El último caudillo galo

Vercingétorix

En sus campañas de conquista de la Galia, Julio César se topó con uno de los rivales más difíciles de su carrera. Vercingétorix se erigió en líder de los galos frente a la invasión romana, pero tras su derrota en Alesia fue hecho prisionero y seis años después murió ejecutado

La rendición de Vercingétorix

La rendición de Vercingétorix

La rendición de Vercingétorix. Este óleo recrea el momento en que el caudillo arverno llega al campamento de César montado en su caballo. Pronto arrojará sus armas a los pies del romano en señal de rendición. Henri-Paul Motte, 1886. Museo Crozatier, Le Puy-en-Velay.

Foto: Bridgeman / ACI

El valor de un líder militar se define no sólo por sus elecciones estratégicas y tácticas y por su capacidad de liderazgo, sino también, y sobre todo, por la categoría de los adversarios a los que se enfrenta. Escipión el Africano es considerado por muchos como el mejor general romano de todos los tiempos precisamente porque derrotó al invencible Aníbal, mientras que a Julio César se le suele considerar más afortunado que brillante porque se enfrentó con un Pompeyo Magno en la fase descendente de su carrera, con el arrogante rey Farnaces del Ponto y con un líder militar demasiado joven e inexperto como el líder galo Vercingétorix.

Cronología

Luchar hasta el final

80 a.C.

Vercingétorix nace en torno a esta fecha. Su padre es Celtilo, jefe del pueblo arverno del que Julio César dice que ejerció el dominio sobre el conjunto de las tribus de la Galia.

58 a.C.

Julio César es designado procónsul o gobernador de la Galia Transalpina. Vercingétorix reside un tiempo en campamentos romanos,
como rehén.

52 a.C.

Vercingétorix se erige en líder de la resistencia gala frente al dominio romano. Defiende con éxito la fortaleza de Gergovia, pero es sitiado en Alesia y debe rendirse.

46 a.C.

El caudillo arverno es ejecutado en una cárcel de Roma después de pasar seis años prisionero, a la espera de que César pudiera exhibirlo en su triunfo por la victoria en la Galia.

¿Pero era realmente Vercingétorix tan inexperto? Un atento análisis de su breve carrera demuestra justo lo contrario. Es cierto que su nombre está indisolublemente ligado a la derrota de Alesia, donde, en palabras de César, se las arregló para perder incluso contando con fuerzas siete veces superiores a las romanas. Pero para los franceses y para los defensores de la «celtomanía» que se desencadenó a partir de la época romántica, Vercingétorix es el héroe y el símbolo del nacionalismo galo, el hombre capaz de diseñar la estrategia adecuada contra los invasores desde el principio y, sobre todo, el vencedor de Gergovia: en las historietas de Astérix, el viejo Edadepiédrix no deja
de añorar esa victoria, la única clara y contundente que consiguieron los galos en casi una década de luchas contra César.

Antigua Galia. Mapa por Claude-Joseph Drioux y Charles Leroy. 1866.

Antigua Galia. Mapa por Claude-Joseph Drioux y Charles Leroy. 1866.

Foto: Bridgeman / ACI

El nacimiento de un líder

Julio César menciona por primera vez a Vercingétorix en el libro VII de sus Comentarios sobre la guerra de las Galias. En los libros anteriores, el general romano había contado cómo, tras ser nombrado gobernador de la Galia Transalpina en 58 a.C., emprendió una serie de campañas en las que rechazó las invasiones de pueblos como los helvecios y los germanos y sojuzgó a la mayor parte de tribus galas. Sin embargo, en el año 52 a.C. los romanos estuvieron a punto de perder todo lo ganado. Primero en Cenabum, la actual Orleans, la tribu de los carnutes llevó a cabo una auténtica masacre de ciudadanos romanos, comerciantes que se habían instalado allí.

