La vida en Barcelona en 1700

El barrio en torno a la plaza del Born fue arrasado tras la toma de la ciudad por Felipe V en 1714. Sus restos revelan cómo era la vida de los barceloneses a final del siglo XVII

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Foto: Ramon Manent

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Caída de Barcelona

Este grabado de Hyacinthe Rigaud representa el asalto borbónico contra el baluarte de Santa Clara de Barcelona. Se puede ver en la parte izquierda la torre de San Juan a punto de ser derruida.

Foto: Jordi Play / Photoaisa

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El Born Centro Cultural

Clausurado en el 1971, el mercado del Born, con su estructura metálica del siglo XIX, quedó sin función hasta que unas obras para convertirlo en biblioteca sacaron a la luz los restos del siglo XVIII.

Foto: Ramon Manent

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Casa del Gremio de tenderos de Barcelona

En este edificio de 1678 estaba ubicado el gremio de tenderos de la ciudad condal, en la barcelonesa plaza del Pi. Los esgrafiados de su fachada son del siglo XVIII.

Foto: Guillem H. Pongiluppi, Born 1714 memòria de Barcelona. Angle Editorial

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El antiguo Born: un barrio de artesanos y mercaderes

Esta reconstrucción recrea una sección del barrio del Born arrasado en 1716. En primer termino aparece la plaza del Bornet y un tramo del Rec Comtal, el canal que desde la Edad Media abastecía de agua a la ciudad. La plaza estaba pavimentada, aunque por lo general las calles eran de tierra. Se trataba de un barrio popular, en el que predominaban los artesanos modestos, aunque también había negociantes enriquecidos recientemente.

Foto: Guillem H. Pongiluppi, Born 1714 memòria de Barcelona. Angle Editorial

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La vida en el barrio de la Ribera

A principios del siglo XVIII, el barrio de la Ribera –contiguo al Born– vivía diariamente inmerso en un ajetreo constante. Poblado principalmente por marineros, tejedores y otros artesanos, era la zona más popular e industrial de Barcelona. Tras el sitio de 1713-1714 fue arrasado en gran parte, hasta la plaza del Born. 

Foto: Prisma Archivo

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Mapa de Barcelona, 1806.

En este mapa del siglo XIX se puede apreciar la Ciudadela en la parte derecha –construida por Felipe V después de la victoria de las tropas borbónicas– y el barrio de la Barceloneta en primer término, en la lengua de tierra que se extiende sobre el mar. 

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La toma de Barcelona por las tropas borbónicas, el 11 de septiembre de 1714, puso fin a la guerra de Sucesión que durante más de diez años había sacudido España y el conjunto de Europa. Para Cataluña, al igual que para los demás territorios de la Corona de Aragón, las consecuencias fueron dramáticas, pues la nueva dinastía borbónica abolió el sistema legal propio y durante un largo período ejerció una fuerte represión.

Barcelona perdió asimismo sus instituciones tradicionales, empezando por el célebre Consejo de Ciento. Pero eso no fue todo. Las nuevas autoridades ordenaron construir al este de Barcelona una fortaleza, la Ciudadela, para asegurarse el control de la ciudad. En torno a ella se estableció una amplia explanada que debía quedar libre de edificaciones, lo cual supuso el derribo de un sector considerable del barrio de la Ribera, hasta tocar la plaza del Born. La operación afectó a un millar de casas. Los habitantes, a los que se asignó una indemnización que no cobraron, debieron instalarse en otros puntos de la ciudad o abandonarla.

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Casi trescientos años más tarde, una parte de esa Barcelona destruida salió inesperadamente a la luz. A partir de 2000-2001, las obras de reforma del mercado del Born revelaron los fundamentos de las casas derribadas por las autoridades borbónicas. El yacimiento corresponde al cinco por ciento de la zona arrasada y permite contemplar el trazo de lo que fue un barrio popular, con calles estrechas, casas y talleres y una acequia que lo atravesaba. Además, se ha localizado un gran número de objetos, particularmente de cerámica. Con todo, cabe decir que estos restos arqueológicos sólo representan una parte de las fuentes de información relativa a la vida de la ciudad y el Born en torno a 1700.


El yacimiento del Born, en efecto, se caracteriza por un hecho que le proporciona singularidad: la ingente masa de información, obtenida en los archivos, que se puede asociar a las casas y a las personas de aquella zona de Barcelona. El punto de partida del trabajo desarrollado por el autor de este artículo ha sido el estudio detallado de la descripción de la ciudad proporcionada por el «apeo» o censo inicial del catastro borbónico, datado el mes de mayo de 1716, poco antes del citado derribo de casas que originaría el yacimiento.

