Una civilización en el corazón de la selva

Teyuna, la ciudad perdida de los indígenas tairona

En 1976, un grupo de arqueólogos consiguió llegar hasta las ruinas de una antigua ciudad perdida en medio de la selva colombiana

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Vista de la terraza principal de Ciudad Perdida, el punto más alto del yacimiento. Posiblemente aquí se alzaron edificios con una función ceremonial

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El pueblo precolombino de los taironas es conocido tanto por la resistencia que ofreció a los conquistadores españoles como por sus refinadas piezas de orfebrería, que hoy se exhiben en el Museo del Oro de Bogotá. Uno de sus hábitats se encontraba en la Sierra Nevada de Santa Marta, al norte de Colombia, una zona que durante largo tiempo ha atraído a cientos de huaqueros o saqueadores en busca de los tesoros taironas. De hecho, se calcula que en la década de 1970 operaban en la Sierra Nevada 5.000 de ellos, empleados por varios patronos. Florentino Sepúlveda era uno de los saqueadores. 

Un día de 1975, su hijo Julio César marchó de caza y se adentró en la selva por los márgenes del río Buritaca. Disparó a un pájaro y, sorprendido, vio que caía sobre una escalera de piedra que remontaba una colina. Conscientes de que habían localizado un yacimiento inexplorado, los Sepúlveda empezaron a saquearlo y a traficar con el botín. Sin embargo, otros huaqueros se enteraron y acudieron a disputarles el control del lugar incluso por las armas. En la lucha que siguió, Julio César murió de un disparo, lo que aumentó si cabe la expectación en torno a lo que se creía que era una ciudad perdida de los taironas repleta de inmensos tesoros. 

Entonces, Jaime Barón, un patrono de los saqueadores, contactó con los responsables del Museo del Oro de Bogotá para proponerles una excavación conjunta del yacimiento. Alertadas, las autoridades colombianas encargaron al Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH) que organizara una expedición.

Oculta en la selva

Los arqueólogos de esta institución exploraban la región del Alto Buritaca desde 1973, y habían localizado casi doscientos poblados tairona en un área de unos 1.800 kilómetros cuadrados, pero habían pasado por alto el que acababa de salir a la luz. La nueva expedición estaría dirigida por los arqueólogos Luisa Fernanda Herrera y Gilberto Cadavid, y contaría además con el arquitecto Bernardo Valderrama y la arqueóloga Lucía de Perdomo. Además, se contrató como guías a dos huaqueros, Franky Rey Cervantes y el Negro Rodríguez.

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Las casas de los tairona tienen forma cónica y están hechas de madera con techos de paja. Se disponen sobre terrazas artificiales –formadas por uno o dos anillos de piedras– a las que se accede por unas escaleras de pedruscos. Su evidente propósito era servir de  refugio ante las abundantes lluvias de la zona.

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La intención del equipo era partir de Santa Marta en helicóptero y aterrizar en el yacimiento, pero el aparato sólo pudo llevarlos hasta una base militar próxima, en La Tagua. Al día siguiente, los miembros de la expedición sobrevolaron infructuosamente el lugar, pues la espesa vegetación imposibilitaba el aterrizaje. 

Al final decidieron continuar por tierra. Abriéndose paso a machetazos por la selva y superando fuertes desniveles alcanzaron el río Buritaca. Al cabo de cinco días de marcha, maltrechos y embarrados, alcanzaron su objetivo. Para atravesar «el infierno verde», como llamaban los lugareños a la zona, el grupo había tenido que trepar agarrado de las raíces y subir las escaleras devoradas por la selva. 

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Ocarina o silbato antropomorfo. Cerámica tairona. Museo Metropolitano de Arte, Nueva York.

