales de la Edad del Bronce.

Castro de Coaña. Es el primer castro estudiado.

Castro de Coaña. Es el primer castro estudiado.

Foto. Stockphotoastur / Getty Images

La expresión «cultura castreña» se suele utilizar para referirse a los pueblos que vivieron en la fachada cantábrica desde el final de los tiempos prehistóricos hasta su derrota por las legiones del emperador Augusto. Sin embargo, su uso se ha cuestionado porque transmite la errónea impresión de que el mundo al que se refiere permaneció inmutable a lo largo de mil años de historia. Aunque esta crítica es cierta, también es verdad que aquella expresión evoca una cultura genuina de paisajes brumosos, de bosques y montañas, en los que –en un vago marco temporal– el castro se alza como el más poderoso icono y signo identitario entre los asturianos, herederos de los antiguos cántabros, astures y galaicos que poblaron la actual Asturias.

Cronología

Siglo XI a.C.

En algunos castros (Taramundi, Chao Samartín, Campa Torres) hay signos de ocupación en este período.

Siglo IX a.C.

Justo en este momento empieza el auge de la sociedad castreña en Asturias, cuyos asentamientos se multiplicarán.

Siglo IV a.C.

Aparecen las saunas castreñas. Se empieza a dominar la siderurgia del hierro lo cual cambia enormemente la sociedad.

19 a.C.

Augusto derrota a cántabros y astures. La sociedad castreña declina bajo el dominio romano.

¿Qué es un castro?

Los castros fueron los primeros asentamientos estables y fortificados de los que tenemos constancia en el noroeste de la península ibérica. Sus emplazamientos son tan variados como lo es el accidentado paisaje de las tierras cantábricas, pero siempre procuraron a sus habitantes una posición ventajosa que se reforzaba con la construcción de empalizadas, fosos y murallas. En las tierras interiores ocupan colinas o cerros aislados, buscando con frecuencia el control de cursos fluviales y sus tramos navegables. También aparecen dominando los principales estuarios de la región, muy apreciados por los navegantes de la Antigüedad al ofrecer un espacio donde refugiarse en una costa tan abrupta y batida por el mar y los vientos como la del Cantábrico, sobre la que los castros llegan a sucederse –en especial al oeste del río Nalón– en intervalos de apenas dos o tres kilómetros, aprovechando cabos y líneas escarpadas de acantilados.

Los fosos suelen marcar la primera línea defensiva. Además de protección, la excavación de estas trincheras en torno al poblado proporcionaba el material necesario para levantar casas y murallas. A veces los fosos alcanzan dimensiones que superan las más exigentes precauciones militares, probablemente porque, al igual que las murallas, su imponente aspecto y el esfuerzo común invertido en su construcción favorecían la cohesión del grupo a la vez que proyectaban hacia las comunidades vecinas una eficaz imagen de prosperidad y poder.

Con el material extraído al excavar los fosos en torno a los castros se edificaban casas y murallas

Las murallas, que en los asentamientos más antiguos eran robustas empalizadas o bien estaban hechas con piedra y vigas de madera, fueron adquiriendo mayor complejidad. A partir del siglo IV a.C., los muros, que entonces se construían con doble cara de grandes piedras y relleno interior, pero de traza lineal y continua, fueron sustituidos por otros que se compartimentaban en módulos independientes para mejorar su resistencia.

Coaña, a vista de pájaro. Reproducción coloreada de la recreación que del castro publicó el arqueólogo Antonio García y Bellido en 1942, tras dirigir las primeras excavaciones científicas en él.

Coaña, a vista de pájaro. Reproducción coloreada de la recreación que del castro publicó el arqueólogo Antonio García y Bellido en 1942, tras dirigir las primeras excavaciones científicas en él.

Foto: Oronoz / Album. Color: Santi Pérez

¿Cuándo surgieron?

La existencia de recintos fortificados estables está bien atestiguada en Asturias desde finales del siglo IX a.C., pero no son raros los yacimientos que muestran indicios de haber sido frecuentados desde doscientos años atrás. Así ocurre en castros como los de Chao Samartín y Monte Castrelo de Pelóu (Grandas de Salime), Os Castros (Taramundi) o la Campa Torres (Gijón). La ocupación –ya fuese continua o intermitente– se prolongó hasta la derrota frente a Roma y la pérdida de la independencia, tras lo cual algunos asentamientos fueron abandonados y otros pervivieron durante décadas. Los historiadores dividen este período de casi mil años en distintas etapas culturales. La primera, que solapa el final de la Edad del Bronce y los comienzos de la Edad del Hierro, se prolongó hasta mediados del I milenio a.C. Esta fase tiene sus mejores ejemplos en los castros de Camoca y El Olivar (ambos en Villaviciosa), Coaña y los ya citados Taramundi, la Campa Torres y Chao Samartín.

