En la populosa ciudad siciliana de Palermo discurre la tarde del 31 de marzo de 1282. Es martes de Pascua, y los palermitanos se aprestan a celebrar il Vespro, las vísperas de tan señalado día, en la iglesia del Espíritu Santo; el templo, austero, de planta románica y detalles góticos, está situado a las afueras de la ciudad, al otro lado de su vieja muralla.
Pero el aire festivo de la celebración, con danzas y cantos por las calles, se mezcla con un terrible resentimiento por la actuación de los franceses, dueños del territorio y acusados de abusos y atropellos desde que, en 1266, el ambicioso Carlos de Anjou (hermano de Luis IX de Francia y señor del Mediterráneo occidental) había ocupado la isla con el apoyo de la Santa Sede.
En la plaza situada junto a la iglesia, donde se congrega la multitud, la tensión se puede cortar con un cuchillo. Poco antes de que las campanas del templo anuncien las vísperas, irrumpe allí un grupo de angevinos, los partidarios de Carlos de Anjou, con ganas de pasarlo bien. Llegan alegres y bebidos. Es día de fiesta y gran parte de la guarnición francesa disfruta de su permiso en la calle.

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Los sicilianos se lanzan a por los franceses hartos de sus abusos. Acuarela sobre papel de John Millar Watt, colección privada.
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Al mando del grupo se encuentra un sargento que empieza a molestar a las mujeres más jóvenes, lo que provoca la ira de uno de los hombres que las acompañan, que se abalanza sobre el francés, le arrebata la espada y lo atraviesa con ella sin piedad. Cuando el resto de los soldados acude a socorrer al sargento ya es demasiado tarde; el militar ha fallecido. La población presiente enseguida que aquel acto es la oportunidad que estaba esperando, una señal para levantarse contra el opresor. Y la matanza de franceses se extiende imparable por toda la ciudad.
¡Mueran los franceses!
Las campanas del templo empiezan a tañer con tal ímpetu que su sonido parece el anuncio divino del levantamiento popular. Al grito de «¡Mueran los franceses!», los furiosos palermitanos entran a saco en mesones, casas y conventos, donde asesinan sin ninguna contemplación a mujeres, niños, hombres y religiosos. A los dominicos y franciscanos les dan una oportunidad para aclarar sus orígenes: les obligan a pronunciar correctamente la palabra cirici («garbanzos», en dialecto siciliano), al parecer muy complicada para los franceses; aquellos que fracasan en el intento pasan de inmediato a mejor vida. A la mañana siguiente, cerca de dos mil víctimas se amontonan en calles, plazas, patios y viviendas; al finalizar la revuelta serán ocho mil en toda la isla. Rápidamente, el pueblo de Palermo se constituye en Comuna (Ayuntamiento) y pone a Roger Mastrangelo al frente, al tiempo que envía emisarios a las principales ciudades de Sicilia para incitarlas a sumarse a la revolución.
A los pocos días, el levantamiento se ha extendido a las ciudades de Corleone, Trapani, Caltanissetta, Calatafini y Sperlinga, aunque en estas dos últimas se respeta la vida de la guarnición francesa, que siempre ha convivido sin problemas con la población. En apenas dos semanas, los rebeldes controlan el centro y el oeste de Sicilia. Ahora sólo falta convencer a los habitantes de Messina, al noreste de la isla, para que se unan a la revolución, pero ello no será fácil. En esta ciudad portuaria, situada en un lugar estratégico por su proximidad a la península Itálica, está anclada la flota angevina, defendida por una fuerte guarnición. Además, los Riso, la familia más poderosa de Messina, apoyan la causa de Carlos de Anjou. Los líderes de la ciudad se debaten entre la cautela y la movilización, pero al final, tras días de dudas y discusiones, se impone la solidaridad con los demás sicilianos.

Sicilian Vespers 1281 How and after what manner the island of Sicily rebelled against King Charles Nuova Cronica Giovanni Villani 14th century
Matanza de franceses en las calles de Palermo. Miniatura de la Cronica Nuova de Giovanni Villan, siglo XIV.
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De este modo, los habitantes de Messina, muchos de los cuales son de origen palermitano, abrazan la revuelta y salen a la calle con dagas y cuchillos a la caza del angevino. Primero incendian la flota francesa y luego constituyen una Comuna dirigida por un capitán y cuatro consejeros. Entre ellos se encuentra Bartolomé de Neocastro, narrador de estos hechos, cuya obra Historia Sicula ha servido de base para posteriores crónicas sobre las Vísperas Sicilianas.
La caída de Messina es el punto de inflexión para que Carlos de Anjou se dé cuenta de la magnitud de la revuelta y de que no habrá marcha atrás. Si quiere hacerse de nuevo con el gobierno de Sicilia deberá apostar por otros caminos más diplomáticos, pero nunca por los de la imposición y la fuerza.
De Barcelona a Palermo
El poderoso príncipe francés, que nunca había tenido en consideración el sentimiento nacionalista de los isleños, publica un decreto en el que reconoce los excesos cometidos por sus hombres y prohíbe a sus funcionarios actos como confiscar los bienes personales sin compensación o encarcelar a las personas sin causa justificada. Sin embargo, el pueblo siciliano ya está escarmentado y prefiere la lucha armada. Pero los sicilianos necesitan apoyos exteriores para enfrentarse a su adversario.

