La Guerra de los Treinta Años

La batalla de Nördlingen, la gran victoria de los tercios españoles

El 6 de septiembre de 1634, durante la guerra de los Treinta Años, se libró cerca de la ciudad bávara de Nördlingen un choque de enorme magnitud, en el que los tercios del ejército español resistieron la embestida del poderoso ejército sueco y acabaron por derrotarlo.

La maestría del flamenco Pieter Snayers como pintor de batallas resulta evidente en esta espléndida composición, que muestra el choque de Nördlingen como un vasto mapa animado.

La maestría del flamenco Pieter Snayers como pintor de batallas resulta evidente en esta espléndida composición, que muestra el choque de Nördlingen como un vasto mapa animado.

Foto: Fine Art Images / Album

En la madrugada del 6 de septiembre de 1634, cualquier soldado de los miles que acampaban en las cercanías de la ciudad de Nördlingen podría pensar que el choque que se avecinaba aquella jornada era un episodio más de la guerra entre católicos y protestantes que asolaba Alemania desde hacía dieciséis años. Muchos factores apuntaban a ello, como que la lucha se desarrollaría entre un ejército sitiador y otro que pretendía socorrer la ciudad, algo típico en la época. Pero la futura batalla también suscitaba expectación, porque el combate enfrentaría por primera vez a suecos y españoles en campo abierto. Dos escuelas militares se pondrían a prueba.

Cronología

Camino a la batalla

1631

La victoria sueca en Breitenfeld pone fin a los éxitos de los Habsburgo durante la guerra de los Treinta Años, comenzada en 1618.

1632

Las victorias de los suecos en Lech y Lützen hacen imparable su avance hacia el sur, llevando la guerra hasta territorios católicos alejados del frente.

1633

El duque de Feria lidera desde Milán un ejército de 12.000 hombres para abrir el camino hacia Flandes. Los suecos, amenazados, pasan a la defensiva.

1634

Entre mayo y agosto las fuerzas imperiales y bávaras, junto con los supervivientes del ejército de Feria, contraatacan con éxito. Los católicos toman Ratisbona y Donauworth.

1634 (sept.)

El día 2, el cardenal-infante se une a las tropas imperiales y bávaras que sitian Nördlingen desde el 17 de agosto; el día 6 aplastan a los protestantes.

¿Por qué Nördlingen?

Hacía cuatro años que la intervención de las tropas suecas en Alemania, comandadas por su agresivo rey Gustavo II Adolfo, había dado la iniciativa militar a los protestantes frente al campo católico, liderado por el emperador Fernando II de Habsburgo. Aunque el monarca sueco cayó en combate, sus tropas siguieron avanzando hacia el sur de Alemania. El encuentro entre suecos y españoles se iba a producir en Nördlingen. La ciudad, enclavada en la muy católica Baviera, se había convertido en el reducto de una fuerza protestante cercada por tropas imperiales y bávaras. Sitiados y sitiadores aguardaban la llegada de refuerzos.

El 2 de septiembre arribaba el ejército del cardenal-infante don Fernando –hermano del rey Felipe IV–, que había partido de Italia en junio; con el venían tropas veteranas que se destacarían en el combate, como los tercios españoles de Martín de Idiáquez y del conde de Fuenclara. Aunque Nördlingen no tenía excesivo interés estratégico, los protestantes habían perdido dos ciudades en esa campaña, de manera que su prestigio militar y credibilidad estaban dañados, por lo que debían actuar en previsión de que la ciudad podía caer en horas. Un ejército sueco, dirigido por Bernardo de Sajonia-Weimar y Gustav Horn, había llegado para auxiliar a los sitiados. Por el momento, los católicos gozaban de superioridad numérica en proporción de 3 a 2, pero otro ejército protestante de 6.000 efectivos estaba a pocos días de marcha.

Diego Messia Felipez de Guzmán, marqués de Leganés, lugarteniente del cardenal-infante. Óleo por Gaspar de Crayer. 1627-1628.

