Temístocles: el vencedor de la batalla de Salamina

El general que derrotó a los persas en Salamina, en el año 480 a.C., hizo de Atenas la potencia hegemónica de Grecia merced a la construcción de una inmensa flota. Pero fue acusado de traición y acabó al servicio de Persia, su antiguo enemigo

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La morada de Atenea. Tras el saqueo persa de 480 a.C., la Acrópolis no era más que un montón de ruinas. Temístocles planeó una ambiciosa reconstrucción que sólo pudo llevar a cabo Pericles años después.

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La gran batalla naval de Salamina, en el año 480 a.C., significó la decisiva derrota del inmenso ejército persa con el que Jerjes había invadido Grecia. El gran rey vio destruida allí toda su flota y emprendió la retirada. Los restos de su ejército fueron aniquilados por los griegos meses después en la batalla de los llanos de Platea. Aquella gran victoria helénica iba a significar también el comienzo de la hegemonía que la democrática Atenas ejerció en el Egeo durante los decenios siguientes. Grecia se había salvado de la opresión asiática gracias al coraje y al esfuerzo heroico de los atenienses y sus aliados en el decisivo combate de cientos de naves ante las costas del Ática. El mérito indiscutible de aquella ardua victoria, contra una flota enemiga muy superior, se debió fundamentalmente a la previsión estratégica y la astucia de un genial político ateniense: Temístocles. Conviene recordarlo como una de las figuras que con su actuación personal decidieron el curso de la historia de Atenas, de Grecia y del mundo antiguo. 

Al parecer, Temístocles no provenía de una familia ilustre. Según dice Plutarco en su Vida de Temístocles, su padre fue un tal Neocles, ciudadano poco destacado, y su madre una mujer no ateniense, tracia o caria. Ese origen humilde pudo suponer un obstáculo en aquella democracia en la que incluso los líderes populares, como Milcíades, Clístenes, Cimón y luego Pericles, provenían de familias de reconocido abolengo. Pero ya desde muy joven, Temístocles se abrió camino gracias a su carácter impetuoso, su ambición y su total dedicación a la política. Por su empeñado amor a la ciudad y su terca vehemencia, pronto logró liderar la opinión del demos, el pueblo.

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Atenas y la isla de Egina competían por el dominio del mar; por eso los eginetas vetaron el liderato de Temístocles en Salamina. A la izquierda, el templo de Atenea Afaya en Egina.

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Su actitud resuelta le enemistó con los aristócratas conservadores –como Milcíades, vencedor de los persas en Maratón– y logró imponerse entre los oradores más populares, sosteniendo la tesis de que Atenas, entonces en guerra contra la cercana isla de Egina, debía desarrollar a toda costa su poderío naval. Tal vez no tenía una educación muy refinada, pero resultaba un orador convincente y de ideas efectivas. A ese respecto es muy sugerente la anécdota que cuenta Plutarco: cuando alguien le reprochó su limitada educación, Temístocles replicó que «él no era experto en afinar una lira o tocar un arpa, pero sí en tomar una ciudad pequeña y sin gloria, y convertirla en una grande y famosa». 

Barcos y fortificaciones 

Con su tenaz empeño, en 482 a.C. Temístocles logró el apoyo del pueblo para exiliar a su más destacado opositor, Arístides, llamado el Justo, mediante el ostracismo –la misma condena que, irónicamente, recaería sobre él unos diez años más tarde–. En pocos años transformó la vieja Atenas, situada de espaldas al mar, en la primera potencia marítima del Egeo. Con tal fin, aprovechó la urgencia de reunir más barcos para competir con la isla de Egina, que mantenía un floreciente comercio gracias a su poderosa armada. Y para financiar los gastos de la construcción de la flota convenció a los atenienses de que no repartieran entre el pueblo los beneficios de las prósperas minas de Laurion, un gran yacimiento de plata en el Ática, donde se descubrió un nuevo y rico filón en el año 483 a.C. Así, en lugar de repartirse entre todos el producto de las minas, los ciudadanos decidieron, a petición de Temístocles, invertir el dinero en la construcción de una nueva y rápida flota de doscientos navíos, que se revelaría decisiva para defender Atenas y salvaguardar su hegemonía. 

