Los cantantes más famosos del medioevo

Trovadores: Poetas del amor y de la guerra

Entre los siglos XI y XII floreció en las cortes nobiliarias del sur de Francia una cultura nueva y refinada, en la que poetas nobles y plebeyos cantaban a las damas y las batallas

Un enamorado Tristán le canta un poema a Isolda acompañándose de una arpa en este óleo de Edmund Leighton pintado en 1902.

Foto: Wikimedia Commons

Veremos campos sembrados de pedazos / de yelmos, de escudos, de espadas y de arzones / y de hombres con el busto hendido hasta las bragas; / y veremos caballos vagando errabundos, / y muchas lanzas clavadas en los costados y en el pecho, / y júbilo y llanto y pena y alegría». Así de gozoso celebraba la guerra el osado Bertran de Born, el trovador que mejor cantó las armas.

Lo hacía, como el resto de sus camaradas de letras, en la lengua vulgar que ellos mismos llamaron romans y que más tarde se conoció como proensal, es decir, provenzal. Así sonaban los versos de la poesía anterior en la lengua de Bertran: «Veirem champs jonchatz de quartiers / d'elms e d'escutz e de brans e d'arzos / e de fendutz per bustz tro als braiers; / et arratge veirem anar destriers / e per costatz e per pechs mainta lanza / e gauch e plor e dol e alegranza».

Hoy se suele llamar a esa lengua occitano, lo que es un modo de reconocer que se trata de la lengua d’oc (cuyos dialectos aún se hablan en la Francia meridional) en oposición al francés, la lengua d’oil. Los trovadores fueron los primeros escritores europeos en darle dignidad a una lengua vulgar: después de la poesía clásica en latín, fueron ellos quienes impulsaron la primera lírica culta y en lengua moderna.

Poesías latinas y canciones árabes

A diferencia de los juglares, que se limitaban a cantar o recitar poemas, los trovadores eran expertos en el arte de trovar, que en provenzal es trobar, «encontrar» o componer versos con su música. Se han conservado 2.542 composiciones pertenecientes a trescientos cincuenta poetas que escribieron en los siglos XII y XIII.

BnF ms. 854 fol. 49 - Perdigon (1)

BnF ms. 854 fol. 49 - Perdigon (1)

Miniatura del trovador Perdigon en una página del manuscrito 845 de la Biblioteca Nacional de Francia publicado en 1250.

Foto: Wikimedia Commons

Sorprendentemente, la poesía trovadoresca surge hacia el año 1100 con toda su perfección métrica, sin que exista constancia de tanteos previos. Su nacimiento se relaciona con la lírica latina de las escuelas poéticas de Turena, que indagaba sobre la belleza femenina con grandes autores como Mateo de Vendôme. Pero también está vinculado con la poesía árabe de la península Ibérica: fue clave el efecto que las esclavas cantoras andalusíes, las qiyân, produjeron entre los nobles del sur de Francia que acudieron a la cruzada de Barbastro en el año 1064.

Las qiyân entonaban canciones acompañadas de un laúd y, según el historiador árabe Ibn Hayyán, sus cánticos valían todo el oro del mundo. Al regresar a sus tierras, los nobles se llevaron consigo el recuerdo de esas melodías y una generación más tarde sus descendientes comenzaron a componer canciones trovadorescas.

Al servicio de una dama

La esencia de la cultura de los trovadores es el culto a la dama, la esposa del señor feudal, que siempre aparece rodeada de caballeros sin tierras, soldados de fortuna, vasallos... Se mostraba ante ellos como una mujer distante, refinada e inabordable, a la que sin embargo le apasionaba escuchar las canciones trovadorescas.

Decimos «escuchar» porque esta poesía se recitaba o se cantaba, no se leía, y eso explica la importancia que tienen en ella las palabras de doble sentido. Cuanto más picante era una canción, más interés suscitaba entre los miembros del círculo social en cuyo centro estaba la dama, atentos a los gestos del marido, al cual la poesía reservaba el risible papel del celoso, el gilos.

Trovador germánico (minnesänger) junto a su amada. Miniatura del códice Manesse, realizada probablemente por Johannes Hadlaub. hacia 1300. Biblioteca Universitaria, Heidelberg.

Foto: Wikimedia Commons

Ello provocaba situaciones tensas debido a los calumniadores, que hablaban pésimamente de las damas que mostraban una atención especial a los trovadores. Repleto, pues, de obstáculos para su consumación, el fin'amor o amor cortés expresado en aquellas canciones era un medio de elevación tanto espiritual como social: la dama era siempre más elevada en honor que su amante.

