De Roma a Egipto. Tal es el camino recorrido por una técnica pictórica que fijó para siempre los rostros de hombres, mujeres y niños hace casi dos mil años. Graves o sonrientes, siempre serenos, posan en nosotros sus grandes ojos abiertos, una mirada profunda y enigmática como un destello de eternidad. Esta técnica, la encáustica (que emplea pigmentos diluidos en cera), ya se usaba en la Roma del siglo I a.C. para representar a un individuo o exaltar sus cualidades, moda que se expandió por todo el Imperio romano, hasta alcanzar Egipto.
Allí, las sólidas creencias funerarias de los antiguos egipcios habían sobrepasado a la propia civilización faraónica. Los recién llegados al país adoptaron la momificación para conservar sus cadáveres y, asimilados de este modo al dios Osiris, poder renacer en el mundo subterráneo. Así aparecieron en el Egipto romano los retratos mortuorios sobre tablas de madera, telas, sudarios de lino o bustos de yeso, como un producto de la fusión de dos sólidas tradiciones: la del Egipto faraónico en cuanto a la práctica y el simbolismo funerarios, y la del mundo clásico por su técnica y ejecución.
una amplia galería de personajes
Estas pinturas de tradición romana que, colocadas entre las vendas y la cara de la momia, llegaron a sustituir en algunos casos las tradicionales máscaras egipcias que protegían e identificaban a los difuntos, son conocidas con el nombre de "retratos de El Fayum" por haber sido este el lugar donde han aparecido en mayor número, aunque se han hallado retratos similares en otros muchos lugares de Egipto: Saqqara, Antinóopolis, Tebas... De este modo, hoy contamos con una galería de personajes que nos permite conocer, con gran exactitud, las caras de hombres, mujeres y niños que vivieron en Egipto entre los siglos I y IV a.C.
No es fácil poder fechar con precisión la mayoría de estos retratos, ya que fueron extraídos de sus tumbas a finales del siglo XIX o principios del siglo XX, sin demasiado rigor científico, si bien el análisis estilístico y la evolución de la moda, los vestidos, las joyas y, sobre todo, los peinados, permite precisar con más detalle el momento de su realización.

Retrato de una joven en la que destacan sus grandes ojos que miran fijamente al espectador. Hacia 150 d.C.
Retrato de una joven en la que destacan sus grandes ojos que miran fijamente al espectador. Hacia 150 d.C.
Cordon Press
Algunos retratos pueden considerarse verdaderas obras de arte por su ejecución y personalidad, además de por la fuerza y la vida que emanan de quien aparece en ellos. Otros, sin embargo, son estudios convencionales y estereotipados, principalmente en el caso de representaciones de niños. Los mismos ojos, boca y cara esquemática son claros indicios de una producción en serie.
Algunos retratos pueden considerarse verdaderas obras de arte por su ejecución y personalidad.
Puede apreciarse a simple vista una evolución de estilos. Los retratos de los siglos I y II, casi realistas, tienen la impronta de la idealización helenística, suave y dulce. Esta idealización, durante los siglos II y, sobre todo, III da lugar a un realismo exacerbado, casi caricaturesco, para desembocar en el siglo IV en una representación hierática e impersonal, caracterizada por los grandes ojos y la mirada fija, denotando una fuerte influencia de Oriente.
Rostros misteriosos
Observando estas pinturas se plantea una serie de interrogantes, no siempre de fácil respuesta. ¿Quiénes fueron los artistas? ¿Trabajaban en talleres especializados o, por el contrario, ejecutaban su trabajo de manera itinerante, recorriendo la geografía de Egipto con sus bártulos y deteniéndose allí donde eran requeridos? Sabemos, por sus obras, que había grandes artistas al lado de meros copistas que realizaban su trabajo en serie y por encargo.
Parece evidente, si observamos con detalle las caras representadas, que estos retratos fueron pintados en vida y no después de la muerte de los personajes. El brillo de sus ojos o el suave color de sus mejillas transmiten un sentimiento vital no exento de una resignación contenida ante el inexorable final que se avecina. Algunos autores creen que estaban expuestos en las casas y eran entregados a los embalsamadores, después del óbito del individuo, para ser colocados entre los vendajes de la momia.
El brillo de sus ojos o el suave color de sus mejillas transmiten un sentimiento vital no exento de una resignación.

Retrato de un hombre de mediana edad realizado en época de Trajano (98-117 d.C.). Museo Pushkin, Moscú.
Retrato de un hombre de mediana edad realizado en época de Trajano (98-117 d.C.). Museo Pushkin, Moscú.
Bridgeman
Asimismo, otro tema que ha suscitado polémica es la edad de las gentes pintadas. ¿Corresponde la edad representada a la del momento de la muerte? La mayoría de retratos son un fiel reflejo de individuos jóvenes, de edad no superior a los treinta años; son escasos los ejemplos de hombres y mujeres de mediana edad, y los niños componen un grupo numeroso. Pese a la lógica idealización del sujeto, las efigies pueden constituir un dato casi decisivo para determinar la esperanza de vida imperante en la época caracterizada por una elevada tasa de mortalidad infantil.
estatus y mestizaje
También cabe plantearse si las costosas joyas que adornan las figuras femeninas dan cuenta del estatus de las fallecidas, es decir, si marcan su poder adquisitivo real. Es evidente que, al margen del valor de las joyas, el estilo de estas últimas y los peinados, vestidos y otros complementos pretendía emular los que en aquel momento lucían las damas de la capital del Imperio.
Otro aspecto que llama poderosamente la atención de estos retratos es el evidente mestizaje que se percibe en la fisonomía de sus protagonistas. La convivencia en El Fayum de agricultores egipcios, soldados de origen griego desplazados a la zona y pobladores instalados durante la dominación romana parece hallarse en el origen de esta heterogeneidad.
Un aspecto que llama poderosamente la atención es el evidente mestizaje que se percibe en la fisonomía de sus protagonistas.

Retrato de un hombre joven de piel oscura y cabello ensortijado.
Retrato de un hombre joven de piel oscura y cabello ensortijado.
Cordon Press
Sabemos la identidad y el oficio de alguno de los personajes retratados. Así, podemos referirnos a Hermione, la profesora de gramática griega; a Isadora, la matrona elegantemente vestida con túnica, velo y adornada de joyas y corona, o a Artemidoro, que luciendo en su retrato una dorada corona de laurel, se despide con un lacónico "hasta siempre".
Este hecho no tiene nada de extraordinario si tenemos en cuenta que conservar el nombre era indispensable para poder ser recordado y conseguir la vida eterna, ya que aquel constituye una parte esencial de la personalidad. Una idea que no es nueva, como indica la práctica en Egipto y Roma de la damnatio memoriae, el castigo judicial por el que se destruía cualquier vestigio de la identidad de un individuo, incluido el nombre.
Así, mucho más allá de un arte impersonal, las tablas policromadas de El Fayum resumen no solo fisonomías, sino también carácteres, sentimientos y un deseo de perdurar quizá tan inalcanzable hoy como ayer.