A inicios del I milenio a.C., los etruscos ocupaban una extensa región en la mitad septentrional de la península itálica, al norte de la futura ciudad de Roma. Habían llegado allí dos siglos antes desde el Mediterráneo oriental, en una emigración hacia Occidente en pos de metales –como el cobre, el plomo, el estaño, el hierro o el alumbre– que hallaron en algunos montes de la Toscana y del Lacio. La leyenda dice que las doce primeras ciudades etruscas que se fundaron estuvieron unidas por una poderosa alianza económica, militar y religiosa.
En la Etruria meridional, las dos ciudades más destacadas eran Tarquinia (en etrusco Tarchna) y Caere (Ceizra en etrusco, actualmente Cerveteri). La primera era conocida por la producción de armas y utensilios domésticos de bronce, mientras que la segunda manufacturaba piezas de oro y una cerámica única: el llamado bucchero negro, con un característico brillo metálico.
Cronología
Gloria y declive de Etruria
Siglos XII-XI a.C.
Los etruscos se instalan en la mitad norte de la península itálica y se integran y conviven con la población que ya habitaba la zona desde hacía muchos años.
Siglos IX-VIII a.C.
La emergente clase aristocrática etrusca exhibe su gran riqueza y opulencia con la construcción de lujosas tumbas que han llegado hasta nuestros días con una belleza fantástica.
720 a.C.
La ciudad de Caere inicia su ascenso mediante la explotación de los minerales de los montes de la Tolfa.
616 a.C.
Lucio Tarquinio Prisco, originario de Tarquinia, funda una dinastía etrusca que reina en Roma hasta 509 a.C.
351 a.C.
Tras siete años de guerra con los romanos, los etruscos pierden su independencia y entran en declive.
Lujo asiático
En el siglo VIII a.C., las familias más influyentes de ambas comunidades adoptaron hábitos orientales –tomados de los griegos y fenicios, recién asentados en las costas del Tirreno– para hacer ostentación de la riqueza que habían alcanzado, manifiesta en los enterramientos de esta élite. Las modestas tumbas de fosa de la época anterior, en las que la urna con las cenizas del difunto se depositaba junto a un ajuar de objetos en miniatura, fueron sustituidas por inmensos túmulos de tierra, bajo los cuales se inhumaba el cadáver, engalanado con las más delicadas joyas y rodeado por los objetos más preciados. De este modo, las llanuras que rodeaban Caere se llenaron de túmulos inmensos, bajo los cuales se habían excavado cámaras funerarias o hipogeos.
En torno a estos túmulos se celebraban periódicamente libaciones y sacrificios en honor a los allí enterrados, así como rituales fúnebres para acompañar hasta su última morada a los recién fallecidos. Éstos eran conducidos a la tumba familiar por un ostentoso cortejo de carros, músicos, plañideras y un gran número de acompañantes, que participaban después en un espléndido banquete. Aquellas ceremonias inspiraron las extraordinarias pinturas al fresco que adornaron los hipogeos de Tarquinia en el siglo VI a.C.

Tumba de Cerveteri. En la necrópolis de la Banditaccia cohabitan grandes túmulos, como el del Coronel (a la derecha de la fotografía), con otros de tamaño más modesto.
Foto: Scala / Firenze
Los cambios económicos y políticos que con el paso del tiempo sufrieron los centros etruscos repercutieron en la arquitectura funeraria, que redujo sus dimensiones y simplificó sus rituales. También cambió la concepción del más allá, que se volvió un inframundo poblado por terribles monstruos y dioses implacables.
Desde muy antiguo, la búsqueda desesperada de las riquezas enterradas en las tumbas de la aristocracia etrusca movió a numerosos negociantes y saqueadores a excavar las tierras del Lacio y de la Toscana, ocupadas por los etruscos en el pasado. En el siglo XIX se extrajeron de las cámaras mortuorias verdaderos tesoros artísticos, que fueron vendidos a diferentes museos de Europa y Estados Unidos por mediación de coleccionistas y traficantes de arte. La prensa de la época se hizo eco de los extraordinarios hallazgos, que atrajeron la atención de viajeros y estudiosos, imbuidos del espíritu romántico del Risorgimento italiano.
Cinco tumbas únicas
A continuación se muestran cinco de las tumbas etruscas más ricas y significativas de los yacimientos de Tarquinia y Cerveteri: la tumba Regolini-Galassi, con un sensacional ajuar de una princesa de Cerveteri del siglo VIII a.C.; la tumba de los Escudos y las Sillas, también de Cerveteri, que evoca en su decoración un interior «burgués» del siglo VI a.C.; la tumba de la Caza y de la Pesca, construida en la misma época en Tarquinia, con una excepcional decoración al fresco; la tumba de los Relieves, en Cerveteri, una de las más famosas del mundo etrusco, construida en el siglo IV a.C.; y la tumba Giglioli, creada a finales del mismo siglo en Tarquinia.
La tumba Regolini-Galassi. Siglo VIII a.C.
Esta tumba de Cerveteri, conocida por el nombre del general Vincenzo Galassi y de su socio, el prelado Agostino Regolini, quienes la descubrieron en 1836, se construyó a mediados del siglo VIII a.C. Un túmulo de tierra de 48 metros de diámetro cubría varias cámaras subterráneas, o hipogeos, destinadas a los miembros de una misma familia aristocrática. Un largo pasillo o dromos, en el que se depositaron los tres carros usados en el cortejo fúnebre, conducía a dos cámaras laterales y a la cámara principal. Este último espacio, construido con una cubierta abovedada, contenía un lecho de piedra sobre el que reposaban los restos de Larthia Velthurus, princesa de la estirpe regia de los Velthur. Originalmente, las paredes laterales se adornaron con tapices bordados, tal como atestiguan los clavos de bronce hallados en el suelo y los restos de tejido descubiertos en otras tumbas del siglo VII a.C. El cadáver de la princesa quedó vestido con un delicado peplo que ha desaparecido. En cambio, se conservan íntegramente las joyas y objetos personales de la difunta y el lujoso ajuar que se utilizó durante el banquete mortuorio.
La tumba de los Escudos y las Sillas. Siglo VI a.C.
En 1834 se descubrió en la necrópolis de la Banditaccia, en Cerveteri, una sorprendente tumba de mediados del siglo VI a.C. Bajo un viejo túmulo se abrió un nuevo hipogeo, con un corto dromos o pasillo y un atrio rectangular, tallado en la piedra volcánica y decorado con los escudos y las sillas o tronos que le dieron nombre. Este atrio central era el espacio público de la tumba, en el que se celebraba el banquete fúnebre el día en que el cadáver era depositado sobre su lecho mortuorio. Su decoración evocaba el ambiente familiar de una vivienda privada e incluía elementos que señalaban el prestigio social de sus moradores, como las sillas con respaldo alto y los escudos tallados en la piedra, sustitutos del mobiliario en bronce de las tumbas precedentes. Al atrio se abrían tres cámaras sepulcrales, que albergaban lechos tallados en la roca. La cámara del centro estaba destinada al miembro fundador de la tumba y a su esposa, mientras que las laterales acogían a sus descendientes más cercanos. Las toscas paredes de piedra se iluminaban con coloridos motivos geométricos o animados, de los que apenas queda ya rastro.

