Corrían los últimos años de la década de 1860 en la región griega de Beocia, situada al norte de Atenas, cuando los campesinos del pueblo de Bratsi, arando la tierra, dieron por casualidad con varios antiguos enterramientos. A falta de ricos ajuares funerarios, lo que mayor interés suscitó de lo rescatado fueron los cientos de pequeñas figuras femeninas de terracota que afloraban por doquier.
Enseguida sus descubridores ofrecieron las piezas a quienes encontraban a su paso, de modo que pronto se corrió la voz del extraordinario hallazgo. Uno de los que se apresuraron a acudir a la zona fue Yorgos Anifantes, un recalcitrante saqueador de tumbas que en 1870 se instaló en un pueblo cercano, Schimatari, sospechando que tras ese nombre podía haber más esculturas, pues en griego, schema significa "forma". Y no estaba equivocado.
Saqueo y falsificación
Aquel invierno, las inmediaciones de la colina de Grimadha, donde en la Antigüedad se alzó la ciudad de Tanagra, fueron agujereadas como un queso gruyer en una despiadada búsqueda de tesoros. Se estima que en esos decenios fueron expoliados más de 8.000 enterramientos en las necrópolis que jalonaban las principales vías que llevaban a la antigua ciudad-estado.
La rapiña en Tanagra era ya un secreto a voces cuando las autoridades griegas decidieron intervenir enviando al arqueólogo Panayiotis Stamatakis para que llevara a cabo las primeras excavaciones legales. Sin embargo, sus labores de recuperación se hicieron apresuradamente y los informes redactados fueron demasiado vagos. De hecho, hasta 1911 no empezaron a realizarse las excavaciones de forma más rigurosa, y no fue hasta la década de 1970, más de un siglo después de que las primeras obras salieran a la luz, cuando se condujeron con una metodología estrictamente científica. La presencia de los arqueólogos no impidió que prosiguiera la expoliación de los yacimientos de Tanagra. El erudito escocés sir John Frazer, quien estuvo en la zona en 1895, comparó el horadado paisaje de camposantos abiertos con la resurrección de los muertos el día del Juicio Final. Por otra parte, pronto empezaron a circular estatuillas falsas, imitaciones a veces burdas y otras más conseguidas de las auténticas tanagras, que los lugareños vendían sin titubear a un precio cada vez más desorbitado. Recientes análisis por termoluminiscencia han demostrado que hasta el 20 por ciento de una colección estatal alemana no es genuina, lo que dice mucho sobre las habilidades de los falsificadores.
Pronto circularon estatuillas falsas, a veces burdas y otras más conseguidas, de las auténticas tanagras
Lo cierto es que las tanagras alcanzaron una popularidad asombrosa en la Europa de la Belle Époque. Las figurillas, principalmente femeninas, guardaban una sorprendente similitud con la moda de aquel período. Las mujeres de la burguesía del fin de siècle se identificaban con la gracilidad y el pudor que mostraban las estatuillas femeninas, sus ropajes drapeados, mantos, chales, sombreros y peinados, un estilo que contrastaba con las solemnes imágenes de dioses, estadistas y militares de la Grecia clásica que habían servido de modelo a los aristócratas de décadas anteriores. Las tanagras propiciaron una nueva oleada de neoclasicismo en la estética y el gusto modernista de aquel entonces, y durante años inspiraron a reputados artistas como Jean-Léon Gérôme o Childe Hassam. Incluso puede verse su remedo en las sinuosas féminas art-déco de Alphonse Mucha.
Las delicadas figuras de Tanagra revelan la maestría de los griegos en el arte del modelado del barro (coroplastia). Producidas a partir de mediados del siglo IV a.C. en varios talleres continentales, fueron exportadas a lo largo y ancho del Mediterráneo, lo que ha hecho que se localicen ejemplares en Corinto, Macedonia, Asia Menor, el mar Negro, la Magna Grecia, el norte de África e incluso en Kuwait. Se trataba de una industria de fabricación en serie, que ofrecía precios asequibles para el gran público. Las piezas se elaboraban mediante moldes bivalvos, y tras la cocción se coloreaban al fresco, esto es, sobre una capa de cal; incluso existen casos en los que se añadió pan de oro.
Amplio repertorio
Las tanagras muestran la ampliación del repertorio iconográfico de la escultura griega a partir del siglo IV a.C. Así, se encuentran representaciones de dioses, chiquillos, efebos, personajes de teatro y hasta animales, aunque las más abundantes son las mujeres: desde recatadas matronas cubiertas por completo hasta contoneantes bailarinas veladas o doncellas jugando... Hoy en día, más allá de su valor estético, representan una valiosísima fuente de conocimientos para ilustrar la vida cotidiana, que muchas veces no se refleja en la literatura de su tiempo.
Entre las representaciones de tanagras abundan las femeninas, aunque también hay dioses, niños, actores o animales
Pero ¿qué eran estas obras en realidad? Los especialistas aún debaten la función original para la que se crearon, aunque es posible que fuesen muchas y complementarias entre sí. Dado que la mayoría apareció en tumbas, se les ha atribuido un papel funerario, suponiéndolas simulacros de divinidades custodias de niños y adolescentes muertos prematuramente. Tal vez se las enterraba para acompañar a los difuntos hasta el Más Allá de manera simbólica, o quizá personificaban la sustitución de la antigua costumbre del sacrificio humano ofrecido a los muertos. Si ese fue su uso primigenio, con el tiempo se olvidó, aunque se mantuviera la costumbre de depositarlas. Por otro lado, el hallazgo de tanagras en santuarios lleva a considerar que se trataba de exvotos. Sin embargo, el descubrimiento de otras muchas en contextos domésticos sugiere una lectura distinta.
El arte en casa
Algunas de las estatuillas más conocidas –como la Dama en azul o la Sofocleana– están inspiradas en grandes estatuas de maestros como Praxíteles o Leócares, algo que ha inducido a pensar que eran réplicas en menor tamaño, una especie de souvenirs que se adquirían por puro deleite estético y admiración del arte por el arte, una práctica que desarrollarían posteriormente los patricios romanos al ornamentar sus residencias. En relación a esto cabe citar al clásico Heráclides, quien visitó la región donde se asentaba Tanagra en el siglo III a.C., perpetuando una descripción de sus mujeres en la que podemos encontrar un reflejo de las célebres terracotas: "Por su tamaño, su aspecto y la cadencia de sus movimientos son las más bellas y elegantes de toda Grecia".
Para saber más
Tanagras. Figuras para la vida y la eternidad. Violaine Jeammet e Isabel Bonora Andújar. Centro Cultural Bancaja, Valencia, 2010.