El sexenio revolucionario iniciado en 1868 con la expulsión de la dinastía borbónica y el establecimiento de una monarquía constitucional encarnada en un nuevo rey, Amadeo de Saboya, entró en 1873 en su período de mayor incertidumbre. En febrero, tras la abdicación de Amadeo, se proclamó la república. En los años anteriores ese había sido el objetivo de los republicanos, que ahora estaban muy divididos. Unos eran partidarios de una república unitaria, mientras que otros pugnaban por un modelo federal. Se oponían también los republicanos moderados, que creían en los métodos electorales, a los intransigentes, que apostaban por una insurrección para imponer su modelo de república.
En mayo de 1873 se celebraron las elecciones a Cortes constituyentes. Sin la participación de los partidos monárquicos y conservadores, los republicanos federales obtuvieron una abrumadora mayoría. El 7 de junio se proclamó la República federal, por la que España (incluyendo Cuba y Puerto Rico) debía organizarse en 17 «estados», siguiendo el ejemplo de la república de Estados Unidos.
Revolución intransigente
Tres semanas más tarde, los republicanos intransigentes abandonaron las Cortes para lanzarse de lleno a la vía revolucionaria. Su objetivo era organizar motines para proclamar en cada ciudad los llamados cantones, entidades autónomas de gobierno que debían construir un estado federal desde abajo. Tras ello se pondrían en marcha importantes reformas sociales, como la supresión de impuestos, la expropiación de bienes a la Iglesia, la abolición del clero regular y de las quintas (el reclutamiento obligatorio, del que se libraban quienes tenían dinero para pagar la exención del servicio militar) o la reducción de la jornada laboral.
La revolución estalló el 12 de julio en Cartagena. Al grito de «¡Viva la Federal!» y con la bandera roja como enseña, los republicanos tomaron el Ayuntamiento y crearon una junta revolucionaria. En Madrid, la noticia provocó la caída del presidente del Gobierno, Francisco Pi y Margall, al que se acusó de complicidad con el movimiento, y que fue sustituido por el republicano moderado Salmerón. Esto hizo que la insurrección se propagara por otras ciudades, sobre todo de Andalucía y Levante, como Málaga, Sevilla, Granada, Valencia, Algeciras, Alcoy o Castellón.
Castelar, presidente del Gobierno, declaró el estado de sitio contra los cantones
En la mayoría de localidades el alzamiento duró apenas unos días. Muchas veces, la sola presencia de la Guardia Civil bastó para que los insurrectos abandonasen su postura, sin necesidad de disparar un tiro. En otros lugares fue necesaria la acción militar, incluso con fuego artillero, como en Valencia. El 12 de agosto se habían rendido todos los cantones menos dos: Málaga y Cartagena. Después de que el Gobierno, presidido ahora por Emilio Castelar, declarara el estado de sitio, Málaga se rindió el 19 de septiembre, con lo que Cartagena quedó como el único bastión de la insurrección.

Emilio Castelar
Emilio Castelar, presidente del Gobierno de la República.
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Cartagena resiste
Con cerca de 80.000 habitantes, Cartagena era una plaza militar estratégica. Estaba protegida por un poderoso sistema de murallas y contaba con una importante base naval en la que se hallaban estacionados más de la mitad de los buques de guerra de la Armada española.
Precisamente los marinos de la base tuvieron un gran protagonismo en el inicio del motín. Tras encarcelar a los oficiales, se hicieron con los buques y, bajo el mando de capitanes de marina mercante, zarparon a otras ciudades costeras buscando que se sumaran a la insurrección. Fuera por la amenaza de bombardeos o por convicción, consiguieron que Almería, Alicante, Málaga y otros enclaves se sumasen al movimiento, al menos por unos días o semanas, aunque cuando los navíos levaron anclas casi todas esas ciudades abandonaron la rebelión. Más tarde, el Gobierno declaró pirata a todo navío que portase la bandera roja, lo que facilitó que buques alemanes e ingleses los capturasen para internarlos en Gibraltar antes de devolverlos al Gobierno de Madrid. La flota cantonalista fue entonces más prudente en sus salidas.

