Según un antiguo papiro, en tiempos de Ramsés III el templo del dios Amón en Karnak contaba con nada menos que 80.000 sacerdotes. Era, ciertamente, el santuario más grande y poderoso de Egipto en el siglo XII a.C., ya que los otros disponían de mucho menos personal. Semejante cifra indica el peso que el cuerpo de los sacerdotes llegó a alcanzar en el país.
A veces se ha utilizado el término "casta sacerdotal" para referirse a ellos de forma genérica, aunque quizá debiéramos hablar en plural, pues en cada centro religioso existía un grupo de sacerdotes que se encargaba de atender al dios titular de su templo y, por extensión, a las divinidades que constituían su familia.
Primeras referencias
Las primeras referencias a la existencia de sacerdotes en Egipto se remontan a las dinastías I y II (la llamada época Tinita, en el III milenio a.C.), aunque las inscripciones que aluden a ellos se refieren a meros títulos sacerdotales que no permiten determinar la realidad de sus funciones. Del Reino Antiguo existe más información, puesto que estos primeros sacerdotes se escogieron entre personajes próximos al rey y aún más entre sus familiares. Pese a constituir una casta privilegiada que cada vez adquiría mayor poder, podemos advertir que en aquellos primeros momentos su influencia no se extendía mas allá de cuestiones religiosas y que no llegaron a acumular grandes riquezas.
Las primeras referencias a la existencia de sacerdotes en Egipto se remontan a las dinastías I y II.
A partir de la dinastía V, con la construcción de los grandes templos solares dedicados a Re, el clero egipcio ganó en independencia e influencia, que aumentaron aún más durante el Reino Medio al construirse recintos divinos cada vez más grandes y poderosos. Su punto álgido llegó con el Reino Nuevo, cuando el dios Amón de Tebas se convirtió en el dios de la dinastía y en torno a su culto se desarrolló un todopoderoso clero.
La formación de un sacerdote
Aunque por comodidad denominamos sacerdotes a estas figuras, no tienen parecido alguno con los clérigos de las religiones occidentales. De entrada, se llamaban, en realidad, "Servidores (o Siervos) del dios" (hem netcher). Para convertirse en sacerdote y tener el privilegio de trabajar en un templo no era imprescindible realizar largos estudios. De hecho, se sabe que, en el clero egipcio, solo unos pocos eran capaces de leer y escribir o de comprender las historias de su complicada mitología.
Se sabe que, en el clero egipcio, solo unos pocos eran capaces de leer y escribir.
En función de la educación que habían recibido de sus padres hasta la adolescencia, los sacerdotes se especializaban en determinados conocimientos; había, así, sacerdotes encargados de la observación astronómica, sacerdotes lectores que dominaban las artes de la lectura y la escritura, médicos vinculados a la diosa Sekhmet, magos relacionados con la diosa Serqet...
Sin embargo, existía también una institución que, según algunos historiadores actuales, servía para proporcionar una formación teológica a los candidatos al sacerdocio: las llamadas Casas de la Vida. Se trataba de centros adscritos a los diversos santuarios del país, aunque hay quien cree que, en vez de escuelas, se trataba más bien de bibliotecas.
Los guardianes del dios
Cuando los jóvenes comenzaban el servicio del dios tenían que someterse a un baño ritual con agua fría del Nilo, rito que deberían repetir cada jornada; también debían eliminar el vello del cuerpo para evitar convertirse en portadores de piojos. Así adquirían el estado uab, es decir, se convertían en sacerdotes puros. No llevaban necesariamente un atuendo especial, si bien es cierto que algunos sacerdotes adscritos al culto funerario (aquellos que encarnaban ciertas manifestaciones de Horus, y el Sumo Sacerdote de Re de Heliópolis), se cubrían con una piel de felino moteada que les transmitía el poder del animal, aunque algunos estudiosos han interpretado las manchas como una evocación de las estrellas del firmamento.
Algunos sacerdotes adscritos al culto funerario se cubrían con una piel de felino moteada que les transmitía el poder del animal.
Otros sacerdotes, como el Sumo Sacerdote de Ptah de Menfis, se adornaban con collares concretos, que indicaban su pertenencia a un clero determinado y servían como poderosos elementos mágicos y protectores. Asimismo, los Servidores del Dios podían estar casados y, a la vez, desempeñar otras ocupaciones sin que hubiera ninguna incompatibilidad. Su puesto en la jerarquía determinaba los lugares del santuario que podían visitar: el sacerdote de mayor rango era, por ejemplo, el único que podía acceder a la zona más íntima del templo, el sanctasanctórum, donde se guardaba la estatua más sagrada del dios.
Además, un sacerdote egipcio podía estar vinculado a un centro de culto concreto y a la vez pertenecer al servicio de otros dioses, aún cuando sus templos estuvieran alejados de su lugar de residencia; es como si ejerciera simultáneamente de sacerdote en la iglesia católica, rabino judío, pope ortodoxo e imán musulmán, sin sufrir por ello ningún tipo de problema teológico. La pluralidad de cuerpos sacerdotales en el antiguo Egipto explicaba que no existiera un único libro sagrado, a diferencia de lo que sucede en el judaísmo, el cristianismo y el Islam.
Textos sagrados
Los sacerdotes de cada templo fueron los que elaboraron los compendios que explicaban la creación del mundo, con objeto de justificar y engrandecer a su dios principal. Las paredes de cada santuario aparecían llenas de inscripciones con máximas dirigidas a todos aquellos que entraban en él.
Los sacerdotes de cada templo fueron los que elaboraron los compendios que explicaban la creación del mundo.