Huellas de un pasado olvidado

Este conjunto documental único permite situar, en el lugar exacto del espacio urbano, cada casa y cada familia de la ciudad descritas, y, por lo tanto, vincular personas y actividades concretas a todos los puntos del yacimiento. A partir de aquí ha sido posible, gracias sobre todo a las riquísimas actas notariales, completar los restos arqueológicos con una infinidad de datos sobre los habitantes, la estructura física de las casas y los interiores de las viviendas y las tiendas. Las personas que habitaron en el área del yacimiento están ahora tan presentes en él como lo están las piedras que lo forman. Tienen nombres y apellidos, y conocemos sus relaciones familiares y sociales, sus actividades laborales y económicas, sus intereses y aspiraciones.
Y respecto de las casas que habitaron, se puede describir el uso y el contenido de todas sus habitaciones, incluidas las de los pisos situados por encima de la planta baja, de los que no ha quedado rastro en el yacimiento. La investigación del Born ofrece un magnífico ejemplo de las capacidades explicativas de la "microhistoria", el estudio pormenorizado que se interesa por las personas "anónimas".

Todo ello permite ver de otra manera la historia de Barcelona a lo largo del siglo XVII. Tradicionalmente, la historia catalana de los siglos XVI y XVII se ha presentado como un tiempo de "decadencia", tanto de Cataluña en general como de su capital. Aunque hace tiempo que algunos historiadores ya habían demostrado que eso no era cierto, el estudio del Born ha añadido nuevos argumentos en contra de esa supuesta decadencia y ha mostrado que, en realidad, a lo largo del siglo XVII se produjo una mejora constante del nivel de vida de la población barcelonesa, muy especialmente de las capas medias de la sociedad.

La documentación muestra, por ejemplo, el enriquecimiento progresivo del mobiliario y la decoración de las casas del barrio, en las que aparecen cuadros, espejos y cortinas, camas con "estrado" y decoradas. También se observa una abundancia creciente de la ropa que las familias guardaban en cajas y armarios. Se sabe que en algunas casas lucían preciadísimos tapices de Flandes, más valiosos que los propios edificios. Naturalmente, había también individuos menos afortunados, como las viudas que debían alquilar una pequeña habitación y trabajar como criadas para subsistir y que dejaban en su testamento muy escasos bienes: una cama sencilla, un pequeño armario con ropa de casa y de vestir, algún objeto devocional, enseres de cocina...

Barcelona era una ciudad diversa y muy dinámica económicamente, conectada con medio mundo gracias a su fuerte actividad comercial. Algunos sectores tradicionales mantenían su impulso, como el textil, el vidrio o la platería, pues la ciudad era uno de los centros de producción de joyas más reconocidos. Pero junto a ellos se desarrollaron otras actividades nuevas, como el aguardiente. Otro reflejo de la expansión comercial de las décadas finales del siglo XVII es el auge de los trajineros, encargados de todo tipo de transporte de mercancías.

Tiendas abarrotadas

Un signo elocuente de la relativa bonanza que vivió la ciudad a finales del siglo XVII lo ofrece la multiplicación de tiendas cada vez mejor surtidas, en particular las llamadas droguerías, lo más parecido que había entonces a un supermercado. Sus escaparates llenos de cajas con productos de todo tipo atraían una creciente clientela. En las droguerías se vendía una amplia variedad de artículos: tintes o colas para artesanos, jabones y otros productos de limpieza, alimentos como arroz o harina... A la vez, servían como confiterías en las que se vendían dulces, pasteles o turrones, junto con los productos de origen exótico que cobraron creciente popularidad: el chocolate o el tabaco.

Este último en particular tuvo un éxito clamoroso, hasta el punto de que las droguerías abrieron secciones especiales y se crearon "tiendas de tabaco" independientes. En ellas se vendían incontables tipos de tabaco: "tabaco Baltasar", "de palillos", "florentino Brasil", "de Labrutta", "de aguas", de "Sevilla", hasta más de un centenar de tipos. La pasión por el tabaco llegó al extremo de que la Iglesia prohibió tomarlo en las iglesias, no sólo a los fieles sino también a los sacerdotes, que al parecer lo consumían mientras daban misa. Así lo expresaba una constitución del Sínodo de Barcelona de 1673: "Como el uso del tabaco se haya hecho hoy tan frecuente entre personas eclesiásticas, que no sólo lo usan en lugares públicos, sino incluso en las iglesias y, lo que es peor, muchas veces asistiendo en el coro, procesiones y administrando en el altar, estatuimos y mandamos que los eclesiásticos se abstengan del todo en tomar tabaco en las iglesias mientras se oficie y exhortamos a todas las personas seculares a que en los templos sagrados se abstengan del uso del dicho tabaco".

