En su libro Noventa Grados Norte, el historiador polar Fergus Fleming calificó al aventurero americano Robert Peary como “indudablemente el hombre más impulsivo, posiblemente el más exitoso y probablemente el más desagradable en los anales de la exploración polar”. Cierto es que el personaje es uno de los más controvertidos en la historia de la conquista ártica: en abril de 1909 reclamo el mérito de haber sido el primer hombre en llegar al Polo Norte geográfico, una afirmación que no fue aceptada por muchos y que sigue siendo a día de hoy motivo de controversia.
Para muchos, Roald Amundsen fue el primero, pues pudo probar con evidencias científicas haber llegado al punto más septentrional de la Tierra, en 1926. A Peary le jugaron en contra la falta de mediciones precisas y algunos datos inconsistentes en sus diarios de ruta, por lo que las sociedades geográficas se dividieron a la hora de reconocerle el mérito que reclamaba. Pero hasta el final de su vida, Peary se mostró convencido de haber sido el primer conquistador del Ártico.
Robert Peary ha sido descrito como “el hombre más impulsivo, posiblemente el más exitoso y probablemente el más desagradable de la exploración polar”.
La frontera helada
Durante buena parte de la historia, el Ártico había estimulado la imaginación de la humanidad con una mezcla de curiosidad, respeto y temor. Representaba una de las fronteras del mundo conocido, un lugar implacable y desconocido donde toda clase de mitos cobraban vida. Solo un puñado de pueblos habían llegado a establecerse en las regiones más internas del polo, como los escandinavos, los nativos de Norteamérica y algunos cazadores y comerciantes rusos. Pero solo el avance de los instrumentos de exploración y técnicas de supervivencia hizo factible, en el siglo XIX, la idea de alcanzar el punto exacto del Polo Norte.
Robert Edwin Peary nació el 6 de mayo de 1856 en Cresson (Pensilvania) y pronto hizo carrera en la Marina norteamericana gracias a sus conocimientos de ingeniería y cartografía. Su trabajo se centraba en el trazado de nuevas rutas, terrestres y marítimas, orientadas sobre todo a la apertura de vías comerciales. Sin embargo, Peary tenía un interés personal por la geografía y, en particular, por esa frontera implacable que representaba el Ártico: a punto de cumplir los 30 años, tomó la decisión de intentar convertirse en el primer hombre en conquistarla.
No se lo tomó con prisas: durante más de 20 años alternó sus trabajos como ingeniero con la exploración de posibles rutas y medios para llegar al Polo Norte. En uno de sus viajes profesionales se le encomendó la tarea de trazar posibles rutas para un canal que atravesara Nicaragua; fue entonces cuando conoció a Matthew Henson, un joven grumete negro que se había embarcado huyendo de la violencia racial, y que se convertiría en su mano derecha en sus viajes de exploración.

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Peary daba gran importancia a la preparación antes de sus expediciones. Vivió con los inuit y de ellos aprendió a adiestrar perros de trineo y a construir iglúes. Algunos miembros de esta etnia le acompañarían en sus viajes al Polo Norte.
La conquista del Ártico
Peary dedicó un gran esfuerzo a preparar su asalto al Ártico. Vivió durante más de un año con los inuit,de quienes aprendió a usar el trineo tirado por perros, a cazar, a confeccionar ropa aislante y, especialmente, a construir iglúes. Esto le permitía, por una parte, prescindir de las tiendas; y por otra, almacenar provisiones en varios puntos distribuidos a lo largo del camino. El objetivo era aligerar el equipo de la expedición y ganar una mayor autosuficiencia.
Finalmente, y tras 10 años de expediciones de reconocimiento, en febrero de 1909 se lanzó a la conquista final del Polo Norte partiendo de la isla de Ellesmere, vecina canadiense de Groenlandia. Previamente había enviado varios equipos de apoyo para establecer campamentos en ruta; consigo solo se llevó a Matthew Henson y a cuatro hombres inuit. En su equipo no iba ningún experto en navegación, algo que terminó convirtiéndose en un error.

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Fotografía del momento en el que Peary y su equipo creyeron haber llegado al Polo Norte. Actualmente se cree que no estaban en el punto exacto, pero sí muy cerca, a menos de 10 kilómetros.
The Granger Collection, New York /Cordon Press
Tras una travesía de casi 40 días, el 6 de abril llegaron al que consideraban el Polo Norte geográfico. Para disgusto de Peary, no fue él sino Henson, quien iba en cabeza para reconocer el terreno, quien fue el primero en pisar el destino: “creo que soy el primer hombre que se sienta en la cima del mundo”, dijo. Eso fue un golpe fatal en su relación con Peary, quien “se enfadó muchísimo… no dijo nada, pero se le notaba”: al volver de la travesía, no se le dio ningún reconocimiento y su papel fue ignorado en los libros que el explorador escribió sobre su gesta; hasta que Henson decidió escribir su propia crónica en 1955, Un explorador negro en el Polo Norte.
Peary esperaba que a su regreso le esperaban gloria y honores, pero la realidad fue muy distinta.
La gran controversia
Un primer disgusto esperaba a Peary nada más volver a casa: Frederick Cook, un explorador que le había acompañado en algunas de sus expediciones de reconocimiento años atrás, afirmaba haber llegado al polo poco antes que él. Esto desembocó en una larga y agria disputa entre los dos antiguos compañeros. Inicialmente la balanza se inclinó a favor de Peary, ya que al contrario que él, Cook no aportó pruebas que certificaran la posición a la que había llegado.
Sin embargo, las dudas pronto se posaron también sobre la expedición de Peary. Sus registros, en opinión de muchos miembros de las sociedades geográficas, no demostraban con rotundidad que hubiera llegado a los noventa grados norte y algunos datos resultaban incluso contradictorios: en particular, se señaló que las distancias recorridas en un día eran improbables en un trineo tirado por perros y que en el equipo no había nadie lo bastante experto en navegación como para asegurar que las mediciones de posición fueran correctas.
Según algunos especialistas, sus registros no demostraban con rotundidad que hubiera llegado a los noventa grados norte y algunos datos resultaban incluso contradictorios.
Las instituciones se dividieron en cuanto al reconocimiento de Peary como conquistador del Ártico: finalmente la National Geographic Society y el Congreso de los Estados Unidos validaron su reivindicación, mientras que otras sociedades sólo le reconocieron el mérito de haber llegado “más al norte” que ningún otro. El debate no llegó a cerrarse: la conclusión más definitiva a la que se pudo llegar, basándose en las evidencias aportadas, fue que si no llegó al punto exacto estuvo muy cerca, a menos de 10 kilómetros.
Peary murió el 20 de febrero de 1920, tras una década agridulce en la que, si bien su supuesta gesta siguió siendo objeto de disputa, no le faltó el reconocimiento de numerosas asociaciones geográficas y militares por sus méritos como explorador. No llegó a ver como Roald Amundsen conquistaba el Polo Norte en 1926, esta vez aportando evidencias irrefutables, seguramente tomando nota de las decepciones de Cook y Peary.