Cronología
Historia de un fuerte
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En su avance hacia tierras de la actual Escocia, los romanos establecen el primer fuerte en Vindolanda.
92-97
Se construye un segundo fuerte de mayor tamaño, ocupado por la primera cohorte de tungros.
97-105
Un tercer fuerte está comandado durante un tiempo por el prefecto Flavius Cerialis, de la IX cohorte bátava.
122
Adriano visita Britania y quizá se aloja en Vindolanda. Se empieza a construir el muro que lleva su nombre.
208-211
El emperador Severo visita Britania. A su muerte se reconstruye el fuerte de Vindolanda como hoy se conserva.
A principios del siglo II d.C. alguien le escribió una carta a un soldado romano destinado en un fuerte llamado Vindolanda, al norte de Britania, explicando que mandaba «calcetines de Sattua, dos pares de sandalias y dos pares de calzoncillos», más otros dos pares de sandalias, quizá para otra persona, y acababa saludando a varios hombres y «a todos tus colegas, con los que rezo para que vivas en la mejor de las fortunas».

La última frontera
Este mapa muestra el trazado del muro de Adriano, que cruzaba el norte de Britania de este a oeste, separando los dominios romanos del mundo bárbaro. Hasta 17 fuertes principales y 80 fortines se alzaban a lo largo de los 117,5 kilómetros que recorría esta imponente fortificación. Entre ellos se encontraba el fuerte de Vindolanda.
Cartografía: Eosgis.com
Vindolanda fue una base del ejército romano durante más de trescientos años. En el mismo lugar fueron construidos nueve fuertes sucesivos, cada uno reemplazando al anterior. Una generación después de que se escribiera esta carta, el emperador Adriano ordenó la construcción del muro del mismo nombre, unos kilómetros más al norte. Pero la carta no la redactó un emperador, no trataba de grandes asuntos y estaba escrita en una barata tablilla hecha con una fina lámina de madera, en lugar del caro papiro. La misiva se descubrió en 1973, durante las excavaciones del yacimiento del fuerte.

Campamento romano
Vista aérea de las ruinas del fuerte romano de Vindolanda, en Northumbria. Esta fortificación era una de las muchas construidas junto al muro de Adriano, la poderosa muralla que marcaba el límite del Imperio romano en Britania.
Foto: Alamy / ACI
Fue la primera de las célebres «tablillas de Vindolanda» que se encontrarían, aunque no la primera de este estilo. Textos parecidos en papiro o en fragmentos de cerámica rota (conocidos como ostraca) ya se conocían en Egipto, Siria, Israel y el norte de África, pero nadie había imaginado que unas tablillas de madera pudieran sobrevivir en Britania, y menos aún en tal cantidad. El hallazgo causó gran sensación. La prensa especuló que era la carta de una madre afectuosa preocupada porque su buen hijo soldado estuviera cómodo en aquel inhóspito destino, en la frontera norte del Imperio romano. Es una interpretación verosímil, aunque parece más factible que la misiva en realidad se tratase de una transacción comercial.
Descifrar el pasado
Las tablillas con escritura han sobrevivido gracias al azar y a que eran tiradas a la basura. Esto indica que la mayoría de ellas eran enviadas a personas en Vindolanda, aunque también se hallaron borradores de cartas remitidas desde el fuerte. Algunas pudieron perderse por accidente, pero prácticamente todas acabaron en el vertedero porque no merecía la pena conservarlas, sobre todo cuando su dueño estaba a punto de cambiar de destino y debía decidir qué llevarse consigo.

Calzado militar
En Vindolanda se han conservado restos de calzado de cuero, como esta sandalia (calliga) que perteneció a un jinete romano. Museo del Ejército Romano, fuerte de Carvoran.
Foto: Manuel Cohen / Aurimages
Muy pocos textos están completos y la tarea de descifrarlos es extremadamente compleja, parecida a resolver crucigramas en un idioma extranjero y sin ninguna pista para guiarse. Ninguna carta responde a otra recuperada, pero tampoco sabemos con exactitud si las peticiones o propuestas que contenían realmente servían de algo. ¿El calzado y los calzoncillos de la primera carta acabaron llegando? En cierto modo, es como estar en un lugar público donde todos hablan muy alto por sus teléfonos móviles. En las tablillas hallamos retazos de conversaciones, sólo una parte de lo que unos extraños hablan con o sobre otros extraños. A veces se han conservado fragmentos de suficientes mensajes como para hacerse una idea sobre alguien concreto, su posición formal, su familia y amigos, pero incluso esos casos están llenos de lagunas.
La vida militar
Como era de prever, en una base del ejército algunas tablillas tratan sobre rutinas de la vida militar. Por ejemplo: «15 de abril. Informe de la Novena Cohorte de bátavos. Quienes deben estar en sus puestos lo están, así como el bagaje [quizás el equipamiento]. Optiones y curatores [dos grados de oficiales o suboficiales] han redactado el informe. Arcutio, optio de la centuria de Crescens, lo ha entregado». Ésta es la versión completa de un documento corriente, probablemente redactado a diario. Otros textos indican el número de hombres destinados a determinados puestos: «25 de abril, en los talleres, 343 hombres» con sus tareas específicas, como la fabricación de calzado o la construcción de unas termas. Otro documento enumera a los hombres que construían un edificio, al parecer supervisados por un medicus (o asistente médico); algunos de ellos recogían arcilla para usarla en los cercados de madera.