Música y casas de apuestas

Los barceloneses también se aficionaron al café, y para ello se abrieron locales especiales que ofrecían un ambiente sosegado para degustarlo. Estos establecimientos eran seguramente de dimensiones modestas; de uno se sabe que tenía tres mesas de madera cubiertas con tapas de bayeta (para jugar a dados o cartas), tres bancos y siete taburetes, con las puertas protegidas por un biombo (ventalla) de tela. Un rótulo de madera lo anunciaba en el exterior. Otra cafetería se llamaba Casa del Café. Asimismo, diariamente se traía hielo desde las sierras del Montseny o desde Castellterçol para enfriar el vino y confeccionar granizados.

Un elemento muy presente en la vida diaria de los barceloneses de finales del siglo XVII era la música, y a este propósito los archivos muestran algunos casos sorprendentes. Por ejemplo, se ha localizado a un pescador, uno de los oficios más humildes del período, que tenía en su casa un arpa, una guitarra y dos guitarrones. Otro artesano modesto, un tejedor, tocaba con solvencia el violín, y de un herrero se sabe que era un experto bailarín, capaz de actuar ante el virrey de Cataluña. De hecho, Barcelona contaba con un pujante sector de fabricantes de instrumentos, en particular de cuerdas de guitarra o violín. Los llamados cordeleros de viola elaboraban las cuerdas con intestinos de animales, especialmente corderos, que compraban en los mataderos y lavaban en talleres situados junto al Rec Comtal, la acequia que atravesaba la zona del yacimiento del Born; por ello, allí se concentraban gran parte de estos artesanos.

En Barcelona había también mucha afición por el juego. Se sabe que a finales del siglo había en toda la ciudad una veintena de casas de juego o triquets, varios de ellos en el área del yacimiento del Born. Los triquets ocupaban parte de casas particulares y en ellos se jugaba (y se apostaba) a cartas, a los dados, al billar, al juego de la argolla o al juego de la raqueta (o de la pelota), antecedente del tenis. Los barceloneses fueron incluso precursores de la ruleta –en la variante denominada "juego de la oca"– y de la lotería, como la organizada en el año 1700. No es extraño por ello que las autoridades en 1680 se quejaran del "gran concurso de casas de juego a las que concurren tanta diversidad desujetos, que no tienen invitados y arbitrios para sustentarse si no es en el juego".

La ciudad en fiesta

Aunque Barcelona estaba fuertemente marcada por la religiosidad, también se entregaba con fervor a la fiesta. De hecho, su carnaval era famoso y admirado. El dramaturgo Pedro Calderón de la Barca lo evocó con entusiasmo en una obra de teatro escrita a mediados del siglo XVII, El pintor de su deshonra. Allí se refería al "aplauso que pregona / la fama de Barcelona, / viendo publicadas ya / sus carnestolendas". Tras la experiencia que vivió en el carnaval barcelonés, la protagonista declara: "No tuve mejor día en mi vida". Todos se ponían máscaras de cera (que fabricaba en exclusiva el gremio de pintores) y disfraces variopintos y asistían a obras de teatro y corridas de toros. Las autoridades quisieron abolir la fiesta por los supuestos "abusos" y "pecados escandalosos" que se cometían, pero no hubo manera; en 1693 "vino a haber la mayor bulla de Carnestoliendas que se hubiese visto de memoria de los que vivían, con tanto número de máscaras que parecía no quedaba quien no se mascarase".

No menos aclamadas eran las celebraciones en ocasiones oficiales, como la proclamación de un nuevo monarca, el cumpleaños de una infanta o la entrada en la ciudad de un virrey. Entonces las autoridades gustaban de iluminar la ciudad mediante antorchas y fuegos artificiales, que hacían decir a todos que «la noche se hace día». Un poeta glosaba de este modo el espectáculo organizado en Barcelona en homenaje a don Juan de Austria: "Viendo que de cada ventana / volaban de mil en mil, / en cohetes y carretillas [ruedas de fuegos artificiales], / sus rayos ardientes y sutiles, / todo era un pasmo de fuego, / todo un incendio, / todo una Troya abrasada / del palacio del deseo […] Estaba en esta ocasión / la ciudad hecha un jardín / de luces: cada balcón un sol, / cada ventana un Olimpo".

Los delitos y el peso de la ley

En contraste con estas expansiones festivas, en Barcelona se vivía también una conflictividad cotidiana entre vecinos, provocada por mil y una causas y que podía tener desenlaces sangrientos. Por ejemplo, en 1697 dos jóvenes cordeleros de viola, Martorell y Ferrer, mantenían una disputa por una deuda relacionada con la compra de material para su trabajo. Una tarde Ferrer acudió al taller de su contrincante y empezaron a pelearse con piedras. Cuando Ferrer estaba encima de Martorell un amigo de este último sacó una pistola e intentó detener el ataque, pero entonces intervino un compañero de Ferrer. Éste, que acabó sangrando, amenazó a los testigos con matarlos si denunciaban el caso a las autoridades, pero al final ambos debieron comparecer ante el veguer.

