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A principios de los años veinte la ciudad de Tulsa estaba habitada por una rica comunidad negra atraída por las explotaciones petrolíferas de la zona. Dicha población se concentraba en el barrio de Greenwood que se había convertido en un próspero vecindario con el sobrenombre de “Black Wall Street”. Sin embargo toda esta riqueza creó un gran resentimiento entre los supremacistas blancos, que cayeron sobre el distrito arrasándolo a sangre y fuego entre el 31 de mayo y el 1 de junio de 1921. Cerca de 10.000 vecinos perdieron sus casas y negocios en los incendios provocados, y se asesinó a unas 300 personas. Tras esta atrocidad se encerró a los supervivientes en campos de internamiento controlados por la Guardia Nacional, donde permanecieron algunas semanas mientras sus hogares eran saqueados.
La masacre encubierta
Cuando por fin se apagaron los incendios y cesaron los asesinatos el Ayuntamiento echó tierra sobre todo el asunto. Los cuerpos fueron enterrados en fosas sin registrar, los testigos callaron y la prensa local censuró todos los intentos de dar a conocer unos hechos que gradualmente fueron olvidados casi por todos.

Greenwood totalmente arrasado tras el ataque.
Foto: Cordon Press
Pese a los intentos de hacer desaparecer la atrocidad, esta siempre estuvo presente en la memoria de la población afroamericana y, a partir de los años noventa volvió a ser un tema de actualidad con la creación de una comisión estatal para investigar lo sucedido. Durante las investigaciones se desveló todo el horror de la matanza, y se identificaron tres lugares en los que las víctimas habrían sido enterradas, con lo que se podía proceder a su recuperación e identificación para ofrecer algo de consuelo a los familiares.

El alcalde de Tulsa con Kary Stackelbeck, la arqueóloga que dirige del proyecto.
Foto: 1921 Graves, Government of Tulsa
Las áreas identificadas por la investigación eran los cementerios de Oaklawn y Rolling Oaks junto con una zona del parque de Newblock llamada The Canes que se usaba entonces como vertedero y campamento de indigentes. Aunque Oaklawn fue escaneado en 1999 mediante georadar y se detectaron anomalías en el suelo que podían corresponder a ataúdes, la comisión consideró que su excavación era innecesaria por ser una sección del cementerio reservada a los blancos en 1921. Así pues la apertura de la fosa tuvo que esperar dos décadas, hasta que el nuevo alcalde de Tulsa G. T. Bynum decidió iniciar en 2020 una campaña para recuperar los cuerpos.
Excavaciones en el cementerio de Oaklawn
La investigación fue encargada a la arqueóloga estatal Kary Stackelbeck, que procedió escanear de nuevo el terreno en busca de cadáveres. Finalmente se acotó una zona en el sur del cementerio como posible lugar de descanso de las víctimas, y se procedió a su excavación a partir del mes de julio. Los resultados de esta primera campaña fueron esperanzadores, pues se recuperaron 12 cuerpos junto con numerosos artefactos tales como fragmentos de cerámica, vidrio y restos metálicos que permitieron determinar que la fosa se excavó durante el primer cuarto del siglo XX.

Una vez se desentierren los cuerpos se podrá proceder a su estudio e identificación
Foto: 1921 Graves, Government of Tulsa

Cerámica, vidrio y artefactos de metal recuperados en las últimas excavaciones.
Foto: 1921 Graves, Government of Tulsa
Sin embargo los restos no pudieron ser exhumados, pues el Ayuntamiento debía contar primero con un permiso judicial, así que no se pudo proceder a un estudio forense que determinara la fecha y causas de su muerte. Desde entonces el equipo arqueológico se ha dedicado a continuar con las excavaciones, que se han retomado en el centenario de los hechos añadiendo cinco cadáveres al total.
Si bien todos los individuos se han encontrado en un mismo nivel estratigráfico (lo que puede ser una prueba de su entierro simultáneo), no será hasta que se les pueda identificar y datar mediante el ADN extraído de sus dientes que se confirmará si son víctimas o no de la masacre. Afortunadamente el permiso de exhumación ha sido concedido este año, por lo que los arqueólogos podrán responder por fin a la incógnita de las causas de su muerte y devolver los cuerpos a sus familiares.
Aunque este proceso se alargará algunos años los investigadores esperan encontrar mientras tanto nuevas fosas, ya sea en el mismo yacimiento, en el parque de Newblock o en el cementerio de Rolling Oaks.