En el templo de Horus en Edfú, por ejemplo, se lee: "Horus favorece a quien está a su servicio en este lugar, porque ve el bien que se hace en él [...] que se guarde de entrar por esta puerta en estado impuro, porque el dios prefiere la pureza a millones de objetos preciosos. Lo que le sacia es Maat [orden, justicia]. No os presentéis en estado de pecado, no mintáis en su morada [...]. Vosotros que sois gente importante, no paséis sin invocarle, cuando estáis encargados de prestarle ofrendas o de alabarle dentro de su dominio".
Los sacerdotes egipcios no hacían "apostolado" entre el pueblo, no predicaban los dogmas religiosos entre la población. Los templos tampoco se consideraban lugares de culto público, sino que el acceso a ellos estaba restringido. El santuario era el lugar donde descansaba la divinidad, y la función del clero era guardarlo y protegerlo.
Una estricta división
El clero egipcio estaba organizado según una rígida estructura piramidal. En su vértice se hallaba el faraón como Sumo Sacerdote de todo el país. De él dependían los cuerpos sacerdotales de los diversos centros de culto. Durante el Reino Antiguo hubo tres grandes núcleos sacerdotales, radicados en Heliópolis, Menfis y Hermópolis.
El clero de Heliópolis veneraba al Sol creador y estaba dirigido por un sacerdote llamado Gran Vidente de Re; en Menfis, el clero de Ptah tenía al frente al Grande de los Jefes de los Artesanos; mientras que el sacerdocio hermopolitano, vinculado a Thot, estuvo encabezado por el Más Grande de los Cinco. A todos ellos debemos añadir, en el Reino Nuevo, el poderosísimo y numeroso clero de Amón, en Tebas, encabezado por su Sumo Sacerdote.
Durante el Reino Antiguo hubo tres grandes núcleos sacerdotales, radicados en Heliópolis, Menfis y Hermópolis.
Entre los distintos cuerpos sacerdotales había grandes diferencias en cuanto a número de integrantes. Un templo local poco influyente, como el de Anubis en el Fayum, por ejemplo, estaba integrado por apenas 50 personas, y sólo seis de ellas eran sacerdotes permanentes, mientras que los demás lo eran a tiempo parcial, turnándose en cuatro grupos. En contraste, el Papiro Harris I enumera 81.322 sacerdotes y trabajadores en el tempo de Amón en Karnak. Precisamente es la división jerárquica de este último santuario la que conocemos mejor.
Jerarquía sacerdotal
En Tebas, bajo la autoridad suprema del faraón, se situaba un grupo directivo –el alto clero– formado por el Primer, Segundo, Tercer y Cuarto Servidores del Dios. Ellos eran los encargados del gobierno del templo, de supervisar a sus trabajadores, y de controlar todas las propiedades y las tierras que el santuario tuviera a lo largo del país. Dada la importancia y el poder del Primer Servidor del Dios, era el propio faraón quien designaba a la persona que debía ocupar el puesto, aunque el cargo debía ser ratificado por el oráculo divino.
El Segundo Servidor era el encargado de supervisar los trabajos en los campos y los talleres, y de controlar las embarcaciones que recibía el templo; él era el verdadero administrador de las propiedades y de la recepción de los tributos que llegaban al santuario. El Tercer y el Cuarto Servidores no tenían unas funciones claramente definidas, si bien se sabe que sustituían a los primeros en ciertas fiestas y en determinadas labores directivas. Todos estaban ayudados por secretarios, escribas administradores, servidores, criados, escoltas y otros miembros del personal auxiliar.
El Segundo Servidor era el verdadero administrador de las propiedades y de la recepción de los tributos.
Tras estos influyentes personajes se encontraba el grupo más numeroso, el bajo clero, formado por los simples sacerdotes o Servidores del dios. Éstos podían desempeñar trabajos especializados y, al mismo tiempo, desarrollar labores administrativas y religiosas. Todos ellos se organizaban en los denominados sau o phylae, cuatro grupos de sacerdotes que debían rendir turno de servicio en el santuario o en el culto funerario. El término sau procede del lenguaje náutico y significa "observador", mientras que el término griego phylae aparece en el Decreto de Canopo, del siglo III a.C., un texto bilingüe del reinado de Ptolomeo III que es el que suele utilizar la egiptología moderna.
Dependiendo del período y el templo, cada phylae estaba compuesta por un número variable de individuos, y servían de forma rotativa durante un mes cada una, a lo que seguían tres meses de descanso. El conjunto de phylaes estaba dirigido por un coordinador al que debía rendir cuentas cada uno de los supervisores de las cuatro phylae.
Las mujeres ante los dioses
Dentro del bajo clero debemos incluir también al personal femenino que se ocupaba de tareas asociadas a la música y a la danza, imprescindibles para que la divinidad se sintiera complacida y básicas para que su música ahuyentara a las fuerzas hostiles. A la cabeza del clero femenino se encontraba la reina, en calidad de Esposa del dios, la cual delegaba en una gran sacerdotisa o supervisora, la Concubina, que, en realidad, era la que dirigía el conjunto.
El personal femenino se ocupaba sobre todo de tareas asociadas a la música y a la danza.
El máximo exponente de este clero femenino lo constituiría la figura de la Divina Adoratriz (Dua Netcher), especialmente a partir de la dinastía XXIII, cuando algunas princesas reales célibes desempeñaron en el culto de Amón funciones religiosas de la máxima importancia. Se sucedían por adopción, aunque podían reinar de forma conjunta, y se convirtieron en auténticas regentes locales.
El último puesto en la jerarquía del templo lo ocupaba el personal auxiliar, un cuerpo de funcionarios encargado de los trabajos menores, la administración, la contabilidad, el mantenimiento del santuario, y otros aspectos de su vida cotidiana y comercial, que no intervenían en ninguna de las cuestiones del culto o del ritual.