De la prosperidad a la persecución

Sefarad

Establecidos en la península Ibérica desde tiempos remotos, los judíos vivieron su época de esplendor en los siglos XII y XIII, cuando muchos destacaron como consejeros y prestamistas de los reyes y sus aljamas conocieron un gran auge económico

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Santa Mari´a la Blanca. Esta sinagoga fue construida en Toledo en 1260 gracias a un permiso extraordinario otorgado por el rey Alfonso X. Fue convertida en iglesia tras los pogromos de 1391.

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En el siglo XV, algunos autores judíos señalaron que la presencia hebrea en España era muy antigua, anterior incluso a la llegada del cristianismo. Concretamente, sostenían que los primeros judíos llegaron a la península Ibérica tras la destrucción del Primer Templo de Jerusalén por el rey babilonio Nabucodonosor II (587 a.C.) y la consiguiente diáspora judía. Así se interpretaba también un versículo bíblico, del libro del profeta Abdías, en el que se hablaba de «los desterrados de Jerusalén que están en Sefarad»; la Península habría sido ese lugar de refugio que, a lo largo de los siglos, se convirtió en una verdadera patria para generaciones de judíos, hasta la dramática expulsión de su antiguo hogar por los Reyes Católicos en 1492. 

En realidad, la arqueología y la epigrafía nos dicen que la presencia judía en la Península no fue anterior a la destrucción del Segundo Templo de Jerusalén por los romanos (70 d.C.). A partir de entonces, las comunidades judías se desarrollaron en la costa levantina y en el sur peninsular. En el siglo VII sufrieron una creciente persecución por parte de las autoridades visigodas, que alcanzó su momento culminante con Egica (687-702), quien ordenó la confiscación de todas las propiedades de los judíos y la retirada a los padres de la custodia de sus hijos para educarlos en el cristianismo. 

El auge judío en al-Andalus 

Esta situación explica que, en el año 711, los judíos recibieran a los musulmanes como a auténticos liberadores. Beneficiándose de una política tolerante en su condición de dhimíes (practicantes de una religión con un «Libro revelado»), las comunidades judías conocieron un considerable desarrollo en al-Andalus, donde también se establecieron algunos grupos de judíos norteafricanos; en el siglo X, las principales comunidades hebreas andalusíes eran las de Córdoba, Toledo, Lucena y Granada. 

222 Carrer de Sant Llorenç, call jueu (Girona)

222 Carrer de Sant Llorenç, call jueu (Girona)

Barrio judío (call) de Gerona Con 1.000 habitantes, la judería gerundense llegó a ser la segunda aljama de Cataluña. En 1228, las tropas del rey Jaime I evitaron que fuera asaltada por las turbas cristianas.

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La mayoría de los judíos andalusíes se dedicaban a la agricultura, la artesanía y el pequeño comercio, en tanto que los más destacados representantes de las aljamas se ocupaban del comercio internacional, la medicina y el desempeño de oficios de corte. Merece una mención especial la figura de Hasday ibn Shaprut (hacia 910-970), Nasí o «príncipe» de las comunidades judías de al-Andalus y uno de los principales consejeros del califa Abderrahmán III; su excelente preparación como médico y diplomático, y sus dotes intelectuales le permitieron escalar posiciones en la corte, desde donde se preocupó por mejorar las condiciones de vida de sus correligionarios y hacer de Córdoba un gran centro de cultura. Tras la crisis del califato de Córdoba, a principios del siglo XI, las comunidades hebreas resurgieron con los reinos de taifas, en buena medida gracias a la labor desarrollada en las cortes de algunos de estos reinos por destacados personajes judíos. Es en esta época cuando la producción intelectual hispano-hebraica alcanzó sus más altas cotas, con figuras tan sobresalientes como los grandes poetas y filósofos zaragozanos Ibn Gabirol e Ibn Paquda. 

Los judíos en los reinos cristianos 

Entretanto, en los reinos cristianos, la actitud hacia los judíos era también favorable como ponen de manifiesto los primitivos fueros y cartas de población, sin duda por el convencimiento de las autoridades del importante papel que los judíos podían desempeñar en las tareas de repoblación y organización del territorio. Desde el siglo X hay noticias sobre la presencia judía en Galicia, León, Burgos, La Rioja y Cataluña, pese a que su número debía ser aún muy reducido. Diversos fueros de los siglos XI y XII garantizan la autonomía administrativa y judicial de los judíos, organizados en corporaciones denominadas aljamas. 