El "hombre común" participaba en el gobierno de la ciudad en un grado superior al de muchas otras poblaciones de su contexto geográfico

Éste es un ejemplo típico de la violencia que podía estallar en cualquier momento en la ciudad. Pero también resulta característico que al final acabara interviniendo la autoridad. En Barcelona, en efecto, se aplicaba una justicia rápida. Los barceloneses respetaban los usos, las costumbres y las leyes, y eran continuas las visitas a los notarios para dejar constancia de que todo se había hecho correctamente. No sólo eso, sino que el "hombre común" participaba en el gobierno de la ciudad en un grado superior al de muchas otras poblaciones de su contexto geográfico. Como escribió el filósofo y político florentino Francesco Guicciardini, que visitó la capital de Cataluña en 1512, Barcelona era "una ciudad para todos".

Secretos del Born - El yacimiento

Sabemos que las ciudades están hechas de capas históricas superpuestas, que son palimpsestos sobre los que se escribe y se reescribe sin cesar. Pero es insólito poder contemplar, como sucede en el yacimiento del Born, tres de esas capas en una sola visión y en un único espacio. La primera etapa corresponde al barrio arrasado a principios del siglo XVIII; la segunda, a la explanada y los paseos públicos que se crearon en la zona posteriormente; la tercera, a finales del siglo XIX, el momento en que se construyó el mercado.

Un hecho que ha aumentado el interés de las ruinas del Born es que, en el momento de despejar el terreno frente a la ciudadela, no fue necesario arrasar completamente las viviendas; como éstas se encontraban en una zona deprimida, se demolieron sólo hasta una altura de un metro aproximadamente, con lo que se ha conservado una parte considerable de las estructuras. Ésta fue una de las razones que justificaron la decisión de conservar el yacimiento y desarrollar en torno a él el Proyecto del Born, que ha dado lugar en los últimos años a una importante serie de publicaciones. Todo ello basado no sólo en los hallazgos arqueológicos, sino también en la investigación documental que se ha desarrollado paralelamente.

A tiros en el born - Duelo entre menestrales

Los carniceros tenían particular mala fama en Barcelona, y así lo abona el caso de Miquel Font, un vecino del Born de quien se decía que siempre llevaba armas de fuego y buscaba bronca con los demás. Un día de 1710, Font vio un cordelero de viola, Anton Corrales, hablando con una chica en una ventana y poco después fue en su busca. Según un testimonio, salieron uno al lado del otro de la esquina de la calle de las Capuchas. Font iba con una capa de paño azul y dos pistolas en el cinto, mientras Corrales, vestido con un capote (gambeto), llevaba un espadín en el costado y pistola en la mano derecha.

En cuanto entraron en la plaza de Vilanova, Corrales dio un manotazo con la mano izquierda en el brazo derecho de Font y a continuación se pusieron uno frente al otro. Empezó entonces la pelea, o más bien el duelo. Los amigos de Font declararon que estando muy cerca entre sí Corrales apuntó y disparó hasta matar a Font. Los compañeros de Corrales, en cambio, aseguraron que primero disparó Font y que solo al ser herido Corrales disparó la pistola, para evitar que lo matara, tras lo que intentó refugiarse en una iglesia. En cualquier caso, es probable que el incidente tuviera que ver con el tipo de prostitución encubierta que era corriente en Barcelona.

La ciudad asediada - Tiempos de guerra

La ciudad quedó "casi del todo demolida por el estrago de las bombas que tiraron en el espacio de cuatro meses"

En el cuarto de siglo que va de 1690 a 1715, Barcelona se vio golpeada como pocas otras ciudades por la guerra. Los franceses la bombardearon en 1691 y la sometieron a un duro asedio en 1697. Durante la guerra de Sucesión, fue sitiada por británicos y holandeses en 1704, conquistada por estos mismos (sin resistencia) en 1705 y asediada por los borbónicos en 1706.

Pero el episodio más destructivo fue el asedio borbónico de 1713-1714, que derivó en un intenso bombardeo desde abril de 1714 y que culminaría con el asalto de septiembre. Según las crónicas, corroboradas por la documentación, la ciudad quedó "casi del todo demolida por el estrago de las bombas que [los sitiadores] tiraron para su ruina, en el espacio de cuatro meses, cuyo número pasa de 50.000, entre bombas y granadas reales". Ocupada la ciudad, las nuevas autoridades construyeron una gran ciudadela en Levante, con una amplia explanada que dio lugar al derribo de las casas del Born. Se pensó realojar a los vecinos en dos nuevos barrios, pero sólo décadas más tarde se construyó la Barceloneta, en terreno de la playa.