Una odisea en el Nuevo Mundo

Cabeza de Vaca, explorador y chamán

Tras desembarcar en Florida y naufragar luego en una isla de Texas, Cabeza de Vaca emprendió un largo viaje hacia el oeste en el que sobrevivió como curandero de indios

Cabeza de Vaca en la barca con la que navegó por la costa norte del golfo de México en 1528. Grabado. Siglo XIX.

Cabeza de Vaca en la barca con la que navegó por la costa norte del golfo de México en 1528. Grabado. Siglo XIX.

Cabeza de Vaca en la barca con la que navegó por la costa norte del golfo de México en 1528. Grabado. Siglo XIX.

Foto: Heritage / Aurimages

La historia de Álvar Núñez Cabeza de Vaca es una de las más apasionantes del Nuevo Mundo. Su extraordinaria odisea, a lo largo de ocho años, por las inhóspitas tierras del sur del actual Estados Unidos es una suma casi increíble de peripecias, con el explorador convertido a ratos en esclavo de los indios, en mercader ambulante o en curandero adorado por los nativos como si de un dios se tratara.

Ese explorador singular de familia hidalga nació en Jerez de la Frontera alrededor de 1492. En su juventud siguió la carrera de la milicia y participó como soldado en las guerras de Italia y en las guerras de las Comunidades de Castilla. Estuvo también al servicio de los duques de Medina-sidonia. Pasada la treintena, sintió el deseo de la aventura, del honor y de la fama que a principios del siglo XVI se asociaba con la colonización de América y decidió enrolarse en una expedición de conquista capitaneada por Pánfilo de Narváez, el que fuera rival de Hernán Cortés en la conquista de México.

Cronología

Ocho años por América del Norte

1527

La expedición de Pánfilo de Narváez para explorar y colonizar Florida desembarca en la
bahía de Tampa.

1528

Tras perder los navíos, los expedicionarios navegan en barcas hacia el oeste. Álvar naufraga en la isla de Galveston.

1529-1534

Cabeza de Vaca vive como buhonero, sin compañía europea, entre las comunidades indias del estado de Texas.

1534

Alvar Núñez se reúne con tres españoles esclavizados por los indios. Huyen al oeste y se hacen curanderos.

1536

Los cuatro españoles entran en México seguidos por cientos de nativos. Al año siguiente Álvar regresa a España.

Narváez había obtenido una capitulación (un contrato con la Corona) para conquistar y poblar un extenso territorio al norte del golfo de México. Con el título de adelantado o gobernador de Florida, formó una flota de cinco navíos con 600 hombres, incluido un cierto número de mujeres casadas y decenas de esclavos. Cabeza de Vaca iba en ella con el cargo de tesorero y alguacil mayor, el segundo en importancia. La flota partió de Sanlúcar de Barrameda el 17 de julio de 1527.

Sucesión de desastres

Desde el principio, la expedición sufrió un sinfín de dificultades. En La Española, muchos marineros desertaron, y frente a la costa meridional de Cuba una tempestad hundió dos buques y provocó la muerte de 60 marinos. Tras invernar en Cienfuegos, prosiguieron el viaje rumbo a Florida. El 12 de abril de 1528 llegaron a la bahía de Tampa. Según contó Cabeza de Vaca en la crónica de su viaje, al fondear en la bahía «vimos ciertas casas y habitaciones de indios». Los españoles exploraron la zona y contactaron con algunos indígenas, que por señas les indicaron que más al norte había una rica región llamada Apalache donde encontrarían alimentos y oro.

Narváez firmó con la Corona una capitulación para conquistar Florida

Alentado por estas informaciones, Narváez tomó una decisión que marcaría el desarrollo de la empresa: mientras los navíos, con un centenar de hombres a bordo, seguirían la navegación en busca de un puerto seguro, el resto de hombres, cerca de 300, se internarían por las tierras de Florida en busca de las riquezas prometidas. Cabeza de Vaca manifestó su desacuerdo, pues le parecía un error partir sin saber dónde quedaba la flota. Narváez le ordenó entonces que se quedara a cargo de las naves, pero el jerezano se negó, diciendo que «yo quería más aventurarme al peligro que él y los otros se aventuraban que no encargarme de los navíos y dar ocasión a que se dijese que me quedaba por temor y mi honra anduviese en disputa».

