Una revolución popular

La revuelta de Nápoles: el pueblo contra Felipe IV

Masaniello, un pescador dotado de fuerte personalidad, encabezó la rebelión fiscal que en 1647 prendió en Nápoles. Cuando fue asesinado a traición por el virrey, la revuelta perdió fuelle hasta ser reprimida por un ejército llegado de España.

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La revuelta de Masaniello, pintura al óleo de Giuseppe Mazza (1817-84), Museo nacional de la Ciencia, Milán 

Giancarlo Costa / Bridgeman Images

Cuando, en el verano de 1647, las noticias de las alteraciones en Nápoles alcanzaron la corte de Madrid se encendieron todas las alarmas. No era para menos. El conde-duque de Olivares, todopoderoso ministro de Felipe IV fallecido dos años atrás, había vaticinado que la monarquía española era como una hilera de piezas de dominó: el día que cayera la primera empujaría irremisiblemente a las demás. En junio de 1640 se había levantado Cataluña. En diciembre de aquel mismo año lo hizo Portugal. Desde el verano de 1646, la oleada de revueltas se había expandido por Sicilia. Los peores presagios se estaban cumpliendo. 

En el caso de Nápoles, todo había comenzado en la mañana del 7 de julio en Portanova, una de las entradas de la ciudad, cuando los vendedores de fruta se negaron a pagar el nuevo impuesto aprobado por el virrey Rodrigo Ponce de León, duque de Arcos. El edificio de la aduana fue pasto de las llamas mientras sus oficiales huían despavoridos. La noticia corrió como reguero de pólvora. El tumulto se concentró en la plaza del mercado, uno de los espacios más amplios y simbólicos de la ciudad. No solamente porque en ella, bajo la atenta mirada de la Virgen del Carmen, que la presidía desde su iglesia monumental, se celebraban algunas de las fiestas de mayor arraigo popular, sino porque en ella, entre los innumerables tenderetes que ofrecían toda clase de productos, los napolitanos podían ver a diario el cadalso, del que tantos cuerpos habían colgado para recordar la severidad de la justicia real. 

Un líder carismático 

Un nombre corrió rápidamente de boca en boca. Era el de Tomasso Aniello d’Amalfi, más conocido como Masaniello. Tenía 27 años y se ganaba la vida como pescador, aunque algunos lo conocieran mejor por su pericia en el arte del contrabando, sólo superada por sus dotes para la oratoria. Un testigo coetáneo lo describió como «un joven de aspecto bello y gracioso, de tez morena acostumbrada al sol, ojos negros y cabellos rubios dispuestos en forma de melena que le caía sobre el cuello». 

Tomasso Aniello, known as Masaniello, was the leading spirit of revolt in Naples, 1647

Tomasso Aniello, known as Masaniello, was the leading spirit of revolt in Naples, 1647

Masaniello se dirige a los rebeldes, ilustración de Tancredi Scarpelli, 1830, Museo Nacional de la Ciencia, Milán 

Pronto se erigió en líder indiscutible de los sublevados que, bajo su dirección, se dispusieron a tomar el impresionante palacio del virrey. El duque de Arcos logró a duras penas salvar el pellejo refugiándose en la vecina fortaleza de Castel Nuovo. Las llamas iluminaron la noche napolitana del 7 al 8 de julio. Primero fueron las procedentes de las viviendas de los cobradores de impuestos. Luego, las de palacios nobiliarios y residencias de mercaderes. Finalmente redujeron a cenizas los registros de la administración fiscal. 

Domenico Gargiulo   Piazza del Mercato during the Revolt of Masaniello

Domenico Gargiulo Piazza del Mercato during the Revolt of Masaniello

La plaza del mercado de Nápoles durante la revuelta. Pintura al óleo de Domenico Gargiulo, 1648-52, Museo Nacional de San Martín, Nápoles.

Wikimedia Commons

Ataviado con el vestido tradicional de pescador, Masaniello dirigió los movimientos de los sublevados en las jornadas siguientes desde la pequeña tribuna instalada en la puerta de su casa. Su autoridad impresionó al propio arzobispo de la ciudad, el cardenal Ascanio Filomarino, el cual, en una carta dirigida al papa Inocencio X escribió: «Este Masaniello se ha convertido en un símbolo tal de autoridad, de mando, de respeto, de obediencia, en estos pocos días, que ha hecho temblar toda la ciudad con sus órdenes que son ejecutadas por sus seguidores con toda puntualidad y rigor: ha demostrado prudencia, juicio y moderación; en suma, se ha convertido en un rey en esta ciudad, el más glorioso y triunfante que nunca haya existido en el mundo». 

Retrato de Rodrigo Ponce de León (Ayuntamiento de Sevilla)

Retrato de Rodrigo Ponce de León (Ayuntamiento de Sevilla)

El virrey Rodrigo Ponce de León, duque de Arcos. Pintura al óleo de Andrés Cortés Aguilar, 1856, Ayuntamiento de Sevilla.

