Àlex Sala
Periodista especializado en Arte e Historia del Arte
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Tras la caída de Roma en el año 476, Constantinopla –fundada por Constantino el Grande en 330 d.C. con el nombre de Nueva Roma– cogió el relevo de la ciudad de la península itálica como capital del imperio que había dominado el Mediterráneo durante más de cinco siglos. En el siglo VI, el emperador Justiniano mandó erigir allí la más magnífica iglesia de oriente, que acabaría convertida en catedral de la ciudad y, más adelante, sería la principal mezquita del Imperio otomano: Santa Sofía. Pese a saqueos, terremotos y otros desastres naturales que la han afectado durante 1.500 años, Santa Sofía ha llegado hasta nuestros días con su extraordinaria cúpula y su belleza intactas, siendo el exponente más grandioso de la arquitectura bizantina.