En agosto de 1897 tuvo lugar en la ciudad suiza de Basilea un evento que acabaría teniendo repercusiones históricas de gran envergadura. Las doscientas personas procedentes de diversos países que acudieron a esa cita tenían algo en común: eran judías.
El Primer Congreso Sionista se abrió con el discurso de quien lo había organizado, Theodor Herzl, un periodista judío de origen austrohúngaro que creía haber encontrado en la emigración a Palestina la solución al antisemitismo. «Todos están fascinados, como si hubiera sucedido un milagro histórico –señalaba un periodista ruso sobre esta figura–; era como si el Mesías, el hijo de David, estuviera frente a nosotros». Herzl fue elegido presidente de la allí constituida Organización Sionista Mundial, que proclamó como su principal objetivo el establecimiento de un hogar seguro para los judíos en Palestina.
Cronología
De Europa a Tierra Santa
1860
Theodor Herzl nace en Pest, en la actual Hungría, en el seno de una familia de judíos de habla alemana.
1896
Publica El Estado judío, libro en el que propone crear un Estado propio para los judíos y situado en Palestina.
1898
Se entrevista con el káiser en Palestina para lograr que Alemania impulse allí la creación de un protectorado.
1901
El V Congreso Sionista crea el Fondo Nacional Judío para adquirir tierras en Palestina.
1904
Herzl muere por una insuficiencia cardíaca. Sus restos serán llevados a Israel en 1949.
Aunque se considera a Herzl como el padre del sionismo, el movimiento que promovía el retorno de los judíos a la considerada como su Tierra Prometida era mucho más antiguo y había ganado fuerza en Europa a lo largo del siglo XIX como reacción al crecimiento del antisemitismo. Sin embargo, a finales de siglo todavía era muy minoritario y disperso, y apenas unos pequeños grupos se habían trasladado a Palestina huyendo de las oleadas de violencia antisemita encarnadas en los pogromos.

Portada de Die Welt
Portada de Die Welt, el diario sionista fundado por Theodor Herzl. 1903.
Foto: Getty Images
¿Alemán o judío?
Ni siquiera el propio Herzl se había identificado con el sionismo en su juventud. En Viena, durante su etapa universitaria, se mostraba cercano al nacionalismo alemán. Como corresponsal en París del diario vienés Neuie Freie Presse, sólo una docena de sus más de 300 artículos trataba sobre el antisemitismo en Francia.
En sus reflexiones sobre el problema, Herzl mantenía entonces una postura asimilacionista, favorable a la integración de los judíos en sus respectivos países; llegó a mostrarse partidario de promover la conversión en masa al cristianismo a cambio de que el papa condenara el antisemitismo. Además, creía imposible que los judíos que habían vivido separados entre sí durante siglos pudieran convivir en un Estado propio.
Herzl creía que la integración de los judíos en las sociedades cristianas europeas era imposible
Sin embargo, la oleada antisemita que asoló Francia durante el «asunto Dreyfus» transformó su opinión. Theodor Herzl cubrió este caso, iniciado en 1894 cuando se acusó injustamente de espionaje a Alfred Dreyfus, un capitán judío del Ejército francés. Aunque inicialmente Herzl no creía en su inocencia, acabó cambiando de idea y quedó impresionado ante la virulencia de las manifestaciones antisemitas organizadas en su contra. El propio Herzl afirmó posteriormente: «Lo que me hizo sionista fue el juicio a Dreyfus».
Herzl se convenció de que la integración de los judíos en las sociedades cristianas europeas era imposible. La única solución era que emigraran a un hogar propio. Al principio no tenía claro qué lugar debía de ser éste, e incluso barajó la opción de América del Sur. En 1896 publicó un libro sobre la cuestión, El Estado judío, en el que Palestina ya aparecía como opción. Herzl creía que esta emigración eliminaría el antisemitismo de raíz: los gentiles cambiarían su opinión sobre los judíos al no tener que convivir con ellos y al quedarse con las propiedades de los emigrantes; contaba, además, con que el éxito que tendrían los hebreos en la creación de un Estado próspero suscitaría su admiración.

