Bécquer, poeta y periodista de orden

El escritor sevillano hizo carrera en la prensa conservadora de Madrid mientras escribía casi en secreto las 'Rimas' que lo harían famoso tras su temprana muerte.

Gustavo Adolfo Bécquer en un retrato realizado por su hermano Valeriano en 1862. Museo de Bellas Artes, Sevilla.

Gustavo Adolfo Bécquer en un retrato realizado por su hermano Valeriano en 1862. Museo de Bellas Artes, Sevilla.

Foto: Alamy / Cordon Press

Nacido en el barrio sevillano de San Lorenzo en 1836, Gustavo Adolfo Bécquer fue el quinto de los ocho hijos del matrimonio formado por el pintor José Domínguez Bécquer y por Joaquina Bastida. El padre se había especializado en la creación de cuadros costumbristas, que gozaban de buena aceptación entre los viajeros que acudían a la capital hispalense. Sus orígenes familiares se remontaban al linaje flamenco de los Becker, prósperos comerciantes establecidos en Sevilla en el siglo XVI. Aunque Gustavo Adolfo abandonó joven la ciudad, recordaría a menudo «sus calles morunas, tortuosas y estrechas [...], sus rejas y sus cantares, sus cancelas y sus rondadores, sus noches tranquilas y sus siestas de fuego, sus alboradas color de rosa y sus crepúsculos azules».

En 1841 falleció el padre, sumiendo a la familia en la precariedad económica. Cuando en 1847 murió la madre, los ocho huérfanos fueron acogidos por varios parientes. Gustavo y su hermano Valeriano quedaron bajo el amparo de su madrina Manuela Monnehay, una mujer muy interesada en el mundo de la cultura, que disponía en su casa de una biblioteca amplia y selecta, donde Gustavo desarrolló su afición a la lectura. Asiduo de los talleres de pintura de Antonio Cabral Bejarano y de su tío Joaquín Domínguez Bécquer, Gustavo creció en un ambiente propicio a la creación artística. Él mismo tenía habilidades innatas para el dibujo y sentía interés por la ópera y por la música popular, pero se decantó finalmente por la literatura. Escribió sus primeros poemas en un libro de cuentas que perteneció a su padre.

Cronología

Entre el arte puro y la política

1836

Gustavo Adolfo Bécquer nace en Sevilla, hijo de un pintor costumbrista de lejana ascendencia flamenca.

1854

Tras pasar varios años al cargo de una tía por la muerte de sus padres, se traslada a Madrid para iniciar su carrera literaria.

1860

Bécquer frecuenta las tertulias intelectuales madrileñas y comienza a trabajar en revistas políticas conservadoras.

1868

Tras la caída de Isabel II, Bécquer se instala en Toledo, donde recopila sus Rimas, publicadas póstumamente.

1870

El escritor regresa a Madrid y muere el 22 de diciembre, pocos meses después del fallecimiento de su hermano Valeriano.

De Sevilla a Madrid

En el otoño de 1854, Gustavo decidió viajar a Madrid con la idea de triunfar como escritor. Sin embargo, sus inicios fueron difíciles. Alojado en pensiones modestas, buscó una colocación en un periódico, una biblioteca o en cualquier sitio que le permitiera subsistir y progresar. Sobrevivió esos primeros meses con el dinero proporcionado por su tío.

La percepción inicial de Madrid fue negativa. En 1861 escribiría: «Madrid, envuelto en una ligera neblina, por entre cuyos rotos jirones levantaban sus crestas oscuras las chimeneas, las buhardillas, los campanarios y las desnudas ramas de los árboles. Madrid, sucio, negro, feo como un esqueleto descarnado, tiritando bajo su inmenso sudario de nieve». Y en su relato Memorias de un pavo incluye esta reflexión: «Ya estamos en la corte. He necesitado que me lo digan y me lo repitan cien veces para creerlo. ¿Es esto Madrid? ¿Es éste el paraíso que yo soñé en mi aldea? ¡Dios mío! ¡Qué desencanto tan horrible!».

Pese a ello, Bécquer fue integrándose en el ambiente madrileño. En 1860 comenzó a frecuentar la tertulia del músico Joaquín Espín, director de los coros del Teatro Real, y conoció a su hija, la soprano Julia Espín, de la que se enamoró y que fue destinataria de algunas de sus Rimas. Un año más tarde contrajo matrimonio con Casta Esteban, hija de un médico que había tratado la enfermedad venérea del poeta, y con la que tendría tres hijos.

Entretanto, Bécquer se abrió camino en la prensa. Después de que unos artículos de crítica literaria en el vespertino La Época llamaran la atención de otros profesionales, en 1860, gracias a un amigo, entró en El Contemporáneo, un periódico político al servicio del Partido Moderado de Ramón María Narváez, que disputaba el poder a la Unión Liberal de Leopoldo O’Donnell. Allí aprendió el oficio de redactor y se familiarizó con la actividad frenética de un diario político. Más tarde recordaría «ese abismo de cuartillas que se llama periódico, especie de tonel que, como al de las Danaides, siempre se le está echando original y siempre está vacío». En este medio publicaría textos de auténtico valor literario, como las Cartas desde mi celda, escritas durante una estancia en el monasterio de Veruela, en Aragón, o sus Leyendas, relatos de tradiciones y vivencias ancestrales y de misterio, de fondo histórico o contemporáneo, escritos en una personal prosa lírica.

Cabecera de 'El Contemporáneo'. 1860.

Cabecera de 'El Contemporáneo'. 1860.

