Actualizado a
· Lectura:
"Tú haz los dibujos, que yo pondré la guerra". Esta fue la respuesta que el magnate norteamericano de la prensa William Randolph Hearst espetó a Frederic Remington, uno de sus dibujantes, que en aquellos momentos se encontraba en Cuba siguiendo para The New York Journal el conflicto que iba a enfrentar inevitablemente a Estados Unidos y España. A las 21.40 del 15 de febrero de 1898, el periódico de Hearst publicaba: "El barco de guerra Maine partido por la mitad por un artefacto infernal secreto del enemigo". Dos días más tarde el titular rezaba: "¿Guerra? ¡Seguro!". La noticia llegó al Congreso de Estados Unidos que inmediatamente declaró la guerra a España.
La versión de la prensa amarilla estadounidense
España, que por entonces había perdido casi todas sus posesiones de ultramar tras cuatro siglos de extenuantes luchas en todos los rincones del planeta, entró por enésima vez en guerra, esta vez con Estados Unidos que ya le había echado el ojo a la isla caribeña. El conflicto tenía en vilo a los estadounidenses por la cercanía de Cuba con las costas de Florida y había preocupación en el gobierno norteamericano por los intereses económicos de Estados Unidos en la región. La indignación del público estadounidense por las "tácticas brutales" empleadas por los españoles, según relataba la prensa amarilla de la época, estimularon la simpatía popular hacia los revolucionarios cubanos. Las crecientes tensiones entre Estados Unidos y España, que llevaron al gobierno norteamericano a financiar al movimiento independentista cubano, junto con la inexplicable explosión del barco estadounidense Maine en el puerto de La Habana el 15 de febrero de 1898, condujeron a las dos naciones al borde del conflicto.

El periódico estadounidense The World, propiedad de Joseph Pulitzer, describió así el suceso del accidente del Maine en la portada del 17 de febrero de 1898. En el relato se aseguraba que los oficiales españoles habían brindado tras la explosión.
Foto: CC
La indignación del público estadounidense por las "tácticas brutales" empleadas por los españoles, según relataba la prensa amarilla de la época, estimularon la simpatía del pueblo norteamericano hacia los revolucionarios cubanos.
Lo cierto es que la razón más que probable de la explosión del barco norteamericano se podría encontrar en el intenso calor y la humedad reinantes en la isla. Estas condiciones atmosféricas pudieron causar un cortocircuito en la santabárbara de la nave (donde se guardaba la munición), que, recalentada por la combustión espontánea de uno de los depósitos de carbón que alimentaban las calderas del buque, originase una enorme y accidental explosión. Según los informes, más de 260 marinos y oficiales norteamericanos perdieron la vida aquel día. España propuso una comisión investigadora conjunta, pero la idea fue rechazada de inmediato por Estados Unidos. La comisión norteamericana llegó a la conclusión de que la explosión fue provocada por una mina. Aunque el informe emitido por el gobierno norteamericano el 21 de marzo de 1898 no culpaba directamente a España del atentado, el clima antiespañol que se estaba generando en los Estados Unidos impulsado por la prensa, instaba a la opinión pública y al gobierno a declarar la guerra a España y expulsarla de Cuba. Hearst tenía intereses con algunos terratenientes insulares tanto en el sector bananero como en el azucarero y es más que probable que el gobierno norteamericano tuviera información reservada que ocultó para obtener el casus belli y poder intervenir militarmente.
El final de una era
Algo parecido ocurrió en el archipiélago de las Filipinas, donde España gobernaba desde 1571. Tras firmar el llamado pacto de Biak-na-Bató, el 14 de diciembre de 1897, con los rebeldes, España mandó al exilio a los lideres independentistas. En 1898, Estados Unidos convenció a Emilio Aguinaldo, el principal líder independentista, de que regresara a Filipinas y encabezara una insurrección. Por su parte, el ejército estadounidense invadiría la isla, algo que sucedió en mayo de 1898. Santiago de Cuba y Manila fueron dos golpes demoledores para España. A pesar de que la flota estadounidense estaba más avanzada tecnológicamente y convirtió en chatarra los barcos españoles, el almirante Dewey, jefe de la fuerza naval estadounidense que destruyó a la escuadra española del almirante Cervera en Santiago de Cuba, llegó a decir en sus memorias: "Si España hubiese tenido allí un solo submarino torpedero como el inventado por el señor Peral, reconozco que yo no habría podido mantener el bloqueo de Santiago ni 24 horas". Después de aquel desastre, el 26 de julio de 1898, el gobierno español solicitó a la administración norteamericana que discutiera los términos de paz y el 12 de agosto se declaró un alto el fuego.

Retratado en Hong Kong rodeado por sus hombres, el líder independentista filipino Emilio Aguinaldo permaneció un tiempo en el exilio tras la firma del pacto de Biak-na-Bató en 1897.
Foto: CC
"Si España hubiese tenido allí un solo submarino torpedero como el inventado por el señor Peral, reconozco que yo no habría podido mantener el bloqueo de Santiago ni 24 horas", declaró el almirante Dewey.
El Tratado de París, firmado el 10 de diciembre de 1898 en la capital francesa, dio por finalizada la guerra hispano-estadounidense. En él se establecía que España debía abandonar sus exigencias sobre Cuba, la cual declaró su independencia. Filipinas fue oficialmente entregada a Estados Unidos a cambio de veinte millones de dólares y Guam, junto con Puerto Rico, se convirtieron también en propiedades estadounidenses. Las necesidades de liquidez para paliar aquel duro revés económico hicieron que España tuviera que "vender" las islas Palaos, las Carolinas y las Marianas a Alemania. Obligada por Estados Unidos a pagar la deuda nacional cubana, España intentó incluir numerosas enmiendas que no llegaron a buen puerto, y finalmente no tuvo más remedio que aceptar todas y cada una de las imposiciones estadounidenses puesto que era la potencia perdedora y también era consciente de que la superioridad armamentística estadounidense podría poner en peligro otras posesiones españolas en Europa y África. El tratado se firmó sin representación de los territorios invadidos por Estados Unidos, lo que provocó un gran descontento entre la población de esas nuevas colonias, especialmente de Filipinas, que acabaría enfrentándose posteriormente contra el gigante estadounidense en una guerra que duraría tres años.

Publicada en el diario satírico catalán La Campana de Gràcia, esta ilustración representa "la falera del oncle Sam" (el gran deseo del tío Sam) por hacerse con el control de Cuba.
Foto: CC
Una nueva etapa
De este modo, obligada a abandonar sus aspiraciones imperialistas, España se centró en sus muchas necesidades internas, que habían sido ignoradas por las autoridades españolas durante mucho tiempo. La guerra dio como resultado un renacimiento inesperado. Las dos décadas que siguieron al final del conflicto serían testigo en España de rápidos avances en técnicas agrícolas, en la industria, así como en el transporte. Como el historiador español Salvador de Madariaga escribió en su libro de 1958, España: Una historia moderna: "España sintió entonces que la era de las aventuras en el extranjero había terminado, y que en adelante su futuro estaba en casa. Sus ojos, que durante siglos habían vagado hasta los confines del mundo, finalmente se volvieron hacia su propia casa".