Y a continuación estalló una rebelión general de los galos: «Con el mismo designio, Vercingétorix, arverno, hombre joven, pero muy poderoso, convocó a sus clientes y fácilmente hizo que se amotinaran», escribe César. Vercingétorix pertenecía al pueblo galo de los arvernos, que ocupaba un extenso territorio en la actual región francesa de Auvernia, a la que dieron su nombre. En el año 60 a.C., los arvernos habían llamado en su ayuda a un jefe germano, Ariovisto, para que los ayudara en su lucha contra sus enemigos tradicionales, los eduos. Fue precisamente este hecho lo que dio lugar a la intervención de los romanos para asistir a sus aliados eduos. César afirma que el padre de Vercingétorix, Celtilo, «había gobernado sobre toda la Galia y fue asesinado por decisión pública porque pretendía convertirse en rey».

sarcófago romanos contra galos

sarcófago romanos contra galos

Este fragmento de un sarcófago recrea una encarnizada lucha entre galos y romanos. Siglo I d.C. Colección arqueológica Gonzaga. Palacio Ducal, Mantua.

Foto: White Images / Scala, Firenze

Gran rey de los galos

Vercingétorix –nombre que significa «el gran rey de los héroes»– heredó de su progenitor un importante ascendiente sobre su pueblo y su vocación de liderazgo. Su condición social elevada hizo también que, en el inicio de las campañas de César en la Galia, fuera entregado a los romanos como rehén junto a otros jóvenes de la nobleza gala. Vercingétorix vivió durante tres años en los campamentos romanos, próximo a César, con quien probablemente llegó a entablar una relación de amistad. Sin duda, esta experiencia le sirvió para conocer de primera mano las tácticas militares de los romanos, e incluso llegó a dirigir una unidad auxiliar del ejército romano. A partir de este hecho, algunos autores han llegado a especular con la teoría de que el arverno, cuando volvió con su pueblo, lo hizo convertido en un agente de César, quien habría utilizado a su protegido para incitar a los galos a rebelarse y tener así la excusa perfecta para terminar de someter la Galia.

Vercingétorix probablemente llegó a entablar amistad con César mientras estuvo como rehén en el campamento romano

En vísperas de la gran rebelión gala gobernaba a los arvernos el tío de Vercingétorix, Gobanición, un partidario del dominio romano. Cuando Gobanición expulsó a su sobrino de la capital arverna, Gergovia, Vercingétorix decidió alzarse en armas. Según relata César, el príncipe arverno reclutó «en los campos a los pobres y a los desesperados» (quizá guerreros que se habían quedado sin jefe), hasta reunir un nutrido ejército. Gracias a esta fuerza, expulsó a su tío del poder y se hizo proclamar rey de los arvernos. A continuación, instó a las otras tribus a mantenerse fieles a él, a concederle el mando supremo y enviarle tropas. «Tras conseguir el poder –escribe César–, Vercingétorix ordena a todas las naciones que le manden rehenes, hace que le envíen rápidamente un cierto número de soldados, fija la cantidad de armas que cada nación tendrá que fabricar y para qué fecha; se ocupa especialmente de la caballería».

Para forzar a los pueblos galos aliados de Roma o indecisos a que se pasaran a su bando, Vercingétorix no dudó en recurrir a métodos drásticos: «Su enorme fervor va acompañado por una gran severidad en el ejercicio del poder, mantiene unidos a los indecisos con la dureza de los castigos. Así, hace matar a los culpables de delitos graves con el tormento del fuego y con todo tipo de torturas; por faltas leves envía al culpable a casa después de hacer que le corten las orejas y le saquen un ojo».

Para sorprender a Vercingétorix, César cruzó las montañas de las Cevenas, que estaban cubiertas por dos metros de nieve

Era pleno invierno, y César, convencido de que sus legiones no corrían ningún peligro mientras durase el mal tiempo, se encontraba en Roma. Fue su lugarteniente Tito Labieno quien debió enfrentarse a la repentina sublevación, ante la que sólo pudo defenderse. Pero el procónsul era famoso por su rapidez de acción, y apareció en el norte de los Alpes a tiempo para frenar el intento del lugarteniente de Vercingétorix, Lucterio, de penetrar en la Provincia romana (así se llamaba este territorio, por ser la primera provincia que Roma creó al norte de los Alpes) y conquistar Narbona. César cruzó la cadena montañosa de las Cevenas con dos metros de nieve e irrumpió en Auvernia. Vercingétorix, que estaba luchando contra los bituriges, un pueblo aliado de Roma situado más al norte, se vio obligado a cambiar de planes y acudir en ayuda de su pueblo. El procónsul prefirió evitar el enfrentamiento y reunió en Agedincum (Sens) todas las fuerzas disponibles entre sus aliados lingones.

figura gala

figura gala

El jabalí era un animal sagrado para los antiguos pueblos celtas. En la imagen, figurilla de bronce que representa a un suido. Siglo I a.C. Museo Joseph Dechelette, Ruán.