Primer congreso sionista de Basilea
Primer congreso sionista de Basilea. Imagen de los asistentes a este evento, que tuvo lugar en esta ciudad suiza en el año 1897.
Foto: Bridgeman / ACI
Tejiendo alianzas
En contra de lo que esperaba, el libro apenas tuvo repercusión, así que Herzl, utilizando su trabajo como periodista y la amplia red de contactos que había ido tejiendo como corresponsal, viajó a diversos países para entrevistarse con sus gobernantes y otras personalidades y convencerlos de la necesidad de apoyar su idea. Se entrevistó con el tío del káiser Guillermo II de Alemania, con el nuncio papal en Austria y con el ministro de Exteriores de Gran Bretaña, lord Salisbury, pero fracasó en su intento de hablar con el sultán de Estambul, la figura más importante para su proyecto porque Palestina pertenecía al Imperio otomano.
Finalmente, la gira diplomática no dio resultados. Además, la poderosa familia de banqueros judíos Rothschild se negó a financiar el proyecto. «Si no puedo doblegar los poderes de arriba, moveré el mundo de abajo», confió el periodista a su diario. Herzl estaba determinado a conseguir apoyos para construir un Estado judío, y si no conseguía convencer a banqueros y gobernantes, persuadiría al pueblo llano.

Postal conmemorativa del VI Congreso Sionista
Postal conmemorativa del VI Congreso Sionista celebrado en Basilea en el año 1903. En ella puede leerse la cita: «Aquellos que sembraron con lágrimas recogerán con alegría».
Foto: Bridgeman / ACI
Así fue cómo surgió la idea de crear una organización sionista, que desembocó en la convocatoria del primer congreso sionista en Basilea. Para organizarlo, Herzl se embarcó en un frenético intercambio de correspondencia con sionistas de muchos países y fundó el periódico Die Welt, que se convertiría en el principal órgano de expresión del movimiento. Su primer número apareció con la primera página en amarillo, el color de la banda que en la Edad Media se había usado para distinguir a los judíos.
El congreso tuvo una repercusión importante. Las asociaciones sionistas multiplicaron sus miembros, mientras que la prensa judía le prestó una gran atención, aunque no siempre para elogiarlo. Mayor impacto tuvo el Segundo Congreso Sionista, celebrado en 1898, al que acudieron delegados electos de todo el mundo, entre los que se incluían mujeres con voz y voto. Entonces se aprobó la creación de un banco con el objetivo de comprar tierras para los emigrantes en Palestina y se diseñó una bandera que acabaría inspirando la de Israel en 1948.
¿Kenia o Palestina?
A partir de entonces, Herzl, ya como presidente de la Organización Sionista Mundial, retomó la diplomacia en nombre de ésta. En 1898 se entrevistó con el káiser en Palestina para conseguir que Alemania se comprometiera a establecer allí un protectorado judío, y en 1901 acabó consiguiendo una audiencia con el sultán Abd Al Hamid II para convencerlo de que concediera la autonomía a un Estado judío dentro del Imperio otomano. No lo consiguió, por lo que la última esperanza diplomática recayó en Gran Bretaña, en cuya capital, Londres, se había celebrado el Cuarto Congreso Sionista un año antes, en 1900.

Un grupo de colonos judíos
Un grupo de colonos judíos se dirige a las tierras donde crearán un asentamiento agrícola (kibutz) en Palestina en la década de 1920.
Foto: Bridgeman / ACI
Joseph Chamberlain, entonces secretario británico de las colonias, se reunió en varias ocasiones con Herzl para tratar este asunto. En un primer momento, la Organización propuso renunciar a Palestina a cambio de un protectorado británico en el Sinaí egipcio, pero los británicos lo rechazaron y sólo se mostraron dispuestos a entregar a los judíos parte de lo que hoy es Kenia. La discusión sobre esta oferta quebró al movimiento sionista, ya que algunos consideraban que aceptarla implicaría renunciar para siempre a Palestina. Una de las últimas actuaciones de Herzl fue convencer al Sexto Congreso Sionista, celebrado en Basilea en 1903, de que valorara esta opción, lo que consiguió con dificultad, provocando la retirada de los delegados rusos. Herzl murió un año después y no pudo ver cómo la Organización rechazaba definitivamente la solución de Kenia.
A la muerte de Herzl, el sionismo continuaba siendo una corriente minoritaria entre los judíos, pero se había convertido en un movimiento mundial. La emigración gradual a Palestina también había ido cobrando fuerza: los cerca de 12.000 judíos que vivían en la zona en 1880 eran 94.000 en vísperas de la primera guerra mundial. La creación de un Estado judío estaba cada vez más cerca.
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Todo por la causa sionista
Herzl nació en el seno de una familia judía de Pest, Hungría, que se trasladó a Viena poco antes de que Theodor fuese a la universidad. Aunque estudió Derecho e intentó triunfar como dramaturgo, su carrera profesional se desarrolló en el campo del periodismo. En su vida personal fue desdichado: la relación con su mujer era mala, tuvo pocos amigos y fue un padre ausente para sus tres hijos. Herzl sufría depresiones periódicas y cambios de humor, y dedicó todas sus fuerzas al proyecto sionista. El exceso de trabajo minó su salud y los problemas cardíacos acabaron con su vida a los 44 años.
Este artículo pertenece al número 223 de la revista Historia National Geographic.