La batería de San Isidoro y Santa Florentina
La batería de San Isidoro y Santa Florentina defiende la entrada del puerto de Cartagena desde el este. Al fondo, en el montículo más elevado, el castillo de Galeras.
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Los cantonalistas de Cartagena estaban dirigidos por el diputado republicano Antonio Gálvez Arce y, en el terreno militar, por el general Juan Contreras San Román, anterior capitán general de Cataluña. Pese a su entusiasmo revolucionario, su inferioridad militar frente al ejército regular era patente. El 10 de agosto, 3.000 voluntarios del cantón se enfrentaron en Chinchilla con las tropas del general Martínez Campos, que sitiaba Valencia, y se retiraron en desbandada tras sufrir 500 bajas.
Tras tomar Valencia, el Gobierno concentró sus fuerzas contra Cartagena, dejando incluso en segundo plano la guerra contra los carlistas, alzados en armas desde el año anterior. El general Arsenio Martínez Campos, un conservador y monárquico enemigo de toda revolución, dirigió las operaciones. Al mando de unos 10.000 hombres y 70 piezas de artillería, puso sitio a Cartagena el 15 de agosto. El Gobierno también quiso bloquear Cartagena por mar, lo que dio lugar a un enfrentamiento naval, el llamado combate de Portmán, sin resultados concluyentes. A mediados de octubre, la flota gubernamental bloqueó el puerto, pero sin atreverse a forzar su entrada dada la magnitud de sus defensas.
Bombas, hambre y sobornos
Tomar la ciudad no era una empresa fácil. En Cartagena se habían refugiado buena parte de los cantonalistas del sur de España dispuestos a resistir, lo que arrojaba un total de unos 10.000 defensores armados, con 323 cañones ubicados en los distintos fuertes que protegían la ciudad. Además, el Gobierno deseaba evitar un baño de sangre y prefería la negociación, lo que llevó a Martínez Campos a presentar la dimisión, siendo sustituido por el general Francisco Ceballos.
Diversos factores fueron minando la resistencia de Cartagena. Uno eran los incesantes bombardeos, que obligaron a evacuar a las mujeres y los niños. Agentes gubernamentales infiltrados sembraron el descontento y trataron de sobornar a los mandos cantonalistas. Había una escasez creciente de alimentos y de agua. El Gobierno, optando ya por la vía de la fuerza, puso a un nuevo general, José López Domínguez, al mando del asedio y reforzó las tropas con 4.000 hombres y 24 cañones más. El 30 de diciembre estalló en el puerto la fragata blindadaTetuán, posiblemente por sabotaje, y cuatro días más tarde, el 3 de enero de 1874, un obús impactó en el arsenal del parque de artillería de la ciudad, causando 400 muertos.

Bombardeos sobre Cartagena
Bombardeos sobre Cartagena. Viñeta
de La madeja política. Diciembre de 1873.
Album
Pero lo que selló definitivamente la suerte de Cartagena fue el golpe del general Manuel Pavía en Madrid ese mismo 3 de enero. Al disolver las Cortes a punta de bayoneta, Pavía acabó con la esperanza cantonalista de una nueva mayoría parlamentaria que les amparase políticamente. Una semana más tarde, los oficiales que defendían el castillo de la Atalaya se entregaron tras aceptar sobornos. Solo quedaba negociar la rendición.
El día 13, los vencedores entraban en la ciudad. Habían proclamado un indulto general, excepto para los miembros de la junta revolucionaria que, horas antes, habían embarcado en la fragata Numancia y en otro buque rumbo a Orán, tras romper el bloqueo. A bordo iban unas 800 personas que, años después, pudieron volver indultadas por Alfonso XII.
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Caricatura
La caricatura ilustra el enfrentamiento entre las distintas corrientes republicanas antes de las elecciones constituyentes de mayo de 1873.
Oronoz / Album
Unitarios y federales
La caricatura reproducida sobre estas líneas, aparecida en el semanario barcelonés La Flaca el 1 de mayo de 1873, ilustra el enfrentamiento entre las distintas corrientes republicanas antes de las elecciones constituyentes de mayo de 1873. Un republicano unitario, vestido como un burgués, y uno federal, con blusa de menestral, se disputan la República, tocada con el gorro frigio y con la bandera roja republicana en el regazo.
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Roque Barcia
Catón Político por Roque Barcia
atentado horrible
En una carta al presidente de EE. UU., el líder cantonalista Roque Barcia clamaba: «Hace 21 días y 21 noches que están vomitando sobre nosotros el hierro de la muerte, como si fuéramos fieras del bosque o perros rabiosos. [...]. Sépalo la América, sépalo la Europa, sépalo el mundo, aquí se comete un atentado horrible».
Este artículo pertenece al número 235 de la revista Historia National Geographic.