Medalla conmemorativa de la coronación imperial de Carlos V.

Medalla conmemorativa de la coronación imperial de Carlos V.

Medalla conmemorativa de la coronación imperial de Carlos V.

Foto: Album

Narváez se internó en Florida al frente de sus hombres, 40 a caballo y el resto a pie. En el trayecto vieron «muy grandes montes y los árboles a maravilla altos», pero cuando llegaron a Apalache descubrieron que era una aglomeración de cabañas. Además, los alimentos pronto escasearon, los apalaches los atacaban con flechas y una enfermedad dejó postrado a un tercio de los hombres. Finalmente, Narváez decidió volver a la costa. Como no encontraron los navíos, fabricaron cinco precarias embarcaciones con madera del entorno y cueros de caballos, usando como velas sus propias camisas. Con ellas bordearon la costa hacia el oeste, hasta alcanzar «un río muy grande», según lo calificó Cabeza de Vaca, y que no era otro que el Misisipi. Las fuertes corrientes de la desembocadura del río arrastraron las naves mar adentro, dispersándolas. Narváez, que iba en la mejor barca, buscó su propia salvación, pero unos días después un vendaval arrastró su embarcación a alta mar y nunca más se supo de él. La barca en la que iba Cabeza de Vaca y unos cuarenta compañeros acabó arrojada a una playa, donde desembarcaron «desnudos como nacimos y perdido todo lo que traíamos [...] y como entonces era por noviembre y el frío muy grande, estábamos hechos propia figura de la muerte». Unos indios los asistieron y los llevaron a su poblado. El lugar era una isla, se cree que la actual isla Galveston; Cabeza de Vaca la llamó isla del «Malhado», por las penalidades que sufrieron durante el año que pasaron allí.

Esclavo de los indios

En pocos meses, de los ochenta españoles que se habían salvado (llegaron allí también los que iban en otra barca) apenas quedó una quincena; el hambre y las enfermedades acabaron con el resto. Los supervivientes eran obligados a trabajar como esclavos por los indios, arrancando raíces comestibles o portando leña. Cabeza de Vaca cayó gravemente enfermo, pero logró recuperarse. Un día que estaba en la costa del continente recogiendo ostras decidió escapar. Marchó al territorio de los indios charrucos y allí encontró un nuevo modo de subsistir, convirtiéndose en una especie de comerciante ambulante entre los pueblos indios de la zona.

En los años siguientes, Cabeza de Vaca se dedicó a intercambiar artículos como conchas de caracoles –utilizadas para cortar frutas y plantas–, pieles, sílex empleado en la fabricación de puntas de flecha o cañas usadas como saetas. Se ganó renombre entre los pueblos de la zona, hasta el punto de que «los que no me conocían me procuraban y deseaban ver por mi fama», pero era una vida dura: debía dormir muchas noches a la intemperie y era presa constante del hambre y del frío. Al cabo de cinco años llevando esta vida, Cabeza de Vaca entró en contacto con tres compañeros de la expedición que habían acabado en poder de los indios un poco más al oeste: los capitanes Andrés Dorantes y Alonso del Castillo y el esclavo negro Estebanico. Los indios no sólo los hacían trabajar como esclavos sino que «les daban muchas coces y bofetones y palos», les «tiraban pellazos de lodo, y nos ponían cada día las flechas al corazón, diciendo que nos querían matar».

Vagabundos

Los cuatro decidieron huir tomando una ruta que se dirigía al oeste, en busca del virreinato de Nueva España. La unión del grupo y su capacidad de resistencia les facilitó la fuerza suficiente para alcanzar su meta, y al frente de ese empeño estaba Álvar Núñez. Cruzaron los ríos Brazos y Colorado y se adentraron en Texas y Nuevo México, en donde avistaron las Montañas Rocosas y las manadas de bisontes que sorprendieron a los exploradores: «Alcanzan aquí vacas, y yo las he visto tres veces y comido de ellas», rememoró Cabeza de Vaca. El aspecto de los españoles era irreconocible. Sus luengos cabellos y barbas, los cuerpos desnudos y los exiguos pedazos de tela y pieles que portaban les conferían un aspecto casi diabólico, peculiar y extraño. Su dieta consistía en raíces, hierbas silvestres, frutas y tunas (higos chumbos, su principal alimento).

