Pensilvania en 1904

Carbondale, emigrantes en lucha contra la mafia

A inicios del siglo XX, los trabajadores inmigrantes de una ciudad minera de Pensilvania, guiados por un sacerdote, se organizaron contra la banda criminal que los extorsionaba.

Los emigrantes

Los emigrantes

Los emigrantes, pintura de Angiolo Tommasi. 1896. Galería Nacional de Arte Moderno, Roma.

Foto: AKG / Album

Entre los años 1900 y 1914, unos tres millones de italianos desembarcaron en Nueva York como fuerza de trabajo para sostener la formidable expansión económica de Estados Unidos en esos años. Algunos participaron en la colonización agrícola hacia el Oeste, pero la mayoría se instalaron en las grandes ciudades industriales del Este y del Medio Oeste del país.

Uno de los sectores que requería más trabajadores era la minería. Considerados mano de obra no cualificada, los inmigrantes trabajaban de siete de la mañana a cinco de la tarde por menos de tres dólares al día y en durísimas condiciones, que les causaban a menudo graves enfermedades pulmonares. La mayoría vivían en chabolas ruinosas levantadas a toda prisa junto a caminos fangosos. 

Tal era la situación del distrito minero de Scranton, en el estado de Pensilvania, donde se encontraba Carbondale, una ciudad fundada a principios del siglo XIX tras el descubrimiento de riquísimos yacimientos de carbón en la zona. Hacia 1900 contaba con unos 13.500 habitantes, muchos de los cuales eran inmigrantes llegados de Italia.

 

Un miembro de la camorra napolitana a inicios del siglo XX

Un miembro de la camorra napolitana a inicios del siglo XX

Un miembro de la camorra napolitana a inicios del siglo XX.

Foto: Aurimages

 

El mafioso

En 1902, un calabrés llamado Giovanni Costa llegó a la barriada italiana de Carbondale. De mirada dura y aspecto despreocupado, alquiló un local y montó una tienda de comestibles, encargando su gestión a dos compatriotas. Costa era el típico mafioso que emigraba a ultramar con el beneplácito de las instituciones italianas, que habrían hecho cualquier cosa para deshacerse de él. Cuando llegó a Nueva York en 1901 dejaba atrás una larga serie de condenas por robo, palizas y pastoreo ilegal. 

Costa convirtió su tienda de comestibles en un lugar de encuentro de gente de mala reputación y empezó a poner en práctica los métodos de extorsión típicos de la mafia calabresa. Exigía a los pobres mineros dos o tres dólares a la semana, intimidándolos con la ayuda de un tal Frank Mazzagatti, otro calabrés de sonrisa burlona y temperamento violento. 

 

El sacerdote

Quien intentaba defenderse era castigado sin piedad: un joven que se había negado a acatar sus exigencias primero fue agredido y después recibió un corte en la cara con una navaja, el arma preferida de los hombres de Costa. El sfregio,la cicatriz resultante del ataque, era una señal de infamia que marcaba a la víctima de por vida y que pronto comenzó a proliferar en el rostro de muchos italianos que vivían en Carbondale. 

Los mafiosos marcaban con un corte en la cara a quien se negaba a obedecerlos

La noticia de estos sfregi llegó a oídos del padre Antonio Cerruti, un sacerdote originario también del sur de Italia, que desde su llegada a la población minera había intentado inculcar a sus feligreses la necesidad de crear una conciencia sindical y social, de solidaridad y de respeto contra cualquier forma de explotación. Gracias a su apoyo, en septiembre de 1903 un grupo de mineros liderado por Joseph Collandri se presentó ante el alcalde de Carbondale, James O’Neill, para denunciar los abusos y las amenazas sufridas por parte de los hombres de Costa. 

Al día siguiente fueron detenidos Frank Mazzagatti –el brazo armado de Costa– y otros tres hombres, acusados de formar parte de una organización criminal «con las mismas caracteristicas que la mafia», según los periódicos locales. Durante un registro en casa de Mazzagatti, la policía encontró cartas de amenaza, un cuaderno con los nombres de los mineros extorsionados y las sumas ingresadas en la «caja», el fondo común gestionado por el clan. 

Costa decidió vengarse del líder de sus acusadores. La noche del 14 de enero de 1904, Collandri fue atacado por cuatro individuos armados con barras y navajas cuando regresaba a su casa. Los atacantes casi le seccionaron la tráquea y le cortaron de cuajo el brazo que había alzado en vano para defenderse. Collandri fue hospitalizado ya moribundo, pero aún encontró fuerzas para denunciar a sus agresores antes de fallecer. 

Su muerte no tuvo el efecto que Costa esperaba. En lugar de dejarse intimidar, los mineros de Carbondale se armaron de valor, siguiendo la consigna que el padre Cerruti les repetía incesantemente desde el púlpito: «Sed valientes». En poco tiempo consiguieron que se despidiera a cuatro trabajadores de la mina colaboradores de Costa, y luego estudiaron maneras de demostrar y denunciar los abusos de que eran víctimas. 

