Británicos en la India

La revuelta anticolonialista de los soldados indios contra el Imperio británico

En 1857, un regimiento de soldados indios, los llamados cipayos, se alzó en armas contra el dominio británico en la India al considerar que se estaban vulnerando sus costumbres y derechos. La rebelión, también conocida como Gran Motín, se extendió como un reguero de pólvora por todo el país, pero fue sofocada a sangre y fuego por los británicos poco después.

El General sir Henry Havelock llega en ayuda de Lucknow durante el motín de los cipayos en 1857. Grabado en color.

Foto: Cordon Press

Mayo de 1857 fue, si cabe, un mes más caluroso de lo habitual en el norte de la India; era la estación previa a las lluvias monzónicas, en la que las temperaturas pueden rozar los 50 grados y la superficie de la tierra se agrieta para absorber poco más que el polvo que recorre la planicie del Ganges. Por entonces, los altos cargos de la Compañía Británica de las Indias Orientales (la institución que desde hacía décadas gobernaba la India en nombre de la reina de Inglaterra) se habían retirado con sus familias a los campamentos de verano ubicados en las faldas del Himalaya.

Difícilmente podían sospechar en sus momentos de solaz que en los acantonamientos de las llanuras (Meerut, Lucknow, Jhansi), los soldados nativos empleados por el ejército de la Compañía, los llamados cipayos, se estaban alzando contra sus mandos británicos y masacrándolos.

Acumulación de "agravios"

La revuelta de 1857 fue el mayor desafío al que se enfrentaron los británicos durante los dos siglos en que gobernaron la India. El Gran Motín, como también es denominado, fue el producto de una acumulación de agravios por parte de la población indígena, que vio cómo los ingleses, conforme progresaban la conquista y el control de los diversos territorios indios, introducían reformas que ponían en cuestión sus costumbres ancestrales. Por ejemplo, se prohibió el rito denominado satee: la quema de viudas en la pira funeraria de sus esposos.

Una viuda se lanza a la pira funeraria de su esposo. Miniatura de Muhammad Qasim. Primera mitad del siglo XVII.

Foto: PD

Hindúes y musulmanes indios creían, además, que los ingleses favorecían la expansión del cristianismo en el país, a través de misioneros evangelistas y de escuelas cristianas que atraían a muchos indios de las clases inferiores. Una princesa de Lucknow resumía de este modo la situación: "Comer cerdo y beber vino, destruir los templos hindúes y musulmanes con el pretexto de construir carreteras, levantar iglesias, enviar a los clérigos a predicar el cristianismo por los caminos y calles, crear escuelas inglesas: ¿Cómo no va a creer la gente que los ingleses se están ingiriendo en la religión?".

Hindúes y musulmanes indios creían que los ingleses favorecían la expansión del cristianismo en el país, a través de misioneros evangelistas y de escuelas cristianas.

Las autoridades coloniales inglesas, por su parte, no supieron atender a las señales de descontento que afloraban por doquier. Confiados en sí mismos y cada vez más alejados de la realidad social que los rodeaba, los británicos ignoraron los rumores y los estallidos locales dispersos. El resultado de ello fue que el motín les cogió completamente desprevenidos.

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Estalla el motín

El detonante de la revuelta de 1857 fue un rumor que se difundió entre los regimientos nativos de la Compañía de las Indias Orientales: que los cartuchos de un nuevo rifle que las autoridades británicas les habían distribuido estaban recubiertos con grasa de cerdo y vaca. Estos animales eran tabú para hindúes y musulmanes, y sucedía que los soldados, antes de insertar los cartuchos, tenían que morderlos para echar la pólvora en el rifle y luego meter la bala.

Los cipayos que se negaban a cargar sus fusiles se exponían a severos castigos. Así ocurrió con 85 soldados indios del regimiento de Meerut, al noroeste de Delhi, que el 9 de mayo de 1857 fueron sometidos a un juicio militar y sentenciados a diez años de trabajos forzados. Al día siguiente, sus compañeros se alzaron en armas y mataron a numerosos británicos de la ciudad, incluidos mujeres y niños. Había estallado el Gran Motín.

En 1857 se extendió el rumor entre los regimientos nativos de que los cartuchos de un nuevo rifle distribuido por las autoridades británicas estaban recubiertos con grasa de cerdo y vaca.

Bahadur Shah Zafar, último emperador mogol de la India.

Foto: Cordon Press

Los insurgentes de Meerut se dirigieron en primer lugar a Delhi, donde residía el sultán Bahadur Shah Zafar, al que querían persuadir para que se pusiera al frente de la revuelta. Zafar era el heredero de la ilustre dinastía de los Grandes Mogoles, que había conquistado la India en el siglo XVI pero que había quedado arrinconada en Delhi ante el avance de los ingleses.