Misivas con temas variados
Fragmentos de tablillas de escritura que los arqueólogos han hallado en Vindolanda. Los asuntos que tratan son tanto militares como domésticos. Museo Británico.
Foto: British Museum / Scala, Firenze.

El fuerte de Vindolanda
Recreación del aspecto que podía ofrecer el fuerte romano en el siglo III. Se aprecian las murallas y torres, reconstruidas en piedra, y el poblado o vicus que se desarrolló frente a la guarnición.
Foto: Peter Connolly / AKG / Album
Las estructuras de piedra, como el muro de Adriano y todos los fuertes que se encuentran a lo largo de su recorrido, son los restos más visibles dejados por el ejército romano, pero en las primeras etapas de Vindolanda las construcciones eran de madera, con paredes de cañas y adobe. Los arqueólogos han descubierto unas termas, sin duda las mencionadas en el texto citado, que probablemente fueron la primera edificación en piedra levantada en el fuerte.
Hay constancia de dos unidades del ejército que tenían su base en Vindolanda durante el período en que fueron escritas las tablillas: la Primera de tungros, compuesta por infantería, y la Novena de bátavos, una mezcla de infantería y caballería. Eran unidades romanas en el sentido de que pertenecían al ejército romano, pero formaban parte de los auxilia, contingentes reclutados en las provincias del Imperio, cuyos integrantes recibían la ciudadanía romana como recompensa tras completar veinticinco años de servicio. Los hombres que se alistaban en las célebres legiones debían ser ciudadanos romanos de pleno derecho para poder enrolarse. En las tabillas aparecen de vez en cuando legionarios y da la impresión de que, como en las bases militares actuales, todo tipo de individuos y destacamentos pasaban por el fuerte o estaban destinados temporalmente allí.

El plato de Corbridge forma parte de un tesoro romano hallado en 1735.
La pieza de plata muestra a los dioses Apolo (desnudo), Artemisa (con arco)
y Atenea (con yelmo). Siglo IV d.C. Museo Británico, Londres.
Foto: UHA / Getty Images
De forma parecida, el simple hecho de que una unidad estuviera formalmente destinada en Vindolanda no significaba que ésta fuera su base permanente. Un informe sobre las fuerzas de la Primera Cohorte de tungros daba una lista de 752 hombres en sus filas, aunque en ese momento sólo 296 estaban en Vindolanda. Cinco de los seis centuriones estaban ausentes, uno de ellos en Londinium (actual Londres) y otros dos, junto con 337 soldados, se hallaban en Coria (Corbridge), a menos de un día de marcha. De los hombres de Vindolanda, 31 estaban registrados como no aptos para el servicio e internados en el hospital de la base. Diez sufrían inflamaciones oculares. Una excavación reveló que los suelos de los barracones se cubrían con juncos y cañas, añadiendo más encima cuando éstos parecían sucios. Mal iluminados e infestados por insectos y otros parásitos, estos barracones hacinados eran un caldo de cultivo idóneo para todo tipo de infecciones.