Diego Messia Felipez de Guzmán, marqués de Leganés, lugarteniente del cardenal-infante. Óleo por Gaspar de Crayer. 1627-1628.

Foto: Erich Lessing / Album

Aunque esto podría haber igualado la pugna, la noche del 4 de septiembre Bernardo de Sajonia tomó la arriesgada decisión de atacar sin esperar a los refuerzos. Las experiencias anteriores hacían pensar que la jugada no era tan temeraria como podría parecer. Buena parte de los éxitos suecos se había producido en inferioridad numérica, y sus tropas eran veteranas. Además, el propio Bernardo despreciaba a las tropas de Felipe IV, hasta el punto de proclamar que se «almorzaría» a españoles e italianos. Los mandos protestantes demostraron un exceso de confianza que pagarían caro.

Campeón del catolicismo. Acuñada en 1632 para Felipe IV, esta pieza de cobre muestra una cruz sobre la inscripción «Con este signo vencerás» (en latín), bajo la que hay diversas armas.

Campeón del catolicismo. Acuñada en 1632 para Felipe IV, esta pieza de cobre muestra una cruz sobre la inscripción «Con este signo vencerás» (en latín), bajo la que hay diversas armas.

Foto: Quintlox / Album

Tomando posiciones

Al amanecer del 5 de septiembre, los suecos dejaron sus cuarteles y se alejaron hacia la ciudad de Ulm. Su intención era dar la impresión de que abandonaban el campo, y aprovechar los bosques de la zona para evitar que detectaran sus movimientos: querían ocupar las colinas de Heselberg, Allbuch y Schönfeld, las más altas de la zona, para dominar el campo de batalla al suroeste de Nördlingen. Tomaron la de Heselberg, pero antes de llegar a la siguiente colina, la de Allbuch, debían ocupar un bosquecillo que quedaba a sus pies.

Las tropas del cardenal-infante se hallaban ante esas elevaciones y lucharían para controlarlas. A fin de entorpecer el avance sueco se envió al bosquecillo al sargento mayor Francisco Escobar, del tercio de Fuenclara, al frente de 400 mosqueteros. Su tenacidad y valor sorprendieron a los generales suecos: los mosqueteros se mantuvieron más de cinco horas hasta que, sobrepasados y sin municiones, se replegaron. Los católicos habían ganado un tiempo esencial a costa de pocas bajas. La colina de Allbuch, la más alta de todas, era un punto clave, y la resistencia de Escobar permitió que los católicos se hicieran con ella.

Escenario de dos batallas. La ciudad de Nördlingen se construyó en el cráter de un meteorito, de ahí su forma. En sus cercanías se libraron dos batallas: la de 1634, que acabó en derrota de los suecos, y la del 3 de agosto de 1645, una victoria francesa sobre las tropas imperiales.

Escenario de dos batallas. La ciudad de Nördlingen se construyó en el cráter de un meteorito, de ahí su forma. En sus cercanías se libraron dos batallas: la de 1634, que acabó en derrota de los suecos, y la del 3 de agosto de 1645, una victoria francesa sobre las tropas imperiales.

Foto: Hans-Peter Huber / Fototeca 9x12

Por la tarde del día 5 se envió a tres regimientos alemanes al servicio de España, junto con el tercio napolitano de Toralto, 1.200 jinetes italianos y borgoñones y 14 piezas de artillería para ocupar y fortificar el puesto a las órdenes de Serbelloni, que mandaba la artillería del cardenal-infante. En la cima de la colina se construyeron tres reductos con forma de media luna compuestos por una trinchera y un parapeto. La colina era muy pedregosa, por lo que construir estas fortificaciones no fue fácil, y no se consiguió llegar más allá del metro de profundidad.

Las defensas, pues, eran básicas, pero serían de mucha ayuda. Al anochecer, el mando católico se reunió para debatir los pasos a seguir. Sabían que el peso de la batalla estaría en la colina de Allbuch. Dado que buena parte de los soldados de los regimientos alemanes eran bisoños, se determinó que era esencial enviar como refuerzo a uno de los dos tercios españoles. Antes del amanecer llegaba a la colina el tercio de Idiáquez, el más experimentado, cuya presencia sería providencial.

