Higiene y sofisticación

Termas romanas: ocio y placer para todos los gustos

Abiertos a hombres y mujeres, aunque en este caso con ciertas restricciones, los baños romanos, accesibles a todos los públicos, eran la viva imagen de la opulencia y la grandeza del Imperio.

Las termas de Caracalla fueron uno de los complejos termales más grandes y magníficos de la ciudad de Roma.

Las termas de Caracalla fueron uno de los complejos termales más grandes y magníficos de la ciudad de Roma.

Las termas de Caracalla fueron uno de los complejos termales más grandes y magníficos de la ciudad de Roma.

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"Los baños, el vino y el amor corrompen nuestros cuerpos, pero constituyen la salsa de la vida". Así reza una inscripción que resume los tres principales placeres que hacían las delicias de la vida romana en tiempos del Imperio. Los tres se conjugaban fácilmente en las termas, esos impresionantes complejos sanitarios y lúdico-deportivos que representan una de las más sorprendentes y admirables realizaciones de la civilización romana, tanto desde el punto de vista arquitectónico como social.

Esta clase de establecimientos fue inaugurada por Agripa, el amigo y colaborador del emperador Augusto, en el último cuarto del siglo I a.C. con la construcción del primer complejo termal en el Campo de Marte. A lo largo de los siglos siguientes se multiplicaron por casi todos los rincones del Imperio, poniendo al alcance de todos el placer de los baños, que hasta esos momentos constituía un lujo reservado a los propietarios de las grandes villas de recreo.

socializar el ocio

Esta verdadera socialización del ocio fue apadrinada por los principales emperadores, que emprendieron una costosa y sofisticada carrera por sobrepasar a sus predecesores. Así, los tres mil metros cuadrados de las termas de Nerón quedaron rápidamente superados por los 110.000 de Trajano y estos, a su vez, lo fueron por los 140.000 de Caracalla, alcanzando el cenit con los 150.000 de Diocleciano, que albergaban a tres mil bañistas al día.

El paso por las termas se convirtió así en una exigencia diaria que regulaba el ritmo vital de las jornadas vespertinas de los romanos. A eso de las cinco de la tarde todos los romanos, sin importar la clase o el estatus social, abandonaban sus quehaceres y acudían al unísono hacia aquellas magníficas y esplendorosas estancias reservadas para la higiene y el placer del cuerpo y el espíritu.

A eso de las cinco de la tarde todos los romanos, sin importar la clase o el estatus social, abandonaban sus quehaceres y acudían al unísono a los baños.

Los baños en las termas de Caracalla. Óleo por Lawrence Alma-Tadema. 1899.

Los baños en las termas de Caracalla. Óleo por Lawrence Alma-Tadema. 1899.

Los baños en las termas de Caracalla. Óleo por Lawrence Alma-Tadema. 1899.

PD

Hombres y mujeres por igual, y muchas de las veces entremezclados unos con otros, acudían en busca del baño en sus distintas modalidades, del ejercicio en la palestra o en los juegos de pelota, de un siempre relajante masaje, quizá de una dolorosa depilación en pro de la belleza corporal, de la conversación con los amigos y conocidos, de una reposada y atenta lectura en las salas destinadas al efecto o en los jardines aledaños, de la contemplación de un recital o un espectáculo... Y, ¿por qué no?, del encuentro fortuito y casual de carácter erótico que podía luego derivar por otros derroteros, o del contacto oportuno para engrasar la carrera personal o solventar un problema judicial.

Para saber más

Busto del emperador romano Trajano expuesto en la Glyptothek de Munich.

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Salud, placer y estatus social

Pero también se podía acudir a las termas movido por el simple deseo de pasar el tiempo dentro de un universo casi atemporal, en el que cada uno se sentía por unos instantes como el propio emperador, dueño de todas las opciones a su alcance e inmerso por completo en una atmósfera de lujo y distinción que lo transportaba lejos de las numerosas estridencias e inconvenientes de su triste y monótona vida cotidiana.

La salud y la higiene se aliaban de esta forma con toda clase de placeres, conformando un espacio y un tiempo especiales, fuera de la cruda realidad diaria, en los que la promiscuidad y la desnudez alejaban momentáneamente cualquier tipo de distinción entre quienes tomaban los baños. En las termas, como ha señalado Alan Malissard, todos los días eran Saturnales, aquellas fiestas romanas en las que los amos debían tratar a sus criados de igual a igual, imponiéndose el cuerpo sobre el poder y el espíritu sobre el dinero.

En las termas, la salud y la higiene se aliaban de esta forma con toda clase de placeres, conformando un espacio y un tiempo especiales.