Roma siempre vence
Este relieve, de factura algo tosca, muestra a una diosa Victoria alada sosteniendo una tablilla, y debajo Poseidón, dios del mar, y Marte, divinidad de la guerra. Museo Romano de Corbridge.
Foto: Heritage / Getty Images
Permisos y compras
Tanto los tungros como los bátavos provenían de Renania, aunque una solicitud enviada a un comandante tungro, pidiendo un permiso para unos miembros de la tribu de los raeti y para los voconcios (pueblos provenientes de las cercanías de los Alpes) puede indicar que había reclutas de otras procedencias, a no ser que esos hombres estuvieran allí sirviendo en otras unidades. Las solicitudes de permisos son frecuentes, pero nunca dicen el tiempo que pide cada hombre. Por eso no podemos saber si los soldados recibían permisos de varios meses, lo que les habría permitido viajar a sus lugares de origen y pasar un tiempo considerable allí, o si sólo podían disponer de unos días, lo que los obligaría a quedarse relativamente cerca. Pedir favores para amigos era frecuente y completamente honorable en la sociedad romana. Así, una carta pide que a un tal Crispus lo nombren mensor, probablemente supervisor o alguien implicado en la tasación del grano de los agricultores locales. El motivo dado es que Crispus «pueda gozar, gracias a su amabilidad, de un servicio militar más ligero».

Una fortificación poderosa
La imagen muestra Vindolanda en la actualidad, con una sección de la muralla del siglo III reconstruida. En primer término se ve un depósito de agua que abastecía a sus habitantes.
Foto: Michael Brooks / Alamy / ACI
Las cartas servían para que se mantuvieran en contacto amigos y familiares, sin que sea fácil saber cuándo se trata de unos o de otros, dada la convención de tratar a los amigos como hermano o hermana. Así, un tal Chrauttius –probablemente un nombre germánico– escribió a su «hermano» Veldedeius, quien estaba en Londinium sirviendo como mozo de cuadra del gobernador provincial, para pedirle, entre otras cosas, que saludase de su parte a su «hermana» común, Thuttena. Chrauttius se quejaba al destinatario de que no le hubiera escrito en mucho tiempo, una queja que se repite en otra carta, esta vez de Sollemnis a su «hermano» Paris.

El modius de Carvoran
Bajo estas líneas, cubo de bronce o modius hallado en Carvoran, usado para medir las raciones de grano que se repartían entre los soldados del fuerte. Siglo I d.C. Fuerte Romano de Chesters.
Foto: Bridgeman / ACI
En algunos casos, los autores de las cartas tienen motivos acuciantes para esperar respuesta. «Si no me mandas algo, al menos quinientos denarios, perderé lo que he puesto como depósito, unos trescientos denarios, y me sentiré avergonzado». Esto aparece en una carta sobre compraventa de grano, pieles y carne, una de las muchas que tratan de asuntos comerciales. Impacta comprobar que, a pesar de que Vindolanda estaba en los confines del Imperio, tenía conexión directa con los grandes mercados de Roma. Se habla de malas carreteras que retrasan el transporte de bienes, pero siempre se saca la impresión de que todo lo que pudiera comprarse estaba al alcance de aquellos que podían permitírselo, desde el calzado y las prendas de la carta citada al principio de este artículo hasta las redes de caza y las ostras que se mencionan en otras misivas. Algunas cartas tratan de compras hechas por altos oficiales en la base. A menudo fueron escritas por sus esclavos, que en ocasiones tratan con los esclavos de otros.
Los oficiales y sus familias
Han sobrevivido muchos documentos de los comandantes de las cohortes, que nos ofrecen una imagen muy detallada de sus vidas. El pretorio, la casa del comandante o prefecto, era uno de los edificios más majestuosos de cualquier base, diseñado alrededor de un patio central y de tamaño y forma comparables a una casa señorial de Pompeya. Los pretores eran équites o caballeros, la clase social justo por debajo del orden senatorial.

En casa del comandante
El artista Philip Corke recreó en esta acuarela el aspecto que, en el siglo II d.C., pudo tener la casa del comandante de Vercovicium (actual Housesteads), un fuerte del muro de Adriano.
Historic England / Bridgeman / ACI
Pasaban tres o más años en un destino, y se llevaban con ellos a sus familias y siervos. De hecho, una de las sorpresas de las tablillas de Vindolanda fue descubrir que los altos oficiales vivían con sus familias cuando eran destinados a fuertes como éste. Los soldados comunes no estaban autorizados a contraer matrimonio, pero es evidente que muchos tuvieron pareja y criaron hijos, y Vindolanda deja claro que esas familias vivían en los barracones con ellos.
«Te espero, hermana»
Mientras estaban en la guarnición con sus maridos, las esposas actuaban igual que en el apacible entorno de sus comunidades, celebrando fiestas, entablando amistad con sus iguales y patrocinando a los de condición inferior.

