Al tratarse de una epopeya sobre la guerra de Troya –el fatídico choque entre dos grandes ejércitos ante aquella ciudad– la Ilíada de Homero describe con detalle muchos episodios de combate. La acción épica culmina en uno de esos encuentros: el brutal duelo entre el héroe griego Aquiles y el troyano Héctor. A pesar de tener personalidades muy diferentes, ambos hombres se parecen: los dos son nobles; Aquiles es el hijo de una diosa y rey de Tesalia, y Héctor es el hijo del rey y de la reina de Troya; ambos son guerreros excepcionales y los líderes de sus respectivos bandos; los dos son jóvenes y cabales a su manera, y, como el poema épico se empeña en demostrar, ambos anhelan desesperadamente vivir. Y, cosa inaudita, los dos héroes comparten brevemente una espectacular panoplia. En realidad, las razones de porqué Héctor llega a ponerse la armadura de Aquiles y las consecuencias de este gesto constituyen uno de los temas más dramáticos de esta extraordinaria epopeya.

El protagonista
Conocida como Ares Ludovisi, esta estatua del siglo II a.C., con añadidos de época barroca, quizá formó parte de un grupo escultórico en el que Aquiles aparecía junto a su madre Tetis. Museo Nacional Romano, palacio Altemps, Roma
Foto: Bridgeman / ACI
La causa de la guerra de Troya (o Ilión, de donde toma su nombre el poema homérico) es la famosa huida de la bella Helena, reina de la ciudad griega de Esparta, con Paris, un agraciado príncipe del reino asiático de Troya, hermano de Héctor. Aunque Helena y Paris son personajes protagonistas en la Ilíada, su funesta fuga diez años atrás queda lejos cuando la epopeya comienza, y el poema se centra en las trágicas consecuencias de aquel imprudente arrebato de pasión. Por esta razón, los temas de la Ilíada son las contiendas sin descanso de huestes enteras, de simples soldados atrapados en una lucha incesante, los constantes preparativos para la guerra y el descanso de ella, y el coste en vidas humanas de este combate.
El mundo de la Edad de Bronce
Aunque se cree que la Ilíada se compuso en torno a 750-700 a.C., esa redacción final deriva de, al menos, cinco siglos de narraciones orales por parte de generaciones de poetas anteriores a Homero. La tradición épica que culminó en la Ilíada hunde, pues, sus raíces en la Grecia micénica (1600-1150 a.C. aproximadamente), que es también la época en la que Homero sitúa la guerra de los reyes griegos contra la ciudad enemiga de Asia. El período corresponde a la Edad del Bronce, así llamada porque las sociedades de entonces fabricaban o comerciaban con útiles –desde aperos para labranza hasta joyas y armas– hechos de esta aleación de cobre y estaño.
El bronce es más resistente que el cobre, más incluso que el acero; y las aguzadas lanzas de bronce ceñidas a una pica de madera, así como las flechas de broncínea punta y las afiladas y vigorosas espadas de bronce, eran objetos de una enorme utilidad, prestigio y valor. De forma similar, las armaduras de bronce –casco para la cabeza, escudo y coraza para el cuerpo, greba para la parte inferior de las piernas y las espinillas– eran la mejor forma que tenía un guerrero de protegerse frente a las resistentes armas de bronce con las que se podía topar en el campo de batalla.

Yelmo micénico
En la Ilíada, el troyano Héctor es mencionado como «el del casco brillante». Bajo estas líneas, yelmo micénico del siglo XVI a.C. Museo Arqueológico Nacional, Atenas.
Foto: DEA / Album
Dado el tema, no resulta sorprendente que las descripciones más detalladas en la Ilíada sean de armas, más que de ningún otro tipo de objeto. Y de la gran variedad de armas descritas, nada es comparable a la magnífica panoplia que pertenece a Aquiles. Lo cierto es que Aquiles posee dos armaduras completas en la epopeya, cada una de ellas inigualable. Ambas se corresponden a dos etapas diferentes de su implicación en la guerra: la primera, como el combatiente griego más implacable y feroz; la segunda, cuando se retira por completo de la lucha, airado porque su comandante en jefe, Agamenón, le ha confiscado su botín de guerra: una joven viuda llamada Briseida de la que Aquiles ha llegado a enamorarse.
Las armas de Aquiles
Como hijo de la diosa Tetis y de un mortal, el rey Peleo, Aquiles es un semidiós, un ser superior a los demás héroes por cuyas venas no discurre la sangre divina, el llamado icor. Es cierto que, como ellos, Aquiles es completamente mortal, pero su estrecha relación con los dioses olímpicos le reporta algunas ventajas. Su madre tiene acceso directo a Zeus, el rey de los dioses, y puede pedirle favores para su hijo sin necesidad de acudir a las súplicas propias de los humanos.
En el campo de batalla, Aquiles está equipado como ningún otro héroe. Sus divinos caballos de guerra, un regalo de bodas de los dioses para su padre, fueron engendrados por Céfiro, el dios del viento. Su característica lanza en madera de fresno –que ningún otro héroe puede empuñar porque sólo él es lo bastante fuerte para hacerlo– fue un regalo de bodas a su padre por parte del centauro Quirón, medio hermano de Zeus. Y él posee «la extraordinaria armadura, maravilla para la vista, bella, espléndido presente que los dioses dieron a Peleo» también como regalo de bodas.

