Actualizado a
· Lectura:
Historia, mitos y leyendas se esconden tras las murallas de las fortalezas más impresionantes de Europa. Por ellas han pasado reyes, condes y grandes familias aristocráticas que han modelado su aspecto, pero muchas de ellas fueron abandonadas, siendo el paisaje y la naturaleza quienes les tomaron el relevo invadiendo esos muros que eran inexpugnables en el pasado.
Contemplar en directo sus ruinas ya es todo un privilegio, pero tener la oportunidad de ver su aspecto original permite trasladarse en el tiempo y ponerse en la piel de aquellos que lucharon por sus muros, en ocasiones con victoria, en otras sin tanta suerte, como apuntan en .
1. Castillo Dunnottar, Escocia.
Podría ser perfectamente una localización para la serie Juegos de Tronos, pero su protagonismo cinematográfico se lo debe a la película Braveheart y su protagonismo real a la agitada historia de Escocia. Situado en un promontorio rocoso en las aguas de la costa nordeste escocesa y unido a tierra firme por un estrecho paso –el único acceso al castillo-, Dunnottar fue asediado por William Wallace en su lucha contra la ocupación inglesa en 1297. Con las altas paredes de los acantilados y el océano como inmejorables defensas, la fortaleza de Dunnottar contaba con la ventaja de tener una buena extensión en la que poder distribuir sus construcciones, organizadas en una planta en forma de L. Puesto que solo había una manera de acceder a él, este contaba con una puerta fortificada a modo de cuello de botella en la que cualquier atacante que pretendiera atravesarla debía enfrentarse a un paso desigual con esquinas ciegas y un túnel estrecho al acecho de las flechas. El lugar era considerado uno de los más seguros de toda Escocia por lo cual las joyas de la corona fueron escondidas aquí frente al avance de la armada inglesa en el siglo XVII. Tras el bombardeo sufrido durante la defensa frente a las tropas de Cromwell la estructura quedó en ruinas y no fue hasta el siglo XX cuando empezaron las labores de restauración.
2. Castillo Olsztyn, Polonia.
Construido por el rey Casimiro III el Grande durante el siglo XIV, la sobria fortaleza de Olsztyn forma parte de "El camino de los nidos de águila", un sistema de fortificaciones construido para proteger la región de Silesia frente a los checos. Una colina de roca caliza rodeada de verdes praderas y estratégicamente situada sobre el río Lyna, al noreste de Polonia, fue el lugar escogido para levantar los imponentes muros del castillo, que custodiaban una torre circular de 35 metros de alto usada como cárcel. En el siglo XVI fue reformada bajo el estilo renacentista imperante y se le incorporó un puente levadizo y un foso. A pesar de las continuas reyertas en las que se vio inmerso el castillo, hoy todavía se puede admirar la mayor parte de la torre principal y la curiosa forma como los arquitectos integraron las rocas y cuevas kársticas en la construcción.
3. Castillo Samobor, Croacia.
Nacido de las entrañas del Sacro Imperio Romano Germánico en el siglo XIII, el Reino de Bohemia ocupaba parte de la actual República Checa y Alemania, y tuvo como primer gobernante al rey Otakar I. Y fue precisamente él quien mandó construir el castillo de Samobor, ubicado en una estratégica colina del pueblo homónimo. La construcción era especialmente bonita gracias a su estructura irregular, con altos muros de roca. Destacaba la torre de vigilancia, cuya pared es la más alta que se conserva hoy, y la capilla gótica de Santa Ana, del siglo XVI. La fortaleza fue reformada a medida que iba cambiando de manos, llegando a convertirse en un edificio residencial de aspecto barroco. Sin embargo, cayó en el abandono hacia finales del siglo XVIII y hasta la actualidad, cuando recientemente se han realizado trabajos de restauración que respetan su estructura original y contribuyen a diferenciar los diversos estilos que conforman cada parte de este bello castillo de origen medieval.