Elementos de escritura
Este fresco de Pompeya muestra a una joven con el pelo recogido con una redecilla dorada y un punzón en los labios, a punto de escribir en una tablilla de cera. Museo Arqueológico Nacional, Nápoles.
Foto: Scala, Firenze
En una tablilla, la esposa del comandante en Briga, Claudia, invitaba a la esposa del prefecto de Vindolanda, Sulpicia Lepidina, a su fiesta de cumpleaños el 11 de septiembre. La mayor parte de la misiva la redactó un escriba, pero ella añadió de su puño y letra: «Te espero, hermana. Adiós, hermana del alma, espero que te vaya bien y te saludo». Éste es probablemente el texto escrito por una mujer más antiguo que se conserva en toda Europa. Las dos mujeres se escribían con regularidad y se reunían siempre que podían, haciendo todo lo posible por mantener el mismo tipo de vida social que llevarían en su tierra natal. Una mujer llamada Valatta, por lo demás desconocida, también escribió al prefecto pidiéndole que «relaje su severidad y me haga saber a través de Lepidina si me concede lo que pido». Los patrocinios eran clave en la sociedad romana, y las mujeres, al igual que los hombres, desempeñaban su papel en la red de recomendaciones y favores.

Altar romano procedente de Vindolanda
Fechado en el siglo II d.C.
Alamy / ACI
Lo más impactante de las tablillas de Vindolanda es la luz que arrojan sobre momentos cotidianos, incluso insignificantes, de la vida de hombres –y algunas mujeres– que pasaron por aquella base fronteriza.
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Un pueblo sometido
Un grupo de campesinos britanos marcha con sus carretas de bueyes, acompañados de un guerrero a caballo y un perro.
Alamy / ACI
Britanos que apenas se veían
Vindolanda era un puesto fronterizo establecido después de que los romanos se retirasen de la actual Escocia, y la posterior construcción del muro de Adriano evidencia que el Imperio percibía una posible amenaza militar. Sin embargo, las tablillas apenas mencionan a los pueblos locales. Un fragmento señala que «los británicos no utilizan la armadura como protección. Tienen mucha caballería. Los jinetes no usan espadas tampoco, los brittunculi montan a caballo para lanzar jabalinas». «Brittunculi» es un diminutivo, «pequeños britanos» o incluso «miserables britanos», lo que sugiere el desprecio del autor. No obstante, esta palabra no vuelve a aparecer, por lo que es difícil saber si esta actitud era o no habitual en un oficial romano destinado en aquella provincia.
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Foto: British Museum / Scala, Firenze
Tablilla de invitación
La carta más famosa de las halladas en Vindolanda es esta invitación a una fiesta de cumpleaños que recibió la esposa del comandante del fuerte de una amiga que vivía en otra guarnición. El texto fue redactado por un escriba, al que también se atribuyen otras cartas dirigidas al prefecto Flavius Cerialis.
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Modelo a seguir
El héroe troyano Eneas, herido en un muslo, es curado por un médico en presencia de su madre, la diosa Venus. Museo Arqueológico Nacional, Nápoles.
Foto: Scala, Firenze
Un ejército en el que todos leían
La abundancia de cartas en Vindolanda plantea el interrogante sobre el nivel de alfabetización del ejército romano. En la vida diaria de una guarnición se recurría muy a menudo a la escritura para expedir informes, órdenes, listas de deberes, permisos de salida y demás, por lo que no hay duda de que había muchos funcionarios que escribían y leían todos aquellos documentos. Entre ellos estaban los comandantes y otros oficiales, como centuriones y decuriones, pero quizá también había soldados con ese conocimiento. En el Egipto romano se han encontrado indicios de que el ejército enseñaba a leer y escribir a los reclutas después de alistarlos. El aprendizaje solía hacerse con la Eneida de Virgilio, y quizá no es casual que en Vindolanda se haya encontrado una tablilla con una cita de ese poema.
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Soporte reciclable
Estilo y tablilla de escritura hallados en Vindolanda. Museo Británico, Londres.
Foto: Manuel Cohen

Letras en madera
Tablillas con escritura procedentes de Vindolanda. Museo Británico, Londres.
Foto: British Museum / Scala, Firenze