1784 Bocage Map of the City of Athens in Ancient Greece   Geographicus   AthensPlan2 white 1793

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Los muros largos unían Atenas con el puerto del Pireo. Plano de la ciudad dibujado por Jean-Denis Barbie du Bocage en 1784. 

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Con tal empresa, la ciudad ofrecía numerosos puestos de trabajo a constructores y artesanos, y, a la vez, aumentaba el peso político de los ciudadanos humildes, los thetes, que en su mayoría trabajaban en el puerto y servían como remeros, algo que debió desagradar, sin duda, a los miembros de las clases más ricas y a los propietarios de tierras, así como más tarde a un pensador conservador como Platón. Temístocles también trazó los planes de ampliación del nuevo puerto del Pireo, más grande que el anterior de Falero; un puerto capaz de albergar una gran armada, y que fue construido con amplios muelles y calles rectas, según el moderno trazado del urbanista Hipódamo de Mileto. El Pireo pronto quedó unido a Atenas por un largo muro. Temístocles impulsaba, así, una nueva línea política, al servicio de una idea única: la de la grandeza de una Atenas democrática que iba a prosperar con el dominio de los mares. 

La gran victoria de Salamina 

Temístocles mostró de nuevo su firme convicción en el poderío naval ateniense en el año 480 a.C., cuando, al saber del avance del incontenible ejército de Jerjes, tomó una decisión arriesgada y, sin duda, impopular: abandonar la defensa de Atenas, que juzgaba imposible ante la amenaza persa. No vaciló en promover el decreto que ordenaba a todos los atenienses dejar su ciudad para refugiarse en las naves y luchar desde ellas. 

Corinthian Helmet   Benaki Museum, Athens   Joy of Museums

Corinthian Helmet Benaki Museum, Athens Joy of Museums

Adimanto, líder de la flota corintia, se opuso a la táctica de Temístocles en Salamina, afirmando que no era buena idea enfrentarse allí a los persas. Arriba, casco corintio del siglo V a.C.

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Las mujeres y los niños fueron evacuados a la cercana población de Trecén (al otro lado del istmo), y los hombres capaces de pelear embarcaron en las doscientas naves, a las que se habían unido las de otras ciudades griegas. Tras un fracasado intento de detener el avance de la armada persa, que contaba con más de mil navíos, en el cabo Artemisio, frente a la costa norte de Eubea, la flota griega se retiró, esperando el combate decisivo frente a la isla de Salamina, en las costas vecinas del Ática. La decisión de abandonar Atenas no debió ser fácil de tomar; significaba dejarla a merced de los persas, que la asaltaron y arrasaron, e incendiaron casas y templos sin ningún escrúpulo. Temístocles interpretó a favor de su dura decisión la profecía del oráculo de Delfos que aconsejaba a los atenienses «refugiarse tras muros de madera», y afirmó que estos muros eran las naves de guerra. Dispuso a bordo de éstas a sus combatientes, y tan sólo unos pocos ciudadanos, disidentes y orgullosos, quedaron atrás y cayeron defendiendo la Acrópolis, que no resistió mucho el empuje de miles de soldados asiáticos. 

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Temístocles se aprovechó de un engaño para atraer a los persas a una trampa en el estrecho que separaba la isla del continente. Las naves griegas arremeten contra el enemigo en la batalla de Salamina. 