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En la iglesia de la Martorana (a la izquierda de la imagen) se reunió la Comuna de Palermo para ofrecer a Pedro III la corona de Sicilia en 1282.
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En el inicio de la revuelta habían enviado un embajador a Roma para solicitar el amparo papal, pero Martín IV es un ferviente defensor de la causa angevina y se niega a apoyar a las comunas sicilianas. Entonces éstas buscan auxilio al otro lado del Mediterráneo, en la Corona de Aragón. Su monarca, Pedro III el Grande (1276-1285), está casado con Constanza Hohenstaufen de Suabia, la única heredera legítima que aún queda con vida de la familia real siciliana, eliminada por Carlos de Anjou cuando conquistó la isla.
El monarca aragonés lleva tiempo planificando la conquista de Túnez y ahora el azar le sirve en bandeja la oportunidad de conquistar Sicilia, cuya posición geográfica la convierte en la llave del Mediterráneo. Es muy posible que Pedro hubiera madurado tiempo atrás el sueño italiano, y que sólo esperase el momento oportuno para llevarlo a la práctica. Y esa ocasión llegó cuando su flota se hallaba en la costa africana, preparada para invadir Túnez.

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La gran capilla del palacio real de Palermo fue encargada por Rogelio II de Hauteville. Éste era abuelo de Manfredo, el rey derrotado por Carlos de Anjou.
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Pero, ¿realmente fue un golpe de suerte? Los historiadores han discutido mucho si la revuelta siciliana fue un movimiento popular completamente espontáneo, fruto de la rabia de la población, o si, por el contrario, fue el resultado de una conspiración a gran escala. Esta segunda hipótesis está ligada a la actuación de un misterioso personaje, Juan de Prócida, un eminente médico siciliano que se había exiliado a Aragón cuando Carlos de Anjou conquistó la isla. Allí entabló amistad con Pedro III y le inspiró, quizás, el proyecto de conquistar Sicilia y expulsar de allí a los franceses, enemigos tradicionales de la Corona de Aragón.
En 1279, Juan de Prócida –o bien uno de sus hijos– partió de Barcelona rumbo a Sicilia disfrazado de franciscano para organizar la resistencia frente al dominio francés. De Sicilia pasó a Constantinopla para convencer a Miguel Paleólogo, el emperador bizantino, de que apoyara la causa de Pedro III. No es de extrañar que Prócida recabara el apoyo de Bizancio, puesto que, justo antes de la revuelta, Carlos de Anjou se disponía a emprender la conquista de este Imperio. Luego Juan de Prócida se trasladó a Roma para negociar el apoyo papal. Cuando regresó a Aragón, la conspiración contra Carlos de Anjou ya debía de estar madura.

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Batalla campal en las calles de Palermo durante el levantamiento. Grabado anónimo del siglo XIX, colección privada.
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La figura de Juan de Prócida alcanzó gran popularidad en el siglo XIX, en tiempos del Risorgimento (el movimiento por la unificación de Italia), cuando un grupo de patriotas vio en él un precedente de la lucha por la unificación del país, dividido en varios reinos. Fue entonces cuando su leyenda inspiró obras teatrales, novelas y óperas como Las Vísperas Sicilianas de Verdi.
La victoria aragonesa
Tal vez Pedro III estaba esperando que el grueso del ejército francés abandonara Sicilia con destino a Constantinopla para ocupar entonces la isla. Pero el alzamiento en Palermo precipitó los acontecimientos. Pedro fue proclamado rey de Sicilia por la Comuna de Palermo el 4 de septiembre de 1282. Al mes siguiente, el almirante aragonés Roger de Lauria obtuvo una decisiva victoria naval sobre los franceses en Nicotera, y Carlos de Anjou huyó a Nápoles.

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LLegada de Pedro II a Sicilia, ilustración de la Cronica Nuova de Giovanni Villani.
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El conflicto no terminó ahí. Carlos de Anjou propuso al rey de Aragón batirse en un duelo de caballeros en Burdeos para dirimir el contencioso sobre la isla. El 1 de junio de 1283, ambos monarcas acudieron al lugar indicado en compañía de sus guardias, pero lo hicieron a diferente hora, por lo que cada uno levantó acta de su presencia y se declaró vencedor en conciencia. Y Sicilia quedó vinculada a la Corona de Aragón y a la Monarquía Hispánica hasta comienzos del siglo XVIII.