A vista de pájaro. A vista de pájaro. En el centro de este grabado se ven los tres reductos de la colina de Allbuch, defendidos por los tercios de Idiáquez y Toralto, y por el regimiento alemán de Leslie.

A vista de pájaro. A vista de pájaro. En el centro de este grabado se ven los tres reductos de la colina de Allbuch, defendidos por los tercios de Idiáquez y Toralto, y por el regimiento alemán de Leslie.

Foto: AKG / Album

Mientras tanto, el grueso de las fuerzas hispanas, al mando del cardenal-infante, se situaba en la colina de Schönfeld, al norte de la de Allbuch. Las fuerzas imperiales y bávaras, comandadas respectivamente por Fernando III de Hungría y el duque de Lorena, se encontraban a su derecha, hasta completar la comunicación con Nördlingen. En conjunto, los católicos reunían –sin tener en cuenta los enfermos, los encargados del bagaje y el retén que vigilaba las obras de asedio– unos 20.000 infantes y 15.000 caballos, entre los que había 2.000 jinetes ligeros croatas y húngaros. De estas fuerzas, 12.000 infantes y 3.000 jinetes correspondían al ejército del cardenal infante.

Por su parte, los protestantes alinearon 16.000 infantes, 9.000 caballos, 1.000 dragones (soldados que servían a pie y a caballo) y 68 cañones. El ala derecha estaba al mando del sueco Horn, que lideraría el ataque principal sobre Allbuch con 9.400 infantes, apoyados por 6 cañones ligeros y 4.000 caballos. El ala izquierda estaba al mando de Bernardo de Sajonia-Weimar y su función era defensiva: proteger el flanco de Horn y amenazar la línea católica para evitar el envío de refuerzos a la colina.

En la cima de la colina, miles de hombres aguardaban la embestida de Horn. Los reductos del centro y la izquierda estaban ocupados por las tropas alemanas, mientras que el derecho lo custodiaban los napolitanos del tercio de Toralto. A los españoles de Idiáquez les correspondía el honor de estar a la vanguardia, pero, dado que habían sido los últimos en llegar, cedieron esa posición a los alemanes para evitar quejas y quedaron en reserva. En total, 6.000 infantes defendían Allbuch, con los flancos protegidos por 1.200 jinetes italianos y borgoñones; en las faldas de la colina, en la retaguardia, quedaron 2.000 infantes lombardos y un regimiento imperial con la misión de reforzar las posiciones en caso de necesidad.

Comienza la batalla

Al alba, la artillería protestante empezó a batir las posiciones enemigas. Ésa fue la señal para que Horn comenzara su ataque sobre Allbuch, pero la caballería protestante del ala derecha se adelantó topándose con un barranco, y al intentar cargar contra las tropas situadas colina arriba chocó con el fuego enemigo y fue atacada por su flanco por la caballería borgoñona. Eso deshizo los escuadrones protestantes, que sólo se salvaron por el apoyo de sus reservas de caballería.

La infantería sueca tuvo más éxito en su ataque al reducto central, defendido por dos regimientos alemanes cuyos soldados, carentes de experiencia, se derrumbaron después de que sus coroneles quedasen fuera de combate. Los españoles del tercio de Idiáquez que estaban detrás demostraron entonces su veteranía al calar picas (esto es, al colocar las picas en posición horizontal) para evitar que los arrollasen los fugitivos, y luego avanzaron para recuperar la posición perdida aprovechando el desconcierto causado por la explosión de un carro de pólvora.

Una vez allí, los de Idiáquez aguantaron viento y marea. Las crónicas católicas afirman que se lanzaron 15 asaltos sobre dicha posición, cifra que los protestantes rebajan a la mitad. Sin atenernos a ese detalle, lo importante es reconocer la capacidad de aguante del tercio de Idiáquez, compuesto por veteranos que marcaron la diferencia. Su experiencia quedó reflejada en el ardid que utilizaron contra los suecos. A sabiendas de que su táctica se fundamentaba en salvas al unísono de sus mosqueteros, cuando se iba producir la descarga se daba orden para que todos se agachasen, pasando las balas sobre sus cabezas, para después responder a su fuego.

