Mitos y leyendas

Rómulo y Remo, la leyenda de la fundación de Roma

Tras ser depositados en una cesta y arrojados a la corriente del Tíber, los gemelos Rómulo y Remo fueron amamantados por una loba y criados por un pastor. Pero tras una disputa mientras trazaban los límites sagrados de la ciudad que estaban a punto de fundar, Rómulo dio muerte a su hermano Remo y se convirtió en el primer y mítico rey de Roma.

Estatua de bronce de la Loba capitolina, a la que posteriormente se añadieron las figuras de los gemelos Rómulo y Remo. Museos Capitolinos, Roma.

Estatua de bronce de la Loba capitolina, a la que posteriormente se añadieron las figuras de los gemelos Rómulo y Remo. Museos Capitolinos, Roma.

Estatua de bronce de la Loba capitolina, a la que posteriormente se añadieron las figuras de los gemelos Rómulo y Remo. Museos Capitolinos, Roma.

Foto: PD

Unos pasos vacilantes, impulsados por la obediencia debida, se dirigen hacia las crecidas aguas del Tíber para confiar a una muerte casi segura a dos niños recién nacidos: Rómulo y Remo. Los pequeños eran el fruto de una deshonra: la violación de Rea Silvia, protectora del fuego sagrado de Vesta, por Marte, el dios de la guerra.

Solo él había podido rebasar las barreras que Amulio, tío de la virgen vestal, había interpuesto entre el mundo y la hija de su hermano Numitor, a quien había despojado del trono de Alba Longa. Amulio temía que una nueva criatura de la sangre de su hermano (primogénito y legítimo heredero del rey Procas) le arrebatase el trono que él había usurpado.

Salvados de la corriente

Sin embargo, el destino tendría más fuerza que el ansia de poder de Amulio, vergüenza del pío linaje de Eneas: en la corriente resonaba el gemelo lamento de quienes tenían asignado un hado bien distinto al de perecer ahogados, ya que la cesta que llevaba a las dos criaturas se paró en un remanso del río, bajo la higera Ruminal. Una loba que amamantaba a sus cachorros les ofreció sus ubres y les salvó la vida, hasta que Fáustulo, un porquerizo de Amulio, los llevó a su cabaña y se hizo cargo de ellos.

Una loba que amamantaba a sus cachorros ofreció sus ubres a los pequeños Rómulo y Remo y les salvó la vida.

Rómulo y Remo habían superado la misma prueba que habían pasado ya otros reyes y semidioses. Habían sido abandonados en una cesta, como los treinta hijos de la reina Kanesh, fundadores de Zalpuwa en el mito hitita; la corriente los había arrastrado, tal como el Éufrates había llevado a Sargón, futuro rey de Babilonia, hasta Aqqi; una fiera los había amamantado, como Spako ("perro" en persa) había salvado a Ciro después de que fuera arrojado al Tigris; y un pastor los había recogido, como Pólibo a Edipo, el hijo de Layo. Todos ellos habían nacido para reinar y debían legitimar su poder recorriendo un largo camino bajo el signo de una muerte casi inevitable.

Rómulo y Remo, cuadro pintado por Pedro Pablo Rubens. 1615-1616. Museos Capitolinos, Roma.

Rómulo y Remo, cuadro pintado por Pedro Pablo Rubens. 1615-1616. Museos Capitolinos, Roma.

Rómulo y Remo, cuadro pintado por Pedro Pablo Rubens. 1615-1616. Museos Capitolinos, Roma.

Foto: PD

Bajo el cuidado de Fáustulo y de su mujer Larencia, Rómulo y Remo se convirtieron en dos jóvenes corpulentos e intrépidos, unidos en cuerpo y alma. Inmersos en un mundo salvaje, amigos de vagabundos y bandidos, se mantuvieron fieles el uno al otro mientras la naturaleza dictaba la ley de su vida. Pero la rivalidad fraternal surgiría (el destino así lo había dispuesto) y solo el fratricidio resolvería la ambigüedad del doble nacimiento.

Venganza y fundación de Roma

Un día Remo, en ausencia de Rómulo, se enfrentó con los pastores de Numitor, quienes lo hicieron prisionero y lo llevaron ante el rey, quien lo entregó a su vez a us hermano Amulio. Rómulo, mientras , volvió a casa, donde Fáustulo le desveló el secreto de su nacimiento. Entonces marchó a Alba Longa, dio muerte a Amulio y liberó a Remo, reponiendo en el trono a su abuelo Numitor.

Templo de Vesta en el Foro romano, Roma.

Templo de Vesta en el Foro romano, Roma.