Interior de una estancia en uno de los cuatro complejos termales que había en la ciudad romana de Pompeya.

Interior de una estancia en uno de los cuatro complejos termales que había en la ciudad romana de Pompeya.

Interior de una estancia en uno de los cuatro complejos termales que había en la ciudad romana de Pompeya.

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Pero por debajo de estas placenteras y reconfortantes sensaciones persistía tenazmente la dura y excluyente realidad política y social de la sociedad romana. La asistencia a los baños, ciertamente, estaba al alcance de todos, incluidos los más pobres, ya que o bien eran gratuitos, financiados por tanto por los respectivos emperadores, siguiendo también en esto la estela de Agripa, o había que pagar solo un cuarto de as, un precio insignificante y simbólico.

Ya en el interior, existía una serie de servicios, como el masaje o el ungüento de perfumes o aceites, que solo podían procurarse los privilegiados, ya fuese porque podían costeárselos o porque iban acompañados de esclavos que les dispensaban tales prestaciones. A veces incluso el propio emperador hacía acto de presencia con todo su boato, aclamado por la multitud agradecida, a la que saludaba con un gesto o una simple mirada, reveladora de la infranqueable distancia que le separaba de sus súbditos.

Para saber más

Niños romanos juegan con el agua en el atrio de una casa. Ettore Forti.

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Las mujeres en los baños

Tampoco el libre acceso de las mujeres se hallaba exento de coste. Los rumores e insinuaciones más maliciosos acechaban a las que se atrevían a pasar por encima de todos los prejuicios existentes. El orador Quintiliano señalaba que "para una mujer es indicio de adulterio bañarse con hombres". Hubo medidas tendentes a limar los reparos de quienes contemplaban con ira o prevención el abandono creciente de las costumbres romanas más ancestrales, como las de Adriano, que trató de regular el sistema imponiendo horarios diferentes para unos y otras.

"Para una mujer es indicio de adulterio bañarse con hombres", decía el orador Quintiliano.

Recreación digital de unas mujeres en unos baños romanos.

Recreación digital de unas mujeres en unos baños romanos.

Recreación digital de unas mujeres en unos baños romanos.

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Pero tuvieron al parecer un éxito más bien escaso, dado que emperadores posteriores como Marco Aurelio o Alejandro Severo debieron volver a imponerlas. Solo en el año 320 los cristianos, adversarios enconados de las termas, consiguieron que el concilio de Laodicea prohibiera completamente el baño para las mujeres.

Para saber más

Tocador de una matrona romana. Obra de Juan Giménez Martín. Siglo XIX. Congreso de los Diputados (depósito), Madrid.

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del calor al frío

La jornada en las termas constituía todo un recorrido ritual. Tras el paso obligado por el apodyterium o vestuario, donde se dejaba la ropa al cuidado de un esclavo, se penetraba ya desnudo en las salas tibias (tepidarium), en las que comenzaban a tomarse los baños.

Hipocausto, o calefacción por suelo radiante, en las termas de la ciudad romana de Velleia, en Italia.

Hipocausto, o calefacción por suelo radiante, en las termas de la ciudad romana de Velleia, en Italia.

Hipocausto, o calefacción por suelo radiante, en las termas de la ciudad romana de Velleia, en Italia.

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Se iba posteriormente al caldarium o sala más caliente, donde se encontraba una gran bañera en la que cabían diez o doce personas, y en la que más que bañarse propiamente se llevaban a cabo una serie de aspersiones y se eliminaba la mugre frotándose el cuerpo con el estígilo o raspador de metal. Finalmente se pasaba al frigidarium o sala fría, donde tenía lugar el auténtico baño, zambulléndose y nadando en la piscina de agua fría.

Tras el paso por el caldarium, la sala más caliente, se accedía al frigidarium o sala fría, donde tenía lugar el auténtico baño.

Frgidarium, o sala fría, en las termas de la ciudad romana de Ostia Antica.

Frgidarium, o sala fría, en las termas de la ciudad romana de Ostia Antica.

Frgidarium, o sala fría, en las termas de la ciudad romana de Ostia Antica.

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Las actividades posteriores eran, como ya se ha dicho, muy numerosas tanto dentro como fuera de las termas, a cuyo alrededor se encontraba todo tipo de personajes que vendían al mejor postor sus productos y habilidades: desde vendedores de perfumes, salchichas o pastelillos hasta quienes alquilaban toallas o sandalias, pasando por un trope de adivinadores, astrólogos, filósofos o comediantes. Un mundo en miniatura donde Roma reflejaba la imagen ideal del esplendor y la opulencia.