Augusto, en el anverso de un cuaternión, moneda de oro equivalente a cuatro áureos.

Augusto, en el anverso de un cuaternión, moneda de oro equivalente a cuatro áureos.

Foto: Album

En este último, la franja más elevada del asentamiento se rodeó de una muralla que delimitaba un amplio espacio en torno a un llamativo crestón de cuarcita. A las puertas de este recinto, los arqueólogos localizaron una especie de nicho excavado en el suelo y cubierto por una losa, bajo la cual se conservaba parte del cráneo de una mujer fallecida en torno a los 18 años. Se depositó allí hacia el año 800 a.C., ignoramos si fruto del sacrificio de la joven o como recuperación de la reliquia de un antepasado mítico extraído y trasladado desde alguna de las tumbas neolíticas tan frecuentes en el entorno inmediato del castro. Sólo podemos imaginar la intención de quienes tan cuidadosamente crearon este relicario al pie de las murallas, pero probablemente tuvo que estar relacionada con algún acontecimiento importante para la comunidad, tal vez trágico, tal vez vinculado con su fundación. Se trata, en todo caso, de un comportamiento practicado desde la Prehistoria con el fin de mantener el nexo con los antepasados, recabar su protección y reivindicar la legitimidad del linaje.

Quizá quienes enterraron el cráneo hallado en Chao Samartín lo tomaron de una tumba neolítica

Calota o bóveda craneal perteneciente a una joven hallada en el castro de Chao Samartín.

Calota o bóveda craneal perteneciente a una joven hallada en el castro de Chao Samartín.

Foto. Museo Castro Chao Samartín

No hay indicios de que este recinto elevado de Chao Samartín, conocido como acrópolis, hubiera sido un espacio residencial. Muy al contrario, los objetos recuperados durante las excavaciones sugieren que tuvo un destino ceremonial, probablemente relacionado con actividades de tipo ritual y comunitario. En su interior se alzaba un único gran edificio, con la puerta abierta hacia la gran roca de cuarcita a cuyo pie ardía una hoguera.

Castro de San Chuis. Descubierto en 1952, su excavación comenzó diez años después. La primera ocupación del castro, dotado de muralla y foso, se remonta al siglo VIII a.C.

Castro de San Chuis. Descubierto en 1952, su excavación comenzó diez años después. La primera ocupación del castro, dotado de muralla y foso, se remonta al siglo VIII a.C.

Foto: Fernando Fernández / AGE Fotostock

La vida diaria

La existencia de grandes casas destinadas al servicio de la comunidad fue habitual en épocas posteriores, en la llamada Segunda Edad del Hierro, entre los siglos IV y I a.C. En los castros del occidente cantábrico, estas casas aparecen asociadas a unos edificios muy especiales: las saunas castreñas. Ambas constituían el escenario de las liturgias relacionadas con la actividad política o religiosa de la comunidad castreña. Estas saunas, una de las creaciones más originales de los pueblos de Asturias y Galicia en la Edad del Hierro, estaban destinadas a la práctica ceremonial de baños de vapor y se las relaciona con ritos de purificación y de iniciación. Son pequeños monumentos en los que los habitantes de los castros administraban el poder benéfico de divinidades que, como la diosa Navia (de la que toma su nombre el río llamado de igual forma), residían en las aguas primordiales de surgencias y cauces fluviales.

Más allá de las grandes casas comunales y las saunas se extendía una trama de edificios en su mayoría de planta circular. Según la región, se construían con materiales perecederos (envarados cubiertos de arcilla) sobre un zócalo de piedra, o bien con piedras unidas con barro. Las casas, con paredes que superaban los tres metros de altura, disponían de un altillo y se cubrían con un entramado vegetal. En el centro de su única estancia, en torno al hogar o fogón bajo, se reunía el grupo familiar. Este lugar acogía el espíritu de los antepasados y en él se hacía visible el rango de las diferentes personas, porque éstas se sentaban en un orden determinado según su edad y dignidad, según cuenta el geógrafo griego Estrabón.

Torque, el collar celta. Este ornamento en oro, que denota el elevado estatus social de su portador, es característico de la orfebrería castreña. Museo Arqueológico de Asturias, Oviedo.

Torque, el collar celta. Este ornamento en oro, que denota el elevado estatus social de su portador, es característico de la orfebrería castreña. Museo Arqueológico de Asturias, Oviedo.