Cerca de 9.000 infantes fueron lanzados en sucesivas oleadas contra 1.800 españoles, que resistieron las acometidas una y otra vez. En los siguientes ataques, la caballería protestante tuvo más éxito y llegó a posicionarse en la colina, dejando aisladas a las tropas de los tres reductos, pero no recibió apoyo de su infantería y fue expulsada por los jinetes al mando de Gambacorta.

El choque de las caballerías. El contemporáneo Jacques Courtois evocó en este óleo el sangriento encuentro entre la caballería de Gambacorta y la sueca en la colina de Allbuch.

El choque de las caballerías. El contemporáneo Jacques Courtois evocó en este óleo el sangriento encuentro entre la caballería de Gambacorta y la sueca en la colina de Allbuch.

Foto: Scala / Firenze

A la derecha de los españoles, los napolitanos de Toralto también se portaron de manera excepcional. Primero hicieron frente con entereza a la caballería protestante, que incluso intentó cargarlos de frente, siendo fulminados sus jinetes a picazos. Después aguantaron el asalto de la infantería.

En vista de los problemas que estaba teniendo Horn en la colina –y de sus misivas pidiendo refuerzos–, Sajonia-Weimar ordenó sobre las 7:30 que dos de sus brigadas de infantería atacasen la posición napolitana. Pero los napolitanos resistieron, siendo apoyados desde la retaguardia por dos tercios lombardos, que atacaron desde el flanco apoyados por la artillería situada en la colina de Schönfeld.

Desde ese momento se complicó la situación para los protestantes, obcecados en continuar su ataque sobre la colina, pero cada vez más debilitados. Por el contrario, los defensores recibían refuerzos, especialmente mosqueteros –hasta un millar–. A la infantería protestante se la estaba combatiendo con una incesante lluvia de plomo.

A las 10 de la mañana, Sajonia-Weimar pasó a la acción haciendo avanzar a su caballería. Su ataque fue contrarrestado por la caballería imperial y bávara, apoyada por la infantería –incluidos 400 mosqueteros del tercio de Fuenclara–, que eliminó cualquier posibilidad de victoria protestante.

La catástrofe sueca

Tras seis horas de combate indeciso e incierto, la victoria era católica. Los líderes protestantes intentaron pasar a la defensiva y aguardar a la caída de la noche, pero ya era tarde. No pudieron aguantar. La caballería fue diezmada, y la única brigada de infantería protestante que aún no había combatido no tuvo opciones de defenderse en la cima de Heselberg. Los protestantes dejaron sobre el terreno 8.000 muertos, y otros miles cayeron en la persecución; perdieron todo su bagaje y artillería, además de 400 banderas y estandartes.

El final del combate. Este grabado del siglo XIX recrea la rendición del conde Horn; el comandante sueco fue uno de los miles de prisioneros de Nördlingen.

El final del combate. Este grabado del siglo XIX recrea la rendición del conde Horn; el comandante sueco fue uno de los miles de prisioneros de Nördlingen.

Foto: Mary Evans / Scala, Firenze

Los católicos capturaron 4.000 hombres y varios mandos, incluido Horn. Sus bajas fueron escasas: 2.000 muertos. Nördlingen, la peor derrota sueca en toda la guerra, significó la práctica aniquilación del ejército protestante. Los Austrias de Madrid habían salvado a los Habsburgo, sus primos de Viena, pero Francia, preocupada por la posible hegemonía hispánica en el continente, declaró la guerra a España en 1635. Se abría una nueva fase en la guerra de los Treinta Años.

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Batalla de Nördlingen.

Batalla de Nördlingen.