Zeus y Tetis
Zeus y Tetis. Óleo por Jean-Auguste-Dominique Ingres. 1811. Museo Granet, Aix-en-Provence.
Foto: Joseph Martin / Album
Más destacable todavía es que, al parecer, Aquiles puede escoger su destino. Esto se revela cuando una pequeña delegación de compañeros suyos viene a su tienda para pedirle que vuelva a la batalla, de la que se ha retirado a causa de su disputa con Agamenón. Aquiles se niega, y en una decisiva intervención declara que él sabe que perderá la vida si vuelve al combate: «Mi madre, Tetis, la diosa de argénteos pies, asegura que a mí las dobles Parcas me llevarán al término de la muerte: si sigo aquí luchando en torno a la ciudad de Troya, ya no habrá para mí regreso, pero mi gloria será infinita; en cambio, si vuelvo a casa, a mi tierra patria, se acabó la noble gloria, pero mi vida será duradera».
La madre de Aquiles, Tetis, obtuvo de Zeus una protección especial para su hijo
Aquiles permanece en su tienda, y la suerte en la batalla se vuelve en contra de los griegos, a los que Homero llama «aqueos». Al final, el íntimo amigo de Aquiles, Patroclo, le hace una petición a la desesperada: que le deje la legendaria armadura de Peleo, con la esperanza de que los troyanos, que temen a Aquiles, lo confundan con él y renuncien a combatir, y así los aqueos puedan mejorar su situación. De mala gana, el héroe cede a los ruegos de su amigo, y Patroclo se dirige al campo de batalla tras ponerse la fabulosa armadura de Aquiles.
El gesto heroico de Patroclo logra el ansiado alivio para los aqueos, pero también lo conduce a la muerte, obra, en gran medida, del dios Apolo, recalcitrante defensor de los troyanos. Éste, oculto en una tupida bruma, golpea a Patroclo «la espalda y los anchos hombros con la palma de la mano» y a continuación lo despoja de todas las armas que su amigo Aquiles le había entregado: le tira el yelmo de la cabeza, le quiebra la lanza en las manos, le desprende el broquel con el tahalí y finalmente le desata la coraza.
Completamente vulnerable, Patroclo es herido en la espalda por la lanza de un troyano. Intenta escapar, pero Héctor lo atrapa y lo aniquila. El príncipe troyano se muestra petulante ante el cadáver del guerrero difunto y lo despoja de su armadura. Se desata una lucha encarnizada entre aqueos y troyanos por ese gran botín, y al final los troyanos se salen con la suya. Héctor no tarda en cambiar su propia armadura por la de Aquiles, un acto de soberbia que provoca que Zeus, que está contemplando la escena desde las alturas, mueva la cabeza en gesto de desaprobación.
El dolor de Aquiles
Cuando Aquiles se entera de la muerte de Patroclo, su enfado con Agamenón se desvanece al instante y es presa tanto de la tristeza por su amigo caído como de rabia hacia Héctor. Ávido de venganza, Aquiles anuncia su decisión de volver a la lucha, y le pide a su madre divina, Tetis, que le consiga una nueva armadura. Con esta petición, Aquiles da un paso decisivo en el camino que le va a llevar inexorablemente al destino que en su momento había querido evitar: una muerte en plena juventud.