Foto: Oronoz / Album

Este mismo autor da cuenta de la importancia de la recolección en la dieta de los habitantes de los castros, con especial mención a la bellota. Por su parte, la arqueología prueba el consumo de legumbres y de cereales como el mijo, la avena o la escanda, así como de carne de vaca, cerdo y ganado caprino, y también de pescado y moluscos en los asentamientos próximos al mar. Fuera de las viviendas, los arqueólogos han hallado evidencias de preparación y consumo de comida, lo que debía de estar vinculado a la celebración de banquetes y sacrificios como los que describe Estrabón entre los pueblos del norte peninsular.

Vasija de cerámica procedente del castro de Coaña. Museo arqueológico de Asturias, Oviedo.

Vasija de cerámica procedente del castro de Coaña. Museo arqueológico de Asturias, Oviedo.

Foto: Oronoz / Album

La mayoría de objetos de uso cotidiano se debió de fabricar con madera o fibras vegetales. Estrabón recuerda que las gentes del norte «utilizan vasos de madera, igual que los celtas» y crónicas como las de Eugenio de Salazar, en el siglo XVI, dan fe de algunas comunidades del occidente asturiano que «comen y beben en platos y escudillas de palo por no comer y beber en platos de Talavera, ni vidrio de Venecia, que dizen que es sucio y que se haze de varro». De hecho, en los castros asturianos de la Edad del Hierro la vajilla cerámica es escasa, y son excepcionales los productos exóticos como cerámicas griegas o los típicos vasos ibéricos decorados llamados cálatos.

Las gentes de los castros trabajaban el metal, lo que no es extraño en una región cuya tradición minera metálica se remonta a hace 4.500 años, cuando comenzó a explotarse el cobre de la Sierra del Aramo (Riosa), El Milagro (Onís) o La Profunda (León). Los materiales relacionados con la metalurgia del cobre y bronce son muy comunes. En una primera etapa, técnicas y productos son herederos de tradiciones prehistóricas, pero luego incorporan nuevas piezas destinadas en su mayor parte al adorno personal, como pequeños broches o fíbulas entre las que destacan las de forma de caballito, consideradas indicio de influencias célticas procedentes de las regiones limítrofes de la meseta castellana.

Hacha de talón, en bronce. Las anillas sirven para atarla a la empuñadura. Museo Arqueológico de Asturias, Oviedo.

Hacha de talón, en bronce. Las anillas sirven para atarla a la empuñadura. Museo Arqueológico de Asturias, Oviedo.

Foto: Oronoz / Album

Aunque en los castros más antiguos han aparecido objetos de hierro, durante la primera mitad del I milenio a.C. la presencia de este metal es muy escasa, pues se conseguía por intercambio y aquí se trabajaba mediante forja. Algunos lingotes así adquiridos, hallados en el castro de Camoca, se muestran en el Museo Arqueológico de Asturias, entre cuyos fondos se cuentan los puñales de antenas de Taramundi y de Chao Samartín, los objetos más antiguos de hierro fabricados en Asturias. Desde el siglo IV a.C., los artesanos comenzaron a dominar los procedimientos siderúrgicos que permitieron disponer de nuevas armas y aperos agrícolas.

Puñal de Taramundi. Conserva la empuñadura (cuyas dos prolongaciones hacen que estas armas se conozcan como puñales de antenas) y la contera de bronce, la hoja de hierro y parte de fibra vegetal de la vaina.

Puñal de Taramundi. Conserva la empuñadura (cuyas dos prolongaciones hacen que estas armas se conozcan como puñales de antenas) y la contera de bronce, la hoja de hierro y parte de fibra vegetal de la vaina.

Foto: Juanjo Arrojo para Á.Villa. Museo Castro de Chao Samartín. Catálogo

Estos especialistas alcanzaron particular destreza en la manipulación de metales preciosos, sumando a las técnicas tradicionales de la Edad del Bronce otras de origen meridional como la soldadura, el granulado y la filigrana para lograr una orfebrería genuina que tuvo sus creaciones más representativas en torques, arracadas y diademas.

¿Una sociedad de guerreros?

Frente a la imagen de sociedad guerrera que proyectan las formidables defensas de los castros y el carácter belicoso que los escritores clásicos atribuyeron a sus habitantes, los hallazgos arqueológicos reflejan más bien una sociedad de sesgo igualitario y orientación campesina, en la que la jefatura debió de poseer un carácter honorífico. Por otra parte, se advierte la importancia de las mujeres en funciones trascendentes que garantizan la cohesión del grupo y la legítima transmisión del linaje; de ahí que los textos clásicos destaquen la singularidad de su vestimenta, el arrojo de su carácter o su condición de receptoras de la herencia familiar. A ello se suman los indicios sobre el relevante papel femenino en las ceremonias escenificadas en las saunas castreñas, en las que, además, se custodiaba el fuego común (símbolo de unidad y origen compartido), que renovaría periódicamente los hogares del castro y debía de alumbrar la fundación de nuevos asentamientos.