Tablillas de Vindolanda
Foto: British Museum / Scala, Firenze

Ejercicio de escritura
Tablilla con un verso de la Eneida mal copiado.
Foto: British Museum / Scala, Firenze
Reciclables o de usar y tirar
En Vindolanda se han hallado dos tipos de tablillas de escritura. Las primeras consistían en una fina lámina de madera cubierta de cera, sobre la que se escribía con punzón y que se podía reutilizar después de derretir la cera y alisarla de nuevo. Algunas conservan las incisiones hechas con la punta del estilete, con los rastros de sucesivos mensajes superpuestos, que crean un amasijo de letras indescifrable.
En el segundo tipo de tablillas, de un solo uso, se escribía con tinta sobre una fina lámina de madera de abedul, aliso o roble, cubierta después con una sutil capa de cera para evitar que la tinta se corriera. Muchas tablillas se podían plegar, de manera que era posible añadir el nombre y dirección en el dorso. A menudo la tinta se ha difuminado hasta resultar ilegible. Descifrar los textos es una tarea ardua que requiere de un conocimiento exhaustivo del latín y del argot y las abreviaturas que empleaban los militares.
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Centurión romano
Lápida funeraria hallada en Colchester. siglo I d.C.
Foto: Dea / Album
Cartas del prefecto de vindolanda
Flavius cerialis, prefecto de la cohorte IX de bátavos en Vindolanda en torno al año 100, recibió o escribió unas 80 cartas halladas en el fuerte británico. En alguna de ellas, Cerialis se relaciona con personajes de mayor rango que él, mientras que otras son comunicaciones con soldados bajo su mando sobre cuestiones militares. Otro grupo está formado por las cartas intercambiadas con otros prefectos residentes en fuertes próximos, con los que mantenía una relación de amistad.

Un fuerte en la frontera
Peter Connolly / AKG / Album
Sus superiores
Una carta está dirigida a Crispinus, un hombre importante al que Cerialis pide que interceda por él ante el gobernador de la provincia.
Aprovecho de buena gana, señor, la oportunidad de saludarle, a usted que es mi señor y que deseo muy especialmente que tenga buena salud y sea dueño de todas sus esperanzas. Pues siempre ha merecido esto de mí hasta el actual elevado puesto [que ocupa Crispinus]. En relación con esto [espero que] salude a Marcelo, ese hombre tan distinguido, mi gobernador [...] así que proporcióneme amigos de modo que, gracias a usted, pueda disfrutar de un período agradable de servicio militar. Le escribo esto desde Vindolanda, donde está mi cuartel de invierno.

Correspondencia militar
Carta de Brocchus, comandante de un fuerte próximo a Vindolanda, y de Niger dirigida a Flavius Cerialis en la que le hablan de un próximo encuentro con el gobernador provincial.
Foto: Britsh Museum / Scala, Firenze
Sus colegas
Cerialis envía y recibe varias cartas de prefectos destacados en otros campamentos de Britania, en las que se intercambian saludos y pequeños favores.
Hostilius Flavianus a su Cerialis, saludos. [Te deseo] un año nuevo próspero y feliz.
Flavius Cerialis a su Brocchus, saludos. Si me quieres, hermano, te ruego que me envíes unas redes para cazar.
[Claud]ius Karus a su Cerialis, saludos [...]. Brigionus me ha pedido, señor, que lo recomiende a ti. Por eso le pregunto, señor, si estaría dispuesto a apoyarlo en lo que solicita. [...]. Rezo porque disfrute de la mejor de las suertes y de buena salud.
Las esposas
Lepidina, esposa de Cerialis, matenía asidua correspondencia con Severa, mujer de Brocchus, prefecto en la guarnición de Briga. En una carta Severa anuncia a Lepidina que pronto irá a verla:
[...] saludos. Tal como había hablado contigo, hermana, prometiéndote que pediría a Brocchus que fuera a verte, se lo pedí y me dio la siguiente respuesta: que me estaba permitido, junto a [...] reunirme contigo de cualquier modo que pudiera. Pues hay algunas cosas esenciales que [podremos tratar]. [...] recibirás mis cartas por las que sabrás lo que voy a hacer [...] me quedaré en Briga. Saluda a tu Cerialis de mi parte. Adiós hermana mía, mi querida y ansiada alma. A Sulpicia Lepidina, esposa de Cerialis, de Severa, esposa de Brocchus.
Sus soldados
Un decurión pide a Cerialis (al que da el tratamiento de «rey» en señal de sumisión) instrucciones para una maniobra y de paso bebida para sus compañeros.
Masclus a su rey Cerialis, saludos. Le ruego, mi señor, que mande instrucciones sobre qué debemos hacer mañana, ¿Debemos volver al cruce con el destacamento todos o uno de cada dos de nosotros? […] Adiós. Los camaradas no tienen cerveza. Le ruego ordene que nos la envíen. Para el prefecto Flavius Cerialis. De parte del decurión, Masclus.
Este artículo pertenece al número 213 de la revista Historia National Geographic.