Foto: White Images / Scala, Firenze
espadas galas

espadas galas

Espadas cortas con mango antropomorfo. Período La Tène III (siglos II-I a.C.). Museo de Arqueología Nacional, Saint-Germain-en-Laye. 

Foto: Thierry Lemarge / RMN-Grand Palais

Una derrota favorable

Entonces Vercingétorix cambió de objetivo y se dirigió a Gorgobina, en territorio de los boyos, un pueblo aliado de los eduos y por tanto inclinado hacia Roma. El futuro dictador reaccionó con una marcha en la que conquistó en rápida sucesión tres fortalezas galas hasta llegar frente a Avaricum (actual Bourges), la plaza mejor defendida de los bituriges. Vercingétorix acudió en socorro de éstos. Consciente de lo difícil que sería resistir el asedio romano, instó a sus aliados a poner en práctica una estrategia de tierra quemada para impedir a los legionarios toda forma de subsistencia: «Si esto les parecía duro y doloroso, mucho más debía parecérselo el cautiverio de sus hijos y mujeres, y su propia muerte», clamó en un discurso. Los bituriges siguieron el consejo y quemaron hasta 20 poblaciones de su territorio, pero decidieron preservar Avaricum, convencidos de que podrían resistir, y permanecieron atrincherados en su capital.

Al líder arverno no le quedó otra opción que acampar a 24 kilómetros de distancia, amenazando desde atrás al ejército romano, que se preparó para el asedio. La determinación de los romanos se impuso sobre las defensas de los bituriges y la ciudad acabó cayendo en un mes; sólo 800 de los 40.000 habitantes sobrevivieron a la matanza que siguió. Los supervivientes se unieron a Vercingétorix, arrepentidos de no haberlo escuchado, «y así, mientras que los fracasos suelen debilitar la autoridad de un líder, su prestigio, al contrario, aumentaba día a día gracias a la derrota sufrida», observa César con su habitual perspicacia.

moneda gala

moneda gala

El anverso de una moneda gala conserva la posible efigie del caudillo arverno que se rebeló contra César. Museo del Medagliere, Milán.

Foto: Bridgeman / ACI

El triunfo de Gergovia

Tras reponerse en Avaricum, el procónsul se puso en marcha de nuevo hacia Auvernia. Vercingétorix hizo otro tanto, pero manteniéndose fuera de su alcance. Los dos ejércitos marcharon en paralelo por las dos orillas del río Allier, hasta que César, con una artimaña, consiguió cruzarlo y situarse detrás de los galos, quienes aceleraron el paso y llegaron a Gergovia, la capital del pueblo arverno. El líder galo decidió atrincherarse allí, aprovechando la posición favorable de la fortaleza.

Vercingétorix dispuso sus tropas alrededor de la ciudad, a lo largo de la pendiente y en las crestas, distribuyendo a intervalos regulares los contingentes de las distintas tribus, cuya vista, dice César, «ofrecía un espectáculo temible». Según César, «cada día al alba Vercingétorix ordenaba que se reunieran con él los jefes de las naciones, a quienes había elegido para que deliberaran con él, cuando pareciera oportuno tanto comunicar algo como tomar decisiones; y casi no dejaba pasar un día sin probar en un combate de caballería, en el que incorporaba a sus arqueros, la valentía y la habilidad de todos sus hombres».

César se preparó para el asedio, pero su asalto fracasó y tuvo que retirarse tras perder a 700 hombres, incluidos 46 centuriones. La victoria reforzó aún más el prestigio de Vercingétorix, cuyo liderazgo fue confirmado en una asamblea general gala en Bibracte. Incluso los eduos, los principales aliados de Roma, se pusieron de su lado.

estatua galo

estatua galo

El oppidum de Glanum se convirtió en una población romana tras la conquista. Allí se erigió un arco triunfal de cuya decoración formó parte esta escultura de un galo encadenado. Museo Arqueológico, Saint-Rémy-de-Provence.