4. Castillo de Spis, Eslovaquia.
Las ruinas de esta majestuosa fortaleza ya dejan intuir el monumental aspecto que exhibía el castillo cuando fue construido en el siglo XII. Declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, esta fortaleza fronteriza es uno de los mayores complejos fortificados del mundo que protegía los confines del Reino de Hungría. Construido originalmente en estilo románico sobre una peña que domina las vistas en derredor, en el interior de sus murallas dobles albergaba dos palacios y tres basílicas. Cuando el rey húngaro perdió su propiedad, el castillo pasó por las manos de diferentes familia nobles que con sus reformas añadieron a la construcción aires góticos. Sus últimos habitantes fueron la familia Csáky, quienes lo abandonaron en el siglo XVII y posteriormente fue arrasado por un incendio.
5. Castillo Menlo, Irlanda.
Situado a las afueras de Galway y a orillas del río Corrib, este coqueto castillo que parece fundirse con el paisaje debido a las altas hojas de parra que han trepado por sus muros guarda en el interior de sus paredes una terrible historia. No se sabe con exactitud la fecha de su construcción, pero sí parece bastante claro que fue un edificio residencial, sin uso militar, que terminó en ruinas tras un incendio en 1910. Sus únicos propietarios conocidos fueron la familia Blake, quienes vieron como las llamas engullían su casa mientras ellos estaban dentro. Algunos de sus miembros pudieron salvarse escapando por las ventanas y ayudándose de las parras para llegar hasta el suelo, no así una de las jóvenes hijas, quien murió en el incendio y cuyo cuerpo nunca fue encontrado. Lo que queda de las torres circulares que un día protegieron la casa es uno de los pocos recuerdos de este desafortunado accidente.
6. Chateau Gaillard, Francia.
Tan solo dos años le hicieron falta a Ricardo Corazón de León para levantar esta magnífica fortaleza sobre un acantilado a orillas del río Sena, a la altura de Les Andelys, Normandía. Tras volver de las cruzadas, el rey de Inglaterra pretendía recuperar su hegemonía en la región y para ello diseñó un castillo inspirado, en parte, por las construcciones que había conocido durante sus andanzas en Tierra Santa. Con la intención de proteger la cercana Ruán, la gran estructura del Chateau Gaillard tenía forma concéntrica e incluía varias innovaciones avanzadas a su época como pequeñas aberturas en las almenas por donde se podía lanzar aceite hirviente o rocas a los atacantes, y muros con los bordes redondeados que repelían los proyectiles del enemigo. Además, para penetrar en su interior, había que superar tres líneas de defensa separadas por fosos secos. Tras la muerte de Ricardo Corazón de León, el castillo soportó un asedio de 7 meses por parte de las tropas de Felipe Augusto II, y todavía había de vivir numerosos ataques y defensas antes de ser abandonado en el siglo XVI.
7. Castillo Poenari, Rumanía.
Un halo de misterio y leyenda envuelve las ruinas de este castillo que un día perteneció a Vlad Tepes, el príncipe rumano que sirvió de inspiración al escritor Bram Stoker para crear al personaje de Drácula. Grandes valles tapizados de verdes pinos rodean esta fortaleza erigida en el siglo XIII por los gobernantes de Valaquia en el corazón de los montes Cárpatos. Fue en el siglo XV cuando Vlad III el Empalador se hizo con el castillo de Poenari convirtiéndolo en su principal baluarte frente al asedio del Imperio otomano. Hoy, la Transfăgărăşan, la sinuosa carretera de serpentea entre los Cárpatos, y tras ella los 1480 escalones son los escollos que hay que superar para experimentar la sensación de aislamiento de esta fortaleza, uno de los puntos fuertes defensivos del castillo. Fue levantada directamente de la roca y fortificada con piedra caliza, a lo que Vlad Tepes le añadió varias torres de defensa. Su aspecto actual es debido, además de al abandono, a un desprendimiento de tierra, que envió a gran parte de los muros de Poenari directos al río Arges, en el fondo del valle.
Este artículo tiene como fuente principal el blog de Budget Direct.