Wikimedia Commons

Para sorpresa de no pocos, Masaniello mostró una aceptable disposición a negociar con el virrey que, sin duda con el objetivo de ganar tiempo, optó por seguirle el juego. Le nombró «capitán general del pueblo napolitano» y aceptó casi todas sus peticiones: perdonó a los rebeldes, suprimió los impuestos más onerosos y reconoció el derecho del pueblo a permanecer en armas hasta que el rey ratificara estas medidas. 

Su conducta dialogante pronto drenó el número de sus seguidores. Algunos lo acusaron de locura. El 16 de julio, festividad de la Virgen del Carmen, una multitud vociferante se manifestó contra él en la plaza del mercado. Masaniello pronunció entonces un discurso memorable en el que recordó a quienes se manifestaban contra él la triste condición en que se hallaban antes del estallido de la revuelta. Finalizada su alocución, se desnudó ante el asombro de los presentes: Nun voglio niente. Annudo so’ nato e annudo voglio murì («No quiero nada; nací desnudo y desnudo voy a morir»), concluyó. El cardenal Filomarino le aconsejó refugiarse en el vecino convento de los frailes carmelitas. ¿Fue una emboscada? En tal caso, era la segunda que sufría en siete días. Pero ésta tuvo éxito: allí fueron a buscarle los sicarios del virrey para atravesarlo con un tiro de arcabuz. Luego lo decapitaron y llevaron al duque de Arcos la cabeza, mientras el cuerpo era arrojado a un vertedero. 

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El conde de Arcos se refugió en el Castel Nuovo de Nápoles (arriba) hasta que la revuelta fue reprimida por un ejército enviado por Felipe IV.

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Apenas hicieron falta veinticuatro horas para que sus acusadores cambiaran de opinión. Al día siguiente, los rebeldes habían recuperado sus despojos. Empezaba el proceso popular de elevación a los altares. Sus restos, flanqueados por la espada y el bastón de capitán general, se ofrecieron a las miradas afligidas de sus conciudadanos. El cardenal Filomarino ofició un solemne funeral en la catedral, en presencia del propio duque de Arcos. Decenas de miles de personas integraron el cortejo fúnebre que partió de la iglesia del Carmen y recorrió las principales calles siguiendo el trayecto que los virreyes realizaban en su solemne entrada en la ciudad. Las ventanas se engalanaron con mantos oscuros al paso de la comitiva. El epitafio de su tumba afirmaba que había restablecido el «orden natural y las antiguas leyes desnaturalizadas por la nobleza». 

Una revuelta sin rumbo 

Tras su muerte quedó de relieve que las motivaciones de la revuelta eran mucho más complejas que el descontento de los desheredados. Sólo entonces pareció adquirir un verdadero carácter antiespañol. Giulio Genoino, un jurista octogenario, que había colaborado con los virreyes antes de convertirse en uno de sus enemigos más acervos, demostró tener un programa preciso. Pasaba por la recuperación de un viejo privilegio, supuestamente otorgado por el emperador Carlos V en 1517, que por dicho motivo era conocido popularmente como Colaquinto. Según éste, los cargos políticos en Nápoles deberían distribuirse de forma paritaria entre el pueblo y los nobles, los impuestos tenían que rebajarse y todas las clases sociales debían contribuir al esfuerzo fiscal. No todos siguieron a Genoino. La revuelta se fragmentó y pasó de la ciudad al campo, muchos de cuyos habitantes tenían buenos motivos para odiar a sus señores. Pareció que toda la estructura social napolitana podía saltar por los aires. 

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La revuelta de Masaniello en un óleo de Viviano Codazzi (1604-70), Galería Spada, Roma-

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¿Quién iba a poner orden en tamaño caos? Algunos pensaron que Francia, cuyo primer ministro, el cardenal Mazarino, se dispuso a aprovechar esta nueva oportunidad en la secular pugna que mantenían Francia y España por el dominio de Italia. Así que decidió dar aire a las aspiraciones del duque de Guisa, quien se presentó como legítimo descendiente de los antiguos reyes de la casa francesa de Anjou. Pero no para ocupar la corona del reino, sino para regir los destinos... de la Real República Napolitana, constituida el 17 de diciembre de 1647. 

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Convertido en mártir de la revuelta tras su muerte, Masaniello se convirtió en su rostro más famoso. Grabado, 1885.

The Holbarn Archive / Bridgeman Images

El marasmo político y social facilitó la recuperación de Nápoles por los españoles. Una flota comandada por don Juan José de Austria (hijo ilegítimo de Felipe IV) había alcanzado el puerto de Nápoles en octubre. El 6 de abril de 1648, los soldados españoles entraban de nuevo en la ciudad. Concluía, así, una revolución que nunca había establecido unos objetivos precisos. Y comenzaba el proceso de transformación de la figura de Masaniello en la máxima expresión del alma popular napolitana.