Foto: DEA/Scala, Firenze

Alesia, el desafío final

Pese a ello, César se rehízo rápidamente del revés de Gergovia y poco después forzó a Vercingétorix a buscar refugio en Borgoña, en territorio de los mandubios, donde se alzaba otra fortaleza aparentemente inexpugnable: Alesia. Llegaba así el último acto del desafío entre César y Vercingétorix.

Las ocho legiones al mando del procónsul construyeron un sistema fortificado alrededor de la colina sobre la que se erigía la ciudad: en total, se construyeron ocho campos fortificados y 23 menores, una línea de fortificaciones orientada a la ciudad, de 16,5 kilómetros de circunferencia, y otra hacia la llanura circundante, de 21 kilómetros. En el territorio adyacente, los romanos erigieron cinco barreras sucesivas, con ramas puntiagudas clavadas en la tierra, palos colocados en agujeros ocultos y estacas con ganchos de hierro.

Después de varias escaramuzas, un ejército de rescate de 250.000 galos, liderado por Vercassivellauno, primo de Vercingétorix, cayó sobre las trincheras exteriores, mientras el líder arverno mandaba al ataque a sus hombres desde la ciudad; los sitiadores romanos, pues, se vieron a su vez asediados. Sin embargo, tras una noche de luchas feroces, gracias también a la falta de coordinación entre los dos frentes de ataque, César logró repeler a los atacantes. La derrota del ejército de rescate hizo inevitable la rendición de Vercingétorix.

Vercingétorix

Vercingétorix

Este óleo representa de un modo un tanto idealizado a Vercingétorix arengando a los galos en Alesia. François-Émile Ehrmann. Siglo XIX. Museo de Arte Roger Quilliot, Clermont Ferrand. 

Foto: Bridgeman / ACI

Es muy famosa la escena, inmortalizada en numerosos cuadros, del líder arverno que tras salir de la ciudad galopa alrededor del general, quien lo mira fijamente sentado en su silla curul; después, Vercingétorix baja del caballo y se quita la armadura, arrojándola a los pies del vencedor, para sentarse al fin a su lado, en el suelo. El historiador Dion Casio explica que Vercingétorix habría podido huir de Alesia, pero que prefirió rendirse «confiando en la amistad que lo había unido antaño con César». Si así lo creyó, no pudo equivocarse más.

El caudillo galo pasó los años siguientes en prisión, en la cárcel Mamertina de Roma, sin que se hablara más de él. César no tuvo con él la conocida clementia Caesaris, sino que se mostró más bien poco generoso: después de todo, el líder galo había sido un enemigo leal y valiente, y le permitió escribir algunas de las mejores páginas tanto de su carrera militar como literaria. Lo mantuvo con vida para exhibirlo en su triunfo, que se celebró seis años después de Alesia, y después ordenó que lo estrangularan.

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Conquista y masacre

En marzo de 52 a.C., César puso sitio a la ciudad gala de Avaricum. Situada entre ríos y pantanos, y con una única y estrecha vía de acceso, era imposible de rodear con una fortificación; los galos, además, frustraron todos los intentos de los romanos de acercarse a las murallas Sin embargo, a pesar del frío y las lluvias torrenciales, en 25 días los legionarios construyeron un terraplén tan alto como las murallas, así como varias torres móviles. Durante un temporal, los que trabajaban en la fortificación fingieron que se relajaban, induciendo a los defensores a hacer lo mismo. Pero mientras tanto, las torres móviles se llenaron de soldados, que pudieron acercarse a las murallas e iniciar el ataque. Los legionarios llegaron fácilmente a los baluartes y los galos fueron víctimas de una terrible masacre.

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Gergovia

Gergovia

En la imagen, parte sureste de la muralla de la ciudadela gala de Gergovia, donde tuvo lugar la única derrota romana frente a los galos liderados por Vercingétorix.

Foto: Manuel Cohen / Aurimages

Un jefe con dotes oratorias

Vercingétorix era, además de guerrero, un buen orador. Julio César reproduce el discurso en el que el líder arverno explicó a los bituriges la necesidad de aplicar una estrategia de tierra quemada contra los romanos. «Por conservar la vida debían menospreciarse las haciendas y comodidades, resolviéndose a quemar las aldeas y caseríos que hay en los alrededores, pues a los romanos lo mismo era matarlos que privarles del bagaje, sin el cual no se puede hacer la guerra». Los bituriges arrasaron buena parte de su territorio, pero en una nueva
reunión suplicaron que no los obligaran a quemar su capital Avaricum. El resto de galos accedieron, en contra del parecer de Vercingétorix, quien sin embargo lo aceptó al final «por los ruegos de los jefes bituriges y la compasión por el pueblo».