El fin'amor era aristocrático, y se reservaba a la élite que frecuentaba las cortes. El servicio a la dama seguía los mismos pasos del servicio del vasallo al señor feudal, y por eso los trovadores se muestran como vasallos de una dama a la que juran fidelidad eterna.

La música era una parte indispensable d e la vida cortesana, por lo que tanto hombres como mujeres recibían clases de interpretación y canto como se puede ver en este cuadro de Arthur Hughes pintado en 1864.

Foto: Wikimedia Commons

Esa circunstancia proporcionaba a la poesía trovadoresca una riqueza de matices que hoy difícilmente podemos apreciar, como sucede con estos versos de Guilhem de Berguedà a su dama: «Iré allí, si os place, o no [si no os place], / porque en mí no hay derecho ni razón / sino como en un siervo (¡que Dios me perdone!), / pues tuve mis manos dentro de las vuestras / y no me abstuve de serviros».

Para nosotros esto es simplemente una canción de amor, pero quien la escuchaba podía reconocer, por ejemplo, una referencia a la immixtio manum, la parte fundamental de la ceremonia de homenaje en la que el servus, el vasallo, introducía sus manos entre las de su señor. Y «servir» proviene del latín servire, que significaba cumplir los servicios del vasallo. Usado por los trovadores, «servir» pasó a convertirse casi en un sinónimo de «amar», y con este sentido se seguía utilizando en el siglo XVII, como hizo Lope de Vega en sus comedias.

El primer trovador

Se ha identificado a la mayoría de trovadores gracias a unas Vidas del siglo XIII donde aparecen sus nombres, lugar de nacimiento y obras, pero también algunos rasgos de carácter legendario, poco realistas. El primero es Guilhem de Peitieu, el duque Guillermo IX de Aquitania: un señor feudal con un gran patrimonio, respetado y temido, que rechazó la invitación del papa Urbano II para ir a la primera cruzada, aunque después la realizaría cuando lo creyó oportuno; que ayudó a Alfonso el Batallador, rey de Aragón, contra los almorávides y estuvo en Cutanda, la batalla clave en la conquista del valle del Ebro.

Dos flautistas decoran una página de las Cantigas de Santa Maria, una compilación de cantos y poemas compilada en el reinado de Alfonso el Sabio entre 1270 y 1282

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En una canción se sirve de un «gato rojo» para burlarse de la hipocresía social: dos damas lo desnudan y obligan a un gran gato a arañarlo para cerciorarse de que es mudo –pues no se queja– y así yacer con él sin peligro de que cuente su aventura. En otra de sus composiciones se plantea el límite de la creación lírica al hacer «un verso sobre absolutamente nada». Guillermo fue el impulsor de este movimiento poético por la perfección de su obra y su repercusión social.

Guerreros y amantes

Jaufré Rudel, príncipe de Blaia, es el trovador del amor de lohn, el amor lejano, en honor de una dama a la que nunca había visto y que vivía en Tierra Santa, pero de quien se enamoró por el simple hecho de oír hablar de ella. «Nuestras tierras están demasiado lejos», se duele, «¡Hay demasiados puertos y caminos!». Marcabrú, un esmerado juglar, comienza su actividad poética en la corte de Aquitania pero se marchará a vivir a la corte de Alfonso VII de Castilla. De estilo oscuro, se le considera un poderoso moralista de la causa católica.

A Bernart de Ventadorn, cuya obra poética se sitúa entre 1164 y 1194, se le consideró el mejor trovador. De humilde condición, aprendió el arte de trovar del conde Ebles II, esposo de Agnès de Ontlusó, una de las damas a las que cantó en su poesía. Fue desterrado por este motivo y se refugió en Normandía, donde enamoró a la mismísima duquesa Leonor de Aquitania, casada con Enrique II de Inglaterra.

¡Buena suerte! así tituló Edmund Leighton este óleo con la despedida de una dama al caballero, que parte a la guerra. Colección privada, año 1900.

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Huyendo de éste, marchó a la corte de Raimundo V de Tolosa, con tan mala suerte que su esposa Ermengauda se enamoró también de él y debido a eso se refugió en la abadía de Dalon, donde murió. Una vida tan intensa dejó una rica producción de canciones de amor: «Nunca pensé que su bella boca sonriente / me traicionase besando, / pues con un dulce beso me mata, / si con otro no me cura».

Y Bertrán de Born es el trovador de la guerra gracias a poemas como éste, en el que anima a Ricardo Corazón de León a entrar en batalla contra barones franceses sublevados: «Gústame la multitud de blasones / cubiertos de tintes rojos y azules, / y las enseñas y los gonfalones / también de diversos colores, / y montar tiendas, vivaques y ricos pabellones, / quebrar lanzas, partir escudos y hendir / yelmos bruñidos, y dar y recibir golpes».

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