Foto: Eosgis.com

La cruenta Guerra de los Treinta Años

La contienda empezó en 1618, con la revuelta de la nobleza protestante de Bohemia contra el futuro emperador Fernando II de Habsburgo, que aplastó a los rebeldes. En 1625, el rey Cristián IV de Dinamarca se puso al frente del bando protestante, pero sus derrotas lo obligaron a retirarse en 1629. En 1631 tomó su relevo Gustavo II Adolfo de Suecia, que triunfó en Breitenfeld y Lützen, donde murió en 1632; la derrota de los suecos en Nördlingen, en 1634, los forzó a retroceder hasta Pomerania. Para contrarrestar la pujanza de los Habsburgo austríacos y españoles, cuyos dominios rodeaban Francia, ésta entró en guerra en 1635. Sus victorias llevaron al fin del conflicto con la paz de Westfalia, en 1648.

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Fernando III, con Gallas y Piccolomini detrás, saluda a Fernando de Austria (izquierda), junto al marqués de Leganés.

Fernando III, con Gallas y Piccolomini detrás, saluda a Fernando de Austria (izquierda), junto al marqués de Leganés.

Foto: Bridgeman / ACI

Un ejército multinacional

Las fuerzas católicas estaban formadas por tropas del emperador Fernando II, de Felipe IV de España y bávaras. Los jefes del campo católico (en el que se hablaban al menos seis idiomas) eran Fernando III de Hungría, hijo del emperador, y el cardenal-infante, hermano de Felipe IV; aunque eran jóvenes, ambos encarnaban una importante autoridad moral para sus tropas. La dirección de la batalla estuvo a cargo de sus lugartenientes: por parte imperial, Matthias Gallas, apoyado por Piccolomini; por parte del cardenal- infante, el marqués de Leganés (educado en la escuela militar de Flandes), asistido por Gambacorta, jefe de la caballería, y Serbelloni, al mando de la artillería. El duque de Lorena dirigía a los bávaros.

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Mosquetero del siglo XVII, con la mecha de su arma prendida y la horquilla en la que apoyaba el mosquete para hacer fuego.

Mosquetero del siglo XVII, con la mecha de su arma prendida y la horquilla en la que apoyaba el mosquete para hacer fuego.

Foto: Florilegius / Album

Los tercios, una máquina de guerra

Teóricamente, un tercio debía tener 3.000 efectivos en 15 compañías de 200 hombres, pero la realidad podía ser muy distinta. Así, el 10 de agosto de 1634, el tercio de Idiáquez (protagonista en Nördlingen) tenía 1.800 hombres en 23 compañías. Era una tropa veterana, con soldados particulares y reformados, oficiales que habían perdido su puesto al suprimirse sus unidades, pero seguían sirviendo por un sueldo superior al del simple soldado; luchaban en primera fila y daban ejemplo al resto. Mandaba el tercio un maestre de campo, con la ayuda de un sargento mayor; solían tener años de experiencia antes de ser nombrados por el rey, ya que al no existir academias de oficiales, la escuela era el propio ejército.

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El cardenal-infante en la batalla de Nördlingen, por Rubens. 1634-1635. Prado, Madrid.

El cardenal-infante en la batalla de Nördlingen, por Rubens. 1634-1635. Prado, Madrid.

Foto: Album

Don Fernando, el cardenal-infante

Fernando de Austria era hijo de Felipe III, quien deseaba que se consagrase al clero, y a los diez años fue nombrado arzobispo de Toledo, pero nunca fue ordenado. Tenía que sustituir a su tía Isabel Clara Eugenia en el gobierno de los Países Bajos, hacia donde partiría desde Milán al frente de una importante expedición, aunque antes, en 1633, el ejército del duque de Feria aseguraría su ruta. En junio de 1634 salió de Milán con más de 12.000 hombres; tenía que desviarse hacia Baviera para colaborar con las fuerzas católicas que asediaban Nördlingen. Tras la victoria siguió hacia Flandes, y en 1636 protagonizó la jornada de Corbie, cuando el ejército de Flandes llegó a escasos 130 km de París.

Ver más sobre las armas de los tercios.

Ver más sobre la secuencia de la batalla de Nördlingen.

Este artículo pertenece al número 207 de la revista Historia National Geographic.

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