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Vercingétorix arroja sus armas a los pies de Julio César

Vercingétorix arroja sus armas a los pies de Julio César

Vercingétorix arroja sus armas a los pies de Julio César, el vencedor en Alesia. Óleo por Lionel-Noël Royer. 1899. Museo Crozatier, Le Puy-en-Velay.

Foto: Bridgeman / ACI
Moneda César

Moneda César

Denario de plata emitido por Julio César, en cuyo reverso se representa un trofeo compuesto por armas galas. 

Foto: DEA/Scala, Firenze

La rendición ante el vencedor

La escena de la rendición de Vercingétorix, recreada numerosas veces en la pintura, aparece recogida en tres fuentes históricas. La más escueta es la de los Comentarios sobre la guerra de las Galias del propio Julio César, quien se limita a decir que él estaba sentado en un baluarte y que «Vercingétorix se rindió y los galos entregaron sus armas». Plutarco imagina una escena más dramática: «Vercingétorix, que había sido el alma de toda esta guerra, habiéndose cubierto de sus armas más espléndidas, salió de la ciudad sobre un caballo magníficamente enjaezado; y tras haberlo hecho caracolear en torno a César, que estaba sentado en su tribuna, puso pie en tierra, se despojó de todas sus armas y fue a sentarse a los pies del general romano, donde permaneció en el mayor silencio. César lo puso bajo la custodia de sus soldados y lo reservó como ornato para su procesión triunfal en Roma». Por último, Dion Casio escribe que Vercingétorix, confiando en que obtendría el perdón, «hizo aparición inesperadamente cuando César se hallaba sentado en la tribuna, lo que no dejó de producir turbación en algunos presentes, pues era de altura considerable y, cubierto por las armas, su aspecto producía un efecto extraordinario».

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Estatua Vercingetorix

Estatua Vercingetorix

Vercingétorix. Estatua de Aimé Millet expuesta en 1865 en el Palacio de la Industria de París antes de su traslado al yacimiento de Alesia.

Foto: Médiathèque du Patrimoine / RMN-Grand Palais
Napoleón III Bonaparte

Napoleón III Bonaparte

Napoleón III Bonaparte, emperador de Francia. Óleo por Alexandre Cabanel. Compiègne.

Foto: Médiathèque du Patrimoine / RMN-Grand Palais

Memoria de un héroe derrotado

Hasta el siglo XIX, la figura de Vercingétorix no fue particularmente recordada. Se le mencionaba a lo sumo en relación con las campañas de conquista de Julio César como uno de los caudillos vencidos por el gran general romano. Fue en el siglo XIX cuando se hizo popular en Francia, sobre todo durante el Segundo Imperio (1852-1870). El propio emperador Napoleón III impulsó la investigación arqueológica del pasado galo, para lo que en 1858 fundó la Comisión de Topografía de las Galias, que realizaría excavaciones en los tres principales escenarios de las guerras galas: Bibracte, Gergovia y Alesia.

En este último lugar, Napoleón IIIhizo erigir una gran estatua de Vercingétorix, obra de Aimé Millet, colocada sobre un pedestal de 7 metros de altura diseñado por el arquitecto Viollet-le-Duc.Sin embargo, el emperador francés no era exactamente un admirador del caudillo galo, al menos no tanto como de Julio César, su auténtico ídolo, sobre el que escribió una historia en dos volúmenes publicada en 1865. A ojos de Napoleón III, la lucha de Vercingétorix había sido heroica, pero su derrota era necesaria para que Roma trajera la civilización a las Galias. «Al honrar la memoria de Vercingétorix –escribía en su libro–, no debemos lamentar su derrota. Admiremos el ardiente y sincero amor de este jefe galo por la independencia de su país, pero no olvidemos que es al triunfo de los ejércitos romanos a lo que debemos nuestra civilización».

Este artículo pertenece al número 203 de la revista Historia National Geographic.