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No resultaba tarea fácil, sin embargo, retener allí, en las costas de Salamina, a sus aliados espartanos y corintios, y al mismo jefe de la flota, el espartano Euribíades; todos ellos deseaban alejar a sus barcos del Ática y retrasar el combate para poder defender mejor el Peloponeso, donde tenían sus hogares. Pero Temístocles, con su vehemente actitud, los contuvo durante unas horas decisivas. Luego actuó con suma astucia para provocar el ataque persa con una audaz y engañosa maniobra: envió a Jerjes, a través de un supuesto desertor y espía, el aviso de que algunos barcos griegos intentarían fugarse y, en tal caso, perdería la ocasión de vencer a toda la flota griega en un único combate. Jerjes cayó en la trampa, envió a toda prisa su flota a aquellos estrechos –donde la superioridad numérica no fue una ventaja, sino más bien un grave estorbo– y allí fueron hundidos sus numerosos barcos, y muertos miles de combatientes persas y fenicios. 

De héroe a villano 

Resulta sorprendente, sin embargo, ver cómo tanto los atenienses como los espartanos se deshicieron en pocos años de los dos grandes estrategos (generales) de la guerra contra los persas, aquellos a quienes tenían que agradecer su libertad. El general espartano Pausanias, vencedor en Platea, fue acusado en Esparta por los éforos, los magistrados supremos, de abuso de poder y de conspirar a favor de los persas. Tras unos años de exilio volvió a Esparta y allí, condenado a muerte, murió de hambre refugiado en un santuario de Atenea. A su vez, en la cada vez más democrática Atenas eran numerosos los ciudadanos que aborrecían a Temístocles por su excesiva influencia, y muchos los que envidiaban su prestigio o temían su caudillaje. Su carácter le había atraído la enemistad de los conservadores. Frente a él había surgido un político más atractivo y popular, Cimón, hijo de Milcíades, que propugnaba la amistad con Esparta, y no la hostilidad y el recelo continuo, como Temístocles sostenía en esos años. 

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El poder de Temi´stocles le gano´ muchos enemigos en Atenas, y fue condenado al ostracismo. Sobre estas líneas aparece un ostraco´n usado para votar su exilio.

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Los pueblos quieren librarse del peso opresivo de sus salvadores. Como le pasó en época reciente a Churchill –derrotado en las primeras elecciones tras su victoria en la segunda guerra mundial–, en la Atenas que había rechazado gloriosamente a los persas eran muchos los que guardaban rencor a Temístocles por las penurias soportadas durante la guerra bajo su férreo mando. Así que también contra él funcionó el ostracismo y, por votación popular, fue enviado al exilio por diez años, en 471 a.C. En su destierro buscó refugio en Argos, donde seguramente impulsó la tendencia democrática y fortaleció la animadversión contra Esparta. Pero los espartanos le acusaron de conspirar en secreto, como cómplice del exiliado Pausanias, a favor del Imperio persa, traicionando a los griegos, y adujeron como prueba ciertas cartas comprometedoras. En Atenas, atendiendo a esta acusación fue juzgado en ausencia acusado de medismo (afinidad con los persas) y condenado a muerte. Víctima de tan tremendo abuso judicial Temístocles decidió solicitar amparo al mismo rey de Persia.

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Decidido y audaz, Temístocles fue el héroe de Atenas tras el triunfo de Salamina sobre los persas, y convirtió su ciudad en la gran potencia marítima del Egeo.

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No deja de ser un hecho tremendamente paradójico que vencedor de Salamina acudiera al hijo de Jerjes invocando antiguos servicios –sirviéndole, al parecer, que, después de Salamina, le avisó de que los griegos pensaban cortarle el paso del Bósforo, lo que incitó a Jerjes a adoptar una oportuna y rápida retirada–. No menos sorprendente resulta, y eso dice mucho de la famosa astucia del personaje, que Artajerjes I aceptara tal petición, lo admitiera con honores en sus dominios y lo nombrara gobernador de la antigua ciudad de Magnesia del Meandro, en Asia Menor. Le concedió como feudo esa ciudad, y otras como Lámpsaco, Miunte y algunas aldeas de esa zona. 

