Bulliciosa ciudad, ciudad llena de sueños, donde en pleno día el espectro se aferra al transeúnte! Los misterios gotean de todas partes como linfa». Así se expresaba Charles Baudelaire en uno de los muchos poemas –en verso o en prosa– que dedicó a la ciudad en la que nació, en la que vivió casi siempre y donde murió a los 46 años. Antes de que Napoleón III la convirtiera en una capital luminosa y majestuosa, París era una urbe insalubre y rebosante de vida, con callejuelas estrechas y sórdidas por las que Baudelaire se movía a su gusto. Un escenario ideal para esa población flotante de bohemios –jóvenes literatos o artistas, todos pobres, rebeldes y en busca de placeres– de la que Baudelaire fue uno de los más típicos representantes.
Charles Baudelaire nació en París en 1821. Su padre fue un afable funcionario sesentón que murió cuando él sólo tenía seis años. Su madre no tardó en casarse con un militar de carrera, Jacques Aupick, que pugnó en vano por llevar a su hijastro por el buen camino. Charles era un chico de imaginación desbordante y que no soportaba las normas. «Muy distraído», «desordenado», «conducta ligera, carácter indócil», decían los informes de sus profesores en el liceo, del que acabó expulsado por negarse a entregar una nota que le había pasado un compañero: prefirió comérsela delante del profesor. Continuó sus estudios como estudiante externo, lo que le permitió frecuentar con sus amigos tabernas y burdeles. Su padrastro pensó sacarlo de esa vida embarcándolo rumbo a Calcuta en un viaje de formación, pero al llegar a las islas Mauricio el joven Charles se rebeló y encontró un barco que lo llevó de regreso a Francia.
Cronología
Poesía, amor y revolución
1821
Charles Baudelaire nace en París. A los seis años muere su padre. Su madre se casa con el comandante Aupick.
1842
Al alcanzar la mayoría de edad recibe la herencia de su padre, pero pronto es colocado bajo el control de un tutor judicial.
1848
Estalla una revolución popular en París en la que Baudelaire participa tomando incluso las armas.
1857
Se publica Las flores del mal y de inmediato es procesado y condenado por ofensa a la moral pública.
1867
Tras sufrir un ataque que lo deja afásico y paralítico, Baudelaire fallece en un sanatorio de París.
El arte de derrochar
Al cumplir los 21 años, la mayoría de edad según el derecho de la época, Baudelaire recibió la herencia de su padre y empezó a gastarla a manos llenas en elegantes trajes, pinturas, libros, vino y prostitutas. Al poco se vio abrumado por las deudas, lo que llevó a la familia a intervenir imponiéndole un administrador judicial de sus bienes, que durante el resto de su vida lo dejó con una modesta renta mensual. Pese a ello, Baudelaire siguió derrochando cuanto podía, cambiando constantemente de domicilio para huir de sus acreedores.
El desenfreno le resultaba necesario para aplacar su inquietud y su necesidad de euforia y de sentimientos violentos. De ahí su interés por las drogas. Descubrió el hachís en la buhardilla de un antiguo compañero de clase, en forma de mermelada verde de cannabis, pero a partir de 1847 lo conquistó el láudano, opio diluido en alcohol –un «viejo y terrible amigo», dirá décadas después–, que usaba para huir de las garras de la depresión y para aliviar los dolores intestinales producidos por la sífilis que había contraído con una prostituta.

Bohemios de París. Este aguafuerte de Léopold Flameng representa la misérrima habitación de un poeta parisino de mediados del siglo XIX que recibe a sus amigos para fumar y hablar de sus creaciones.
Foto: Kharbine-Tapabor / Album
En esos años conoció a la mujer con la que tejió la relación más importante de su vida, Jeanne Duval, una actriz mestiza haitiana de gran belleza, a la que llamaba la «serpiente que danza», cuya cama es un «infierno». Jeanne era la mujer perfecta y terrible para Baudelaire, ya que llevaba una vida incluso más disoluta que la suya, con la misma intolerancia a las reglas, a la fidelidad y a la moderación. Su relación no tuvo ni un momento de calma: fue una constante alternancia de pasión, furia, decepciones y peleas. Aun así, su relación con Jeanne fue la más duradera de la que mantuvo, y ni siquiera se interrumpió cuando ella, ya mayor, sufrió una parálisis.
Baudelaire llamaba a su amante Jeanne Duval «la serpiente que danza», cuya cama es un «infierno»
Los excesos y los apuros económicos no distrajeron a Charles de su vocación de escritor y poeta. Publicó muchos artículos de crítica literaria y artística, que le permitieron exponer su personal filosofía de la poesía y el arte. Su mayor éxito comercial fue la traducción de los cuentos y ensayos de Edgar Allan Poe, el escritor estadounidense en el que vio un alma gemela. Pero su obra más importante eran los poemas que escribía casi en secreto y que reunió finalmente bajo el título Las flores del mal. En ellos exaltaba las drogas, la angustia de vivir, el éxtasis y la lujuria, los amores tormentosos y la muerte. «Un libro atroz en el que he volcado todo mi corazón, mi ternura, mi odio», dijo.