En los fueros se especifican los privilegios de los judíos: el derecho a profesar libremente su religión, el reconocimiento de la plena propiedad de todos sus bienes muebles y raíces, la confirmación legal de los contratos de préstamo, y la autonomía judicial en causas civiles y criminales. Es también significativo que el rey Alfonso VI de Castilla y León (1065-1109) contara ya en su corte con algunos destacados colaboradores judíos, como Yishaq ibn Salib o Rabí Yoseh ha-Nasí Ferruziel, apodado Cidiello, médico del rey que gozó de gran influencia política. Un autor judío escribió sobre él: «Cuando los grandes y el rey se reúnen en consejo, todos asienten ante Yoseh, espejo de su gloria», y lo alababa por la protección que ofreció a los judíos que emigraban de tierras musulmanas. 

Rambam mishne torah

Rambam mishne torah

La Torá («ley», «enseñanza») es el nombre hebreo del Pentateuco, aunque designa por extensión las Escrituras, su tradición oral y la interpretación de las mismas. El rabino, experto en el conocimiento de estos textos, se dedicaba a su estudio, enseñanza e interpretación, y podía ser el director espiritual de una sinagoga o de una comunidad. El rollo de la ley, o séfer Torá, se guardaba en la sinagoga, donde se celebraban los rezos comunitarios al anochecer, al amanecer y al mediodía en presencia de un minián, esto es, de cuanto menos una decena de varones mayores de trece años.

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Sin embargo, y al igual que sucedía en al-Andalus, las favorables condiciones jurídicas, sociales y económicas de que disfrutaban los judíos no suponían la igualdad respecto a la población cristiana. Así, la legislación eclesiástica prohibía a los judíos hacer proselitismo, establecía estrictas limitaciones en sus relaciones de convivencia con los cristianos, y les prohibía ejercer oficios y cargos públicos que llevaran aparejada jurisdicción sobre éstos. La reticencia popular hacia los judíos se incrementó desde el siglo XII, lo que tiene mucho que ver con el crecimiento demográfico de las comunidades hebreas, y, principalmente, con el peso cada vez mayor que fueron adquiriendo los judíos mercaderes y financieros en relación con los judíos agricultores. Las mayores comunidades judías se localizaban ya entonces en las principales rutas mercantiles de la Península, y desde finales del siglo XII se hicieron también más frecuentes en los cuadernos de Cortes y en la legislación municipal las reglamentaciones relativas al préstamo con interés, practicado por los judíos. 

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Sinagoga del Tra´nsito Fue erigida en Toledo, en 1357, por impulso de Samuel ha-Levi´ y gracias al permiso del rey Pedro I de Castilla. Hoy es el Museo Sefardi´.

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En la segunda mitad del siglo XII llegaron a los reinos hispano-cristianos grupos numerosos de judíos andalusíes que huían de la intolerancia religiosa de los almohades, nuevos dueños de al- Andalus tras su invasión de 1147. Esta inmigración hebrea andalusí tuvo una gran trascendencia para el judaísmo en Castilla y la Corona de Aragón. Las juderías de ciudades como Toledo y Gerona experimentaron un gran crecimiento. Muchos de los recién llegados pertenecían a la élite económica e intelectual, lo que hizo que en la España cristiana se desarrollara una ciencia propiamente sefardí, y que creciera de forma considerable el número de judíos en puestos de relieve en las cortes reales y el de los que ejercían diversos oficios públicos, con frecuencia relacionados con la fiscalidad. 

Judíos ricos y judíos pobres 

Comenzó así una fase de esplendor en la historia de los judíos hispanos que, sin embargo, no estuvo exenta de tensiones y traumas. Pese a la unidad que la fe religiosa confería a los judíos, en el seno de las comunidades hebreas surgió una progresiva diferenciación entre un sector aristocrático, formado por los grandes comerciantes y financieros al servicio de la monarquía, y un sector popular, en buena medida compuesto por agricultores, artesanos y pequeños mercaderes, más apegado a las tradiciones culturales y religiosas judías, que acusaba a los poderosos de descreimiento. El enfrentamiento interno por el control de las aljamas se generalizó desde finales del siglo XII. Las familias judías más ricas se asimilaban en su forma de vida a la nobleza cristiana; además, obtuvieron de los reyes privilegios especiales como no pagar los impuestos que correspondían a los demás judíos. 

