La casa de subastas Christie's en Londres acaba de vender la única pintura realizada por Winston Churchill durante la Segunda Guerra Mundial y la puja alcanzó el precio final de 8,2 millones de libras, alrededor de 9,6 millones de euros: La Torre de la mezquita Kutubía, un paisaje de Marraquech que recrea una puesta de sol sobre la ciudad que el primer ministro británico pintó en enero de 1943.
¿Tenía Churchill tanto talento pictórico como para pagar más de nueve millones por una de sus obras? En el mundo de las subastas intervienen factores ajenos a la "calidad" objetiva de una obra de arte o al talento de su autor para fijar su precio final, pero en el caso de la obra de este pintor amateur que conoció su vocación pasada la cuarentena, podría ser que hubieran sido los elementos determinantes.

Detalle de 'La torre de la Mezquita de Kutubía'.
Foto: Christie's
La Torre de la mezquita Kutubía es el único óleo que el primer ministro inglés realizó durante la Segunda Guerra Mundial y su historia está íntimamente ligada a otro de los grandes líderes de esa guerra, el presidente norteamericano Franklin Delano Roosevelt, y a un momento decisivo del conflicto, la Conferencia de Casablanca de 1943. Por si fuera poco, la propietaria de la obra ha sido una de las mayores estrellas de Hollywood actualmente, Angelina Jolie. La actriz, ganadora de un oscar en el año 2000, lo había recibido como regalo en 2011 de su entonces pareja, Brad Pitt.
La Torre de la mezquita Kutubía es el único óleo que Churchill realizó durante la Segunda Guerra Mundial y se lo regaló al presidente norteamericano Franklin Delano Roosevelt.
Historia de un cuadro
La gestación de este cuadro comienza en enero de 1943, cuando los principales líderes de las potencias aliadas se reunieron en la ciudad marroquí de Casablanca para planear una estrategia conjunta contra las potencias del Eje. En el encuentro estaban líderes de la resistencia francesa, Charles de Gaulle y Henri Giraud, Roosevelt y Churchill. El premier británico sabía que para derrotar a los nazis, los países europeos dependían de la implicación de los Estados Unidos en la guerra (que se había incorporado a la contienda hacía poco) y se esforzó para cultivar su relación con su colega norteamericano. Al finalizar la cumbre, Churchill y Roosevelt habían forjado una sólida amistad.
El 24 de enero, una vez finalizada la conferencia, Roosevelt se disponía a partir de vuelta a su país, pero Churchill, en un gesto por reforzar su relación personal, lo convenció para que se quedara un día más con él: "No puedes llegar hasta el norte de África sin ver Marrakech. Debo estar contigo cuando veas la puesta de sol en los Montes Atlas", le dijo. Churchill había descubierto la ciudad a inicios de la década de 1930 y estaba completamente rendido a ella. Decía que era "el lugar más agradable de la Tierra para pasar una tarde" y se escapaba allí en cuanto podía con sus pinceles para retratar "el panorama espectacular sobre las copas de los naranjos y olivos y sobre las casa y las murallas" que veía desde su hotel.
No puedes llegar hasta el norte de África sin ver Marrakech. Debo estar contigo cuando veas la puesta de sol en los Montes Atlas", Churchill a Roosevelt.
Una vez en Marraquech, Churchill y Roosevelt se instalaron en Villa Taylor, una mansión propiedad de un matrimonio neoyorquino situada en la zona francesa, cerca de donde está ahora el Jardin Majorelle, entonces a las afueras de la ciudad. Al atardecer, ambos líderes subieron a la terraza de su torre (Roosevelt en brazos de dos ayudantes, ya que la polio le provocó una parálisis de cintura para abajo desde 1922). Desde allí divisaron la ciudad con los impresionantes montes Atlas detrás. Según el relato de Kennet Pendar, vicecónsul norteamericano: "Nunca había visto la puesta de sol en esos picos nevados con tanta magnificencia. Nos quedamos mirando las colinas moradas, donde la luz cambiaba a cada minuto" y convertía las montañas primero en rosa y luego en púrpura.

Churchill y Roosevelt contemplan la puesta de sol en Marrakech desde Villa Taylor.
Foto: Cordon Press
Maniobra diplomática
"Tanto el Sr. Churchill como el Sr. Roosevelt estaban hechizados por la vista", escribiría Pendar. Roosevelt, esta vez sí, marchó al día siguiente hacia Estados Unidos, pero Churchill se quedó un día más para recrear la escena vivida el día anterior "en el lugar más hermoso del mundo". La pintura quedó lista ese mismo día y, en una hábil maniobra diplomática, la envió a Roosevelt como regalo por su cumpleaños, el 30 de enero. En una nota adjunta, el primer ministro lo definía como "un recuerdo" del breve paréntesis que habían compartido "en el caos de la guerra".
El presidente norteamericano no se desprendió nunca del cuadro, pero sí lo hizo su hijo Elliot Roosevelt, al heredarlo. La obra fue vendida a un coleccionista de Nebraska y más tarde pasó por diversas manos, entre ellas las del productor cinematográfico y coleccionista de arte Norman G. Hickman, y fue exhibido en varias exposiciones. En 2011 fue adquirido por Brad Pitt, que se lo regaló a su esposa Angelina Jolie. Tras años separados, Jolie decidió subastarlo en una velada en la que salieron a la venta otras obras de Winston Chrchill, Escena en Marraquech, vendida por 2,2 millones y El cementerio de San Pablo, que se quedó en 1,2 millones.
Roosevelt no se desprendió del cuadro, pero su hijo Elliot lo vendió al recibirlo en herencia. En 2011 acabó en manos de Brad Pitt, que se lo regaló a su esposa Angelina Jolie.
Una afición tardía
El primer ministro británico pintó alrededor de medio millar de cuadros desde que conoció su vocación, pasada la cuarentena. Él afirmaba pintar como pasatiempo y algunos lo vieron como "un aficionado de considerable habilidad natural", en cambio otros no tenían tan claro su talento. El director del Art Institute of Chicago afirmó: "tenemos ciertos estándares profesionales", para rechazar exponer sus obras en la institución.
En 1915, Churchill fue culpado del desastre militar de Galípoli contra Turquía, durante la Primera Guerra Mundial. Había sido relevado como primer lord del Almirantazgo británico, el máximo responsable en el gobierno de la Marina y su carrera militar y política parecía acabada. Acuciado por una severa depresión se refugió en la pintura, una afición que no abandonó hasta su muerte y que para él era relajante como "un divertido paseo".
Para Churchill la pintura era un pasatiempo que le ayudaba a relajarse de su ajetreada vida tanto militar como política.
Churchill pintó más de 500 obras, no vendió ni una y regaló muchas de ellas a sus amigos. A su muerte, en 1965, todavía guardaba centenares de ellas. A pesar que para él nunca fue más allá de una afición parece que ahora el mercado para sus obras puede estar creciendo, más que por sus dotes como pintor, por las historias asociadas a las pinturas que, como en este caso, también están asociadas a momentos históricos del siglo XX.