En enero del año 332 a.C., Alejandro Magno se presentó ante las puertas de la ciudad más rica y poderosa de Fenicia: Tiro. Su ejército había infligido poco antes una derrota aplastante a las tropas del Imperio persa en la batalla de Issos, en el sureste de la actual Turquía, en la que el propio rey persa Darío III había estado a punto de ser hecho prisionero. Con esa victoria, el monarca macedonio, habiendo sometido completamente Anatolia, emprendió el camino que lo debía llevar a Egipto a través de Líbano y Palestina. Muchas ciudades fenicias, como Arados, Biblos y Sidón, se sometieron sin presentar apenas resistencia, pero los orgullosos tirios, viejos aliados del Gran Rey persa, no estaban dispuestos a rendirse sin más ante el joven caudillo llegado de Europa.
A la llegada de Alejandro, el rey de Tiro, Acemilco, estaba ausente, por lo que fue recibido por su hijo y los ancianos de la ciudad. Éstos le ofrecieron regalos y una corona de oro, pero Alejandro les pidió que le permitieran hacer un sacrificio en el templo del dios Melkart, identificado con Heracles, de quien se consideraba descendiente. Los tirios se negaron, comprendiendo que aquello hubiera significado reconocer su soberanía sobre la ciudad. Enfurecido ante aquel desafío, el primero que encontraba en su avance por el Levante, Alejandro decidió tomar la ciudad por las armas.
Tiro estaba dividida en dos partes: la ciudad vieja, localizada en la costa, y la ciudad nueva, construida en una isla situada a algo menos de un kilómetro del litoral. Esta última era una ciudadela prácticamente inexpugnable, defendida por un poderoso circuito de murallas de hasta 45 metros de altura y con dos puertos muy bien defendidos que acogían una temible flota. La conquista no era, pues, una empresa fácil, y así se lo reveló a Alejandro un sueño en el que el héroe Heracles se le apareció ofreciéndole su mano desde lo alto de las murallas de la ciudad al tiempo que lo llamaba por su nombre; el adivino Aristandro interpretó de inmediato que la ciudad sería tomada a costa de un gran esfuerzo. Aun así, Alejandro siguió adelante, decidido a no tolerar ninguna provocación ni insubordinación, como ya había hecho en Tebas, Mileto o Halicarnaso.

Issus Alexander
Este detalle del mosaico de Issos muestra el momento en que Darío III huye del campo de batalla para salvar su vida.
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Por otro lado, el rey macedonio también tenía razones estratégicas para empeñarse en conquistar Tiro. Si se dirigía a Egipto y dejaba la ciudad a sus espaldas, los persas seguirían dueños del mar gracias a la flota tiria aliada, y el propio rey Darío III intentaría regresar a la costa de Siria en vez de mantenerse alejado en las regiones interiores de Mesopotamia. Alejandro también suponía que la captura de Tiro induciría a Chipre y otras ciudades costeras a pasarse a su bando, aportando los contingentes navales que tanto necesitaba. Por ello, estaba decidido a tomar Tiro a cualquier precio.
Una ciudad casi inexpugnable
El asedio de Tiro duró ocho meses, de enero a agosto de 332 a.C., y atravesó varias fases, con avances y retrocesos por ambos bandos. Al principio, los soldados macedonios cavaron trincheras y prepararon sus máquinas de asalto, mientras hasta doscientas naves iniciaban el bloqueo a la ciudad. Para superar la barrera física que planteaba la situación insular de Tiro, Alejandro y sus ingenieros idearon un terraplén o espigón de casi un kilómetro de longitud, que conectara la costa con la isla, sobre el que proyectaban hacer avanzar sus tropas y máquinas de asalto contra la fortaleza. Eligieron una zona en la que el mar era poco profundo y fangoso, lo cual hacía en principio viable el proyecto. Como material utilizaron las piedras y escombros de la vieja Tiro, en la costa, que los soldados macedonios habían arrasado.
La obra progresó gracias a la pasividad de los defensores, que no creían que semejante proyecto pudiera tener éxito. Sin embargo, cuando los sitiadores estaban a un centenar de metros de la isla vieron que las aguas se hacían de repente más profundas, y los tirios, por su parte, empezaron a defenderse con energía, lanzando sobre los macedonios toda suerte de proyectiles desde los muros. Y es que los primeros destacamentos de Alejandro no eran en su mayoría soldados, sino constructores y obreros. Además, la armada tiria seguía poseyendo ventaja sobre los 200 barcos macedonios, y lo que adelantaban los macedonios durante el día era destruido por los defensores con ataques navales nocturnos.
Poderosas máquinas de guerra
Alejandro ordenó construir dos enormes torres de asedio, cubiertas de cuero y pieles como protección ante los dardos incendiarios lanzados por los tirios. En su interior se instalaron catapultas y otros tipos de artillería. En respuesta, los tirios llenaron de sarmientos secos y matojos una enorme nave de las destinadas al transporte de caballos. En su proa hincaron dos mástiles, hicieron modificaciones para aumentar la capacidad de carga del navío y vertieron pez y azufre, además de otros materiales que pudieran provocar una gran llamarada. En la popa de la barcaza echaron un pesado lastre para que la parte de la proa se elevara, quedando más alta que la popa.