La tumba de los Escudos y las Sillas
Foto: Scala / Firenze
La tumba de la Caza y de la Pesca. Siglo VI a.C.
Descubierta en 1873 en la necrópolis de Monterozzi, en Tarquinia, esta tumba fue excavada en la roca hacia 530 a.C. El conjunto se compone de dos cámaras unidas mediante una rampa-escalera. La estructura de ambos espacios evoca un pabellón cubierto por una carpa de lona, como los que los etruscos levantaban durante la ceremonia de exposición del difunto (prothesis). Las dos cámaras están decoradas con pinturas al fresco que desarrollan alegres escenas hedonísticas, características de los hipogeos de Tarquinia durante la época arcaica y clásica, entre los siglos VI y IV a.C.
La tumba de los Relieves. Siglo IV a.C.
Esta tumba, excavada en 1846-1847 por iniciativa del marqués Giovanni Pietro Campana, es el mejor ejemplo del nuevo tipo de sepulcros que surgieron en Caere a finales del siglo IV a.C. Construidos junto a los antiguos túmulos, estos hipogeos se caracterizan por emplear un lenguaje artístico importado del mundo púnico y macedonio. El espacio interno, interrumpido únicamente por los pilares que sustentaban la techumbre, quedaba reducido a una única cámara. En el interior de la tumba de los Relieves reposaban en total 30 cadáveres, una veintena dispuestos perpendicularmente sobre un banco de obra que recorría perimetralmente las paredes, y el resto, en nichos independientes abiertos en el muro y separados entre sí por pilastras. El puesto de honor, reservado a la pareja de esposos fundadores del monumento fúnebre, se hallaba frente a la entrada, en el centro de la pared del fondo. La tumba de los Relieves es única por conservar la decoración original, que incluye armas, objetos y seres monstruosos, moldeados en relieve con estuco y pintados de manera realista.

La tumba de los Relieves
Foto: Shutterstock
La tumba Giglioli. Siglo III a.C.
Excavada en 1959 en la antigua Tarquinia, la tumba Giglioli es un hipogeo construido a finales del siglo IV a.C., en la fase de decadencia de las ciudades etruscas. En este sepulcro fueron enterrados, desde 310 hasta 240 a.C., los miembros de tres generaciones de la familia de los Ramtha, que pertenecía a la clase dirigente de la ciudad. Los restos de cada difunto se depositaron en sarcófagos identificados por un epitafio pintado, que permite conocer el nombre del fallecido, representado sobre la tapa recostado sobre un flanco. En el centro de la pared del fondo, el lugar preeminente de la tumba, se situaron las cajas de piedra del patriarca de la familia, Ramtha, y de su esposa Vel. A la izquierda se dispusieron la de su primogénito, Laris; la de su segundo hijo, Larth, y el sarcófago de la esposa de éste, Apunei Thanjvil, mientras que los de los nietos se depositaron en los ángulos que flanqueaban la entrada. Cuando se descubrió la tumba, frente al sarcófago principal apareció una figura femenina recostada que pertenecía a un sarcófago saqueado en la Antigüedad.

La tumba de Giglioli
Foto: S. Vannini / DEA / AGE Fotostock
Ver recreación de la ciudad etrusca de Caere y de la necrópolis de la Banditaccia.
Este artículo pertenece al número 207 de la revista Historia National Geographic.