Foto: Oronoz / Album

En esos años, Bécquer se situó cada vez más en una línea conservadora a favor de la reina Isabel II. Fue incluso amigo personal de Luis González Bravo, ministro de la Gobernación desde 1864, odiado por muchos a causa de sus métodos represivos. Tras ejercer durante unos meses como «fiscal de novelas», esto es, censor, fue nombrado director de El Contemporáneo, puesto del que no tardó en dimitir por diferencias de opinión con el equipo de redactores.

En 1865 comenzó a colaborar con El Museo Universal, una importante revista ilustrada orientada a la burguesía acomodada de la que llegaría a ser director. En ella publicó crónicas de los salones aristocráticos y biografías de militares y prelados, pero también reportajes sobre los modos de vida de los pueblos de Castilla, Aragón, el País Vasco o Andalucía, que visitó junto a su hermano Valeriano. Reflejó las desigualdades sociales y el hambre en artículos como Las gallinejas o La sopa de los conventos, en los que describía los restaurantes ambulantes que vendían desperdicios de reses a los desfavorecidos, el reparto de sopa que las entidades religiosas ofrecían a los pobres a la puerta de sus cenobios o las secuelas sociales de la epidemia de cólera de 1865.

También hay escenas más amenas, como una velada flamenca en Sevilla en la que escuchó un cante jondo: «Es un grupo de gente flamenca y de pura raza que, alrededor de una mesa coja y de un jarro vacío, cantan “lo hondo” sin acompañamiento de guitarra, graves y extasiados como sacerdotes de un culto abolido, que se reúnen en el silencio de la noche a recordar las glorias de otros días».

El claustro de San Juan de Duero, cerca de Soria, donde se ubica una de las leyendas de Bécquer.

El claustro de San Juan de Duero, cerca de Soria, donde se ubica una de las leyendas de Bécquer.

Foto: Alamy / Cordon Press

Revolución y muerte

En 1868, la llamada Revolución Gloriosa provocaría la caída del Gobierno moderado y el exilio a París de la reina Isabel II y del ministro González Bravo. Gustavo Adolfo Bécquer se refugió en Toledo, que consideraba la ciudad histórica por excelencia y que, según él, era el sitio adorado de su inspiración. A comienzos de 1870 volvió a Madrid para asumir la dirección literaria de otra importante revista, La Ilustración de Madrid, donde prosiguió la labor divulgadora de los tipos y costumbres, y escribía críticas de teatro y zarzuelas.

Ese año que había comenzado de un modo positivo y prometedor acabaría trágicamente. Valeriano Bécquer murió en septiembre. La revista recordaría al pintor en una emotiva reseña realizada a partir de las notas de su hermano, en la que recordaba su niñez y sus anhelos. Apenas tres meses después, el 22 de diciembre de 1870, fallecía el propio Gustavo, con sólo 34 años. Su salud había empeorado tras un viaje en la parte descubierta de un tranvía tirado por caballos, en una jornada muy gélida.

Bécquer no gozaba al morir del reconocimiento literario que obtendría después. De carácter introvertido y reservado, mantuvo casi en secreto su creación literaria más preciada, las Rimas, de las que apenas publicó un puñado en algunos periódicos. En 1868 tenía lista una versión que entregó a su amigo González Bravo para que redactara un prólogo, pero el manuscrito se perdió, quizás extraviado en el traslado de las pertenencias del ministro con motivo de su exilio. Durante su última estancia en Toledo, Bécquer había recuperado de memoria todos los poemas en el llamado Libro de los gorriones. Tras su muerte, sus amigos formaron una comisión para publicar sus obras, entre ellas las Rimas, que otorgarían a Bécquer el puesto que hoy ocupa en la historia de la literatura española.

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Un amante de las tradiciones

Bécquer tenía unas profundas creencias católicas, presentes en su ámbito familiar y en su entorno. Creció en el barrio sevillano de San Lorenzo, un lugar con un profundo arraigo de las festividades de carácter religioso, como el Corpus y la Semana Santa (allí se encuentra la sede de la cofradía del Jesús del Gran Poder). Una vez asentado en Madrid, Bécquer frecuentó los ambientes aristocráticos. Fue recibido en audiencia por la reina Isabel II y consiguió su apoyo para emprender el proyecto editorial de la Historia de los templos de España, que fracasó por motivos económicos.

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Ilustración de la leyenda 'La cueva de la mora'.

Ilustración de la leyenda 'La cueva de la mora'.

Foto: Oronoz / Album

Las Leyendas

Una de las leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer, La cueva de la mora, relata la trágica historia de amor entre un caballero cristiano y una joven árabe en Navarra durante la Reconquista. Mientras la joven recoge agua para saciar la sed de su amado moribundo, resulta malherida por un arquero. Ambos mueren juntos y se convierten en espectros.

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Dibujo de dama a pluma realizado por Gustavo Adolfo Bécquer. Museo del Romanticismo, Madrid.

Dibujo de dama a pluma realizado por Gustavo Adolfo Bécquer. Museo del Romanticismo, Madrid.

Foto: Oronoz / Album

Los amores de Bécquer

Las mujeres más importantes en la vida de Bécquer fueron Julia Espín y Casta Esteban. El amor del escritor por la primera, cantante de ópera, no fue correspondido, pero le inspiró varias de sus Rimas: «Si se agita medroso en la alta noche / tu corazón / al sentir en tus labios una ardiente / respiración / sabe que, aunque invisible, al lado tuyo / respiro yo». Bécquer se casó con Casta Esteban, pero su relación no estuvo exenta de sinsabores. Hay sospechas de que el tercero de los hijos de Casta fue el fruto de una infidelidad con un antiguo novio. A este suceso parece aludir la rima de Bécquer que comienza: «Cuando me lo contaron, sentí el frío / de una hoja de acero en las entrañas…».

Este artículo pertenece al número 211 de la revista Historia National Geographic.

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