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Octogenario, amante de la poesía y de la mística, Zafar quedó horrorizado por la violencia que los cipayos, al entrar en Delhi, desencadenaron contra los ingleses, incluidos mujeres y niños, así como contra los indios convertidos al cristianismo; sólo unos pocos afortunados lograron escapar. La ciudad fue invadida por los regimientos amotinados y milicias civiles formadas por campesinos y terratenientes, hasta alcanzar los 60.000 efectivos. El sultán no tuvo más remedio que dar la bendición a los cipayos que entraron en su palacio y proclamarse emperador de toda la India.

La ciudad de Delhi fue invadida por los regimientos amotinados y milicias civiles formadas por campesinos y terratenientes, hasta alcanzar los 60.000 efectivos.

Masacre de civiles británicos durante el motín de los cipayos en 1857. Grabado en color.

Foto: Cordon Press

La rebelión de Meerut se propagó como un reguero de pólvora entre los regimientos nativos del norte de la India. Se ha calculado que, de 140.000 cipayos, se rebelaron todos menos 8.000. Los fuertes de Kanpur, Lucknow y Jhansi, entre otros, fueron sitiados por las tropas rebeldes y quedaron en situación desesperada. En Kanpur, los ingleses llegaron a un acuerdo con los insurgentes para abandonar el fuerte en el que se habían refugiado, pero fueron masacrados cuando se disponían a embarcarse; la brutal ejecución de más de un centenar de mujeres y niños prisioneros, divulgada por la prensa, causó horror en la opinión pública inglesa.

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La batalla de Delhi

Pasada la sorpresa inicial, las tropas coloniales británicas se lanzaron a una lucha sin cuartel para recuperar el dominio del país y a principios de julio ya habían puesto sitio a Delhi. La fase inicial del cerco, sin embargo, no les fue favorable. Los ingleses sufrieron, además del calor, la lluvia monzónica y una epidemia de cólera, y eran muy inferiores en número a las tropas rebeldes concentradas en la ciudad, en las que figuraban miles de yihadistas musulmanes dispuestos a llevar la lucha hasta sus últimas consecuencias.

Imagen del Fuerte Rojo de Delhi.

Foto: iStock

La llegada de refuerzos y cañones cambió el equilibrio de fuerzas y permitió lanzar el asalto final contra la ciudad, el 14 de septiembre. Durante una semana hubo cruentos combates en Delhi, con escenas de violencia inusitada. El poeta Ghalib recordó más tarde: "Los vencedores mataban a todo el que encontraban por la calle. Cuando los leones enfurecidos entraron en Delhi mataron a todos los débiles e indefensos y quemaron sus casas".

Los ingleses sufrieron, además del calor, la lluvia monzónica y una epidemia de cólera, y eran muy inferiores en número a las tropas rebeldes concentradas en la ciudad.

Ejecución de los cipayos condenados mediante disparos de cañón. Grabado en color.

Foto: Cordon Press

Una vez controlada la ciudad, los británicos pusieron en práctica una represión implacable. Se calcula que durante un período de tres meses fueron juzgados sumariamente y ejecutados 6.000 indios, sin contar los que fueron muertos sin llegar a juicio. El producto de los saqueos llenó habitaciones enteras. También hay noticia de numerosas violaciones de mujeres por parte de los soldados ingleses. La ciudad quedó en ruinas, incluido el Fuerte Rojo, joya de la arquitectura mogol. Un testigo inglés hablaba de "la ciudad de los muertos", en la que reinaba un "silencio sepulcral". De hecho, hubo propuestas de arrasarla totalmente, aunque al final se descartó esa opción.

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Del sultán a la emperatriz

Los británicos también se ensañaron con el sultán y su familia. Zafar, que durante el conflicto había caído en un estado de abatimiento ("ésta no es mi guerra", dijo), fue condenado en un juicio como culpable de la conspiración contra los ingleses; murió cuatro años después, en un miserable exilio en Birmania. Veintinueve de sus descendientes fueron detenidos y ejecutados. Finalmente, pasó cerca de un año hasta que las zonas rebeldes de todo el país fueron pacificadas. Los británicos recuperaron Lucknow y Jhansi en marzo de 1858, y los últimos focos de resistencia fueron sofocados en julio. En todas partes la represión fue brutal.

Zafar fue condenado en un juicio como culpable de la conspiración contra los ingleses; murió cuatro años después, en un miserable exilio en Birmania.

 Captura de Bahadur Shah Zafar y sus hijos. Robert Montgomery Martin, 1860.

Foto: PD

Después de la revuelta, la Compañía Británica de las Indias Orientales fue disuelta y sus competencias fueron asumidas por la Corona. En 1877, en un gran durbar (reunión ceremonial) celebrado en Delhi, la reina Victoria fue proclamada emperatriz de la India. Este título, el mismo que había llevado el depuesto sultán Zafar, sancionaba ahora la inclusión del país en el Imperio británico. El título se mantuvo en vigor hasta la concesión de la plena independencia a la India en 1947.