Colmado

Colmado

Los dueños de estos negocios actuaban a menudo como banqueros de sus compatriotas, recogiendo sus depósitos y enviándolos a Italia.

Foto: Alamy / Cordon Press

La prueba de cargo

Un joven de 15 años, James Cheri, se ofreció para tender una trampa a Natale Perri, un miembro de la banda de Costa. La noche del 28 de noviembre de 1904, el chico se presentó en el salón italiano que regentaba el propio Perri para pagarle el soborno que éste le exigía. Cheri le pidió que saliera y, según lo acordado, le entregó un primer plazo de dos dólares con la promesa de pagarle ocho más. El dinero apenas había llegado al bolsillo del arrogante «cobrador» cuando un policía encubierto se abalanzó sobre Perri y lo detuvo in fraganti.

Dos calabreses que frecuentaban el lugar, Joseph Talarico y Frank Ferraresi, testigos presenciales del intento de extorsión, accedieron a dar sus datos personales, confirmando las acusaciones del joven Cheri contra Perri. Pero cuando conducían al detenido a la cárcel local, cuatro hombres salieron del salón y dispararon contra el grupo, hiriendo a tres policías y matando a los dos testigos.

Costa, por su parte, se escondió en casa de uno de sus lugartenientes, Frank Muncula. Ambos fueron detenidos días más tarde; la policía encontró a Costa escondido bajo la cama. Presentado en los periódicos como uno de los líderes de la Mano Negra y considerado el enlace entre la mafia de Nueva York y la de Carbondale, Costa fue liberado unas semanas después con una fianza de 7.500 dólares, reducida más tarde a 4.000. No tardó en ser detenido de nuevo tras caer herido en una emboscada en Manhattan. Fue expulsado a Italia y detenido cuando llegó allí, pero el tribunal de Lecce que lo juzgó lo absolvió de los cargos de asesinato y asociación delictiva, quizá gracias a la intercesión de algún poderoso amigo de la mafia.

 

Eliminar al padre Cerruti

Antes de partir de Estados Unidos, Costa ordenó a sus secuaces que mataran al sacerdote que había osado desafiarlo y que incluso había creado una asociación para promover la lucha contra la mafia calabresa en Carbondale, la Protective Society of St. Joseph, fundada junto con el minero Joseph Ceupa en diciembre de 1904. El 12 de septiembre de 1905, cuatro hombres intentaron sin éxito asesinar al padre Cerruti. Lejos de arredrarse, éste respondió creando organizaciones similares a la de Carbondale en otras poblaciones próximas con la ayuda del obispo de Scranton, Michael J. Hoban. 

Como un animal herido, la mafia calabresa reaccionó de forma violenta. En 1908, James Tassarelli, vicepresidente de la Protective Society of St. Joseph, fue asesinado a puñaladas, y en 1910 incendiaron la iglesia del padre Cerruti. Reconstruida e inaugurada en 1925, cinco meses después del fallecimiento del sacerdote a causa de un derrame cerebral, la iglesia que simbolizaba su obra volvía a estar en pie. Los mineros italianos habían sido protagonistas y héroes de esta trágica historia. 

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Rechazo a los italianos

Mapa a escala de Carbondale en 1890. Biblioteca del Congreso, Washington

Mapa a escala de Carbondale en 1890. Biblioteca del Congreso, Washington

Mapa a escala de Carbondale en 1890. Biblioteca del Congreso, Washington.

Foto: Library of Congress, Geography and Map Division

En estados unidos, los inmigrantes italianos fueron a menudo mal vistos. «No eran ni blancos ni totalmente negros», decían de ellos por su tez aceitunada. En los periódicos se podía leer: «Hermoso país, mala gente». Los sindicatos, dirigidos principalmente por escoceses e irlandeses, solían estigmatizar a los italianos, acusándolos de «esquiroles», es decir, de violar las huelgas sindicales.

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Una marca infame

Víctima de la desfiguración facial en un grabado del siglo XIX.

Víctima de la desfiguración facial en un grabado del siglo XIX.

Víctima de la desfiguración facial en un grabado del siglo XIX.

Foto: DEA / AGE Fotostock

Los camorristas usaban diferentes navajas para dejar sus cicatrices. El aviso se hacía con una navaja afilada usada en los duelos y el sfregio se hacía con una navaja de sierra. A veces se empleaba una botella de cristal partida, que dejaba una cicatriz más profunda.

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La Mano Negra

La Mano Negra en una carta de extorsión de 1909

La Mano Negra en una carta de extorsión de 1909

La Mano Negra en una carta de extorsión de 1909.

Foto: DEA / Album

Giovanni costa fue acusado de pertenecer a la Mano Negra, una supuesta organización criminal dedicada a la extorsión. En realidad, tal organización no existía; eran diversos delincuentes, algunos de origen no italiano, los que enviaban cartas de chantaje marcadas con el símbolo de una mano negra. Se asegura incluso que el primero en utilizar este símbolo fue un periodista del Chicago Tribune en una carta enviada a un banquero de origen italiano, con el único propósito de poner la noticia en primera página.

 

 

Este artículo pertenece al número 230 de la revista Historia National Geographic.

 

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