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Conquistadores como Hernán Cortés, Bernal Díaz del Castillo y Andrés de Tapia los mencionaron. También frailes y cronistas como Bernardino de Sahagún, quien confirmó la existencia de varios tzompantlis en Tenochtitlán, consistente cada uno en una estructura en la que se ensartaban los cráneos perforados de las víctimas de los sacrificios, dispuestos en hileras. Los arqueólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México creen haber hallado el Huey Tzompantli, el gran tzompantli de México-Tenochtitlán, mencionado en las crónicas y representado en los códices.
Los trabajos realizados entre los pasados meses de febrero y junio en la calle de Guatemala, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, sacaron a la luz una sección de una plataforma rectangular que se encontraba a unos dos metros de profundidad, según informa el INAH.
Cráneos de hombres, mujeres y niños
Sólo se ha excavado una parte de esta plataforma, cuya longitud ha sido estimada en más de 34 metros. En su núcleo ha aparecido un elemento circular formado por cráneos humanos unidos con argamasa de cal, arena y gravilla de tezontle, de origen volcánico. La sección hallada mide unos 13 metros de largo y 6 metros de ancho. Sobre la plataforma había mandíbulas y fragmentos de cráneos dispersos, unos 35 según el arqueólogo Raúl Barrera, aunque "deben de ser muchos más". Por sus características y materiales asociados, el tzompantli corresponde a la sexta etapa constructiva del Templo Mayor (1486-1502), es decir, poco antes de la entrada de los españoles.
Una parte de esta estructura arquitectónica fue destruida en época colonial durante la construcción de un edificio, pero en la superficie aún se distinguen los orificios de los postes o vigas de madera en los que se ensartaban los cráneos, pertenecientes en su mayoría a hombres adultos jóvenes, pero también a mujeres y niños. "Esta estructura tenía un simbolismo específico y muchos de estos cráneos podrían ser de enemigos de los mexicas que eran capturados, sacrificados y decapitados, como una advertencia de su poderío", afirma Eduardo Matos, investigador emérito del INAH.