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Maimónides, médico y filósofo Auque tuvo que huir de la intolerancia almohade, sus obras tuvieron gran repercusión entre los judíos españoles. Arriba, su estatua en Córdoba.

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El resentimiento del resto de la comunidad queda expresado en un libro anónimo de finales del siglo XIII, El pastor fiel, en el que se decía que los judíos ricos robaban a los pobres, no pagaban los impuestos de la comunidad, atesoraban monedas... «Esta caterva son ricos que viven apaciblemente y con alegría, sin dolor ni pesar alguno; ladrones y cohechadores»; son una «ralea de impíos... traicioneros como serpientes y escorpiones, que contravienen los preceptos de los sabios y conculcan la justicia», «lujuriosos y entregados al libertinaje...». 

En cualquier caso, a lo largo del siglo XIII, el número de funcionarios y cortesanos judíos creció de forma considerable tanto en la corte castellana como en la aragonesa. En la Corona de Aragón destacaron las familias judías Abenmenassé, Ravaya, Portella, Abinafia, Alconstatini o Caballería, en tanto que en Castilla sobresalieron como tesoreros o almojarifesreales don Yishaq de la Maleha y don Abraham el Barchilón, en el siglo XIII, o Semuel ha-Leví, Mayr Abenamias y Abraham ibn Çarça, en la segunda mitad del siglo XIV. 

Crece el antijudaísmo 

Pese a que estos judíos cortesanos podían acumular enormes riquezas, estaban expuestos al cambio de humor de los soberanos y de la aristocracia cristiana. Por ejemplo, el almojarife de Alfonso X el Sabio, don Çulema, al morir, en 1273, dejó una rica herencia de casas, almacenes llenos de mercancías, viñas, olivares... Su hijo, don Yishaq de la Maleha, se enriqueció asimismo con el arriendo de impuestos y salinas reales. Un poeta judío, Todros el Joven, relataba un viaje que hizo con don Yishaq por sus tierras: «Viajamos por campiñas cuajadas de viñedos, haciendo ostentaciones de pompa y poder... De todas partes llovían los regalos, cohechos numerosos, sobornos incontables». Pero en 1278, don Yishaq fue condenado a la horca por un supuesto desvío de fondos. Además, el rey ordenó encarcelar a todos los judíos que se encontraran en las sinagogas el primer sábado de enero de 1281 y no liberarlos hasta que le hubieran pagado una indemnización de más de cuatro millones de maravedíes. 

Jan Baegert  The Circumcision of Christ Title  The Circumcision of Christ

Jan Baegert The Circumcision of Christ Title The Circumcision of Christ

La circuncisio´n (berit mila´) constitui´a el signo de la alianza (berit) del pueblo judi´o con Dios, segu´n E´ste ordeno´ a Abraham: «Circuncidare´is la carne de vuestro prepucio, en sen~al de la alianza contrai´da entre mi´ y vosotros» (Ge´nesis, 17, 11); con ella, el recie´n nacido entraba en el pacto establecido por Dios con el pueblo de Israel. Se realizaba el octavo di´a despue´s del nacimiento del varo´n, habitualmente en la sinagoga, y corri´a a cargo de un especialista, el mohel. Durante la cere- monia se imponi´a al pequen~o un nombre hebreo. Circuncisón de Cristo, Jan Baegert.

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Desde mediados del siglo XIII, el antijudaísmo avanzó en los reinos hispanos no sólo en el terreno doctrinal, sino también en el legislativo. En 1312, un concilio eclesiástico reunido en Zamora instaba a los regentes de Alfonso XI a poner en práctica las disposiciones relativas a los judíos acordadas en el IV concilio de Letrán (1215), en las que se establecía que los judíos fueran recluidos en barrios aislados y llevaran sobre sus vestimentas ciertas señales identificativas. 