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Lo primero que vieron fue el rastro de la acción de los saqueadores: decenas de agujeros y multitud de trozos de cerámica dispersos. Pero cuando empezaron a retirar la vegetación encontraron escalinatas, terrazas y restos de construcciones que se conservaban en perfecto estado. Permanecieron tres días en el lugar, bajo una lluvia constante: «Tuvimos que regresar antes porque los roedores dieron buena cuenta de nuestra comida, pero lo que vimos nos permitió intuir que habíamos llegado a un lugar muy importante», declaró Luisa. Ahora tocaba informar al mundo del descubrimiento.

Álvaro Soto, el director del ICANH, comprendió de inmediato la importancia del hallazgo. Según declaró, «era el sitio monumental por excelencia de Colombia, se trataba de un punto de identidad y enlace con nuestro pasado prehispánico». También destacó otro aspecto único: la presencia en las proximidades de una comunidad indígena, los kogui, que cabía considerar como «los descendientes vivos de los taironas, por lo que podrían ayudarnos a entender el lugar». 

Vuelta a la vida

Al final se logró la ayuda necesaria para restaurar el asentamiento. Entre 1976 y 1986, el ICANH diseñó y ejecutó un gran proyecto de investigación y rehabilitación de las estructuras sin dañar el ecosistema. Un 85 por ciento de las construcciones halladas se encontraban en buen estado de conservación.

Stone Stairway to Ciudad Perdida

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Camino de piedra en el yacimiento de Ciudad Perdida. Una red de caminos y escaleras empedrados unía los diferentes sectores de la ciudad. 

Wikimedia Commons

Se excavaron más de 200 kilómetros de caminos internos, las terrazas y los anillos de las viviendas se limpiaron de árboles y maleza, se arreglaron las partes superiores de los muros de contención y, tras siglos de abandono, se recuperaron los canales de drenaje que aún hoy evitan que las lluvias afecten al área.

En 1981 se abrió al público el nuevo parque arqueológico. Hubo cierta discusión sobre el nombre del yacimiento. Luisa Fernanda Herrera y Gilberto Cadavid lo llamaron inicialmente Buritaca 200, por ser el yacimiento número 200 que descubrían y estar localizado en el valle del Buritaca. Sin embargo, Bernardo Valderrama, el arquitecto que los acompañó en la expedición, propuso el nombre más sugestivo de Ciudad Perdida

Últimos hallazgos

Desde finales de la década de 1980, el trabajo arqueológico en Ciudad Perdida se vio interrumpido por la violencia ligada al narcotráfico, retomándose en 2006, bajo la dirección del arqueólogo colombiano Santiago Giraldo. Hoy en día han salido a la luz más de 200 estructuras que incluyen casas, 18 caminos y escaleras empedrados, 125 terrazas, plazas, recintos ceremoniales, canales y almacenes. 

Figure Pendant MET

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Figurita que posiblemente representa a un guerrero noble ataviado con máscaras, orejeras y collares. Está hecha de tumbaga, una aleación de oro y cobre que fue muy usada por los tairona. MET, Nueva York.

Wikimedia Commons

Se cree que Ciudad Perdida tuvo en su momento de auge unos 3.000 habitantes, cifra que aumenta hasta 8.000 si se cuenta a las comunidades de los valles adyacentes. Se construyó a partir del siglo IX (aunque algunas viviendas datan de 650 d.C.) y perduró hasta finales del siglo XVI. En la arquitectura del yacimiento llama la atención el uso de terrazas abiertas, sin divisiones amuralladas, así como el predominio de estructuras redondas. Santiago Giraldo ha intentado poner en relación el urbanismo de Ciudad Perdida con el tipo de sociedad que albergó, y que sin duda estaba muy jerarquizada. 

Para saber más

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En busca del Dorado

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El centro administrativo y político de Teyuna se concentraba en la cresta que asciende hasta la cumbre de la colina, mientras que los distritos residenciales se extendían por las laderas; una compleja red de caminos entrelazaba todos los espacios. Este microcosmos resistió a la conquista española y se cree que sólo sucumbió al impacto de las epidemias.