«Por toda esta tierra anduvimos desnudos –escribió luego Cabeza de Vaca–; y como no estábamos acostumbrados a ello, a manera de serpientes mudábamos los cueros dos veces en el año, y con el sol y el aire hacíansenos en los pechos y en las espaldas unos empeines muy grandes, de que recibíamos muy gran pena por razón de las muy grandes cargas que traíamos, que eran muy pesadas; y hacían que las cuerdas se nos metían por los brazos. [...] No tenía, cuando en estos trabajos me veía, otro remedio ni consuelo sino pensar en la pasión de nuestro redentor Jesucristo y en la sangre que por mí derramó, y considerar cuánto más sería el tormento que de las espinas él padeció que no aquél que yo sufría».

En este mapa interactivo se puede seguir la ruta de Cabeza de Vaca y sus acompañantes:

Durante este periplo, Cabeza de Vaca y sus compañeros encontraron otra manera de ganarse el favor de los indígenas. La primera noche de su estancia entre los amables y hospitalarios indios avavares, que les ofrecieron sus casas para alojarse, algunos nativos se quejaron de dolores de cabeza y se lo comentaron a Alonso del Castillo. Éste, «después que los hubo santiguado y encomendado a Dios», curó a los enfermos. Otro caso ocurrió con un supuesto fallecido presentado por una familia ante Álvar Núñez. «Yo le quité una estera […], supliqué a nuestro Señor y después de santiguado y soplado muchas veces me trajeron un arco; y a la noche dijeron que aquel que estaba muerto, se había levantado bueno y se había paseado y comido y hablado con ellos». En otra ocasión el mismo explorador extrajo con éxito la flecha que un indio tenía alojada cerca del corazón.

De este modo, tanto Alonso como Cabeza de Vaca se convirtieron en curanderos o chamanes que recibían la admiración de las tribus indias de las regiones por las que pasaban. Eran honrados como dioses y a ellos pedían socorro los indios. Siguiendo el rumbo de la puesta de sol, los españoles se movían junto a una marea de peregrinos indígenas formada en torno a ellos que los guiaba. Según Cabeza de Vaca, una vez curados, los pacientes «no sólo le dan todo lo que poseen [al médico], mas entre sus parientes buscan cosas para darle». Así, los curanderos españoles recibían variados regalos por donde iban, que los indios que los acompañaban hurtaban muchas veces, creándose una espiral de ofrendas y robos.

Parque Nacional Big Bend, en Texas, lugar que Cabeza  de Vaca y sus tres compañeros atravesaron en 1535.

Parque Nacional Big Bend, en Texas, lugar que Cabeza de Vaca y sus tres compañeros atravesaron en 1535.

Parque Nacional Big Bend, en Texas, lugar que Cabeza  de Vaca y sus tres compañeros atravesaron en 1535.

Foto: Susanne Kremer / Fototeca 9x12

Durante meses atravesaron «muy ásperas sierras», que «por ser tan secas no había caza en ellas y por esto pasamos mucha hambre», recordaría Cabeza de Vaca. Antes de llegar al golfo de California, giraron hacia el mediodía, cruzaron el río Petatlá (hoy Sinaloa), y por fin se encontraron con unos compatriotas. Eran soldados de caballería al mando del capitán Diego de Alcaraz. La sorpresa para los jinetes fue inmensa cuando los náufragos se dirigieron a ellos hablando español. ¡Cuatro muertos vivientes se movían a pie por esa región seguidos por un séquito de cientos de indios! Cuando el capitán quiso tomar por esclavos a los nativos, Cabeza de Vaca y el resto se opusieron frontalmente.