Templo de Vesta en el Foro romano, Roma. 

Foto: iStock

Tras estos sucesos, los dos hermanos resolvieron fundar una ciudad. Decididos a que los dioses eligieran al fundador a través de los auspicios delimitaron una zona del cielo con el bastón curvo que, desde entonces, llevarían como emblema los augures. Cuando se presentó a Rómulo el doble número de buitres que a Remo, aquel consideró que la divinidad lo había designado fundador de la ciudad, que quedó inaugurata tan pronto como le dio el nombre (effatio) de Roma y la liberó de presencias sobrenaturales (liberatio).

Delimitaron una zona del cielo con el bastón curvo que, desde entonces, llevarían como emblema los augures.

El ritual etrusco, según el mito, continuaba con la excavación de un pozo (mundus) al que se arrojaban las primicias de la fundación y un puñado de tierra de la patria de la que procedían los primeros colonos. Dese este lugar, Rómulo trazó el sulcus primigenium con un arado de madera de olmo, tilo y haya, al que iban uncidos una vaca blanca y un buey negro. Vestía el cinctus gabinus, una toga que cubría la cabeza y que constituía el hábito de los fundadores y de los sacerdotes del templo de Jano, cuyas puertas se abrían al declararse la guerra.

Remo, en un acto de soberbia, saltó los límites sacralizados de la ciudad y Rómulo de dio muerte mientras lo increpaba: "De ahora en adelante, así perecerá quien trate de sobrepasar mis murallas". Rey de lo salvaje, Remo murió antes de llegar a la edad adulta, incapaz de someterse a las leyes de lo civilizado, al otro lado de Roma, cuyas puertas están cerradas al furor guerrero y a la violencia.

Una ciudad de hombres

Rómulo quedó solo en una Roma habitada únicamente por hombres. Formó un consejo de cien ancianos, el Senado, y seleccionó a los tres mil hombres más hábiles en el manejo de las armas y a los trescientos jinetes más expertos; nacía así la primera legión. 

El rapto de las sabinas, cuadro pintado por Jacques- Louis David. 1789. Museo del Louvre, París.

El rapto de las sabinas, cuadro pintado por Jacques- Louis David. 1789. Museo del Louvre, París.

El rapto de las sabinas, cuadro pintado por Jacques- Louis David. 1789. Museo del Louvre, París.

Foto: Mbzt (CC BY SA 4 0)

Resuelto a remediar la falta de mujeres, Rómulo convocó unos juegos en el Circo Máximo, a los que invitó a los pueblos vecinos. En medio de la competición, se alzó y abrió su capa teñida de púrpura, la señal convenida con sus hombres para el rapto de las sabinas. Solo capturaron a las solteras, salvo una, Hersilia, a la que cogieron por error y que acabó desposándose con Rómulo.

Resuelto a remediar la falta de mujeres, Rómulo convocó unos juegos e invitó a los sabinos, a cuyas mujeres los romanos raptaron.

Al núcleo mítico de la saga de Rómulo pertenece también la serie de guerras y alianzas con las que el primer agro de Roma se amplió considerablemente. A las conquistas de Antemnae y Caenina siguieron las de  Crustumerium y Fidenas. Además, se enfrentó con el sabino Tito Tacio, enfrentamiento que acabó ante los lamentos y las súplicas de las propias sabinas en el campo de batalla. La última guerra en la que intervino Rómulo fue contra Veyes. Desde entonces su actitud se hizo altanera y arrogante.

Ro´mulo siendo conducido al Olimpo por Marte, cuadro de Jean-Baptiste Nattier. Siglos XVII-XVIII. 

Ro´mulo siendo conducido al Olimpo por Marte, cuadro de Jean-Baptiste Nattier. Siglos XVII-XVIII. 

Ro´mulo siendo conducido al Olimpo por Marte, cuadro de Jean-Baptiste Nattier. Siglos XVII-XVIII. 

Foto: PD

Cuentan que un día, de repente, el rey de Roma desapareció. Según algunos, la noche se lo tragó en las afueras de la ciudad. Nadie volvió a verlo. Julio Próculo refirió al pueblo que se lo había encontrado al regresar de Alba y que él le había dicho: "Los dioses han dispuesto que, por haber fundado una ciudad de gran poder y gloria regrese como habitante del cielo. Yo, bajo el nombre de Quirino, seré siempre vuestro genio tutelar". Cuando desapareció, contaba 54 años de edad y 38 de reinado.

Para saber más

Rómulo lleva al templo de Júpiter las armas del vencido Acrón, de Jean-Auguste-Dominique Ingres

Los siete reyes de la antigua Roma

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