Intrigante y ambicioso 

Esta aventura final dice, desde luego, mucho de la capacidad para la intriga y la temeridad del astuto ateniense. En Magnesia murió hacia el año 459 a.C., a los 65 años, tal vez por enfermedad, como dice Tucídides, o acaso, según cuenta otra antigua versión, que recoge Plutarco, suicidándose con veneno. Acaso se dio muerte al no poder, o quizás al no querer, cumplir su promesa de ayudar a los persas a conquistar tierras griegas. Dos monumentos fúnebres recordaban su gloria: uno en la ciudad de Magnesia y otro en Atenas, cerca del Pireo, adonde algunos creen que sus amigos llevaron en secreto sus cenizas. 

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Temístocles en al corte del Gran Rey, litografía de William Rainey, 1910.

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Hasta nosotros han llegado dos biografías antiguas de Temístocles: la ya mencionada de Plutarco y la latina de Cornelio Nepote. La primera es más extensa y más interesante por sus anécdotas y sus análisis psicológicos. Pero ya en la Historia de Heródoto queda muy bien perfilada su audaz actuación política y su enorme capacidad para la intriga y la conquista del poder. Por su carácter, Temístocles se granjeó, desde luego, muchos enemigos, y hubo pronto escritos contra él y su conducta que han dejado sus ecos en los historiadores más tardíos. Pero, a pesar de todas las críticas, son indiscutibles su amor a la patria, su decisiva actuación para la derrota de los persas y la pujanza naval de Atenas, y, por otra parte, su carácter resuelto, astuto, tenaz, ambicioso e inteligente: era un estadista con ideales de amplio horizonte. La estrategia de Pericles hubiera sido imposible sin la herencia democrática de Temístocles. Indudablemente fue una de las figuras clave de la historia antigua y, a la par, un demócrata enérgico, de merecida gloria y sorprendente final trágico. 

Todo por Atenas 

En efecto, la vida de Temístocles posee un cierto tono trágico, con su ascenso y su momento de gloria en Salamina, y luego su caída, su exilio y su muerte oscura. Esa peripecia nos recuerda la de un político algo posterior, el genial Alcibíades, que se convirtió también en el favorito del pueblo ateniense, pero que después fue calumniado, condenado y proscrito, y murió igualmente en los dominios del poderoso gran rey de Persia, al que había vencido en gloriosos combates. Pero existe una notable diferencia entre el carácter de uno y otro. 

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Los espartanos acusaron a su general Pausanias y a Temi´stocles de conspirar con Persia para atacar Grecia. Vaso con hoplita. 560 a.C.

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Alcibíades fue un enfant terrible de la Atenas democrática, un individuo perteneciente a una familia aristocrática, un joven rico y de gestos ostentosos, arrogante, voluble y catastrófico, mientras que Temístocles fue un patriota por entero, un político de indudable tesón en la defensa de sus ideales, un dirigente que se hizo a sí mismo y que perdió el apoyo popular defendiendo sus proyectos de largo alcance. Ambos, sin embargo, compartieron el fervor popular y luego una deshonrosa muerte en el exilio. 

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Acusado de traición, en 464 a.C. Temístocles pidió amparo al rey persa Artajerjes alegando viejos servicios a su padre Jerjes. Arriba, vista de Persépolis.

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A Temístocles lo retrata muy bien el historiador estadounidense Barry Strauss cuando escribe, en su atractivo libro La batalla de Salamina: «Temístocles fue un hombre brillante, con visión de futuro, creativo, incansable, magnánimo, apasionado y elocuente. Y, a pesar de todas esas cualidades, es también cierto que a lo largo de su carrera mintió, embaucó, soltó alguna bravuconada y amenazó; se apropió de ideas de otros; manipuló la religión; aceptó sobornos y extorsionó a cambio de protección; difundió calumnias, injurió y buscó venganza, y, al final, terminó sus días acusado de traición. Temístocles no fue un santo, sin duda, pero ningún santo podría haber salvado a los griegos».