Las Cortes castellanas, por su parte, se ocuparon a menudo de asuntos relacionados con los judíos. Hubo propuestas para prohibir los contratos de préstamo, y para excluir a los judíos de oficios y cargos públicos. En cuestiones de justicia se puso en cuestión el derecho de los judíos a disponer de alcaldes propios y el valor de su testimonio en los pleitos con los cristianos. Este clima antijudío estalló de forma violenta en varias ocasiones a lo largo del siglo XIV, lo que tuvo su expresión más evidente en el asalto de las juderías. En 1309 fue atacada la judería de Palma de Mallorca; en 1328 les tocó el turno a diversas juderías navarras; y en 1348, y con el telón de fondo de la epidemia de peste negra, fueron asaltadas varias juderías catalanas y aragonesas, y también alguna andaluza. 

Pedro I, «el rey de los judíos» 

Pese a que el sentimiento antijudío se extendía de forma imparable por el reino de Castilla, la primera mitad del siglo XIV fue uno de los períodos más esplendorosos para el judaísmo castellano gracias a la política abiertamente projudía de Alfonso XI (1312-1350) y, muy en particular, de Pedro I (1350-1369), bajo cuyo reinado algunos judíos alcanzaron puestos de responsabilidad en la corte, velando desde ellos por el bienestar de sus correligionarios. 

Uno de los más destacados cortesanos judíos de Pedro I el Cruel fue Semuel ha-Leví, tesorero mayor. Una inscripción en la sinagoga mayor de Toledo, que él hizo construir, dice que desde la salida de los judíos de Tierra Santa, «no ha surgido otro como él en Israel... ante los reyes se presenta, manteniéndose firme... a él se llegan las gentes desde los confines del país... el rey lo ha engrandecido y exaltado y ha elevado su trono por encima de todos los príncipes que están con él y ha puesto en su mano cuanto tiene... desde el día de nuestro destierro nadie de Israel ha llegado a su altura». Su figura, sin embargo, fue muy impopular entre la aristocracia enfrentada con el monarca, pues él era el encargado de confiscar las propiedades de los nobles rebeldes, tarea que llevaban a cabo sus asistentes judíos. En 1360 perdió de repente el favor del soberano; encarcelado, murió después de ser torturado. El rey Pedro, no obstante, siguió contando con otros judíos. 

Sigmund Holbein   Flagellation of Christ   M Ob 1769 MNW   National Museo Nacional de Varsóvia.Museum in Warsaw

Sigmund Holbein Flagellation of Christ M Ob 1769 MNW National Museo Nacional de Varsóvia.Museum in Warsaw

Este o´leo de Sigmund Holbein, muestra la visio´n que teni´an los cristianos de los judi´os como seres perversos y asesinos de Cristo. Museo Nacional de Varsovia.

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Esta colaboración con Pedro I iba a volverse muy pronto en contra de los judíos, por cuanto los partidarios de Enrique de Trastámara, hermanastro del rey y aspirante a la corona castellana, utilizaron muy hábilmente como elemento de propaganda la simpatía por los judíos que mostraba el soberano, al que llegaron a presentar como «el rey de los judíos». En este momento confluyeron el antijudaísmo popular y las proclamas antihebraicas lanzadas por el sector nobiliario encabezado por Enrique de Trastámara. En la contienda por el trono de Castilla, las tropas de mercenarios franceses e ingleses, que apoyaban respectivamente a Enrique de Trastámara y al rey Pedro I, cometieron todo tipo de tropelías contra las juderías de las localidades que atravesaron, principalmente en Tierra de Campos y La Rioja. Sin embargo, una vez entronizado, Enrique hubo de buscar la colaboración de los financieros judíos para la administración del reino. 

En definitiva, en la segunda mitad del siglo XIV el antijudaísmo era ya un fenómeno irreversible en los reinos hispánicos. Alcanzó sus más altas cotas en 1391, con las persecuciones que, iniciadas en el valle del Guadalquivir, se extendieron rápidamente por numerosas comarcas hispanas, provocando la ruina de algunas de las aljamas más importantes. Pese a los esfuerzos posteriores para restaurar las juderías, la comunidad judía nunca se recuperó. Además, el terror producido por los asaltos a las juderías en 1391 hizo que numerosos judíos se convirtieran al cristianismo; precisamente los recelos de la mayoría cristiana respecto a estos «conversos» (algunos de los cuales eran tan ricos e influyentes como lo habían sido los cortesanos hebreos de los siglos XIII y XIV) dieron lugar a un problema que perduró incluso más allá de la expulsión de los judíos en 1492. 

Para saber más

De sinagoga a iglesia

Sefardíes, la diáspora en el Mediterráneo musulmán

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