Apolo contra Aquiles
El dios del Olimpo más contrario a los griegos durante la guerra de Troya fue Apolo, lo que quizá se explica por su origen anatolio. Sobre estas líneas, relieve del templo de Apolo Palatino de Roma.
Foto: AKG / Album
En este punto, la acción en el campo de batalla se estanca, y el poema sigue a Tetis hasta el Olimpo, la morada de las divinidades, y el taller de Hefesto, maestro herrador de los dioses. En su animado y mágico taller, con sus grandes fuelles y la ayuda de unos ingenios mecánicos, Hefesto forja la nueva armadura de Aquiles. Con esta creación, Aquiles cruza un umbral en su propia vida. La armadura que su madre le ha pedido para que le proteja es, en realidad, un símbolo de su próxima muerte. De todo eso es consciente Hefesto. Él crea la más espléndida armadura que ningún mortal haya vestido jamás, pero, como le dice a la madre de Aquiles, su arte no salvará a su hijo: «Ojalá pudiera esconderlo lejos de la entristecedora muerte, cuando el atroz destino le llegue, con la misma seguridad con la que puedo afirmar que tendrá una armadura tan bella que se quedará absorto ante ella cualquier hombre que la vea».
Poniendo todo su empeño en su tarea, Hefesto crea un magnífico casco, una coraza y unas grebas. Pero su obra maestra es el escudo, donde «fue creando muchos primores con su hábil destreza. Hizo figurar en él la tierra, el cielo y el mar, el infatigable sol y la luna llena, así como todos los astros que coronan el firmamento». En él se encuentran representadas ciudades y la vida dentro de ellas, bodas y asambleas, la guerra, pastores y sus rebaños, granjas y viñas. En resumen, el escudo que Aquiles llevará a la guerra representa las distintas formas de una vida que pronto perderá.

Hefesto y Tetis
En esta copa o kílix ático aparece la diosa Tetis recibiendo las armas que Hefesto acaba de forjar para Aquiles. Siglo V a.C. Museos Estatales, Berlín.
Foto: BPK / Scala
Adentrándose de nuevo en territorio troyano, Aquiles se abre paso ardorosamente en la batalla hasta que el destino le pone cara a cara con Héctor, quien lleva la armadura que había quitado a Patroclo: la armadura del propio Aquiles. A medida que Héctor ve cómo se acerca su adversario, revestido de bronce y refulgente como una estrella, su coraje flaquea y por un momento piensa en quitarse la armadura completamente e, inerme como quedaría, rendirse a Aquiles. Pero se le pasa esa idea y, espoleado por la diosa Atenea –disfrazada como el hermano de Héctor–, se muestra dispuesto a luchar a medida que Aquiles se aproxima.
Los dos héroes marchan al encuentro uno de otro: «Cual águila de alto vuelo que baja al llano a través de tenebrosas nubes, para atrapar una tierna cordera o una asustada liebre, así partió Héctor, haciendo vibrar su aguda espada. También se lanzó Aquiles, con el ánimo henchido de salvaje furia; se cubrió el torso por delante con el escudo bello, primoroso, mientras hacía oscilar el reluciente casco de cuatro mamelones y ondeaban alrededor las bellas crines áureas que Hefesto había apretado hasta formar un crestón».
Armas mágicas
Los expertos creen que, en una tradición prehomérica, la característica lanza de fresno de Aquiles tenía supuestos poderes mágicos, como el de nunca errar el tiro o el de volver a su dueño una vez lanzada –aunque en la Iliada es meramente un arma formidable–. De la misma manera, los caballos divinos de Aquiles son tan veloces como el viento, pero en la Iliada no pueden evitar que Aquiles escape de la muerte. De forma similar, hay algunos indicios de que en la tradición prehomérica la armadura de Aquiles fue también mágica, haciendo que quien la llevase fuera invencible. Esta teoría tiene sentido en las extrañas circunstancias en las que muere Patroclo. Ningún otro héroe recibe un golpe por parte de un dios como el que Apolo da a Patroclo, y su intención al hacerlo parece que es no sólo dejar sin sentido a Patroclo, sino también despojarlo de la armadura mágica de Aquiles.