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Las saunas, santuarios castreños

Sobre estas líneas se muestra la reconstrucción del edificio termal 2 del castro de Coaña; el aspecto actual de esta antigua sauna castreña, edificada en el siglo IV a.C., se puede apreciar en la fotografía de abajo.

Antigua sauna castreña.

Antigua sauna castreña.

Foto: Ángel Villa Valdés

Vapores benéficos. Las saunas castreñas eran edificios de carácter monumental que ocupaban una posición preeminente sobre la puerta de acceso a los poblados, dentro del recinto delimitado por la muralla. La estructura de estos recintos responde a un patrón que se reproduce en todas estas construcciones, vigente desde el siglo V a.C. hasta la época romana. Bajo el dominio de Roma, estos recintos perdieron su tradicional carácter sagrado y quedaron reducidos a una función balnearia al estilo de las termas romanas; así desligados de los antiguos mitos y las viejas creencias, su uso decayó y fueron abandonados.

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Asturias, tierra de castros

Mapa del Principado de Asturias.

Mapa del Principado de Asturias.

Cartografía: Eosgis.com

El nombre de los antiguos astures proviene del río Esla, que los romanos llamaban Ástura. El mapa superior muestra el territorio del actual Principado de Asturias, que no coincide exactamente con el territorio de los astures, separados de los galaicos por el curso del Navia, y de los cántabros por el río Sella, mientras que por el sur se extendían hasta la línea del Duero. El gran número de castros identificados en Asturias –situados preferentemente en las cercanías de los ríos o en sus estuarios, en la línea de costa– contrasta con los escasos asentamientos investigados, de entre los que destacan, por la información que han aportado, los de Coaña y Pendia, excavados en la década de 1940, Chao Samartín (1990), Monte Castrelo de Pelóu (2003) y Os Castros de Taramundi (2006).

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El paso al más allá en la diadema de Moñes

Esta obra extraordinaria se obtuvo mediante el repujado de finas láminas de oro con diferentes matrices. En ella se representan jinetes e infantes armados acompañados de figuras femeninas que portan grandes calderos. Las escenas, que tienen como fondo un paisaje acuático, representan el tránsito heroico de los guerreros al más allá, justamente el que se evoca en las saunas castreñas. La composición subraya el destacado papel de la mujer en una ceremonia en la cual los personajes femeninos portan recipientes metálicos que simbolizan la muerte y resurrección; son objetos similares a los que las tribus germanas empleaban para recoger la sangre del enemigo sacrificado, o al célebre caldero de Gundestrup, en el que varias diosas participan en la resurrección de un guerrero por inmersión en su interior.

Los jinetes sujetan las riendas con su mano izquierda, en la que llevan una caetra (escudo) o bien un torque (collar), mientras que en la mano derecha sostienen un venablo; en sus cabezas vemos un triple penacho. Entre las patas de los caballos aparecen dos peces y aves acuáticas. En cuanto a las figuras de pie, las hay de dos tipos: unas que llevan un caldero en cada mano y un personaje también tocado con un triple penacho y en la misma actitud que los jinetes. Hoy en día esta pieza también se denomina diadema-cinturón, porque, si bien en un principio se consideró que era un adorno para la cabeza, más tarde se supuso que se trataba de un cinturón que se complementaría con una tira de materia orgánica. Fuente: Museo Arqueológico Nacional, Madrid.

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El abrupto final. Hacia 180 d.C., un terremoto puso fin a la milenaria historia del castro. En la parte inferior de la fotografía aparece la enorme domus romana.

El abrupto final. Hacia 180 d.C., un terremoto puso fin a la milenaria historia del castro. En la parte inferior de la fotografía aparece la enorme domus romana.

Foto. Ángel Villa Valdés

Un castro para Roma

Una dedicatoria inscrita por los habitantes de Buroflavia ha permitido identificar el castro de Chao Samartín, en Grandas de Salime, con la civitas Ocela, mencionada por el geógrafo Ptolomeo en el siglo II d.C. y de localización hasta ahora desconocida. El castro fue elegido por los conquistadores romanos como centro administrativo de unos territorios ricos en minas de oro, y para acoger al funcionario que debía dirigirlo se levantó una gran casa de porte nobiliario, una domus, dotada de atrio y baños, ricamente decorada con pinturas murales, estucos y columnas. Su construcción requirió arrasar un tercio del viejo poblado castreño.

Las huellas de Roma. La fotografía contigua pertenece a un fragmento de pintura mural procedente de la 'domus' romana edificada en Chao Samartín.

Las huellas de Roma. La fotografía contigua pertenece a un fragmento de pintura mural procedente de la 'domus' romana edificada en Chao Samartín.

Foto: Carlo Mora / AGE Fotostock

Este artículo pertenece al número 212 de la revista Historia National Geographic.