Alexander the Great in the Siege of Tyre
Alejandro dirige el asedio de Tiro desde el espigón. Grabado de Matthew Ward publicado en 1881.
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Cuando tuvieron viento favorable, en dirección al terraplén macedonio, remolcaron la nave de carga valiéndose de unas trirremes y la estrellaron contra las dos torres, que fueron pasto de las llamas. En ese preciso momento, los tirios salieron a la carrera desde su ciudad y, embarcados en naves ligeras, abordaron el terraplén por diversos puntos, destrozando la empalizada y las máquinas de asedio macedonias.
Ante este revés, Alejandro ordenó construir un terraplén mucho más ancho, para que en él cupieran más torres, más ingenios y mayor número de tropas. Además llegaron embarcaciones de Sidón, Rodas, la ciudad licia de Solos y de la isla de Chipre, hasta constituir una auténtica armada que fondeó no lejos del nuevo terraplén, en paralelo a la playa y al abrigo del viento. Los tirios, al ver tamaña flota, renunciaron al ataque directo y se dedicaron a proteger la boca de los dos puertos de su ciudad, cerrando sus accesos con una compacta fila de naves.

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Moneda fenicia de época persa en la que se ve una nave de guerra frente a los muros de Tiro y en el anverso al Gran rey montado en carro.
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Su máximo temor se centraba en los navíos-ariete de los macedonios, formados por dos barcos unidos por la proa que llevaban un ariete suspendido sobre las cubiertas, listo para impactar sobre las murallas tirias. Para impedir que los barcos enemigos se aproximaran a los muros de la ciudad, lanzaron una gran cantidad de piedras al agua. Además, cuando las naves de Alejandro intentaron fondear en las proximidades, algunos buceadores tirios cortaron furtivamente los cables de las trirremes de los macedonios, pero éstos sustituyeron las cuerdas de las anclas por cadenas de hierro.
Suele decirse que quien inventó muchos siglos más tarde el carro blindado provocó de inmediato que alguien ideara la granada anticarro; y así cada arma inventada por uno de los contendientes provoca una reacción en el bando opuesto. Algo parecido sucedió entre el ejército macedonio de Alejandro y los ingeniosos defensores tirios.
Conquista y masacre
Tras siete meses de asedio, un día los tirios lanzaron un ataque por sorpresa y consiguieron hundir diversas quinquerremes del rey Pnitágoras de Chipre, así como las naves de Androcles y de Pasícrates, comandantes de la flota chipriota, aliados de los macedonios. Pero Alejandro respondió con celeridad y lideró un contraataque que acabó con buena parte de la flota tiria. Tan sólo unos días más tarde, el general macedonio ordenó el asalto final.

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El conocido como Sarcófago de Alejandro, descubierto cerca de Sidón, recrea una batalla entre macedonios y persas. En la imagen, jinete macedonio. Museo Arqueológico, Estambul.
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Empleó en la operación todos sus recursos humanos y materiales: la flota aliada atacó los dos puertos de la ciudad, una flotilla circundó las murallas con arqueros y catapultas para castigar a los defensores, mientras que los barcos-ariete, por su parte, embestían las murallas, protegidos asimismo por la flota. Finalmente, los macedonios lograron abrir una brecha en la muralla. Una vez que el agujero le pareció suficientemente amplio a Alejandro, las tropas de Admeto y los hipaspistas (soldados de infantería) y lanceros del general Coeno escalaron el muro, seguidos por el mismo Alejandro, que alanceó, acuchilló y arrojó al mar a varios defensores.
La matanza que siguió fue terrible. Cansados por un asedio tan largo y penoso, y tras haber contemplado con sus ojos cómo los tirios degollaban y arrojaban al mar desde las almenas a algunos prisioneros, los macedonios actuaron con extrema violencia. Si hemos de dar crédito a las cifras que suministra el historiador Arriano, durante el asalto fueron asesinados unos 8.000 tirios y 2.000 más fueron crucificados en la orilla. Otros 30.000 fueron vendidos como esclavos.

A naval action during the siege of Tyre by Andre Castaigne (1898
Asalto naval contra las murallas de Tiro. Grabado de André Castaigne, 1899.
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El baño de sangre no impidió que Alejandro celebrara la victoria con un sacrificio en honor de Heracles en el templo de Melkart, donde depositó como ofrenda la máquina con la que se había derribado la primera parte del muro, e hizo grabar una inscripción que tal vez compusiera él mismo. Alejandro agradecía así a su antepasado su triunfo sobre la ciudad rebelde que se había atrevido a desafiarle.