Baudelaire deseaba publicar una obra que demostrase su genio al mundo, pero sabía que un libro así podría traerle problemas. Desde 1851, Francia vivía bajo el Imperio de Napoleón III, un régimen autoritario y conservador que había puesto fin a la república proclamada en 1848 y que se apoyaba en una estrecha alianza con la Iglesia católica. El gobierno imperial trataba de mostrarse como garante del orden y la moral, y varios escritores habían sufrido procesos por la supuesta inmoralidad de sus obras; el último, el novelista Flaubert, quien sin embargo fue absuelto.
Por ello, Baudelaire tomó algunas precauciones. En 1855 publicó 18 poemas de su libro en una revista respetable, la Revue des deux mondes. Suprimió algunos poemas atrevidos de la edición final, y se apresuró a enviar ejemplares de ésta a los ministros y al prefecto de policía. Pero nada de ello le sirvió. El 7 de julio de 1857, dos semanas después de la publicación del libro, aparecía en Le Figaro un violento artículo contra la «inmoralidad» de Las flores del mal. De inmediato, el Ministerio del Interior elaboró un informe que concluía que «el libro del señor Baudelaire es una de esas publicaciones malsanas, profundamente inmorales, que están llamadas a provocar un gran escándalo». Los ejemplares puestos a la venta fueron secuestrados, y la fiscalía de París presentó una acusación contra Baudelaire por ultraje a la moral religiosa y la moral pública.

Jeanne Duval. Retrato por Charles Baudelaire.
Foto: Rue des Archives / Album
Condena humillante
Baudelaire logró que algunos literatos importantes escribieran en su apoyo en los periódicos, y trató de usar contactos para influir en el ministerio y la justicia. Pero ésta siguió su curso. El 20 de agosto se celebró la vista en la Sexta Cámara Correccional de París. Su acusador, Pierre-Ernest Pinard, decidió concentrar los cargos en el delito de ultraje a la moral pública. Baudelaire y su editor fueron condenados a una multa de 300 y 100 francos respectivamente, y se ordenó eliminar seis poemas de la edición de Las flores del mal. Aunque ninguno era propiamente pornográfico, algunos eran de gran crudeza, como el titulado «A aquella que es demasiado alegre», en que el autor expresa su deseo de «castigar la carne» de su amada y de «inyectarle su veneno» (la sífilis) en el acto sexual. Otros dos poemas evocan sin rebozos el amor lésbico.
En términos materiales, la condena no fue muy gravosa para Baudelaire. Gracias a una gestión ante la emperatriz Eugenia de Montijo, la multa se redujo a 50 francos, y el escándalo no impidió que al año siguiente el gobierno le concediera dos ayudas económicas, de 250 y 200 francos. Pero para el poeta todo el episodio fue una humillación que aumentaría su amargura frente al mundo.
Baudelaire siguió escribiendo y amplió Las flores del mal con nuevas poesías, pero la reedición no tuvo mucho éxito. Desengañado con París y Francia, probó fortuna en Bélgica con una gira de conferencias que resultó un fracaso. Aún en la cuarentena, su físico estaba agotado por la vida disoluta y por la sífilis que venía padeciendo desde hacía años. Durante un paseo le sobrevino una parálisis que en pocos meses lo llevó a la tumba. El triunfo le llegaría póstumamente, con los escritores y artistas que seguirían la estela de su obra alucinada y vívida.
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Poeta con vocación de dandi
Baudelaire llamaba la atención por su mera presencia. Su amigo el poeta Théophile Gautier destacaba de él «la frente de un blanco deslumbrante […]. Los ojos, del color del tabaco español, tenían una mirada aguda y profunda, que resultaba incluso demasiado penetrante». En su juventud vestía como un dandi, con sombrero alto, chaleco y pantalón de cachemir y una corbata de lazos negros muy bien anudada. Incluso se empolvaba las mejillas y cuidaba sus uñas como una mujer. En 1853, en una carta, le decía a su madre que siempre había dedicado dos horas diarias a su toilette.
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Portada de la primera edición de 'Las flores del mal', de Baudelaire.
Foto: Kharbine-Tapabor / Album
Absuelto en 1949
La interdicción de los seis poemas «inmorales» de Baudelaire se mantuvo en vigor casi un siglo. En 1946, una nueva ley permitió presentar un recurso frente a este tipo de condenas. Era una ley expresamente pensada para Las flores del mal, y, en efecto, el 23 de mayo de 1949 una sentencia del tribunal de casación anuló la decisión de 1857.
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Hôtel Pimodan, hoy Hôtel Lauzun, lugar de reunión del club del hachís.
Foto: Volgi Archive / Alamy / ACI
Historial de adicciones
Baudelaire asistió a las reuniones del «club des haschischins» (los consumidores de hachís), que el doctor Moreau de Thours celebró entre 1844 y 1849 en el Hôtel Pimodan, pero su experiencia no fue buena, según cuenta en Los paraísos artificiales. Más duradera fue su adicción al opio –en parte por razones médicas– y al alcohol. Sobre este último, su amigo Maxime du Camp contaba que en una ocasión Baudelaire lo visitó y le pidió enseguida de beber. Cuando Du Camp le ofeció cerveza, té o grog, respondió: «Gracias, pero sólo bebo vino». «¿Burdeos o Borgoña?» «Si me permite, beberé de los dos».
Este artículo pertenece al número 213 de la revista Historia National Geographic.