En el suroeste de la actual región de Castilla-La Mancha, cerca de Andalucía y Extremadura, se halla la que fue durante siglos la principal mina de mercurio del mundo. El subsuelo de Almadén fue explotado por los romanos y luego por los musulmanes de al-Andalus, que llamaron al lugar hisn al-madin, «la fortaleza de la mina», de donde procede el actual topónimo. Tras la Reconquista, la mina pasó a manos de la orden militar de Calatrava, que la arrendó a diversos empresarios catalanes, genoveses o castellanos, hasta que bajo los Reyes Católicos pasó a manos de la Corona.
El mercurio, también llamado azogue (en latín hydrargyrum, plata líquida), tuvo históricamente diversas aplicaciones. Los romanos usaban los polvos del cinabrio –la roca de la que se obtiene el mercurio líquido– para el maquillaje femenino, como colorante de pinturas y en ungüentos medicinales. Desde épocas remotas se sabía que al mezclar el mercurio con el oro y la plata se podían separar y extraer estos metales preciosos mediante el proceso llamado amalgamación. Pero la importancia económica del mercurio se disparó tras el descubrimiento en México y Perú, en el siglo XVI, de ricas minas de oro y plata para cuya amalgamación se requerían grandes cantidades de mercurio. Además, a mediados del siglo XVI, Bartolomé Medina, hombre de negocios y metalúrgico sevillano, introdujo en el virreinato de Nueva España un novedoso método de amalgamación de la plata que incrementó aún más la demanda americana de mercurio.

Producción de mercurio en Perú. Códice Trujillo del Perú. Siglo XVIII.
Producción de mercurio en Perú. Códice Trujillo del Perú. Siglo XVIII.
Foto: Oronoz / Album
El negocio de los Fugger
A lo largo de la Edad Moderna, la Corona, propietaria de Almadén, arrendó su explotación a empresarios privados mediante contratos o asientos de varios años de duración. Los contratistas más importantes en los siglos XVI y XVII fueron los Fugger, una dinastía de banqueros alemanes. El primer contrato, en 1525, fue una compensación por los fondos que habían proporcionado a Carlos V para alzarse con el título de emperador unos años antes.Hasta 1645, con algún breve paréntesis, fue esta estirpe financiera la que firmó los contratos.
A partir de los Fúcares, como se los conocía en España, Almadén se convirtió en una villa casi industrial, una auténtica rareza en aquella época. Allí residía la importante mano de obra empleada en las distintas fases del proceso: la extracción del cinabrio, la transformación de la roca para obtener el mercurio puro y, finalmente, su transporte hasta Sevilla para su envío a América.
La extracción se realizaba mediante un sistema de pozos y galerías. Para hacer este trabajo, la mina contaba con personal experto y a la vez se contrataba a destajeros que se obligaban bajo contrato a ir abriendo las cañas o galerías. Para las labores más duras, como el desagüe de los pozos mediante tornos, se recurrió a mano de obra forzosa, ya fuesen esclavos, que se compraban en el mercado para tal fin, o bien hombres condenados a remar en las galeras –los galeotes– o a trabajos forzados.
Estos últimos eran enviados por la Corona, que les ofrecía la posibilidad de reducir las penas que les había impuesto la justicia. Cuando no trabajaban permanecían custodiados en una cárcel o crujía. A mediados del siglo XVIII se construyó un nuevo presidio que permitía que los trabajadores forzosos acudieran directamente a través de galerías subterráneas a sus labores. El doctor Parés Franqués, médico durante décadas en Almadén, escribió: «No le baña a este mundo subterráneo ni la luz, ni el calor del sol, de la luna, ni de las estrellas. Este es mundo sin sol». Las condiciones de trabajo de aquellos pobres desgraciados eran extremas, pues además de las fatigas propias del esfuerzo en aquellas profundidades y de no contar casi con ventilación, al respirar aquellos polvos nocivos se intoxicaban gravemente por hidrargirismo, lo que dañaba su sistema nervioso, provocaba hemorragias y ulceraba sus bocas y encías, reduciendo drásticamente su esperanza de vida.
A mediados del siglo XVIII se construyó un nuevo presidio que permitía que los trabajadores forzosos acudieran directamente a través de galerías subterráneas
Respecto a la metalurgia para obtener azogue, el método tradicional consistía en cocer el cinabrio en unas recias ollas cónicas, llamadas jabecas, en las que se introducían trozos de mineral del tamaño de una nuez, que se encastraban en la bóveda del horno.Esto requería quemar madera gruesa, principalmente de encinas, alcornoques y robles, para que a través del calor intenso que daba en dichas ollas tapadas se produjera un proceso de destilación y posterior condensación de los vapores mercuriales, formándose gotas de azogue que se recogían con unas cucharas.
Los hornos de mercurio
A mediados del siglo XVII se introdujo un nuevo método, ideado por Juan Alonso de Bustamante, director de una importante mina de mercurio en Perú. Ahora se utilizaban unos hornos en los que se calcinaba el mineral y los vapores emitidos se condensaban en unas cañerías de barro. Eran muy similares en su diseño a los hornos árabes de alfarería, pero utilizaban matorral como combustible (lentisco, brezo, etc.), lo que permitía reservar la madera para la entibación o fortificación de las galerías.
El trabajo en estas instalaciones entrañaba graves riesgos, pues los operarios debían entrar cuando los hornos aún estaban calientes para levantar las cañerías o aludeles donde se había condensado el mercurio. Era habitual utilizar a niños para estas tareas, y en la documentación consta que algunos de 10 o 12 años murieron por la exposición al mercurio.
El contacto directo y la exposición a los vapores mercuriales tenía graves consecuencias. En 1593, el escritor Mateo Alemán hizo una inspección por orden de Felipe II y atestiguó que «al asistir en los buitrones [chimeneas] al cocimiento de los metales de que se saca el azogue, y el cerner las cenizas, se les entran por los ojos y bocas y narices y el desbrasar los hornos […] de ello se azogan los hombres y quedan tontos y fuera de juicio».
En esta vista de almadén en el siglo XVIII se ve el Cerco de Buitrones, donde se ubicaban los hornos de aludeles y los almacenes del mercurio, así como otras instalaciones mineras: la factoría, donde se guardaban pertrechos y mulas, el hospital de mineros y la cárcel nueva. Plano y vista del siglo XVIII. Centro Geográfico del Ejército, Madrid.
El transporte
Una vez obtenido el azogue se procedía a pesarlo y envasarlo en grandes talegas de cuero para su transporte. Casi toda la producción se enviaba a Sevilla para mandarla desde allí a tierras americanas, aunque una pequeña parte se enviaba a algunos hospitales, donde el mercurio se empleaba como tratamiento para la sífilis.
El transporte se hacía en carretas tiradas por bueyes o bien por mulas y burros. Cada carreta llevaba una carga de unos diez quintales, equivalente a unos 460 kilos. El trayecto hasta Sevilla, de 250 kilómetros, por la llamada ruta del azogue, se hacía en unos veinte días. El movimiento de carretas por ese camino alcanzaba dimensiones considerables; baste mencionar que en la década de 1770 se empleaban anualmente, como media, 2.400 bueyes, y en algún año la cifra se acercó a los 4.000. La Corona otorgó a los carreteros el privilegio de hacer pastar a los animales en las dehesas de particulares. Ya en las Reales Atarazanas de Sevilla, el mercurio volvía a ser pesado, se metía en barriles y cajones, y se embarcaba para el viaje transatlántico que lo llevaría a los centros de producción de oro y plata en el Nuevo Mundo.