El final de la aventura

Corría el año 1536; habían pasado, por tanto, ocho años desde que la expedición de Narváez llegase a Tampa. Los cuatro exploradores fueron escoltados desde Sonora hasta la capital de Nueva España. «Llegamos a México, donde del virrey [Antonio de Mendoza] y del marqués del Valle [Hernán Cortés] fuimos muy bien tratados y con mucho placer recibidos», explicaría Álvar Núñez. La odisea que pasaron esos hombres por tierras norteamericanas era asombrosa, al igual que su aspecto tras tantos años de vida errante y mística. Unos santos adorados por fieles adeptos fueron capaces de atravesar esas tierras de este a oeste –unos 11.000 kilómetros–, sin otros medios que sus débiles cuerpos y la palabra.

Tan difícil de creer era su gesta que cuando Cabeza de Vaca, ya en España, escribió la crónica de su expedición advirtió en el prólogo que «aunque en ella se lean algunas cosas muy nuevas y para algunos muy difíciles de creer, pueden sin duda creerlas:
y creer por muy cierto, que antes soy en todo más corto que largo».

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El porqué de un apellido

El curioso apellido de Álvar Núñez procede de su madre y tiene su origen, según la leyenda, en un antepasado del siglo XIII, el pastor Martín Alhaja. En 1212, Alhaja habría colocado una cabeza de bovino devorada por los lobos en un paso secreto de las montañas; era la ruta que las tropas cristianas utilizaron para derrotar a los musulmanes en la batalla de las Navas de Tolosa. Los Cabeza de Vaca estaban ligados con los linajes nobiliarios de Jerez de la Frontera, y fue a través de una tía como Álvar Núñez entró al servicio de los duques de Medinasidonia.

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El mal capitán

En la travesía en barca por el golfo de México, Narváez, que iba en la mejor embarcación, se negó a ayudar al resto, diciendo que «ya no era tiempo de mandar unos a otros». Días después el adelantado desapareció en el mar.

Cabeza de Vaca y sus compañeros tras naufragar en la isla del Malhado, la actual isla de Galveston.

Cabeza de Vaca y sus compañeros tras naufragar en la isla del Malhado, la actual isla de Galveston.

Cabeza de Vaca y sus compañeros tras naufragar en la isla del Malhado, la actual isla de Galveston.

Foto: Granger / Album

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Amigo de los indios

En 1542, Cabeza de Vaca llegó a Paraguay como adelantado del Río de la Plata. Anunció que había sido enviado por el rey «para favorecer a los indios», que «serían mejor tratados que hasta allí lo habían sido». Pero los colonos españoles conspiraron contra él y lo hicieron prisionero.

Indio guaraní de Paraguay. Ilustración del Códice Zwettler, del jesuita Florian Baucke. Siglo XVIII.

Indio guaraní de Paraguay. Ilustración del Códice Zwettler, del jesuita Florian Baucke. Siglo XVIII.

Indio guaraní de Paraguay. Ilustración del Códice Zwettler, del jesuita Florian Baucke. Siglo XVIII.

Foto: Oronoz / Album

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De oficio, curandero

Cabeza de vaca sabía que sus curaciones eran fruto de la casualidad o de la autosugestión de los indios. «La manera con que nosotros curamos era santiguándolos y soplarlos, y rezar un Pater noster y un Ave María, y rogar lo mejor que podíamos a Dios Nuestro Señor que les diese salud, e inspirase en ellos que nos hiciesen algún buen tratamiento. Quiso Dios Nuestro Señor y su misericordia que todos aquellos por quien suplicamos, luego que los santiguamos, decían a los otros que estaban sanos y buenos, y por este respecto nos hacían buen tratamiento, y dejaban ellos de comer por dárnoslo a nosotros».

Cabeza de Vaca y sus compañeros españoles comercian con los indígenas. Grabado. Siglo XIX.

Cabeza de Vaca y sus compañeros españoles comercian con los indígenas. Grabado. Siglo XIX.

Cabeza de Vaca y sus compañeros españoles comercian con los indígenas. Grabado. Siglo XIX.

Foto: Ullstein Bild / Getty Images

Este artículo pertenece al número 227 de la revista Historia National Geographic.

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