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En Itálica, una urbe de la Bética muy cercana a la actual Sevilla, nació el emperador Trajano y pasó su infancia Adriano, quienes dirigieron el Imperio romano en el momento de su máxima expansión. Ambos pertenecían a antiguas familias itálicas establecidas en Hispania desde el siglo II a.C. Como en otros casos, estas familias fueron capaces de promocionarse políticamente por su riqueza, posición social y vinculaciones con la élite senatorial romana, formando verdaderos clanes que influyeron en la marcha de los acontecimientos políticos y en la economía imperial durante los siglos I y II. Trajano fue el emperador militar por excelencia y a él se debe la máxima expansión de Roma. Al mismo tiempo, su colaboración con el Senado, depositario de las tradiciones republicanas, le convirtió en ejemplo para las generaciones futuras del buen emperador, el optimus princeps, y en modelo de las antiguas virtudes de la nobleza romana.
La vida de Adriano (arriba), quien fue adoptado por Trajano, muestra también algunos de los ideales de la élite imperial. Nacido en Roma en el seno de una importante familia, pero residente desde niño en Itálica, su primer discurso al Senado provocó burlas por su marcado acento hispano. Adriano no solo logró superar esta dificultad, sino que además se convirtió en el más helenizado y culto de los emperadores romanos. También fue el autor de una vasta obra político-militar y legislativa de consolidación del Estado, lo que le llevó a realizar numerosos viajes por todo el Imperio. A él se debe la reforma urbanística de Itálica. En el invierno de 122-123 residió en Tarraco, la actual Tarragona, donde trató de solucionar las turbulencias políticas y sociales que empezaban a advertirse en las provincias hispanas.