Empacado del mercurio en una instalación de Almadén. Dibujo. 1783. Biblioteca Nacional, Madrid.
Empacado del mercurio en una instalación de Almadén. Dibujo. 1783. Biblioteca Nacional, Madrid.
Biblioteca Nacional de España
La ilustración sobre estas líneas muestra el proceso final de empacado del mercurio en Almadén. Bajo la atenta mirada de un supervisor (en el centro, con un bastón), un operario (a la izquierda) toma el mercurio de un pilón y llena una medida que luego se colocará en la balanza. El mercurio ya pesado se colocaba a continuación dentro de un baldés, una piel curtida con la que se formaba un paquete en forma de bolsa. Un atador se encargaba de ligar con fuerza el paquete. Para prevenir derrames se superponían hasta tres baldeses. Otro operario se encargaba de barrer el mercurio que se pudiera derramar en el proceso llevándolo a una maceta en el centro de la estancia. Los paquetes se colocaban luego en las carretas que los llevarían hasta Sevilla.
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Desaguar los pozos
En la época preindustrial, la dura tarea del desagüe de los pozos se hacía por tornos movidos por mano de obra esclava o forzada.
El agua que se filtraba en las galerías se recogía en cubos de madera y se subía al piso inmediatamente superior para ser evacuada al exterior.

Pozo para el desagüe de la mina de Almadén. 1674.
Pozo para el desagüe de la mina de Almadén. 1674.
Foto: Oronoz / Album
Este artículo pertenece al número 226 de la revista Historia National Geographic.