México

Violencia y guerra en la cultura maya

Un equipo de investigadores ha analizado las lesiones presentes en 116 cráneos de los antiguos mayas procedentes de Yucatán y de distintos períodos históricos

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© STANLEY SERAFIN / INAH

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Violencia y guerra en la cultura maya

Cráneo de un antiguo maya de Mayapán con una fractura cicatrizada (señalada con una flecha), producida con un garrote punzante en la parte izquierda frontal. 

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Violencia y guerra en la cultura maya

Cráneo de un antiguo maya de Mayapán con una fractura cicatrizada (señalada con una flecha), producida en medio de la región frontal con un garrote punzante. 

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Violencia y guerra en la cultura maya

Cráneo de un antiguo maya de Mayapán con una fractura cicatrizada (señalada con una flecha), producida con un garrote punzante en la parte izquierda frontal. 

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Violencia y guerra en la cultura maya

Stanley Serafin, de la Universidad Central de Queensland (Australia), observando un cráneo de un antiguo maya. 

Los estudios sobre traumatismos esqueléticos realizados en los últimos años en los antiguos territorios mayas han permitido identificar prácticas tan macabras como el desollado, la decapitación, la extracción del corazón, la toma de trofeos, el desmembramiento, la descarnación, las fracturas en situaciones de defensa y las fracturas de cráneo con hundimiento. Estos estudios se centran principalmente en el sacrificio y en la manipulación post mortem. Por ello, un equipo de investigadores de Australia y México ha publicado recientemente un estudio que investiga indicios de cambios y continuidades en la violencia y la guerra entre los antiguos mayas en el interior del noroeste de Yucatán, desde el período preclásico medio (600-300 a.C.) hasta el período posclásico (1050-1542 d.C.). Los resultados muestran que la frecuencia de traumatismo craneal disminuye antes del colapso maya [entre los siglos VIII y IX] y aumenta durante el posclásico, coincidiendo parcialmente con la tendencia cronológica prevista, explican Stanley Serafin, Carlos Pereza Lope y Eunice Uc González en un artículo publicado el diario American Journal of Physical Anthropology.

Los resultados sugieren que la población máxima y expansión que alcanzó Chichén Itzá durante su último período no se tradujo en más violencia y guerras en esta región, aunque cabe la posibilidad de que algunos de los guerreros regionales fueran capturados y conducidos a Chichén Itzá. Prueba de ello es la alta frecuencia de traumatismos en cráneos masculinos procedentes del Cenote Sagrado. Por el contrario, el aumento en la frecuencia de traumatismos craneales durante el posclásico, aunque no del todo significativo, respalda la opinión ampliamente arraigada según la cual el posclásico fue un período de creciente militarismo, especialmente en la capital regional de Mayapán. 

La mayoría de las armas de los mayas tenía la punta afilada o el borde cortante de pedernal u obsidiana. Las armas de larga distancia incluían dardos de atlatl (un lanzadardos), flechas y piedras arrojadas con una honda, mientras que las de corta distancia incluían lanzas, puntas endurecidas con fuego, piedras puntiagudas, cuchillos, hachas triangulares con forma de cuña, mazas y garrotes, algunos acabados en punta o reforzados con cuchillas. Las piedras portátiles y las caracolas debieron ser utilizadas en los combates ritualizados cuerpo a cuerpo. Los mayas se protegieron con escudos de madera, cascos y armaduras de algodón. 

Los investigadores han analizado 116 cráneos relativamente completos procedentes de 14 sitios arqueológicos. En los diferentes períodos, los cráneos masculinos presentan más heridas cicatrizadas que los femeninos y están concentradas a la izquierda de la parte anterior del cráneo. Algunas lesiones parecen haber sido producidas por pequeñas puntas situadas en las empuñaduras de los garrotes de madera. Asimismo, el traumatismo ocasionado por un proyectil es evidente en una escápula con una punta de flecha incrustada, el primer caso de este tipo identificado en un esqueleto maya. Este estudio demuestra que, incluso bajo condiciones de conservación precarias, el análisis bioarqueológico tiene el potencial para revelar nuevas perspectivas sobre las antiguas prácticas de violencia y guerra, concluyen los investigadores.