El fin de un príncipe
Con la ayuda de Atenea, Aquiles hunde su lanza en la garganta de Héctor. Éste lleva la armadura que quitó a Patroclo tras acabar con él. Óleo por Rubens. Museo de Bellas Artes, Pau.
Foto: Bridgeman / ACI
Por eso, ahora que Aquiles y Héctor se encuentran cara cara, todo el cuerpo de Héctor está revestido de esa misma armadura, excepto en el punto «en el que las clavículas separan cuello y hombros: el gaznate». Precisamente en ese punto asesta su golpe Aquiles, hiriendo mortalmente a Héctor. ¿Es esa mirada de depredador, con la que Aquiles acecha el cuerpo de Héctor, simplemente una de sus cualidades tácticas como guerrero o es un vestigio de una versión anterior en la que Héctor llevaba su armadura mágica y Aquiles tenía que buscar su único punto vulnerable?

El cadáver de Héctor
Aquiles arrastra con su carro el cuerpo sin vida del troyano Héctor, bajo la sombra alada de Patroclo. Lécito (vaso para aceite) del siglo V a.C. Museo del Louvre, París.
Foto: RMN - Grand Palais
El poeta que remata la Ilíada había recibido como legado una tradición épica de, por lo menos, medio milenio de antigüedad y tenía a su disposición distintos recursos para agradar a su público y llamar su atención, como caballos divinos, pociones mágicas, capas para volverse invisible y una armadura mágica para proteger al héroe favorito de su historia. Pero Homero, al parecer, aspiraba a algo más profundo. En su versión, incluso un semidiós como Aquiles es tan de carne y hueso que puede ser herido y su sangre puede fluir. La Ilíada que hemos heredado de Homero ha sido perfilada de tal manera que nos niega toda posibilidad de que no entendamos su mensaje: la guerra es algo aterrador y ni siquiera los héroes pueden escapar indemnes de ella.
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Patroclo y las armas de Aquiles

La antigua Troya
Tras sufrir un terremoto y un incendio relacionado con un conflicto bélico, Troya quedó abandonada hacia 1100 a.C. Renacería en la época grecorromana, a la que pertenecen estos restos.
Foto: Images & Stories / Alamy / ACI
Homero cuenta así el momento en que Patroclo tomó las armas de su amigo Aquiles: «Primero se colocó alrededor de las pantorrillas las grebas bellas, ajustadas con argénteas tobilleras. En segundo lugar, alrededor del pecho se puso la coraza, centelleante como el estrellado cielo, del velocípedo Eácida. A hombros se echó la espada, tachonada con clavos de plata, broncínea, y, a continuación, el alto y compacto escudo. Sobre la valiente cabeza se caló el bien fabricado morrión provisto de crines, cuyo penacho ondeaba terrible en la cimera, y cogió dos fornidas lanzas bien ajustadas a sus palmas. Lo único que no cogió fue la pica del intachable Eácida, pesada, larga y compacta; ningún otro de los aqueos podía blandirla, sólo Aquiles».
Las nuevas armas de Aquiles

Tetis y Aquiles
El héroe Aquiles recibe de su madre las armas forjadas por Hefesto. Museo Nacional Etrusco de Villa Giulia, Roma.
Foto: Bridgeman / ACI
Nada más recibir de Hefesto la nueva armadura de Aquiles, Tetis vuela desde el Olimpo hasta Troya para entregársela a su hijo. Lo encuentra llorando, abrazado al cadáver de Patroclo, por lo que lo insta a vencer su dolor y aceptar de Hefesto una armadura «tan bella como ningún hombre hasta ahora ha llevado a los hombros». Cuando Tetis la deposita ante Aquiles, los mirmidones, los súbditos de su hijo, empiezan a temblar y ninguno se atreve a mirarla a la cara, sino que huyen despavoridos. Aquiles, solo ante su madre divina, exclama: «Las armas que el dios me ha procurado son obras que corresponden a inmortales, no como las que un mortal ejecuta». Se viste la armadura y enseguida recorre la costa dando «pavorosos alaridos» para lanzar a los griegos a la lucha final contra Troya.
El escudo de Aquiles
En el libro XVIII de la Ilíada, Homero explica cómo Hefesto, a instancias de Tetis, fabrica un magnífico escudo para Aquiles, decorado con un gran número de escenas que el poeta describe de forma detallada. Este pasaje de la Ilíada se hizo famoso desde la Antigüedad y sirvió de base a varios artistas para intentar recrear el escudo. A principios del siglo XIX, el escultor y dibujante inglés John Flaxman diseñó este disco de plata dorada decorado con una selección de las escenas homéricas.
Este artículo pertenece al número 194 de la revista Historia National Geographic.