El hundimiento del Titanic no se acerca ni de lejos a los más temibles naufragios de la historia. Sus 1.500 muertos son pocos comparados con los 8.000 del Wilhelm Gustloff o los 6.000 del Goya, dos navíos alemanes hundidos por submarinos soviéticos en 1945, el primero trasladaba refugiados y el segundo era un buque hospital.
Pero más allá de cifras, la leyenda del «barco de los sueños» se ha cimentado sobre miles de páginas de literatura y horas de cine que han recreado las historias de pasajeros y tripulantes. Como la de Frederick Hoyt, que después de meter a su esposa en un bote se lanzó al agua en la dirección en la que éste se alejaba, nadó hasta él y fue rescatado. Los supervivientes quedaron marcados por la experiencia. Hubo al menos siete suicidios, aunque ninguno directamente relacionado el Titanic, y la tragedia persiguió a otros, como Helen Bishop: el hijo del que estaba embarazada durante el viaje falleció pocos días después de nacer; un año más tarde, ella sufrió un accidente de coche al que sobrevivió milagrosamente, pero murió más tarde tras sufrir una caída mientras visitaba a unos amigos.